Los que han muerto sin conocer a Jesucristo

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Los que han muerto sin conocer a Jesucristo

La muerte no hace excepciones: mueren tanto los justos como los pecadores. Jesús se valió de dos tragedias muy conocidas en sus días para ilustrar un concepto importante acerca de la muerte, la cual puede ser muy arbitraria: “En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:1-5).

No tenemos muchos detalles acerca de estos casos. En uno, al parecer, algunos judíos habían sido masacrados brutalmente por soldados romanos mientras realizaban una ceremonia religiosa en el templo en Jerusalén. En el otro, una torre se había desplomado causando la muerte de 18 personas. Ambos ejemplos están relacionados con la arbitrariedad de la muerte. Jesús les explicó que estas personas no eran peores que las demás. Simplemente habían estado en el lugar equivocado en el momento equivocado.

A nuestro alrededor ocurren acontecimientos semejantes. Nos sentimos profundamente conmovidos cuando niños pequeños perecen en accidentes, por crímenes o por enfermedades. Cuando nos enteramos del accidente de un avión, un incendio en una casa, una bomba que explota en un centro comercial, en un almacén o en una escuela, meneamos desconsoladamente la cabeza. Las víctimas de estas tragedias estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. Dios no las había escogido especialmente para castigarlas. Salomón lo explicó cuando dijo que “tiempo y ocasión acontecen a todos” (Eclesiastés 9:11-12).

¿Son arbitrarias la vida y la muerte?

En los capítulos anteriores hemos explicado que Dios tiene un propósito asombroso con nuestra existencia física y temporal: la preparación para la vida espiritual y eterna que él nos quiere dar a todos. Aquellos de nosotros que durante esta época creamos en Jesucristo y lo demostremos por nuestra forma de vivir, seremos resucitados cuando Jesucristo regrese y recibiremos el don de la vida eterna.

Los ejemplos que Cristo nos da en Lucas 13:3-5 nos hacen ver muy claramente que a menos que nos arrepintamos y busquemos el Reino de Dios, nuestra vida y nuestra muerte no tendrán ningún sentido. ¿Qué sucederá con aquellos que han tratado de vivir lo mejor que han podido, pero que han muerto sin tener la oportunidad de hacer este compromiso? ¿Acaso su vida y su muerte sólo han sido cosa del azar? ¿No han tenido ningún propósito? ¿No hay esperanza ni promesas para ellos? ¿No tendrán la misma oportunidad de recibir el don de la vida eterna?

En las Escrituras continuamente encontramos la reafirmación de que Dios cumplirá sus promesas. El apóstol Pedro escribió que la voluntad de Dios es que, finalmente, todos lleguen al arrepentimiento: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9-10). Este versículo nos asegura que Dios cumplirá lo que ha prometido. También nos indica que algunos piensan que Dios no se preocupa y que no se puede confiar en él.

Dios no está llamando a todos ahora

A veces los discípulos de Jesús no entendían los métodos de enseñanza que él empleaba. En cierta ocasión le preguntaron por qué le hablaba a la gente por parábolas en lugar de hablarle más directamente. Él les respondió: “Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado” (Mateo 13:11).

Jesús citó una profecía de Isaías en la que se decía que la gente tendría sus mentes cerradas, y no podrían entender quién era él ni podrían aceptar sus enseñanzas. Después les dijo: “Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen” (vers. 16). Podemos darnos cuenta de que había una diferencia entre los discípulos, quienes en ese momento tenían algo de entendimiento y de fe, y la multitud de personas que no los tenían.

En la época de Jesús las personas continuamente le preguntaban tratando de saber exactamente quién era él. ¿Era solamente un maestro o rabino? ¿Era el Elías profetizado o Juan el Bautista? ¿Era un fraude, un falso mesías? ¿Era el Mesías verdadero?

En cierta ocasión Jesús les preguntó a sus discípulos quién pensaban que era él. “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:15-17).

Es Dios quien nos da el entendimiento

Jesús enseñó a sus discípulos que Dios era el único que podía darles la perspectiva espiritual: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere . . .” (Juan 6:44).

Al principio, Dios se relacionó con la nación de Israel por medio del antiguo pacto. Sin embargo, esta nación continuamente violaba el pacto y, finalmente, rechazaron al propio Jesucristo. Debido a este rechazo, el nuevo pacto que Jesús vino a establecer se extendió a personas de todas las naciones.

Cuando el apóstol Pablo se dirigió a los religiosos judíos (que eran una parte del pueblo de Israel) y a los gentiles que se hallaban en Roma, era esto lo que tenía en mente. En Romanos 11:8 el apóstol parafraseó Isaías 29:10: “Dios les dio [a los israelitas] espíritu de estupor, ojos con que no vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy”. Explicó que la mayoría de los israelitas permanecían “endurecidos” espiritualmente (Romanos 11:7-8). En Efesios 4:17-18 señaló que también la mayoría de los gentiles participaban de esta ceguera casi universal.

En Romanos 11:2-4 Pablo se refirió a un famoso ejemplo de la historia de Israel. El profeta Elías llegó a creer que era el único que no había sido engañado y no había adorado al dios falso Baal. Pero a Elías le fue revelado que Dios había preservado a otras personas del engaño y también le eran fieles. En conclusión, Pablo sacó esta importante lección: “Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia” (vers. 5).

Un remanente es un vestigio, el residuo de algo. Y la elección a la cual hace referencia Pablo se aplica a una pequeña parte de la humanidad. Dios ha revelado claramente que en esta época él llamará a la salvación a muy pocas personas. Jesús lo explicó así: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14).

Con esto, Dios no está afirmando que va a excluir a la mayor parte de la humanidad de sus promesas. De hecho, esta es la forma en que él extenderá sus promesas a todos los seres humanos: “Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Romanos 11:32).

Pablo reconoció que esto suena totalmente ilógico cuando uno lo oye por primera vez, pero Dios sabe exactamente lo que está haciendo. No es nuestro papel aconsejar a Dios ni decirle cómo tiene que hacer las cosas: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11:33-36).

El juicio venidero

Como el Creador de la vida, sólo Dios tiene la autoridad para quitarla y para restaurarla. Tiene el poder para otorgar la oportunidad de salvación ahora o en una época futura.

Analicemos nuevamente el pasaje que citamos antes: “Vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección” (Apocalipsis 20:4-5).

Esta es una descripción de la misma resurrección descrita por el apóstol Pablo en 1 Corintios 15 y en 1 Tesalonicenses 4, y como es llamada “la primera resurrección” y no simplemente “la resurrección”, entendemos que habrá por lo menos otra resurrección después. Se nos dice que “los otros muertos” volverán a vivir después de mil años.

Veamos lo que estarán haciendo durante estos mil años (período conocido como el Milenio) aquellos que resuciten en la primera resurrección.

El regreso de Jesús traerá una renovación física

En Daniel 7 encontramos una perspectiva profética de toda la historia de la humanidad. Daniel describió brevemente una serie de grandes imperios (Babilonia, Persia, Grecia y Roma) que dominarían el Cercano Oriente a partir de la época de Daniel hasta nuestros días. Estos imperios estaban representados por un león, un oso, un leopardo y una bestia “espantosa y terrible”.

Finalmente, Cristo regresará y establecerá el Reino de Dios, que nunca dejará de existir y nunca será destruido: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Daniel 7:13-14).

Continúa la profecía: “Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en la tierra. Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre” (vers. 17-18).

Cristo restaurará todas las cosas

Jesucristo regresará a la tierra con poder y autoridad para establecer el Reino de Dios. “Los santos del Altísimo”, aquellos que resuciten al regreso de Cristo, reinarán con él sobre toda la tierra. Con la ayuda de aquellos seres resucitados a la vida eterna, Cristo llenará toda la tierra del conocimiento de Dios “como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9).

Los apóstoles enseñaron que Jesús regresará para restablecer la nación de Israel. En esa época él ofrecerá el don de la salvación y la vida eterna a toda la humanidad. El apóstol Jacobo lo expresó así: “Con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: Después de esto volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos” (Hechos 15:15-18).

Jacobo estaba citando del profeta Amós, quien describió las circunstancias que prevalecerán después de que Jesús restablezca la nación de Israel (“el tabernáculo de David”).

Veamos el pasaje original que Jacobo citó en Hechos 15. El contexto se refiere a la restauración física del mundo después del regreso de Jesucristo: “En aquel día yo levantaré el tabernáculo caído de David, y cerraré sus portillos y levantaré sus ruinas, y lo edificaré como en el tiempo pasado; para que aquellos sobre los cuales es invocado mi nombre posean el resto de Edom, y a todas las naciones, dice el Eterno que hace esto. He aquí vienen días, dice el Eterno, en que el que ara alcanzará al segador, y el pisador de las uvas al que lleve la simiente; y los montes destilarán mosto, y todos los collados se derretirán. Y traeré del cautiverio a mi pueblo Israel, y edificarán ellos las ciudades asoladas, y las habitarán; plantarán viñas, y beberán el vino de ellas, y harán huertos, y comerán el fruto de ellos. Pues los plantaré sobre su tierra, y nunca más serán arrancados de su tierra que yo les di, ha dicho el Eterno Dios tuyo” (Amós 9:11-15).

En un lenguaje poético el profeta Amós describió la paz y la prosperidad que las naciones disfrutarán después del retorno de Jesús.

Luego vendrá una restauración espiritual

Tal vez las bendiciones físicas nos parezcan muy atractivas y satisfactorias, pero Dios tiene un propósito que trasciende más allá de lo físico. Todo lo físico es temporal, incluso la prosperidad que habrá en el Milenio y aun la vida misma. Dios quiere ofrecernos muchísimo más que una vida física cómoda.

El profeta Jeremías nos habla no solamente de una restauración física (Jeremías 31:1-4), sino también de la restauración espiritual que Jesucristo realizará cuando regrese: “He aquí, vienen días, dice el Eterno, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice el Eterno. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Eterno: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (vers. 31-33).

Tengamos en cuenta las palabras del apóstol Jacobo con respecto a la nación física de Israel. Él explicó lo que Dios ha prometido: “Repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor . . .” (Hechos 15:16-17). Esta restauración física y espiritual se extenderá de Israel y Judá a todo el resto del mundo. Dios se valdrá de estas naciones para hacer extensivas sus promesas a toda la humanidad (Gálatas 3:26-29).

La obra más importante que Jesucristo va a realizar durante esa época será la restauración espiritual, y le ofrecerá a todo el mundo el don de la salvación. No habrá más políticos que confundan a la gente, porque Jesús será el gobernante de todas las naciones (Apocalipsis 11:15; Apocalipsis 19:15-16; Daniel 7:14). Ya no habrá más confusión religiosa en la tierra, porque Dios abrirá el entendimiento de todos los seres humanos para que puedan comprender la verdad y los llevará a Jesucristo (Ezequiel 36:26-27; Isaías 11:9; Joel 2:27-28).

Aquí es donde los primeros resucitados desempeñarán un papel muy importante en el plan de Dios. Aquellos que resuciten al retorno de Jesucristo reinarán con él sobre la tierra y le ayudarán a enseñar la verdad de Dios a toda la humanidad (Apocalipsis 5:10; Apocalipsis 20:6).

Aquellos que nunca conocieron a Dios

Hasta el momento hemos visto que antes del regreso de Cristo, Dios ofrece la salvación a algunas personas, a las que él llama específicamente. También hemos visto que después del regreso de Jesús, se ofrecerá la salvación a toda la humanidad.

Pero ¿qué sucederá con aquellos que murieron sin haber sido llamados a la salvación? La inmensa mayoría de las personas que han vivido hasta hoy día pertenecen a este grupo. ¿Acaso ya está decidida su suerte?

Cuando Juan habló acerca de “los otros muertos” que no van a resucitar al momento del regreso de Cristo, dijo que no volverán a vivir hasta después del Milenio: “Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (Apocalipsis 20:5).

Unos pocos versículos más adelante podemos ver la descripción de esta resurrección: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en el; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras” (Apocalipsis 20:11-13).

Jesús habló acerca de una época futura de juicio en la cual todos van a entender sus enseñanzas. Describió el momento en el cual volverán a vivir todas las generaciones que hayan existido para ser juzgadas simultáneamente: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras. Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti” (Mateo 11:21-24).

En otros pasajes similares, Jesús se refirió a personas que hacía mucho habían muerto, como los habitantes de Nínive, la reina del sur del tiempo de Salomón, y los habitantes de Sodoma y Gomorra, ciudades consideradas como la personificación misma de la maldad (Mateo 10:14-15; Mateo 12:41-42). Él no transige con el pecado y la maldad, pero todavía no ha terminado su obra con ninguna de estas personas. Los que vivieron en épocas pasadas y que no conocieron acerca de Dios ni de su plan tendrán la oportunidad de recibir el don de la vida eterna por medio de Jesucristo.

Jesús describió un tiempo en el que personas de todas las épocas estarán viviendo simultáneamente. Todos entenderán la verdad acerca de quién es Cristo y cuál es el propósito de la vida humana. Para esas personas será inconcebible que aquellos que vivieron en la generación de Cristo lo hayan rechazado.

La profecía acerca de la resurrección

Por medio del profeta Ezequiel aprendemos que los que tengan parte en esta resurrección serán vueltos nuevamente a la vida física. En el capítulo 37 Ezequiel describió la visión que tuvo con respecto a este suceso grandioso: el valle de los huesos secos (vers. 1-7).

Él vio cómo los huesos secos parecían volver a juntarse en esqueletos y luego se cubrían con carne y se erguían como una gran multitud de personas resucitadas (vers. 8-10). El contexto nos revela que estas personas serán resucitadas a una vida física, mortal. Dios los llamará de las tumbas y pondrá su Espíritu en ellos (vers. 12-14).

Cuando los mil años se cumplan (los primeros mil años del reinado eterno de Jesús), todos aquellos que no hayan sido llamados previamente por Dios resucitarán delante de él. Por primera vez en sus vidas entenderán correctamente la Palabra de Dios, las enseñanzas de la Biblia. Dios les ofrecerá la oportunidad de recibir la vida eterna (“y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida”, Apocalipsis 20:12; ver también Filipenses 4:3). De la misma forma que las generaciones anteriores, ellos serán juzgados según sus obras.

Cómo se realizará el juicio

¿Qué significa ser juzgado? Cuando las personas sean resucitadas, ¿serán recompensadas o castigadas inmediatamente por lo que hicieron antes de morir?

Es importante que entendamos que el juicio abarca mucho más que la decisión final acerca de la recompensa o el castigo. El juicio es un proceso que se lleva a cabo durante un tiempo y que culmina con una decisión final.

En otros pasajes se ilustra el principio del juicio. Según Mateo 16:27, cuando Jesús regrese recompensará a cada uno conforme a sus obras. Los frutos, ya sean positivos o negativos, serán el resultado de la actitud y el carácter que se hayan desarrollado a lo largo de toda la vida. Las personas de generaciones anteriores que para ese entonces ya tengan el don de la vida eterna, también habrán sido juzgadas de acuerdo con sus obras. En varios pasajes Dios nos señala los frutos que está buscando en nuestras vidas (Romanos 12; Colosenses 3-4; Efesios 4-6; Santiago 2:20-24; Apocalipsis 12:17; Apocalipsis 14:12).

Para Dios es muy importante lo que hay en nuestros corazones; le interesan nuestros pensamientos más íntimos y nuestra motivación. Él mira lo que hay dentro del corazón, lo que somos realmente (1 Samuel 16:7). Dios desea que imitemos a Cristo en nuestra forma de pensar y de actuar (Filipenses 2:5-8; 1 Pedro 2:20-23). Todo aquel que pretenda ser semejante a Cristo debe ser una persona genuina y sincera, porque todas sus acciones, conducta y comportamiento reflejan lo que hay en su interior. Nuestras obras reflejan lo que somos, de manera que todos seremos juzgados conforme a lo que hacemos habitualmente (2 Corintios 5:10). La forma en que nosotros vivimos —cómo tratamos a los demás y respondemos a las leyes de Dios— será el reflejo de lo que creemos y demostrará si estamos o no en armonía con los caminos de Dios.

El juicio estará basado en nuestras decisiones y acciones

A todas las personas que resuciten después de esos mil años, Dios les dará el tiempo necesario para que demuestren con sus acciones y decisiones si realmente creen en Jesucristo como su Salvador y se someten a su camino de vida, rindiéndole completamente su propia voluntad. Jesús declaró: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

Las mentes de aquellas personas que participen en esta segunda resurrección serán abiertas a la verdad del plan de Dios. Ellos tendrán la oportunidad de decidir si están dispuestos a hacer o no la voluntad del Padre. Después de que sus ojos sean abiertos a las verdades espirituales que les sean reveladas, serán juzgados según sus obras, es decir, conforme a la manera en que respondan a este nuevo entendimiento. Tendrán la misma responsabilidad que han tenido todos los demás participantes en el plan de Dios. Tendrán la oportunidad de desarrollar la fe en Jesucristo y demostrar por su modo de vivir el grado de su creencia y su compromiso con los caminos de Dios.

El hecho de que seamos juzgados de acuerdo con nuestras obras no significa que podamos ganarnos el don de la salvación. Lo que significa simplemente es que la persona demuestra, por su modo de vivir, si cree en Jesucristo o no y si está dispuesta a obedecer la voluntad del Padre (Mateo 7:21). Una persona que esté viviendo de acuerdo con este compromiso demostrará, con los frutos de su vida, los resultados positivos de la decisión que ha tomado (Gálatas 5:22-23; Santiago 2:14-26).

¡El plan de Dios es completo y perfecto! De acuerdo con este plan, tal como él ha prometido, ofrecerá la salvación a todas las personas que hayan existido (Efesios 1:9-10).

¿En qué consiste el juicio?

Como estudiamos anteriormente, Jesucristo aludió al hecho de que habrá más de una resurrección cuando dijo: “. . . vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:28-29).

El significado más común de la palabra krisis, traducida como “condenación” en este versículo, es “juicio”; esta palabra se refiere más a un proceso de examinación que a un acto de castigo. Krisis significa “el proceso de investigación, el acto de distinguir y de separar . . . un juicio, una sentencia sobre una persona o cosa”. Krisis debe distinguirse de krima, que significa “la sentencia pronunciada, un veredicto, una condena, la decisión resultante de una investigación” (W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, 1984, vol. 1, pp. 290-291). En la Biblia de Jerusalén el versículo 29 se traduce de esta forma: “Y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio”.

Como ya vimos, aquellos que sean llamados en este tiempo y respondan creyendo y obedeciendo lo que Dios dice, recibirán el don de la vida eterna al retorno de Cristo. Ellos no tendrán que pasar por ese período de juicio (Juan 5:24) porque están siendo juzgados ahora (1 Pedro 4:17). Este juicio es el proceso en el que los que actualmente son llamados por Dios tienen esta alternativa: responder fielmente a la verdad y con el tiempo producir abundante fruto (Juan 15:2-8; Gálatas 5:22-23), o rechazar su llamamiento (2 Pedro 2:20-22).

Conforme al plan maestro de Dios, finalmente todos los demás también serán juzgados a su debido tiempo, porque “Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:14). Ese también será un período de juicio, el cual tendrá lugar a partir del momento de la “resurrección de juicio” que mencionó Cristo.

¿Cuándo se llevará a cabo este juicio?

¿Cuándo ocurrirá esta resurrección para el juicio? Apocalipsis 20:11-12 nos habla de un tiempo mil años después del retorno de Cristo y de “la primera resurrección” (vers. 4-7). A Satanás se le impedirá que siga engañando a la humanidad (vers. 10) y los muertos volverán a la vida para ser juzgados (vers. 12-13). La palabra griega que aquí es traducida como “juzgados” es krino, que significa “separar, seleccionar, elegir; de ahí, determinar, y de ahí juzgar, pronunciar juicio” (Vine, op. cit., vol. 2, p. 281).

Aquellos “muertos, grandes y pequeños” que estarán delante de su Creador serán las personas que hayan muerto sin haber tenido el conocimiento del verdadero Dios y del propósito que él tiene con ellos. Los libros (biblia en griego) son las Escrituras, la fuente del conocimiento que conduce a la vida eterna. Todas las personas que resuciten a la vida física en esta resurrección serán levantadas de la tumba (Hades) y del mar (vers. 13) y por fin tendrán la oportunidad de entender totalmente el plan que Dios tiene para ellos.

Esta resurrección no será una segunda oportunidad de recibir la salvación; para estas personas será la primera oportunidad de conocer realmente a Dios. Todos los que participen en esta resurrección serán “juzgados según sus obras, por las cosas que [están] escritas en los libros, según sus obras” (vers. 12). A medida que ellos tengan la oportunidad de escuchar, de entender y de crecer en el camino de vida de Dios, este juicio estará llevándose a cabo para que sus nombres puedan ser inscritos en el libro de la vida (vers. 15).

Debemos tener en cuenta dos principios importantes. Primero, como hemos visto, todos tendrán la misma oportunidad de arrepentirse y de ser perdonados de tal manera que puedan recibir la vida eterna. Segundo, que algunos, por su propia voluntad y decisión, no recibirán el maravilloso don de la vida eterna. Al respecto, Juan escribió: “La muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (vers. 14-15).

¿Quiénes son los que no se encuentran inscritos en el libro de la vida? Debemos recordar que para esa época Dios ya les habrá dado a todos la oportunidad de recibir y de aceptar el don de la vida eterna, representada en estos versículos por el libro de la vida. Aquellos cuyos nombres no estén inscritos allí, serán los que con sus decisiones y sus obras hayan escogido rechazarla. Dios no obligará a nadie para que reciba la vida eterna. Si la persona voluntariamente escoge no arrepentirse y no ser incluida en el plan de Dios, esta persona será juzgada de acuerdo con sus acciones y será destruida. Esto es un acto de misericordia, porque una persona en tales condiciones no haría más que causarse desgracia e infelicidad perpetuamente.

¿Serán atormentados eternamente los incorregibles?

Hemos comprobado que el hombre es mortal. La muerte se compara con un sueño profundo, un estado de inconsciencia. Una de las razones por las que Dios nos ha dado una vida física, temporal, es porque si rechazamos sus condiciones y estipulaciones para tener la vida eterna, nuestras vidas pueden ser misericordiosamente terminadas.

Muchas personas creen que existe un infierno permanente, ya sea un fuego literal o una condición de tormento espiritual, en el cual las personas son torturadas eternamente. Pero la Biblia no enseña que exista tal cosa. Dios es un Dios amoroso, un Padre misericordioso que no quiere someter a ninguna persona a ese destino.

En un versículo muy conocido el apóstol Pablo escribió: “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). La vida eterna es un regalo que Dios les dará a todos los que lleguen a formar parte de su familia para siempre. La muerte, sin ninguna esperanza de resurrección, está reservada para los que rechacen el ofrecimiento que Dios les hace de tener vida eterna en el Reino de Dios. Aquellos que no quieran recibir este regalo no serán torturados eternamente; sencillamente dejarán de existir.

Los impenitentes serán castigados

Ya hemos aprendido que debido a que la vida humana es física, todos tienen que morir (Eclesiastés 3:2; Hebreos 9:27). La muerte forma parte del devenir natural de la vida. Aquellos que Dios llame en este tiempo y que cumplan el propósito de su vida física serán resucitados al retorno de Cristo y recibirán la vida eterna. Los que no hayan sido llamados serán resucitados a una existencia física para ser juzgados; es decir, se les dará la oportunidad de tener la vida eterna. Quienes voluntaria y deliberadamente rechacen el sacrificio de Jesucristo y la vida eterna que viene por medio de él, serán lanzados al lago de fuego (Apocalipsis 20:15).

Jesucristo dijo que algunos estarían dentro de esta categoría. Él les advirtió a los fariseos en Mateo 23:33: “¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?” Más adelante, dijo que los justos recibirán la vida eterna, pero los impíos irán al castigo eterno (Mateo 25:46). Debemos entender que Jesucristo no dijo que los condenados serán torturados eternamente, sino que el castigo será eterno. El castigo será la muerte —muerte eterna— porque ya no habrá más oportunidad de resurrección (Apocalipsis 20:14).

Tal vez algunos piensen que esto es cruel. Pero hay que tener en cuenta que Dios es el Creador de la vida. Él tiene el poder y la autoridad para quitar la vida de todos aquellos que decidan rechazar el propósito por el cual fueron creados. Debido a que el pecado siempre trae desdicha y sufrimiento, este es realmente un acto de gran misericordia.

A lo largo de los años, algunos han recibido la oportunidad de tener vida eterna por medio de Jesucristo, pero la mayor parte de la humanidad aún no ha recibido la oportunidad de entender el plan de Dios. Como Jesús explicó en la parábola del sembrador (Mateo 13:3-23), por diversas razones, la mayor de las cuales es sin duda la poderosa influencia engañosa de Satanás y sus demonios, algunos de los que han sido llamados no han respondido positivamente a ese llamado de Dios. Todo esto se resolverá a su debido tiempo en el juicio de un Dios misericordioso.

Las Escrituras nos muestran, sin lugar a dudas, que el gran deseo de Dios es darnos la vida eterna, y que él no quiere que fallemos por ningún motivo (Judas 21-24; Romanos 8:31-32; 2 Timoteo 4:18; Lucas 12:32). A todos se les dará la oportunidad de creer en Jesucristo, arrepentirse de sus pecados, recibir el Espíritu Santo y demostrar mediante sus acciones y su forma de vivir que en realidad aceptan el compromiso con Dios. Éstos heredarán la vida eterna. La vida eterna les será negada solamente a aquellos que decidan de una manera voluntaria y consciente —deliberadamente— desafiar a Dios y rechazar el sacrificio de Jesucristo (Hebreos 6:4-6; Hebreos 10:28-31; Apocalipsis 21:8).

Aun la muerte definitiva en el lago de fuego de todos aquellos que sean impíos y malvados (Malaquías 4:1-3) es un acto de misericordia y de justicia por parte de Dios. Lo único que se lograría al permitir que personas corruptas continuaran viviendo sin arrepentirse, en eterna rebeldía, sería que con sus vidas causarían un gran sufrimiento y angustia tanto a sí mismos como a los demás. Dios no les dará ni vida eterna ni tormento eterno. Tanto su alma (vida, mente, conciencia) como su cuerpo serán completamente destruidos (Mateo 10:28).

Resumen

Cuando Jesucristo regrese, ofrecerá la salvación a toda la humanidad. Todo aquel que viva en el período de mil años que seguirá inmediatamente después de su retorno, tendrá la oportunidad de recibir la vida eterna por medio de Cristo.

Cuando haya terminado el Milenio, serán resucitados todos aquellos que hayan vivido y hayan muerto sin haber recibido la oportunidad de ser salvos. A ellos también les será ofrecido el don de la vida eterna y serán juzgados según sus obras. Sin embargo, en su infinita misericordia, Dios destruirá a todos aquellos que rechacen su plan y su camino de vida y se nieguen a arrepentirse de sus pecados para someterse al Rey de reyes y Señor de señores, Jesucristo.