¿Cómo venimos a ser parte del pueblo de Dios?

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¿Cómo venimos a ser parte del pueblo de Dios?

A diferencia de los animales y los seres humanos, las plantas tienen diferentes tipos de reproducción. En el reino vegetal existe la reproducción sexual, por semillas y la reproducción asexual o vegetativa, realizada por diferentes procedimientos.

Así como el fruticultor injerta púas sobre árboles con raíces fuertes para producir más olivos, los gentiles, sin tener la genealogía del pueblo de Israel, podemos ser llamados por Dios y llegar a ser miembros de su Iglesia.

Una técnica descubierta hace miles de años, por simple observación en la naturaleza, es el injerto, por medio del cual se pueden multiplicar las plantas, especialmente los árboles frutales.  

El procedimiento consiste en insertar una sección de un árbol en el tallo de otro para que crezca una nueva planta. El árbol utilizado como patrón tiene un sistema radicular fuerte y la planta injertada es más productiva. Así se puede mejorar la calidad de olivos, manzanos, almendros, perales, ciruelos, cítricos y otros frutales.  Para realizar esta unión con éxito, se requiere cierta destreza, adquirida con la práctica.

Origen del injerto

Existen referencias que indican que el injerto se conocía en China desde el primer siglo de la era cristiana. Aristóteles y otros escritores romanos describieron esta técnica. Pero no fue sino hasta el siglo XVII que, Henri Louis Duhamel estudió los tejidos y con Hermann Vochting se sentaron las bases fisiológicas de esta técnica.  

Actualidad sabemos que en los árboles existe el cambium, un tejido vegetal compuesto por células embrionarias, localizado entre la corteza y el leño. Cuando una yema vegetativa se inserta en esta zona, crece como un nuevo vástago que se nutre por la raíz del árbol ya establecido.   

Una barrera divina

Cuando Dios diseñó la vida, creó diferentes géneros y especies, estableciendo ciertas leyes para su reproducción. Génesis 1: 24 “Luego dijo Dios: produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así”.  

Así mismo, en el reino vegetal, los injertos solo se pueden hacer con árboles de la misma familia o del mismo género. Por ejemplo, los almendros, melocotones y albaricoques se pueden injertar entre sí por pertenecer al género Prunus.

Cuando los árboles envejecen, existe un desbalance entre su follaje, la madera del tronco y las ramas y, como resultado, la fotosíntesis se reduce. Los árboles pueden salir del letargo y reverdecer para producir abundantes frutos por medio de la técnica del injerto.

Un injerto espiritual

El apóstol Pablo compara a los cristianos gentiles con ramas injertadas en un huerto de olivo. Este injerto ilustra la unión perdurable entre judíos y gentiles como miembros de la Iglesia de Dios. Efesios 2:13-14 “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación”

Romanos 11:17-18 “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas. Y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti”.

Los gentiles injertados venimos a formar parte del pueblo de Dios y, por lo tanto, participamos de la raíz y de la nutritiva savia del olivo, obteniendo las bendiciones y privilegios del pacto que Dios hizo con Abraham.

Así como el fruticultor injerta púas sobre árboles con raíces fuertes para producir más olivos, los gentiles, sin tener la genealogía del pueblo de Israel, podemos ser llamados por Dios y llegar a ser miembros de su Iglesia.

Cuando se hace un injerto, se inicia la unificación de dos plantas diferentes, pero genéticamente compatibles. La rama del olivo silvestre crece sin el cuidado de nadie, mientras que al olivo injertado el fruticultor le prodiga los cuidados necesarios para que crezca sano y robusto.

Cuando se hace una herida en un árbol para injertarlo, éste reacciona ante el inminente peligro de muerte, iniciando un proceso interior de renovación.  De la misma manera nosotros, al ser injertados, venimos a ser parte de la Iglesia, debiendo producir los frutos del espíritu santo.