¿Se contradicen la Biblia y la Ciencia?

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¿Se contradicen la Biblia y la Ciencia?

Si nos remontamos varios siglos atrás,  ni los estudiantes ni los profesores de ciencia tenían conflictos con la Biblia. De hecho, tanto los científicos como otras personas afirmaban que el Creador se había revelado a sí mismo a través de dos libros: el libro de su palabra (la Biblia) y el libro de sus obras (el mundo natural que nos rodea).

Isaac Newton (1642-1726), el brillante astrónomo, físico y matemático inglés, principalmente famoso por su teoría de la gravitación universal, es un ejemplo. El físico de la era moderna Gerald Schroeder declara que “Newton mismo, a pesar de que fue uno de los primeros en discernir la universalidad de las leyes de la naturaleza, no encontró conflicto alguno con su firme creencia en el Dios de la creación” (The Hidden Face of God, [La cara oculta de Dios], 2001, p. 16).

Muchos se sorprenderían al enterarse de que Newton “escribió y publicó más obras acerca de la interpretación de la Biblia que de matemáticas y de física” (Francis Collins, The Language of God [El lenguaje de Dios], 2007, p. 162).

El hecho es que tanto la verdadera ciencia como la verdadera religión que se encuentran en la Biblia ¡son absolutamente compatibles!

La guerra entre la ciencia y la Biblia

No fue hasta el siglo 19 que el conflicto entre los defensores de la ciencia y los de la Biblia comenzó a tomar fuerza. La mayoría de la agresión fue protagonizada (o pareciera ser que la mayor parte de la publicidad fue ganada) por los científicos.

La controversial publicación en 1859 de El origen de la especies, de Charles Darwin, fue un evento que marcó un hito en el ámbito científico y filosófico. No obstante, Darwin era un hombre callado por naturaleza. Pero su amigo Thomas Huxley era mucho más locuaz  y extrovertido. Se le llegó a conocer como “el bulldog de Darwin” por su agresivo grito de guerra cuando presentaba el caso de la evolución. Fue Huxley quien acuñó el término “agnóstico”.

No todos los científicos de esa era rechazaron la Biblia. Algunos de ellos, y quienes nos legaron destacados  logros científicos, eran creyentes de la Biblia. Uno de ellos fue Joseph Lister, quien descubrió el rol de los gérmenes en las enfermedades y fue pionero en el campo de la cirugía estéril y antiséptica (el enjuague bucal Listerine fue nombrado en honor a él). Otro de ellos fue Louis Pasteur, quien inventó el proceso de la pasteurización de la leche y del vino para prevenir que se descompusieran. Él también fue pionero de las vacunas para la prevención de enfermedades.

A partir de la última parte del siglo 20 y a comienzos del siglo 21, las escaramuzas en la guerra entre la ciencia y la religión siguieron escalando. Y desde principios de la década de 1990, la controversia del diseño inteligente ha atraído la atención de muchos científicos y teólogos.

El profesor matemático y físico (ya jubilado) de la Universidad de Cambridge, John Polkinghorne, dice: “En este momento, el mundo biológico, particularmente aquellos miembros que trabajan con moléculas más que con organismos, demuestra una notable hostilidad hacia la religión, al menos en los escritos ofrecidos al público educado en general” (Belief in God in an Age of Science [La creencia en Dios en la era de la ciencia], 1998, p. 78, énfasis añadido en todo el artículo).

Una de tales personas, que se ha hecho muy famosa, es el  biólogo de la Universidad de Oxford, Richard Dawkins, quien es el autor de El espejismo de Dios. El Dr. Alister McGrath, un teólogo que además estudió química y biofísica celular en Oxford, y su esposa Joanna, una psicóloga, describen la perspectiva de Dawkins y le responden de esta manera en su publicación ¿El espejismo de Dawkins?:“La ciencia y la religión están enfrascadas en una batalla a  muerte. Solo una puede emerger victoriosa—y ésta debe ser la ciencia” (2007,  p. 46).

Los McGraths ven esta guerra como innecesaria, afirmando: “Uno de los grandes perjuicios que Dawkins le ha hecho a las ciencias naturales es el de retratarlas como implacable e inexorablemente ateas. Pero en realidad no son así” (p. 48). Muchos científicos estarían de acuerdo con esto.

Tomando a Dios en serio

En los últimos años, varios científicos y filósofos han aparecido en escena para declarar que Dios existe y que la Biblia debe ser tomada en serio.

El Dr. Steven Meyer, quien posee un doctorado en filosofía científica de la Universidad de Cambridge (su tesis se refirió a la interpretación de la investigación del origen de la vida), comentó: “Pienso que una sonrisa irónica puede dibujarse en los labios de Dios al ver que en los últimos pocos años toda clase de evidencia para comprobar la confiabilidad de la Biblia y la creación del universo y de la vida a través de su mano han salido a la luz (citado por Lee Strobel, El caso del Creador], 2005, p. 111).

El cuerpo humano provee una gran cantidad de evidencia. Es una creación maravillosa, la cúspide de la obra física de Dios. Un cuerpo adulto está compuesto aproximadamente de 75 trillones de células, cada una de las cuales es tan compleja que prácticamente escapan a la comprensión humana. 

Como dice el Dr. Walter Bradley, antiguo profesor de ingeniería mecánica en la Universidad de Texas A&M: “Cada célula en el cuerpo humano contiene más información que los treinta volúmenes juntos de la Enciclopedia Británica” (citado por Lee Strobel, El caso de la fe, 2001, p. 127).

¿Cuál es la probabilidad de que todo esto, de alguna manera, en alguna parte, haya surgido a la vida por casualidad, a partir de algo no viviente? El Dr. Bradley observa: “Es definitivamente razonable llegar a la conclusión de que esto no es producto de la casualidad de una naturaleza sin guía, sino que es la indiscutible señal de un Diseñador Inteligente” (ídem).

La complejidad de la célula humana cambió la forma de pensar del profesor de filosofía británico Antony Flew, quien ha sido considerado desde hace mucho como uno de los ateos más conocidos del mundo. En un simposio en Nueva York en mayo de 2004, él sorprendió a todos al decir que había concluido que Dios sí existe. Él escribió: “Para sorpresa de todos los interesados, anuncié al comenzar que ahora aceptaba la existencia de un Dios” (There Is a God [Hay un Dios], 2007, p. 74).

En el simposio se le preguntó si la reciente investigación en cuanto al origen de la vida apuntaba a la participación de una inteligencia creativa. El Dr. Flew respondió, “Sí, yo creo que así es . . . y se debe casi en su totalidad a las investigaciones del ADN. “Creo que el ADN ha demostrado, por la increíble complejidad de procesos que son necesarios para que se produzca [vida], que una inteligencia debe haber estado involucrada para poder lograr que todos estos elementos extraordinariamente diversos trabajen juntos”.

Continuó diciendo: “Esta declaración representó un inmenso cambio de rumbo para mí, pero sin embargo, fue consecuente con el principio que yo había aceptado desde el comienzo de mi vida filosófica—el de seguir al argumento sin importar adónde lleve” (p. 75).

Desde el conflicto a la armonía

Polkinghorne, quien como ya hemos dicho es físico y teólogo, cree que hay armonía entre la ciencia y la religión. Ambas “son amigas, no enemigas, con la búsqueda del conocimiento en común”, explica él. “Puede que algunas personas encuentren sorprendente esta observación, ya que hay un sentimiento en nuestra sociedad de que la creencia religiosa es algo anticuado, o simplemente imposible, en una era científica.

“Yo no estoy de acuerdo. De hecho, me atrevería a decir que si la gente en esta llamada “era científica” supiese un poco más de ciencia de lo que realmente sabe, encontraría más fácil el compartir mi punto de vista” (Quarks, Chaos & Christianity [Quarks, caos y cristianismo], 2005, p. 10).

El Dr. Francis Collins, que es la cabeza del Proyecto del Genoma Humano, fue agnóstico en sus primeros años, y luego gravitó hacia el ateísmo. Pero su forma de pensar experimentó un brusco cambio de rumbo a los 30 años de edad. Como él escribe, “yo había llegado a la conclusión de que la fe en Dios era mucho más convincente que el ateísmo que había adoptado anteriormente, y estaba comenzando a percibir por primera vez en mi vida algunas de las verdades eternas de la Biblia (The Language of God [El lenguaje de Dios], p. 198).

En junio del año 2000, cuando un bosquejo del Proyecto Genoma Humano fue publicado, el Dr. Collins declaró: “Para mí es muy aleccionador y tremendamente inspirador el darme cuenta de que le hemos dado el primer vistazo a nuestro propio libro de instrucciones, anteriormente solo conocido por Dios” (p. 3).

Saber más pero creer menos

Es irónico que mientras la humanidad ha aumentado la complejidad de su conocimiento de la creación, muchos en la actualidad tienen menos fe en que Dios nos creó que la gente en tiempos pasados, la que en comparación tenía muy poco conocimiento en cuanto a los misterios del cuerpo humano.

En los días del rey David, unos 3000 años atrás, la gente no tenía forma de saber precisamente lo que ocurría dentro del útero de una mujer embarazada. Sin embargo, David escribió acerca de Dios, “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre” (Salmo 139:13).

David sabía que el formar una nueva vida dentro de una madre era obra del gran Creador. Él añadió, “Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien” (v. 14).

La gente de esa era no había inventado microscopios; ellos no tenían equipos para investigar cómo funciona una célula. Sin embargo, en muchos casos tenían más fe que algunos hoy en día, quienes sí pueden probar las funciones de las minúsculas células de las cuales están compuestos nuestros cuerpos.

El mayor conocimiento acerca de cómo funciona la creación de Dios debiera en realidad aumentar nuestra fe. Como el apóstol Pablo escribió, “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20). Pablo se refería así a algunos de los filósofos del mundo greco-romano, los cuales habían rechazado el conocimiento de Dios, a pesar de que las obras de su gran creación los rodeaban por doquier.

Él además dijo: “Si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones” (Hechos 14:17).

La Biblia nos dice que es Dios quien nos da la lluvia. La circulación de las aguas en nuestro ambiente terrestre, lo que incluye la lluvia, se llama ciclo hidrológico. Encontramos varias referencias a este ciclo en la Biblia (Job 36:27-28; Eclesiastés 1:7)

Con nuestro entendimiento actual de esta ciencia podemos entenderla mejor y darnos cuenta de cuán excepcional es, incluso más que los de la antigüedad. No obstante, los seguidores de Dios veían la evidencia en la naturaleza y sabían que ésta era prueba de la existencia de Dios.

El hecho es que a pesar de sus limitaciones tecnológicas, quienes servían a Dios en ese entonces tenían más inteligencia de aquella que más importa que muchos de los científicos de hoy. Ellos sabían que Dios existía y que su Palabra era superior a todo otro conocimiento.

La ciencia depende de la ley

Gracias a la habilidad mental que Dios le ha dado al hombre, podemos experimentar y llegar a muchas conclusiones en cuanto a la creación física. Los últimos siglos han producido una explosión de nuevo conocimiento que nos ha permitido llegar a conclusiones predecibles en cuanto al mundo y al espacio exterior.

Hemos hecho grandes progresos durante las eras industrial y espacial, y ahora estamos en lo que algunos llaman la era informática. No es coincidencia que la Biblia predijera la rápida aceleración de la innovación y el conocimiento en nuestro tiempo (Daniel 12:4).

Solo para que el hombre pueda existir, y por supuesto, para que éste alcance los increíbles logros tecnológicos de hoy en día, se necesita un mundo estable, con leyes y fenómenos predecibles. Esto también se aplica a todo el universo. Los científicos hablan cada vez más del “principio antrópico”. Esto se refiere a las condiciones de nuestro planeta y del universo que son excepcionalmente óptimas para la habitación humana.  

El nivel de oxígeno en la atmósfera terrestre (21 por ciento) es solo un ejemplo. “Si los niveles de oxígeno fuesen de un 25 por ciento, surgirían incendios espontáneos. Si fuese de un 15 por ciento, los seres humanos se sofocarían” (Norman Geisler y Frank Turek, I Don’t Have Enough Faith to Be an Atheist [No tengo suficiente fe para ser ateo], 2004, p. 98).

Otro factor antrópico que le permite a la Tierra sostener la vida es la fuerza de gravedad. Newton escribió acerca de esta atracción universal, pero no alcanzó a darse cuenta del balance crítico en el cual ésta existe en la creación. La atracción gravitacional del Sol sobre la Tierra y de la Tierra sobre la Luna es exacta para mantener a nuestro planeta en una posición capaz de sostener la vida.

“El asombroso punto de afinación de los detalles que componen el universo hacen que el Principio Antrópico sea quizás el argumento más poderoso a favor de la existencia de Dios . . . Hay más de 100 constantes definidas de forma muy precisa, que apuntan fuertemente a un Diseñador inteligente” (ídem, p. 105).

¿Y qué acerca de los milagros?

Por supuesto, hay algunos que aceptan la existencia de un Diseñador inteligente, pero asumen que la Biblia argumenta falsamente ser la revelación de ese Diseñador.

Una dinámica que produce duda en la mente de algunos es cómo la Biblia puede ser científicamente correcta cuando habla de relatos milagrosos. Los milagros parecen contradecir las leyes de la ciencia. Por ejemplo, cuando Dios dividió el mar para los israelitas cuando huyeron de Egipto (Éxodo 14:16-22), ello fue en contra del comportamiento normal de los elementos involucrados. Si vamos a aceptar la Biblia como la Palabra de Dios, debemos aceptar que los milagros relatados en ella son hechos verídicos. 

¿Qué son los milagros? David Hume, el filósofo e historiador escocés del siglo 18, creía que los milagros eran violaciones de la naturaleza. Pero el Dr. William Craig describe los milagros de otra manera.

En referencia a una persona que alcanza a tomar una manzana que se ha caído de un árbol antes de que llegue al suelo, él dice: “Es solo la intervención de una persona con entera libertad que anula las causas naturales en esa circunstancia en particular. Y eso en esencia, es lo que Dios hace cuando permite que ocurra un milagro” (citado por Strobel, El caso de la fé, p. 70).

Si Dios diseñó la creación y las leyes naturales, él tiene el poder de intervenir y llevar a cabo milagros cuándo y cómo a él le parezca. En otras palabras, “puede que Dios dirija cosas naturales como el agua, el viento o los árboles, para que se comporten de acuerdo a su naturaleza o en contra de ésta. En ambos casos su acción y final dependen de él” (God and Nature [Dios y la naturaleza], editado por David Lindberg y Ronald Numbers, 1986, p. 177).

Esta forma de dominio de Dios es ilustrada en la Biblia: “¿Quién encerró con puertas el mar, cuando se derramaba saliéndose de su seno . . . Y dije: Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante, y ahí parará el orgullo de tus olas?” (Job 38:8, 11).

Debiéramos considerar lo siguiente: si existe un Dios que pudo crear y sostener nuestro maravilloso universo —de por sí, un increíble milagro— ¿no tiene él el poder para llevar a cabo milagros a escala más pequeña aquí en la Tierra? ¿Y no tendría además el poder para inspirar las Santas Escrituras, a fin de entregarnos guía en todos aspectos de nuestras vidas?

¿Qué creerá usted?

El hecho es que la Biblia es la Palabra de Dios, y no se opone a la ciencia. Podemos cosechar los beneficios de una relación con Dios a través de la Biblia, y además utilizar los buenos obsequios que la ciencia moderna nos ha legado. Es una bendición el tener a ambas.

Dios le dio al hombre la capacidad de pensar y de razonar e inquirir acerca del propósito de nuestra existencia. Satanás ha corrompido esa capacidad, explotando la inteligencia del hombre que ignorara la clara y abundante evidencia de la existencia de nuestro Creador.

Necesitamos aferrarnos a nuestros valores verdaderos, comprendiendo que la Biblia es la Palabra de Dios y que no se contradice con las leyes de la ciencia. Podemos sacar provecho del estudio de ambas, pero debemos atesorar especialmente la Biblia – porque, al contrario de la ciencia, revela por qué estamos aquí y contiene las claves para la vida eterna.

 BN