Buscando una casa

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Buscando una casa

Recientemente he estado buscando un lugar para vivir. He visitado muchos departamentos y casas desde hace un par de meses, y cada sitio ha tenido sus peculiaridades, tanto positivas como negativas.

En algunos lugares, por ejemplo, el sanitario es compartido entre distintos huéspedes. En otros, para acceder al espacio en renta, hay que cruzar las zonas comunes de los dueños de la vivienda, que también habitan ahí. Algunos no tienen ventanas.

Pero he visto otros con cualquier cantidad de comodidades. Preciosamente amueblados, con chimenea, con terraza verde, con gimnasio...

En estos meses he reflexionado mucho respecto a lo complicado que es encontrar una casa que podamos convertir en nuestro hogar.

Una vez platique con un tío abuelo que me contó su experiencia al llegar a la Iglesia. Leer la revista en ese entonces, fue para él una especie de revelación, un rayo mental que le clarificó el panorama y le hizo saber que tenía que pertenecer. Con la revista conoció primero la doctrina, después las bendiciones de Dios al sentir paz y esperanza del futuro, y por último, conoció una congregación.

Es imposible decir que la vida de personas como mi tío abuelo fuera más fácil tras conocer la Iglesia. De hecho, fue siempre todo lo contrario. Una prueba tras otra, un escalón tras otro. Y en el crecimiento las mayores satisfacciones. De no ser así, probablemente muchos como yo no estaríamos esforzándonos por permanecer en la Iglesia. Sus decisiones nos trajeron físicamente aquí, pero es su ejemplo el que nos propulsa.

Y es que quizá mi generación (los hijos y nietos de quienes llegaron por primera vez a la Iglesia en su juventud) no sepamos del todo lo que significa buscar desesperadamente una casa espiritual. Muchos de nosotros nacimos aquí, otros muchos llegamos y crecimos desde muy pequeños. Y es una bendición que pasa desapercibida con frecuencia. O peor aún, una bendición que menospreciamos por estar distraídos con otras cosas.

Cuando escuché la historia de mi tío por primera vez, me di cuenta de lo importante que es estar atento a lo que Dios quiere decirnos. A las señales y las pistas que pone en nuestro camino para ayudarnos a elegir con sabiduría. En el caso de mi tío, pienso que la señal más obvia y potente que recibió, fue poder comprender y aceptar sin titubear el propósito de su vida. De nuestra vida: Aprender a ser hijos de Dios amando al Padre por sobre todas las cosas y amando al prójimo como a uno mismo.

Una revista fue el vehículo del mensaje, pero no fueron el papel y la tinta lo que hicieron que comprendiera. En el cómo en muchos, había esa inquietud de conocer su propósito, de saber para qué seguir viviendo. Creo que ese canal abierto permitió que Dios trabajará en ellos mediante su Espíritu Santo.

¿Y qué hay de nosotros? Llenos de mensajes de texto por responder, de series que seguir, de noticias de las que estar enterados, rodeados de pantallas, de ruido. Distraídos. ¿Quién piensa sobre el propósito de su vida actualmente? Los menos. Para la gran mayoría, asumir la responsabilidad de responderse esa pregunta es algo aterrador porque el mundo no tiene respuestas dignas que ofrecer.

Aun estando en la Iglesia, muchos no nos detenemos a pensar en esto. Damos por respondidas muchas preguntas que no nos hemos hecho con seriedad. Una vez más, dejamos pasar desapercibida su importancia vital para nuestro desarrollo. Y creo que esto ocurre porque nos sentimos en nuestro hogar, de algún modo cómodos y sin preocupaciones.

Salir a buscar una casa física, me hizo darme cuenta de esto. ¡No he tenido que buscar una casa espiritual! Gracias a Dios ya estoy en ella y poco a poco la he hecho también mi hogar. Un lugar donde me siento seguro y donde puedo aprender continuamente.

Como muchos de nosotros no tuvimos que buscar esta casa espaciosa, bien construída, confortable, tenemos la doble obligación de cuidarla y prosperarla como buenos hijos. De algún modo, nunca va a ser del todo nuestra. Es un patrimonio de nuestros predecesores para nosotros, y de nosotros para los que vienen. Por eso mientras vivamos, ¡cuidemos de esta casa!