La familia de Dios

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“Doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra” (Efesios 3:14-15).

Casi una tercera parte del Nuevo Testamento se compone de citas de y claras alusiones al Antiguo. Estas referencias no fueron hechas al azar o por accidente. Cada una de ellas tiene significado para nosotros y hay una razón por la que están allí.

Algunas de las citas más sobresalientes y reveladoras que nos ayudan a entender a Dios se encuentran en la Epístola a los Hebreos y en los primeros capítulos del libro de los Hechos. En este último se nos muestra al apóstol Pedro citando pasajes de los Salmos para puntualizar el tremendo significado de la resurrección y el mesiazgo de Jesús. El autor de Hebreos hace lo mismo en los capítulos 1 y 2 de ese libro.

Estos pasajes clave en los Salmos encierran la clara confirmación del Padre con respecto a su Hijo, Jesús de Nazaret. En ellos encontramos que Dios el Padre habló por anticipado del asombroso cometido futuro del Verbo.

El autor de Hebreos cita el Salmo 2: “Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, y él me será a mí hijo?” (Hebreos 1:5; comparar Salmos 2:7 y 1 Crónicas 17:13). Este fue el destino profético del Verbo.

En Hebreos 1:8 se cita Salmos 45:6, donde vemos una vez más que el Padre atestigua acerca del Hijo: “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino”.

Muchos de los que han leído este capítulo de Hebreos no han captado la tremenda importancia del versículo 8. El Padre llamó a su Hijo, Jesucristo, Dios. Cristo no sólo es el Hijo de Dios; ¡él es Dios! Es un miembro de la familia de Dios. En las Escrituras se nos revela a Dios en una terminología de relación familiar. ¡La familia de Dios consiste en Dios el Padre y Jesús el Hijo!

En Juan 1:14 leemos que el Verbo, Jesucristo, “se hizo hombre, y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre . . .” (NVI). El vocablo griego monogenees, traducido por “unigénito” en este versículo y en el 18, confirma esa relación entre Dios el Padre y aquel que vino a ser Jesucristo.

El Dr. Spiros Zodhiates, autor de varios libros acerca del idioma griego utilizado en la Biblia, nos dice: “La palabra monogenees de hecho está compuesta de la palabra monos, ‘solo’, y la palabra genos, ‘raza, linaje, familia’. Aquí se nos dice que quien vino a revelar a Dios —Jesucristo— es de la misma familia, del mismo linaje, de la misma raza de Dios . . . En las Escrituras existen amplias pruebas de que la deidad es una familia . . .” (Was Christ God? A Defense of the Deity of Christ [“¿Era Cristo Dios?: Una defensa de la divinidad de Cristo”], 1998, p. 21).

En el Antiguo Testamento se revelan dos seres

En este punto debemos recordar que el rey David de Israel también fue profeta (Hechos 2:30). Dios le dio un extraordinario entendimiento acerca de su naturaleza divina y de su dominio sobre toda la creación. En 2 Samuel 23:1 leemos que David fue “hombre exaltado por el Altísimo y ungido por el Dios de Jacob” (NVI).

Al leer el versículo 2 podemos ver que David fue un hombre inspirado por el Espíritu de Dios: “El Espíritu del Eterno ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua”. Nuestro Creador dio a conocer muchas verdades por medio de David y se encargó de que sus palabras fueran preservadas en las Sagradas Escrituras, primordialmente en muchos de los salmos, pero también en los libros de Samuel, Reyes y Crónicas.

En uno de sus salmos David escribió: “Así dijo el Señor a mi Señor: ‘Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies’” (Salmos 110:1, NVI). Aquí en este significativo salmo el Padre está hablándole al Hijo en una visión profética: “Así dijo el Señor a mi [el de David] Señor . . .”. Luego, cerca de mil años después, el apóstol Pedro confirmó la identidad de estos dos seres: “David no subió al cielo, y sin embargo declaró: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” (Hechos 2:34-35, NVI).

Recordemos un principio importante para el entendimiento bíblico: examinar el contexto. En el versículo 36 se señalan estos dos seres: “Por tanto, sépalo bien todo Israel que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios [el Padre] lo ha hecho Señor y Mesías” (NVI). ¡Cuán claro! Estos importantes pasajes, tanto Salmos 110 como Hechos 2, hablan proféticamente acerca de los dos miembros de la familia divina: el Padre y el Hijo.

Un reino gobernante

Otro libro del Antiguo Testamento que también confirma la existencia de dos seres divinos es el de Daniel. Este profeta, muy amado por Dios, nos da una vislumbre del ámbito celestial. Aunque Dios es espíritu (Juan 4:24), que por lo general no puede ser visto por el ojo humano (Colosenses 1:15), a Daniel le fue permitido ver a estos dos seres en su mente. Él, igual que el apóstol Juan siglos después, tuvo una visión de algunos sucesos en el medio espiritual.

En Daniel 7:9 leemos: “Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia”. Aquí el profeta nos hace una extraordinaria descripción del Padre. Más tarde Jesús mismo reveló que el Padre, si bien es un ser espiritual, tiene sin embargo forma y figura (Juan 5:37).

El profeta vio también grandes ejércitos celestiales que fielmente servían al Padre: “. . . millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él . . .” (Daniel 7:10). Los ángeles también son seres espirituales (Hebreos 1:7), pero también se les representa con forma y figura. Más adelante leeremos más acerca de la forma corpórea de seres espirituales.

Daniel continúa: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días [Dios el Padre], y [los ángeles] le hicieron acercarse delante de él” (Daniel 7:13). En el Nuevo Testamento Jesús frecuentemente se llamó a sí mismo “el Hijo del Hombre”.

Lo mismo que en Hebreos 1:8, en el libro de Daniel Jesús es descrito como teniendo un reino: “Y le fue dado dominio [gobierno], gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran . . .” (Daniel 7:14). En la segunda parte de este versículo leemos que “su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”. El principio de ese dominio o reino serán los mil años del reinado de Cristo y sus santos de que se nos habla en Apocalipsis 20:4-6.

El reinado justo de Cristo continuará más allá de sus primeros mil años, período llamado el Milenio. En Isaías 9:6-7 se nos revela que será para siempre. En realidad, el Reino de Dios simboliza un nivel de existencia al cual los seres humanos pueden ser llevados por medio de la transformación de seres físicos a seres espirituales (comparar Juan 3:3-8 con 1 Corintios 15:50-51). Por medio de esta transformación uno llega a ser un miembro glorificado de la familia de Dios. Por tanto, la familia de Dios es el Reino de Dios que regirá en esa época futura. (Se puede aprender más acerca de este tema leyendo nuestros folletos gratuitos Transforme su vida: La verdadera conversión cristiana y El evangelio del Reino de Dios.)