¿Cómo se mide la inteligencia?
La definición de la inteligencia ha sido polémica. En términos generales se puede describir como un conjunto de habilidades mentales con las que el ser humano puede crear, aprender, entender, razonar y decidir para formarse una idea de la realidad.
Ahora, sabemos que existe más de un tipo de inteligencia, por lo que es difícil evaluarla considerando solamente el cociente intelectual (CI). Según la teoría de las inteligencias múltiples, propuesta por el Dr. Howard Gardner, se han identificado, al menos, ocho tipos de inteligencia: lingüística, lógica-matemática, espacial, corporal, musical, interpersonal, intrapersonal, y naturalista.
El ser humano no puede destacar en todos los campos del saber, así que hasta las mentes más brillantes han sido deficientes en alguna área. Albert Einstein, el científico más influyente del siglo XX, aprendió a hablar hasta los cuatro años, y a leer con propiedad a los nueve. Su maestro le dijo en una ocasión: “nunca vas a tener éxito en la vida.” El destacado pintor Pablo Picasso, abandonó la escuela debido a su pobre rendimiento. El maestro de música le dijo a Ludwig Van Beethoven: “no tienes esperanza como compositor”. Estos hombres sencillamente tenían un tipo de inteligencia diferente.
La inteligencia se evaluaba por el comportamiento. Actualmente, la escala para medir la inteligencia es la prueba Wechsler, utilizada en adultos, jóvenes y preescolares. Es aconsejable tratar de descubrir en los niños sus capacidades a temprana edad y analizar aquellas áreas que pudiesen mostrar algún problema de aprendizaje.
Generalmente, cuando los padres reciben información sobre el cociente intelectual de sus hijos a menudo se preguntan: “si mi hijo no ha obtenido una buena puntuación, ¿significa que no es inteligente?”, y cuando el resultado está por debajo de la media, empiezan a preocuparse por su futuro académico y laboral.
Algunos especialistas consideran que la inteligencia es muy compleja para evaluarla con estas pruebas, mientras que otros defienden su utilidad. Lo cierto es que una prueba de inteligencia no logra medir todas las habilidades de una persona. El coeficiente intelectual (CI) es solo un parámetro que considera la edad mental y cronológica y, a partir de estos datos calcula este coeficiente.
Diagnóstico equivocado
La señora Elliot estaba atareada en la cocina cuando su hijo volvió de la escuela con una nota en la mano. Tom le explicó: “mi profesor me pidió que te entregara esta nota solo a ti”. Su madre abrió la carta, la leyó en silencio con los ojos humedecidos y, luego de darle un fuerte abrazo la leyó en voz alta. “Su hijo es un genio; esta escuela es muy pequeña para él y no tenemos maestros capacitados para enseñarle. Por favor hágalo usted misma en casa”.
Desde ese día se dedicó a enseñarle en casa. Al principio advirtió su dificultad para leer y, con mucha paciencia, le enseñó el alfabeto. El niño vio en su madre la mejor profesora que jamás había tenido. Después de las tareas domésticas le enseñaba a leer y escribir correctamente. Además de aritmética, lo puso a leer libros como: “La caída del imperio romano”, “Historia de Inglaterra”, “Historia universal” y autores como William Shakespeare y Charles Dickens. Con esfuerzo, el pequeño Tom aprendió a leer solo a los nueve años. Su padre lo premiaba dándole diez centavos por cada libro que terminaba de leer.
Problemas de aprendizaje
Sus maestros creían que Tom era un niño con deficiencia intelectual porque padecía dislexia, un trastorno del aprendizaje para leer, que no relaciona los sonidos del habla con las letras y las palabras. Ahora sabemos que los niños con esta dificultad tienen una inteligencia y una visión normal y que pueden superarla con ayuda de un tutor y con apoyo emocional.
Thomas Alva Edisson ya era reconocido como uno de los más grandes inventores con más de mil patentes, incluyendo la bombilla eléctrica, el telégrafo, el fonógrafo, la planta eléctrica, para mencionar solo algunos. Un día, escudriñando en sus memorias, encontró una carta doblada en el fondo de una pequeña caja. Era la misma nota que su maestro le había enviado a su madre. La carta decía: “¡Su hijo es un retrasado!”. Creemos que padece una enfermedad mental. ¡No permitiremos que su hijo regrese a la escuela!”.
Como cristianos, debemos incentivar en nosotros y en nuestros hijos la inteligencia emocional y espiritual, que nos ayudan a encontrar sentido en los aspectos sagrados y cultivar virtudes como el perdón, la gratitud, la compasión y el amor. La inteligencia es un don que Dios le concedió al hombre para su beneficio, pero en muchas ocasiones el ser humano lo ha utilizado para destruir a sus semejantes e, incluso, la creación de Dios (Éxodo 31:3-5).