Matrimonio: Fundamento de la familia

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Matrimonio

Fundamento de la familia

La Palabra de Dios declara que “el que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia del Eterno” (Proverbios 18:22, Nueva Versión Internacional). Lo mismo se aplica a las mujeres que encuentran esposos amorosos y responsables. Los matrimonios son la base sobre la que se construyen las comunidades, las sociedades, y en última instancia, las civilizaciones. Una sociedad es fuerte en la medida que lo son sus matrimonios y familias.

Desde el principio, Dios enseñó: “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). Este compromiso especial, este vínculo entre un hombre y una mujer, tenía el propósito de durar para siempre, o “hasta que la muerte los separe”, como lo expresan las ceremonias matrimoniales tradicionales. El matrimonio fue diseñado para que fuera una relación de por vida (Romanos 7:2-3), que produciría descendencia para Dios (Malaquías 2:15) y ayudaría a la pareja a entender mejor la profunda y amorosa relación entre Jesucristo y los miembros de “la familia de Dios”, su Iglesia (Efesios 5:25-32; Efesios 2:19-22).

Un matrimonio feliz es una de las bendiciones más grandes que podemos disfrutar. Dios desea que una vez que las parejas intercambien sus votos matrimoniales, vivan felices para siempre. Con ese fin, Eclesiastés 9:9 instruye a los esposos: “Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol”. De igual forma, las esposas deberían disfrutar de la vida junto a sus esposos.

Sin embargo, a juzgar por los índices de divorcio en muchos países, la humanidad no ha aprendido cómo hacerlo. Todos desean un buen matrimonio, pero pocos están dispuestos a seguir las instrucciones de Dios, que de ser aplicadas, dan como resultado relaciones conyugales amorosas.

Dios diseñó el matrimonio y quiere que estemos felizmente casados (Génesis 2:24). Para tener éxito en este aspecto de la vida, necesitamos aprender del Creador mismo del matrimonio los principios que llevan a uniones felices y exitosas. En resumen, necesitamos entender y aplicar los conceptos que sí funcionan, en vez de seguir los caminos modernos que tan a menudo conducen al fracaso.

El noviazgo: una preparación para el matrimonio

De acuerdo a la Palabra de Dios, los cimientos para un buen matrimonio se echan mucho antes de la ceremonia. En realidad, se establecen cuando dos personas comienzan una relación.

A medida que los hijos crecen, con frecuencia preguntan a sus padres: “¿Cuándo puedo tener novia (o)?”. Aunque la Biblia no indica una edad específica y apropiada para tener una relación de pareja, los padres prudentes enseñan a sus hijos principios bíblicos útiles que les ayuden a comportarse como Dios desea. Los padres deberían saber cuándo están listos sus hijos para iniciar una relación seria, con la madurez y capacidad para asumir las responsabilidades de sus acciones. Antes de que los padres otorguen su permiso para tener novio (a), deberían enseñar y alentar a sus hijos para que sigan los preceptos bíblicos, en vez de darles libertad de hacer cualquier cosa que les parezca lógica. 

Para quienes piensan de manera supuestamente progresista, enseñar a los niños los preceptos de Dios antes de permitirles estar de novios puede sonar muy anticuado y restrictivo. Pero la mayoría de los gobiernos prohíbe que las personas conduzcan vehículos motorizados hasta que puedan demostrar el conocimiento y la habilidad para hacerlo de manera segura. Ningún padre responsable pondría a su hijo o hija adolescente en un automóvil en medio de una carretera congestionada sin haberle enseñado primero a manejar.

En nuestro mundo moderno, involucrarse sentimentalmente con alguien tiene sus riesgos. Sin la guía adecuada, muchos jóvenes se vuelven promiscuos, contraen enfermedades de transmisión sexual, experimentan embarazos no deseados, y eligen el camino equivocado que parece ser agradable y correcto en el momento, pero que acarrea incalculable angustia (Proverbios 14:12; Proverbios 16:25). Ellos necesitan instrucción desde muy temprana edad, y conversaciones interactivas sobre por qué y cómo los valores bíblicos pueden protegerlos de tales sufrimientos.

Sin esta guía apropiada, muchas personas nunca podrán experimentar un matrimonio feliz. ¡Ningún progenitor amoroso desearía miseria a sus propios hijos! Pero dejarlos en la ignorancia es un camino que garantiza muchas tristezas y desilusiones. Una de las grandes bendiciones que los niños pueden recibir de sus padres es un entendimiento profundo y completo de los preceptos diseñados por Dios para el noviazgo y el matrimonio.

Sin embargo, muchos ya han pasado este umbral y han alcanzado la adultez; algunos incluso ya se han casado y divorciado. Lo ideal, obviamente, es enseñarles a los jóvenes cómo comportarse adecuadamente en el noviazgo ideal. Pero, ¿qué pasa con los adultos? El hecho de ser mayores, ¿les otorga licencia para tomarse más libertades que los adolescentes? ¿Son todas las cosas apropiadas para los adultos en edad de decidir por sí mismos?

Como veremos, los preceptos bíblicos para el noviazgo se aplican a personas de todas las edades. Dios no tiene dos conjuntos de reglas morales, una para adultos y otra para jóvenes. Seguir sus leyes es igualmente beneficioso para todas las edades, y quebrantarlas, igualmente desastroso para todos.

Estándares modernos del noviazgo

Para entender la diferencia entre el camino de Dios y el del mundo, tomemos como ejemplo los patrones de comportamiento que se estilan en la cultura occidental cuando se está en pareja.

Muchos asumen que cuando se tiene un compromiso sentimental es apropiado tener relaciones sexuales, para saber si hay compatibilidad. Estas personas creen que el sexo es simplemente una expresión natural del amor entre dos personas y, por lo tanto, algo normal que hacen las parejas que conviven o “van a vivir juntas”. Si más tarde se separan y cada cual comienza a salir con otros, la suposición común es que ambos son libres de tener relaciones sexuales con su nueva pareja.

Esta práctica de monogamia en serie, es decir, de estar sexualmente activo con una persona soltera a la vez, es un comportamiento ampliamente aceptado como algo muy conveniente si se trata de encontrar a una futura pareja.

En los Estados Unidos, cerca de dos tercios de las mujeres de entre veinte y treinta años que se encuentran casadas convivieron con sus esposos antes del matrimonio (Robert Moeller, “America’s Morality Report Card” [Ficha informativa sobre la moralidad estadounidense], Christian Reader, noviembre-diciembre 1995, pp. 97-100). Esta cuestionable práctica es seguida por muchos jóvenes adultos en el mundo occidental.

De acuerdo a los estándares actuales, otro principio honorable es la confesión mutua respecto a la existencia de enfermedades venéreas antes de tener relaciones sexuales, para tomar las medidas de protección pertinentes. Además, se considera correcto el practicar “sexo seguro” (el uso de contraceptivos para evitar enfermedades y embarazos no deseados). Estas prácticas son tan aceptadas, que cada vez son más los colegios que proporcionan contraceptivos  gratuitos a los estudiantes, sin hacer ninguna pregunta.

Aunque estos enfoques pueden parecer lógicos, no están a la altura de los preceptos de Dios. Lo que muchos no entienden es que esta lógica incorrecta es precisamente la causa de tanta infelicidad en las relaciones y fracasos matrimoniales. Analicemos lo que Dios dice.

El noviazgo a la manera de Dios

Ciertos registros históricos, como los de la antigua ciudad de Corinto, revelan que en el corazón del Imperio romano, la civilización tecnológicamente más avanzada de esa época, los valores sexuales del primer siglo eran similares a los conceptos practicados en la actualidad cuando se tiene pareja. Sus estándares eran tan pervertidos, que las relaciones sexuales con las prostitutas del templo no eran consideradas escandalosas, sino una forma apropiada de adoración.

A través del apóstol Pablo, Dios enseñó a los corintios un camino mejor: “Huid de la fornicación”. “Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo . . . y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:18-20).

¿Cómo se atrevió Pablo a referirse al comportamiento privado de los demás? Lo hizo porque entendía que Dios permite las relaciones sexuales solo dentro del matrimonio (Génesis 2:24; Hebreos 13:4). Las relaciones sexuales en cualquier otra situación siempre han sido y siguen siendo inmorales.

Luego Pablo habló de las relaciones entre personas del sexo opuesto de manera más directa. Rogando a los hermanos que vivieran sus vidas de una forma que complaciera a Dios, escribió:

“Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más . . . Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios; que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano.

“Porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado. Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo” (1 Tesalonicenses 4:1-8).

La costumbre y práctica del noviazgo, que posteriormente culmina con el  matrimonio, debiera ser una etapa de respeto mutuo. No debe ser subvalorada y transformada en una excusa para la gratificación sexual. Dios espera que lleguemos vírgenes al matrimonio. Este enfoque muestra respeto hacia Dios, a nuestro cuerpo, a nuestro futuro cónyuge y a esta institución divina.

El camino de Dios es la mejor forma de hacer que un matrimonio funcione. Muchos sociólogos han descubierto que el modelo de noviazgo diseñado por Dios es lo que hace que los matrimonios duren. “Después de estudiar los patrones matrimoniales y de concubinato de un grupo de 13.000 adultos, dos sociólogos de la Universidad de Wisconsin-Madison (E.E.U.U.) concluyeron que las parejas que viven juntas antes de casarse experimentan altos niveles de conflictos conyugales y no se comunican muy bien. Tales parejas estaban menos comprometidas con el matrimonio y veían el divorcio como una salida más probable que aquellos que no habían convivido antes” (Journal of Marriage and the Family [Boletín sobre el matrimonio y la familia], vol. 54, 1992).

Enseñe cómo tener un noviazgo apropiado

¿Cómo pueden los padres contrarrestar la presión que experimentan sus hijos para involucrarse en prácticas inmorales?

El primer paso, como se indicó anteriormente, es enseñarles los principios cristianos del noviazgo y la amistad. Muchas familias han descubierto que cuando sus hijos adolescentes alcanzan cierta madurez, las salidas en grupo son una buena alternativa para que estos jóvenes puedan entrar a la siguiente etapa de la vida.

Debido a que los adolescentes no están preparados para el matrimonio
—porque les falta madurar y terminar su educación y preparación para la vida laboral— algunas de las presiones y tentaciones que se originan al salir de a dos se pueden evitar saliendo en grupo. Tanto el aprendizaje como el desarrollo social que resultan de la diversión en compañía del sexo opuesto, en un ambiente seguro, son experiencias saludables para los adolescentes.

Pensando en casarse

Cuando dos personas maduras comienzan una relación con la idea de casarse, deben considerar muchos aspectos. ¿Qué valores posee el otro? ¿Cree en Dios? ¿Le obedece? ¿Cuál es su formación? ¿Qué valores y estándares personales tiene? ¿Qué le gusta y qué no? ¿Cuál es su carácter y personalidad? ¿Será esta persona el complemento que necesita? ¿Podrá amarla y respetarla?

Con frecuencia, en las relaciones modernas no hay mucho interés en encontrar a un compañero con potencial para toda la vida; lo que importa es el goce que los dos tienen durante la actividad sexual. Sin embargo, cuando dos personas se abstienen de las emociones propias de las relaciones sexuales como Dios instruye, pueden evaluar de manera mucho más racional los valores y características de un potencial esposo (a).

Una de las consideraciones primordiales debe ser la de encontrar un compañero con valores religiosos similares. La antigua nación de Israel perdió reiteradamente su asidero espiritual cuando sus ciudadanos se casaron con personas de diferentes convicciones y prácticas religiosas (Números 25:1-3; Nehemías 13:23-26). Casarse con alguien que profesa su misma fe sigue siendo igualmente importante.

Idealmente, los niños deberían tener dos padres que crean, practiquen y enseñen los mismos principios religiosos. Cuando los niños tienen padres con valores distintos, se confunden. Los conflictos entre dos sistemas de valores que se contraponen pueden ser dolorosos para los niños, aunque no estén involucrados directamente. Muchos de los que han pasado por esta amarga experiencia lamentan no haber seguido el consejo del apóstol Pablo cuando se comprometieron “en yugo desigual” con alguien de diferente creencia religiosa (2 Corintios 6:14).

Una pareja sabia buscará consejo cuando decida comprometerse con intenciones de casarse. Tal consejo les ayudará a examinar sus fortalezas y debilidades antes del matrimonio. Además de este análisis objetivo, pueden conversar sobre las habilidades que se requieren para sostener una relación de pareja.

Aunque la decisión de casarse es personal, la información obtenida puede ayudar a las parejas a tomar decisiones sabias acerca de la persona con quien van a casarse. Aquellos que deseen continuar con su decisión de contraer matrimonio, podrán usar lo aprendido y establecer la base necesaria para construir una relación duradera.

La base del matrimonio

Dios da instrucciones específicas para ser aplicadas dentro del matrimonio, que producirán paz y felicidad a ambos cónyuges. Estos preceptos pueden ayudar a cualquier pareja.

Aunque siempre la mejor alternativa es seguir los consejos de Dios, él también nos alienta a alejarnos de los pecados pasados para comenzar a obedecerle (Ezequiel 18:21; Hechos 2:38; Hechos 26:18). (Si le interesa saber más acerca del propósito de la vida humana y de cómo comprometer su vida a Dios, solicite nuestros folletos gratuitos ¿Por qué existimos? y El camino hacia la vida eterna).

Aunque las relaciones sólidas se desarrollan más rápidamente cuando tanto el esposo como la esposa aceptan y practican la ley de Dios, él espera que cada uno de nosotros le obedezca, sin importar las circunstancias de nuestro matrimonio (Santiago 4:17). Incluso cuando solamente uno de los dos se compromete a vivir según el camino de Dios y sus preceptos, ello abre la puerta para que Dios bendiga a la pareja (1 Corintios 7:13-14). Un ejemplo positivo de amor y de obediencia a Dios por parte de uno de los dos cónyuges puede influir en el otro para que también desee complacer a Dios (1 Pedro 3:1-4). Una sola persona puede hacer una gran diferencia.

Revisemos algunos principios bíblicos que, de ser puestos en práctica, benefician grandemente la relación matrimonial.

Un compromiso para toda la vida

En el libro de Génesis, Dios nos dice que el hombre “dejará a su padre y madre” y se “unirá a su mujer y será una sola carne” (Génesis 2:24). La palabra hebrea traducida como “unirá” es dabaq, que significa “adherirse, ser fiel, estar cerca”.

“Usado en el hebreo moderno en el sentido de ‘pegarse, adherirse a algo’, dabaq equivale al sustantivo ‘pegamento’ y también a ideas más abstractas como ‘lealtad, devoción’” (“Vine’s Expository Dictionary of Biblical Words” [Diccionario expositor de palabras bíblicas de Vine], 1985).

Cuando tanto el esposo como la esposa obedecen el mandamiento bíblico de ser fieles entre sí, literalmente se unen para siempre. Tener relaciones sexuales, ser “una sola carne”, es parte del compromiso mutuo que adquieren al casarse. Este compromiso incluye fidelidad, confianza y el carácter necesario para actuar apropiadamente cuando se está bajo presión o tentación. Sin embargo, muy a menudo las personas tienen relaciones sexuales sin ningún compromiso, una total contradicción a este principio que produce matrimonios exitosos.

Cuando dos personas intercambian votos matrimoniales, hacen un compromiso para toda la vida. Bíblicamente hablando, este es un pacto (Malaquías 2:14), es decir, una promesa solemne de ser fiel a Dios y a su pareja.

Este compromiso no debiera ser tomado a la ligera o respetado solamente cuando nos dé la gana. Necesitamos entender que nuestros sentimientos pueden llevarnos por el camino equivocado. Dios no aprueba episodios ocasionales de fidelidad y obediencia a él únicamente cuando nos conviene. De igual forma, quienes desean buenos matrimonios no deben buscar personas que solo están dispuestas a comprometerse la mayor parte del tiempo.

Las buenas relaciones se sustentan en compromisos a largo plazo y basados en la confianza, incluso bajo circunstancias muy difíciles. Cuando dos personas se comprometen a seguir a Dios y sus instrucciones dentro del matrimonio, están dando el primer paso hacia una relación feliz y duradera.

¿Qué es el amor?

Amar y ser amado es una de las experiencias más estimulantes que una persona pueda disfrutar. Escritores y poetas, tanto antiguos como modernos, hablan del poder y la emoción del amor romántico. Sin embargo, la Biblia revela que el amor, en su sentido más amplio, es una opción. El amor es algo que nosotros escogemos.

Dios ordena a los esposos que amen a sus esposas (Efesios 5:25, Efesios 5:28; Colosenses 3:19), pero no solo cuando estén de humor para hacerlo. Al carecer de un entendimiento básico sobre este tema, muchas parejas asumen trágicamente que son incapaces de controlar sus sentimientos. Al estar convencidas de que el amor aparece o desaparece mágicamente, muchísimas parejas han sufrido y han llegado incluso a terminar su relación por dificultades que pudieron haber sido resueltas.

En una hermosa explicación del amor que Dios espera de nosotros, el apóstol Pablo describe la naturaleza y las cualidades del amor: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará” (1 Corintios 13:4-8).

El amor es mucho más que una emoción etérea o una atracción física. Practicar el amor verdadero exige determinación y decisiones conscientes. El amor genuino se propone mostrar amabilidad y paciencia en los momentos de sufrimiento. No retribuye maldad con maldad (Romanos 12:17; 1 Tesalonicenses 5:15). Las personas que practican este tipo de amor siguen el ejemplo de Dios mismo, quien es “benigno para con los ingratos y malos” (Lucas 6:35).

Un amor pleno y cabal es aquel que Dios espera que los esposos les expresen a sus esposas. Esta es la base de un liderazgo cristiano. Sin este, los esposos no pueden cumplir adecuadamente dentro del matrimonio el rol de líder que Dios espera de ellos (Efesios 5:23). Cuando un esposo demuestra este amor cristiano, toda su familia se beneficia y su esposa e hijos se sienten seguros. Cuando saben que son honrados y amados, es más fácil para ellos respetarlo como la cabeza de la familia.

Los esposos deben entender que aunque Dios les haya dado una gran responsabilidad dentro de la familia, su posición de líderes debe ser usada solamente para el bienestar de ella. Jamás deben usar este poder por razones egoístas. Este tipo de liderazgo se basa en que, a su vez, el esposo también está sujeto a una autoridad, la de Dios (1 Corintios 11:3).

Como a través de la historia humana muchos esposos no han vivido de acuerdo a las expectativas de Dios, algunos han llegado a la conclusión de que la posición de liderazgo del padre dentro de la familia es nefasta y anticuada. Sin embargo, el verdadero problema no reside en el modelo familiar que Dios diseñó, sino en los esposos que descuidan o rechazan los deberes del carácter cristiano. Si aceptamos las instrucciones del Eterno, debemos aceptar sus enseñanzas sobre el modelo matrimonial.

El Todopoderoso coloca sobre los hombros del esposo la inmensa responsabilidad de guiar a su esposa e hijos con amor y ternura. Dios no le da ninguna autoridad para usar su posición con severidad o egoísmo, ni tampoco el derecho a descuidar el bienestar de su familia. La humildad, que es lo opuesto del orgullo y la arrogancia, es esencial en una relación cristiana.

En una conmovedora carta a Tito, Pablo explicó que la estructura familiar diseñada por Dios es una enseñanza bíblica fundamental: “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina. Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la paciencia. Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tito 2:1-5).

Respeto: la clave para un matrimonio exitoso

Dios estableció el rol de liderazgo de los esposos dentro de su familia, pero espera que tanto hombres como mujeres practiquen el respeto y amor que se enseña en la Biblia (Efesios 5:21).

Pablo, además de entregar detalladas instrucciones a los esposos sobre cómo deben amar a sus esposas (Efesios 5:25-33), les da instrucciones específicas a ellas: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” (vv. 22-24).

Este pasaje nos enseña que el reconocimiento voluntario de la esposa en cuanto al rol de liderazgo de su esposo es un ingrediente vital en el modelo de matrimonio cristiano. Esto no significa que el esposo debe tomar todas las decisiones. Muchas parejas dividen con éxito las responsabilidades del hogar, y trabajan juntos de acuerdo a sus fortalezas e intereses. En un matrimonio donde hay amor, los dos conversan las decisiones principales y prioridades. Entonces, de acuerdo al modelo bíblico, si el esposo escoge tomar las decisiones finales, todos los miembros de la familia deben acatarlas.

Pero hay veces en que el esposo sabiamente debe ceder en favor de su esposa e hijos. El solo hecho de tener el derecho a tomar las decisiones familiares no significa que todo lo que él hace es necesariamente lo más apropiado. Muchas decisiones son un asunto de preferencia, y las preferencias son individuales. Un esposo y padre amoroso debería ser sensible a los deseos y preferencias de cada miembro de la familia, siempre que ello no atente contra los preceptos cristianos y familiares.

Ningún esposo puede liderar exitosamente su familia a menos que su esposa respete el rol de líder que Dios le ha dado. Si ella no decide conscientemente obedecer a Dios, usurpará la posición de cabeza de la familia, y ambos cónyuges discutirán constantemente. Pablo insta a las casadas a respetar a sus maridos (v. 33). La actitud, tanto de los esposos como de las esposas, es la clave para que el modelo bíblico del matrimonio sea una experiencia satisfactoria.

Como el amor, el respeto también implica tener que escoger esa actitud. Podemos escoger respetar a las personas por sus cualidades positivas, o menospreciarlas por los rasgos que no nos gustan. El mejor momento para la evaluación crítica es antes del matrimonio. Después de casados, los cónyuges necesitan enfocarse en el respeto mutuo. Se debe lidiar amorosamente con las imperfecciones y elogiar sin límites las buenas cualidades. Benjamín Franklin, uno de los primeros presidentes estadounidenses, expresó este principio con sabiduría y un poco de humor: “Antes de casarte, abre bien los ojos; y después, mantenlos entrecerrados”.

Conflicto y comunicación

Algunos investigadores han descubierto que la forma en que dos personas se comunican refleja el estado de su relación. Una comunicación positiva y alentadora es indicio de una buena relación, y las críticas excesivas indican una relación muy deficiente. Dependiendo de las circunstancias, las breves palabras “lo siento” pueden llegar ser tan efectivas como “te amo”.

Ciertos consejeros matrimoniales sostienen que las parejas deberían aprender a discutir bien y a no preocuparse tanto de la cantidad de peleas. “Lo más sano es sacar todo fuera y conversarlo”, aconsejan.

Pero aunque la franqueza puede ser saludable, se ha demostrado que pelear y discutir por cada desacuerdo que surja no es algo muy inteligente. Un estudio realizado a 691 parejas demostró que mientras más discuta una pareja, sea cual sea su estilo de enfrentar sus diferencias, más posibilidades existen de que finalmente se divorcien (Richard Morin, “What’s Fair in Love and Fights?” [¿Qué es lo justo en el amor y las peleas?] Washington Post Weekly, junio 7, 1993, p. 37). Los conflictos socavan el respeto y pueden provocar resentimiento. Una discusión podría transformarse en el detonante de un divorcio.

¿Cuánto conflicto puede soportar una relación? Cierto método de medición, que asegura poder determinar con una precisión de un 90% si un matrimonio durará o fracasará, se basa en el porcentaje de comentarios positivos y negativos que una pareja se hace mutuamente. Los investigadores descubrieron que entre los recién casados, las parejas que terminaron juntas fueron aquellas que de cien comentarios, criticaron cinco veces o menos al otro. Los recién casados que más tarde se divorciaron habían criticado 10 o más veces a su pareja. (Joanni Schrof, “A Lens on Matrimony” [El matrimonio bajo la lupa], U.S. News and World Report [Reporte Mundial y Noticias de Estados Unidos]”, febrero 21, 1994, pp. 66-69).

Como es imposible que dos personas estén de acuerdo en todo, y esto incluye a las que están felizmente casadas, es importante aprender cómo resolver pacíficamente las diferencias, manteniendo siempre el respeto. A continuación se describen algunos principios que las parejas deberían seguir:

• Conversar los problemas. Expresar sus opiniones y preocupaciones de una forma amable, respetando el turno respectivo y sin levantar la voz (Proverbios 15:1). Rehusarse a hablar de los problemas no resuelve las diferencias; aprenda a expresar las opiniones de manera imparcial.

Respete las diferencias de su pareja. Debido a que Dios creó a los seres humanos con una amplia gama de personalidades, necesitamos valorar estas diferencias. Incluso la forma en que cumplimos con los preceptos de Dios varía de una persona a otra (2 Pedro 3:9).

• Buscar una solución en que ambos ganen. Cada vez que sea posible, se debe buscar una solución a los problemas que sea aceptable para ambas partes (Filipenses 2:4). Haga todo lo posible por tener dos ganadores en vez de un ganador y un perdedor. A veces debemos estar dispuestos a ceder, siempre que la opción o acción adoptada no se oponga a la voluntad de Dios (Mateo 5:9; 1 Corintios 6:7).

Pablo explicó muy bien este principio: “. . . no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:4-5).

• Perdón. Todos cometemos errores. Perdone de manera que Dios y su pareja se sientan también inclinados a perdonarle (Mateo 6:15; Lucas 6:37). Dé lo mejor de usted. La acción a menudo sigue al pensamiento. Acérquese a su pareja con espíritu de amor y perdón, y pídale a Dios que le restaure la actitud correcta (Salmos 51:10). En vez de dejarse dominar por sus actitudes negativas, propóngase tratar a su pareja con respeto (2 Corintios 10:5). Con frecuencia, sus emociones concordarán con sus acciones. 

• Busque ayuda. Si han aplicado todo lo que saben y aún siguen peleando, busquen ayuda profesional competente. Tanto usted como su cónyuge pueden estar cometiendo errores que ninguno de los dos ha reconocido, pero que un consejero profesional puede discernir. Las personas maduras no tienen miedo a buscar ayuda cuando la necesitan (Proverbios 4:7; Proverbios 11:14).

La importancia del trabajo en equipo

Dios quiere que las parejas trabajen, vivan y crezcan en armonía. En vez de fomentar una guerra entre los sexos, como hacen muchos filósofos modernos, Dios enseña a los esposos y esposas que deben trabajar juntos como equipo. “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1 Pedro 3:7).

Si el esposo y la esposa trabajan juntos, podrán lograr más cosas que si trabajaran cada uno por su cuenta. En el primer siglo, Aquiles y Priscila sentaron un buen ejemplo de trabajo en equipo dedicado a Dios y al servicio de su pueblo. Como matrimonio, trabajaban haciendo carpas junto al apóstol Pablo en Corinto (Hechos 18:2-3), viajaron con él a Siria (v. 18), ayudaron a Apolo a entender “que se debe enseñar con diligencia lo concerniente a Dios” cuando él estaba iniciando su camino de fe (vv. 24-26), y ofrecían su casa para que la Iglesia se congregara (1 Corintios 16:19).

Ambos eran amados y respetados por los demás. Observe el comentario que Pablo hace de ellos: “Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, que expusieron su vida por mí; a los cuales no sólo yo doy gracias, sino también todas las Iglesias de los gentiles” (Romanos 16:3-4). Esta pareja vio un propósito mayor en sus vidas que estar peleando por asuntos sin importancia. Ellos eran ejemplos vivientes de lo que significaba “ser coherederos de la gracia de la vida” (1 Pedro 3:7).

Cuando los esposos y las esposas voluntariamente se someten a los roles que estableció Dios en el matrimonio, aprenden cómo someterse a él. La relación amorosa e íntima entre los cónyuges nos enseña mucho acerca de la relación de Cristo con la Iglesia (Efesios 5:32). Aplicar los principios de Dios en el matrimonio no solamente produce felicidad en esta vida, sino también un mejor entendimiento de los principios cristianos que durarán para toda la eternidad.