Octavo Mes: Heshvan
La mujer samaritana, al encuentro del agua viva
Jesús la halló cuando ella llegó a sacar agua de un pozo, y el encuentro transformó su vida. El apóstol Juan dedica cuarenta y dos versículos para contar el asombroso encuentro de esta mujer con el Señor. Una sección tan significativa de Las Escrituras no se daría a un solo episodio a menos que las lecciones que encierra no fueran de mayor importancia. En primer lugar, este era el pozo de Jacob, ubicado en una parcela de tierra de esa región muy conocida por los estudiosos del Antiguo Testamento. Era el campo que Jacob compró para instalar su tienda en la tierra de Canaán (Génesis 33:18-19). Allí erigió un altar y lo llamó “El-Elohe-Israel” que significa “el Dios de Israel” (v. 20). Este mismo campo fue el primer bien raíz habitado que la Biblia menciona como propiedad de un israelita en la tierra prometida. Antes, Abraham había adquirido la heredad de Efrón, en que se hallaba la cueva donde él y Sara fueron sepultados (Génesis 23:17-18; 25:9-10). Sin embargo, esta propiedad fue, en realidad, el hogar de Jacob.
Pero la ubicación del pozo estaba bien establecida en los días de Jesús por la centenaria tradición judía, y en el sitio hay una gran señal hasta hoy. El pozo es muy hondo (Juan 4.11), accesible solo mediante una larga soga que llega a un hoyo cavado en una piedra de caliza blanda. En tiempos de Jesús, esa porción de territorio estaba situada en Samaria, y este es otro sorprendente detalle acerca de lo presentado en Juan 4. Para Jesús estar en Samaria era del todo inusual. Los samaritanos eran considerados impuros por los israelitas. Jesús viajaba de Jerusalén a Galilea (v.3). Una mirada a cualquier mapa muestra que la ruta más directa entre esos dos puntos pasa por Samaria. Los samaritanos eran un pueblo de raza mixta, descendiente de los paganos, que se habían casado con los pocos israelitas que permanecieron allí, después que los asirios conquistaron el reino del norte (722 a.C.). Era insólito aún para ella que un judío quisiera dirigirle la palabra (v.9). Fue igualmente chocante para sus discípulos encontrarlo hablándole (v.27). Se habría considerado ultrajante para Él que bebiera de un vaso impuro que pertenecía a una mujer impura. Parece extraño que una mujer como ésta entrara tan rápidamente en un extenso diálogo con Jesús. La conversación de Jesús con la mujer comienza de manera bastante sencilla. Él le pide agua para beber. Jesús no tenía con qué sacar el agua. “Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?” (v.9). Jesús dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva”. Ella respondió “¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?” (vs.11-12). Jesús le aseguró que el agua que Él ofrecía era infinitamente mejor que el agua del pozo de Jacob: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (vs.13-14). Pero su réplica tan solo imitó el mismo lenguaje metafórico que Él había usado con ella: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla” (v.15). Jesús finalmente le dijo: ” Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.