Epílogo de las heroínas de la fe

Usted está aquí

Epílogo de las heroínas de la fe

Podemos pensar que estos escasos ejemplos del pasado son buenos ejemplos, para todos nosotros, pero ¿y ahora? ¿Acaso hoy pue­de la mujer esperar que Dios escu­che sus oraciones y recompense su fe? ¿Acaso Dios discrimina a la mujer hoy? Permitamos que el apóstol Pe­dro nos dé la respuesta: "En ver­dad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia" (Hechos 10:34, 35). Las principales lecciones de estas vidas son sobre el carácter espiritual y las virtudes femeninas. Es obvio que Dios espera que tanto mujeres como hombres crean fielmente en él porque "ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; por­que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3:28).

Dios espera que tanto las mu­jeres como los hombres expresen aquella fe activa, obedecién­dole a él en todo. ¿Por qué es tan impor­tante para Dios la fe activa? Para responder a esa pregunta, debe­mos primero repasar la definición bíblica de la fe, para saber qué es y qué no es. La Biblia la define así: "Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1). Es decir que la fe es confianza inquebrantable en la voluntad de Dios, en su propósito y en su ley; es la convicción absoluta, aun antes de que veamos las pruebas físicas de ­que Dios responderá a nues­tras oraciones.

Las heroínas, como el caso de Débora sabían antes de proceder, que Dios al final les concedería la victoria, por mucho que aparentemente podría venir la derrota. Pero las mujeres en la biblia tuvieron una fe activa, poniendo toda su confianza en Dios y en sus promesas. Gracias al poder de Dios, las heroínas resultaron vencedoras, contra toda prueba lo que se les puso al frente.

Debe quedarnos claro que la fe no es una emoción pasajera ni un sentimiento que pueda llamarse fe. Su fe tampoco era simple esperanza. Una fe así no gana batallas ni vence desafíos, que muchas veces se ponen al frente. Una fe que nos lleva a creer en Dios y obedecerle, es la única fe que le agrada a nuestro Padre. No es vano las Escrituras declaran: "Sin fe es imposible agra­dar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan" (Hebreos 11:6).

Los que creen y confían en Dios no permiten que las circunstancias los hagan dudar. Por eso, sus oraciones reciben respuesta. "Pero pida con fe, no dudando nada: porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues. quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor" (Santiago 1:6, 7).

Las vidas de las mujeres que hemos estudiado son una muestra representativa de todas aquellas a quienes alaban las Escrituras. Porque junto con las otras piadosas mujeres que se encuentran en las páginas de la Biblia, comparten varias características. Cierto, estas nobles mujeres nos enseñan a centrar nuestras vidas, nuestra fe y nuestra perspectiva del futuro sobre Cristo y su maravilloso plan de salvación. En una palabra, esa es la misma respuesta que el evangelio demanda de nosotros. No solo es el tema central proclamado por las mujeres de la Biblia, sino es el corazón mismo de todo el mensaje bíblico. No se distinguen por ninguna de las típicas razones por las que se otorga celebridad a ciertas mujeres en estos días. La mayoría de ellas no se casaron con ninguna clase de fama o influencia. Ellas no derivaron su identidad o su reputación solamente de sus maridos. La mayoría no obtuvo ningún tipo de celebridad a los ojos del mundo. Ninguna de ellas se distingue por una gran carrera, algún logro mundano o algo que pudiera sobresalir a los ojos de un observador cultural. Todas fueron básicamente modestas, en el verdadero sentido de la palabra, “como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Timoteo 2:10).

El relato de cada una de ellas ilustra, de una manera significativa, una particular cualidad moral o un atributo espiritual, digno de imitar. Con Eva, fue su perseverancia en fe y expectación, aún después que su mundo se había hecho pedazos por su propio pecado. En el caso de Sara, fue su esperanza inconmovible que perseveró contra obstáculos increíbles. La lección de la vida de Rahab se ve en el ejemplo de su notable conversión, porque nos recuerda cuán dramáticamente la gracia de Dios puede reconstruir una vida devastada por el pecado. Rut fue un ejemplo viviente de devoción, amor, confianza y humildad. Ana ejemplifica la entrega maternal y la importancia de hacer del hogar un lugar donde Dios es honrado por sobre todo lo demás. María, la madre de Jesús, fue un modelo de humilde sumisión. Ana, la del Nuevo Testamento, fue una ilustración acertada de cómo ser un testigo fiel de la gracia y la gloria de Dios. La mujer samaritana personifica una ardiente respuesta al mensaje del Evangelio. Marta y María encarnan las virtudes gemelas de adoración y servicio, impulsadas por una profunda devoción a Cristo. María Magdalena fue un ejemplo viviente de cómo la liberación y el perdón llevan al amor verdadero (Lucas 7.47). Y a Lidia se la recuerda por un corazón que se abrió de par en par para nuestro Señor. Por supuesto que ninguna de estas mujeres fue perfecta. Sus defectos y caídas quedaron registradas para amonestarnos (1 Corintios 10:8-11). Las Escrituras siempre se refieren al pecado de los santos con sencillo candor, pero nunca de un modo que glorifique la maldad, Dios siempre usa vasijas imperfectas para que la excelencia del poder sea solamente de Él (2 Corintios 4:7). Después de todo, Cristo vino a la tierra para buscar lo que se había perdido. Esto debería ser un valioso estímulo para que venzamos nuestras propias flaquezas.