El amor a la vida

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El amor a la vida

En una entrevista del 2004 el entonces secretario general del grupo terrorista Hezbollaz, Hassan Nasrallah, declaró: “Los judíos aman la vida, así que eso es precisamente lo que les quitaremos. Vamos a ganar, porque ellos aman la vida y nosotros amamos la muerte”.

Sus palabras resultan menos extrañas cuando nos percatamos de que, con ellas, el jeque estaba haciendo eco de la amenaza que un comandante musulmán del siglo séptimo les lanzó a sus enemigos. Les prometió “un ejército que ama la muerte, en la misma medida en la que ustedes aman la vida”.

Por chocantes que nos resulten sus declaraciones, no debemos olvidar que en el islamismo radical el martirio ocupa un lugar central. Se predican recompensas para quienes sacrifiquen su vida por Alá y su causa. Para ellos, la vida en el aquí y el ahora no tiene mucho valor.

No es necesario investigar con profundidad para descubrir que el líder de Hezbollah tenía razón en cuanto a los judíos. El amor a la vida es un pilar del judaísmo y, por extensión, del cristianismo. Durante los Días Santos, los judíos le piden a Dios Todopoderoso, el Rey que desea la vida, que los inscriba en el Libro de la Vida. Un brindis tradicional en la cultura judía es “l’chayim”, “un brindis a la vida” o, más literalmente, “a las vidas”. Dicho brindis se hace en la circuncisión de sus hijos y en las bodas de sus hijas. Es la celebración de muchas vidas, pasadas y presentes.

Aunque el Estado de Israel es, en su mayor parte secular, permanecen los resabios de ese amor a la vida que proviene de sus raíces religiosas. Un ejemplo muy concreto fue la celeridad ejemplar en la que vacunó a su población de adultos mayores contra el COVID-19. En unas cuantas semanas los judíos habían vacunado a todas las personas mayores de sesenta años.

El segundo ejemplo: mientras que, en las democracias occidentales, la tasa de nacimientos viene en picada, Israel es el único país de este grupo que continúa teniendo hijos en números cada vez mayores. Sin duda alguna, este país de apenas veintidós mil kilómetros cuadrados apuesta a las siguientes generaciones para seguir con vida, y no olvida la sentencia que se encuentra en Levítico 19:32: “Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo El Eterno”.

Jesucristo contrapuso la vida y la muerte cuando dijo: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10) y también “vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él” (Juan 8:44).

La dualidad entre el amor a la vida y el amor a la muerte fue estudiada a profundidad por el psicólogo social Erich Fromm. Fromm describió las cualidades de la persona que ama la vida. Es alguien que fomenta el crecimiento y la autonomía. Busca moldear con amor y con el ejemplo. Cultiva las relaciones, no las destruye. Está en contra de todo aquello que mutila y asfixia la vida.

Los cristianos, como miembros del cuerpo de Cristo, somos llamados a propiciar el crecimiento y el desarrollo en la iglesia de Dios, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13).

Nuestro llamamiento, sin embargo, no se limita a fomentar el crecimiento y la vida en la iglesia solamente, sino que anticipa un futuro en el que lo haremos en toda la Creación, así como Dios y el Verbo regeneraron la Tierra en el primer capítulo del Génesis. Esto lo deja muy claro el apóstol Pablo en Romanos 8 cuando dijo que “el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios”.

La creación anhela la manifestación de los hijos de Dios porque ellos traerán vida, traerán regeneración a la Creación. Se avecina un tiempo en el que “la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”.

Ese futuro glorioso no nos motiva a despreciar la vida en el aquí y el ahora, sino por el contrario, el cristiano cultiva sus relaciones, cultiva su trabajo, les expresa amor a todos los seres vivos y aprecia la vida en todas sus manifestaciones.

Para estudiar a mayor profundidad el futuro que Dios nos tiene reservado, asegúrese de consultar nuestro folleto gratuito titulado “¿Por qué existimos?