Quinto Mes: Ab
Ana, retrato de la gracia femenina
Ana casi había perdido la esperanza de ser madre. Su experiencia es casi igual a la de Sara. Igual que ella, no tenía hijos y esto la perturbaba. Los matrimonios de ambas mujeres estaban atormentados con la tensión de la bigamia de sus maridos. Ambos habían recibido al fin la bendición de Dios a su petición, y en ambos casos, la respuesta a sus oraciones resultó ser en extremo, y más abundantemente significativas que lo que alguna vez se habrían atrevido a pedir o pensar. El hijo de Ana, Samuel, fue el último de los jueces. También fue el sacerdote que oficialmente inauguró la dinastía real de Israel ungiendo a David como rey. Samuel se hizo una figura imponente en la historia de Israel.
En términos de sufrimiento emocional, la rendición a la voluntad de Dios tendría un precio muy alto. Para Ana esto significó una pena profunda de tener que separarse de su propio hijo. Samuel dejó el hogar para comenzar su formación de tiempo completo en el tabernáculo cuando recién aprendía a caminar, edad en que la mayoría de los niños todavía regalonean en los brazos de sus madres.
Pero su famosa oración de dedicación, cuando ofreció su hijo a Dios, es en realidad una apología profética del Mesías de Israel. Evidentemente, ella abrigaba la misma esperanza mesiánica que enmarcaba la cosmovisión de cada una de las mujeres extraordinarias que estamos viendo. Ana era una mujer desconocida que vivía en un lugar remoto de Israel con su marido, Elcana. Tenían su casa en el territorio ocupado por la tribu de Efraín. En 1 Samuel 1:1 encontramos una lista en la que aparece el tatarabuelo de Elcana, Zuf, como un “efrateo”, pero esto claramente designa solo el territorio donde la familia vivía, y no su línea de ascendencia.
Los antepasados de Elcana, probablemente tan lejanos como la primera generación después de la conquista de Canaán, habían vivido entre la tribu de Efraín. Esa es la razón por la que Zuf es llamado “efrateo”, aunque ésta claramente fue una familia de coatitas, de la tribu de Leví. Ana viajaba fielmente con Elcana al templo todos los años para adorar y ofrecer sacrificio. Las Escrituras los retrata como una familia devota, aunque vivían en un período deprimente de la historia de Israel. La Biblia nos recuerda que Elcana viajaba a Silo para adorar y ofrecer su sacrificio donde estaban dos hijos de Elí, Ofni y Finees, sacerdotes del Eterno (1 S 1:3). Ambos eran dos de los peores sacerdotes que encontramos en Las Escrituras. Todos estaban conscientes de lo que Ofni y Finees hacían, pero su padre Elí solo hacía un intento a medias por reprenderlos, a pesar de que era el sumo sacerdote. El arca misma había llegado a significar muy poco para ellos. Ofni y Finees la trataban como un mero talismán. En la batalla contra los filisteos, al ser derrotado Israel, perdió el arca, y murieron Ofni y Finees. El arca permaneció en abandono en casa de Qujiriat-Jearim, hasta que David la recuperó y la trajo a Jerusalén. También Elí murió por las lesiones que le ocasionó su caída.
Elcana tenía dos mujeres Ana y Penina que tenía hijos. Era la rival de Ana. Ana vivía angustiada y atormentada por Penina, hasta que finalmente Dios le concedió un hijo y la usó a formar al pequeño Samuel. La influencia de Ana como esposa y madre piadosa se pueden ver en los tres grandes amores de su vida. Amor a Dios, amor a su marido y amor por su hijo Samuel. Su hijo era una respuesta viviente de la oración, y un recordatorio de que Dios había oído lo que ella pidió, y le había concedido el deseo de su corazón. Durante los siguientes años, Ana cuidó a Samuel. Entonces, lo llevó a presentarlo al Señor para quedarse allí para siempre.