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El Eterno es soberano absoluto de su creación. El libro de Eclesiastés nos lo recuerda potentemente, al mismo tiempo que nos llama a aceptar su grandeza y cultivar nuestra humildad ante él. Mensaje entregado el 13 de febrero de 2021.

Transcripción

Hay un libro que es considerado una de las mejoras según según los filósofos. 

No sé ustedes, pero yo me he encontrado que comentan de este libro en la radio o que escriben una columna tomando citas de este libro para una reflexión en particular. También hay ciertas frases que utilizamos que vienen de este libro y que no las relacionamos inmediatamente.

Este libro lo tenemos aquí, en nuestras manos. Fue escrito por un hombre muy sabio que recibió sabiduría de Dios en creces. 

El libro en cuestión lo redactó su autor en los últimos años de vida.

Esta obra resulta más bien como el eco de su incipiente pero brillante inicio como rey sobre todo Israel unificado, pero que se siente algo apagado y sin gozo.

A sus 14 años Salomón agradó a Dios, y Dios lo recompensó enormemente.

Pero como dice Eclesiastés 7:8 “mejor es el fin del negocio que el principio”. Tristemente, a pesar de que este libro tiene reflexiones basadas en principios bíblicos, Salomón escribió Eclesiastés con un espíritu apagado, solitario y alejado de Dios.

OBJETIVO

Me gustaría que viéramos una parte interesante de este libro, que aprendamos más de la Palabra de Dios y que veamos cómo su voluntad trabaja.   

TÍTULO: Tiempo de...

DESARROLLO

Eclesiastés 3:1-8

(1)  Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.

(2)  Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;

(3)  tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar;

(4)  tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar;

(5)  tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar;

(6)  tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;

(7)  tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;

(8)  tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.

Cuando hemos leído y ahora, al leer estos versos ¿cómo los asimilamos?

Pueden resultar algo extraños, principalmente por los verbos que así se enumeran: matar, morir, destruir, romper, o hacer guerra…

Desde el punto de vista filosófico (y no necesariamente cristiano), hay mucha vuelta que se le puede dar a estos primeros 8 versos. Y digo no necesariamente cristiano, porque aunque es evidente que Dios está de manera implícita, hay gente no contempla a Dios al leer estos versos.

Así se podría concluir que la vida sólo es un ir y venir, y que debemos fluir como energías buscando siempre una paz interior. Esto último suena más bien a principios filosóficos orientales…

El hombre más sabio que jamás había existido había perdido la rica sabiduría con que había iniciado su reinado. 

Eclesiastés 7:23 Todas estas cosas probé con sabiduría, diciendo: Seré sabio; pero la sabiduría se alejó de mí.

Este es el semblante con el cual Salomón escribe Eclesiastés. Un discurso para escuchar a un hombre triste y melancólico que reflexiona sobre su vida llena de trabajo y riquezas, pero notoriamente una vida espiritualmente vacía.

Veamos un verso clave en este capítulo, una reflexión que se vuelve a repetir en otras partes del libro también.

Eclesiastés 3:9 ¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana?

Me he fijado en la carga tan pesada que Dios ha echado sobre nosotros. ¡Pero nada nos queda después de tanto trabajar! (BLS)

El libro de Eclesiastés menciona 37 veces que la vida es “vanidad”. Incluso resuena la frase “vanidad de vanidades” la que se dice al comienzo en 1:2 y hacia el final en 12:8: “vanidad de vanidades, todo es vanidad”.

Volviendo al verso 9, este verso nos puede ayudar a comprender la oscura sombra que enfriaba el espíritu del rey Salomón. Porque nos comprueba que:

Cuando la vida se convierte en un fin en sí misma, se pierde el sentido espiritual. 

Porque no somos simples animales que vivimos, trabajamos, dormimos y morimos sin objetar el correr del tiempo mientras nuestro corazón late: ¿Qué estamos haciendo, para qué hago tal cosa, hay algo más allá que vivir, trabajar y morir?

Eclesiastés 2:21

¡Que el hombre trabaje con sabiduría, y con ciencia y con rectitud, y que haya de dar su hacienda a hombre que nunca trabajó en ello! También es esto vanidad y mal grande.

En su triste búsqueda, Salomón también se pregunta ¿de qué sirve trabajar tanto si le dejará todo a alguien que no trabajó nada?

Este grado de inconformidad se manifiesta en el conocimiento de que Dios le había dicho que le dejaría todo lo que él había hecho a su siervo, su hijo Roboam, quien efectivamente fue quien llevó a cabo una pésima administración dividiéndose el reino en dos y así, la caída libre de Israel.

Salomón se corrompió, y su corazón ya no era perfecto con Dios como si lo fue, a pesar de sus errores, su padre, el rey David. 

Volvamos al capítulo 3.

Eclesiastés 3:10-15 RV1960

(10)  Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él.

(11)  Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.

(12)  Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida;

(13)  y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor.

(14)  He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres.

(15)  Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó.

Salomón dice que Dios le da un tiempo para que el hombre se ocupe en ciertas cosas mientras tiene vida física. Pero como reflexiona él mismo y sabemos, no somos solo cuerpo y alma (energía), sino también espíritu, espíritu humano que nos empuja a pensar muchas preguntas existenciales, las que los animales jamás van a hacerse porque Dios no les dió esa capacidad racional. 

Dios puso “eternidad en el corazón del hombre” (v.11). O como la TLA dice: “nos dio la capacidad de entender que hay un pasado, un presente y un futuro”, por eso nos preguntamos siempre en algunos momentos de nuestra vida: ¿de dónde vengo? ¿qué estoy haciendo? ¿para dónde voy?

Un gato no está pensando que mañana va a visitar al vecino porque van a almorzar pescado.

Un perro no recuerda que cuando cachorro lo abandonaron en un tarro de basura.

Una ballena no contempla lo profundo del océano antes de sumergirse en él preguntándose si hay algo más allá...

Nosotros sí. Y aunque tengamos ciertas respuestas, lo cierto es que este entendimiento o raciocinio es limitado, porque realmente no podemos comprender cómo Dios ha hecho tantas cosas desde un principio, y todo lo que ha hecho lo ha hecho hermoso en SU TIEMPO.

El verso 11 dice: Todo lo hizo hermoso en SU tiempo. De aquí debemos desprender un principio fundamental de Eclesiastés y de toda la Biblia.

Job y su mujer

Antes de consolidar este principio veamos algo con el patriarca Job y su mujer

Job 1:18-22

(18)  Entre tanto que éste hablaba, vino otro que dijo: Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de su hermano el primogénito;

(19)  y un gran viento vino del lado del desierto y azotó las cuatro esquinas de la casa, la cual cayó sobre los jóvenes, y murieron; y solamente escapé yo para darte la noticia.

(20)  Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró,

(21)  y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá.

Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.

(22)  En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno. 

Para los que han estudiado el libro de Job sabrán que el problema del patriarca era más bien un tema de autojusticia. No obstante, él nunca blasfemó en contra de Dios (que era el objetivo de Satanás). Un poco más adelante lo vuelve a mencionar: 

Job 2:10 Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios.

Sobre la mujer de Job, no se menciona que haya muerto. Pero si que aguantó el hedor del aliento de su esposo enfermo, por lo tanto estaba con él (Job 19:17). Por eso se desprende la idea de que los 7 hijos y 3 hijas al final del libro fueron con la misma mujer. Es la misma que, en una circunstancia tan terrible y catastrófica le sugiere que blasfeme en contra de Dios y que se muera. 

No debemos juzgar velozmente a esta mujer. El “varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” era Job, no su mujer. Por lo tanto, en vista de la situación catastrófica, la mujer externalizó algo humanamente válido, aunque incorrecto. Habló como una mujer fatua. Pero Job no le dijo que era ella una mujer fatua, sino que había actuado como tal. 

No tenemos el tono de voz, o la imagen del rostro de ella, ni se menciona el estado emocional en que se encontraba, pero sin duda alguna fue algo muy complicado de sobrellevar como humano. ¿Perder todo en un solo día? ¿Tragedia tras tragedia?

Los criados asesinados, vacas y sus pastores incinerados por fuego del cielo, camellos robados, y los hijos y las hijas aplastados por el techo de su propia casa. Y ahora una terrible enfermedad en su esposo...

Nosotros mismos algunas veces decimos o actuamos como la mujer de Job: como alguien sin el entendimiento de Dios y de sus designios. Y lo más triste, algunas veces por cosas mucho menores... 

La mujer de Job no comprendió lo que estaba sucediendo después de haber tenido tantos bienes a su alrededor. Y seguramente se preguntó ¿Por qué a mí? Tal vez se preguntaba todo el tiempo. ¿Qué hice para merecer esto?, etc..

La mujer de Job evidentemente no comprendió por qué estaba sucediendo toda esta tragedia. Bueno, ¡tampoco lo comprendió Job!

¿Cuál fue la diferencia? JOB LO ACEPTÓ, porque sabía que todo lo que estaba sucediendo TENÍA UN PROPÓSITO DIVINO: (1:22) En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito (sin sentido) alguno.

El tema aquí es que no se trata de comprender, sino de aceptar. Ya vendrá el momento de comprender por qué pasa esto o lo otro. Job no comprendió hasta el final: “De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5). Un bello final con el doble de bendiciones y con un varón de Dios perfeccionado.

Otro rápido ejemplo lo vemos con José y sus hermanos. Cuando entierran a Jacob, los hermanos temen de su hermano. Pero...

Génesis 50:20 Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo.

Antes de volver a Eclesiastés, veamos algo de esto son Santiago en el N. T.

Santiago 4:13-15

(13)  ¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos;

(14)  cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. (vanidad de vanidades, la vida es efímera y temporal)

(15)  En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.

Santiago nos aclara este principio sobre nuestras vidas y lo que Dios permite en ellas.  

(Proverbios 16:1 BLS El hombre propone y Dios dispone).

Este principio está en nuestro hablar, cuando decimos: “Si Dios lo permite… haremos tal o cual cosa”. Pero a pesar de que esté en nuestras frases, en ocasiones se nos olvida que nuestras vidas dependen de la voluntad de Dios, y que lo que vaya a suceder, es que así lo ha querido Dios.

Después de leer parte del capítulo de Eclesiastés, nos fuimos a Job y su mujer, luego un poco de José, y luego Santiago. Ahora volvamos a leer Eclesiastés 3:1-8 pero con lo que acabamos de consolidar con Job, José y Santiago. Recordemos que las cosas no dependen de nosotros, sino de Dios. Entonces:

Eclesiastés 3:1-8

(1)  Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.

En otras palabras, el tiempo que se nos da es limitado y depende de Dios. 

Eclesiastés no está hablando tanto de usted ni de mi. Está hablando del tiempo de Dios, el que nos entrega y donde él lleva a cabo su voluntad.

(2)  Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;

¿Podemos elegir cuándo nacer, o cuándo morir? De aquí en adelante tenemos que seguir leyendo no con el tiempo en nuestras manos, sino en las manos de Dios

(3)  tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar;

(4)  tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar;

(5)  tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar;

(6)  tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;

(7)  tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;

(8)  tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.

Lo interesante del libro de Eclesiastés es que desarrolla una exposición reflexiva que incluye la presencia de Dios y su plan, pero al mismo tiempo deja ver un gris desencanto en la vida física del hombre. Porque la vida física no es el fin. Pero si se piensa de esta manera por alguna razón, se nubla la mirada hacia el plan de Dios para con el hombre, se nubla el entendimiento que esta vida es temporal porque es en preparación para la otra vida, la cual es una vida perpetua. 

Si nos encontramos en cualquiera de estos verbos recién leídos, debemos considerar que es un tiempo que Dios ha permitido que suceda y que no ha sido con despropósito.

Edificar, esparcir piedras, romper, hablar, destruir… no somos los únicos ejecutores de las vicisitudes a nuestro alrededor. Dios tiene un propósito.

No tiene nada de malo alegrarse con el trabajo, tomar un buen vino y comer bien. Pero estas cosas son sólo momentos efímeros que Dios nos permite tener, porque en realidad no hay que olvidar que estamos en esta vida apostando a vivir otra: la perpetua. 

En Eclesiastés 3 leemos que “Todo tiene su tiempo”, pero no depende de nosotros.

Tomamos decisiones en base a la voluntad de Dios que se manifiesta en nuestra vida. 

Como dice Santiago. (4:15) Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.

El capítulo 2 menciona que Salomón engrandeció sus obras, construyó casas, plantó viñas, huertos y jardines con árboles de todo fruto. Hizo estanques de agua para irrigar sus plantaciones. Tuvo todo tipo de siervos y siervas, vacas, ovejas, mucha plata, oro y tesoros. Grandes coros con diferentes instrumentos musicales. Pero vio que todo era vanidad y aflicción de espíritu y sin provecho debajo del sol. La melancolía del rey Salomón llegó a tal punto que aborreció su vida y también su trabajo, a pesar de que había sido un constructor maravilloso.

¿Por qué?

Porque perdió el foco que sólo Dios nos puede dar. Sólo Dios nos ayuda a valorar esta vida en vías de esperanzarnos con alegría en la siguiente vida, la vida perpetua, la vida eterna.

La vida ahora es pasajera y temporal. En ella suceden cosas que no comprendemos. Pero no olvidemos que no estamos en estos tiempos para enfocarnos en el trabajo, las construcciones, los deleites y todas las distracciones que en ella hay. 

CONCLUSION

Todo tiene su tiempo dentro de la eternidad de Dios.

Como fuimos creados finitos, es entonces una prioridad comprender que lo único eterno que perdura es Dios. 

El tiempo de Eclesiastés no se refiere al tiempo que nosotros disponemos para hacer tal o cual cosa, sino más bien, a ser testigos dóciles para fluir en conjunto con la voluntad divina.

Y me gustaría terminar con el siguiente cierre

Romanos 5:6 Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.

La voluntad de Dios puede sonar abrumadora, pero no podemos dejar de hablar de ella sin el acto más hermoso que nadie ha hecho jamás y que fue su voluntad: morir por nosotros. 

Ese es el carácter de la voluntad de Dios. 

A pocas semanas de volver a renovar el pacto con nuestro Creador amoroso es fundamental vivir nuestras vidas en función de los tiempos de Dios sin importar la situación en la cual nos encontremos.

Al nacer o al morir, al plantar o arrancar lo plantado, en muertes y curaciones, en destrucciones y edificaciones, en llanto o risa, en endecha, en baile, esparciendo piedras o juntándolas, abrazando o guardando la (sana) distancia, buscando o perdiendo, guardando o desechando, rompiendo o cosiendo, callando o hablando, amando y aborreciendo, en guerra o en paz… 

En todas estas cosas, consideremos a Dios porque su voluntad es perfecta. 

Vivamos estos tiempos sabiendo que el tiempo, el tiempo de Dios es.