Noveno Mes: Kislev
Marta y María, trabajo y adoración
Vivían con su hermano, Lázaro, en la pequeña aldea de Betania. Estaba situada a corta distancia de Jerusalén, un poco más de tres kilómetros del centro de la ciudad y al sudeste de la puerta oriental del Templo (Juan 11:18) en dirección al Monte de los Olivos. Tanto Lucas como Juan cuentan que Jesús disfrutaba de la hospitalidad de esta familia. Según los evangelios, fue allí al menos en tres oportunidades cruciales. Betania era aparentemente un lugar de detención frecuente en sus viajes, y la casa de esta familia parece haberse convertido en su lugar de residencia durante sus visitas a Judea.
Todo lo digno de elogio en ellas estaba, de un modo u otro, concentrado en Él. Era el centro de la mayor expectación para cada una de las mujeres sobresalientes del Antiguo Testamento y fue inmensamente amado por las principales mujeres del Nuevo Testamento. Marta y María de Betania son ejemplos clásicos. Se convirtieron en apreciadas amigas personales de Jesús durante el ministerio terrenal del Señor. Más aún, Él tenía un amor muy profundo por esa familia. Aparentemente, personas como Marta y María lo acogían con regularidad en sus hogares y familias, y Él se sentía como en casa entre sus amigos. Lucas 10:38-42 describe un pequeño conflicto entre Marta y María sobre cómo es mejor demostrar la devoción a Cristo.
Prácticamente el capítulo 11 de Juan está dedicado a la muerte de su hermano Lázaro. Juan describe la congoja de las hermanas por su muerte, y cómo Jesús las ministró en su dolor, cómo se conmovió con ellas en un modo profundo y personal y cómo levantó a Lázaro de la muerte.
Ese milagro dramático y público, fue lo que finalmente selló la determinación de los líderes judíos de enviarlo a la muerte, porque sabían que, si Él podía levantar a los muertos, la gente lo seguiría y los dirigentes perderían su base de poder (Juan 11:45-57). Juan 12 cuenta cómo María ungió los pies de Jesús con un costoso ungüento y se los secó con sus cabellos.
Seguramente intensificaron su sentido del deber y gratitud hacia Él, como refleja el acto de adoración de María.
María sabía exactamente cómo mostrar su gratitud. Su acción ungiendo a Jesús fue similar a otro hecho al comienzo del ministerio de Jesús (Lucas 7:36-50). En la casa de un fariseo que se llamaba Simón, una mujer “pecadora”, al parecer una prostituta arrepentida había ungido los pies de Jesús y los había secado con sus cabellos, tal como María hizo con Jesús.
Aunque sin mucho interés de considerarlo, nuestro enfoque principal en este capítulo es el famoso incidente que se relata al final de Lucas 10 cuando Jesús le dio una suave reprimenda a Marta acerca de dónde debía poner sus prioridades. La queja de Marta suena inmadura y propia de una joven. La réplica de Jesús, aunque encerrando una suave crítica, tiene un tono casi paternal.
Marta, estaba en el extremo opuesto del espectro hospitalario de María. Porque ella se quejaba continuamente por sus deberes de anfitriona. Deseaba que todo estuviera perfecto. Sus rasgos admirables eran su esmero y dedicación como dueña de casa, por lo que su conducta también tenía mucho de encomiable. Sin embargo, abandonó toda pretensión de disimulo o cortesía y ventiló su agravio contra su hermana directamente frente a Jesús. En realidad, se quejó a Él y le pidió que interviniera y pusiera a María en su lugar. Jesús amaba a ambas con el mayor afecto.(Juan 11:5).