#291 - 1 Pedro 4-5: La prueba de la fe; la segunda resurrección

Usted está aquí

#291 - 1 Pedro 4-5

La prueba de la fe; la segunda resurrección

Descargar
291-1p4-5print (202.48 KB)

Descargar

#291 - 1 Pedro 4-5: La prueba de la fe; la segunda resurrección

291-1p4-5print (202.48 KB)
×

Al fin de cuentas, Pedro estuvo más de tres años en la mejor “universidad” que haya existido jamás, la de Jesucristo, que era Dios mismo en la carne, como el único profesor y con la Biblia como el principal texto. Además, Pedro recibió una generosa porción del Espíritu Santo para poder asimilar estas enseñanzas y desarrollar al máximo sus dotes de líder.

El contenido y el enfoque de esta epístola es muy parecida a la de Santiago, e indica la profunda e íntima influencia que ambos recibieron del mismo Maestro. El principal motivo de esta epístola es animar y fortalecer los hermanos para que puedan soportar con éxito las duras pruebas que estaban pasando e instarles a alcanzar la gran meta de entrar en el reino de Dios.

Pedro les amonesta: “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el [camino del] pecado, para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios. Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías” (1 Pedro 4:1-3).

El término “armaos” denota ponerse una armadura, tal como los soldados romanos lo hacían, pero en este caso, es la armadura de la fe para pelear la buena batalla contra las fuerzas espirituales de este mundo.

Era común en ese mundo, como lo es hoy día, que la sociedad en general celebrara días festivos paganos con mucho desenfreno. En Roma la mayoría de los emperadores fueron hombres absolutamente disolutos. Durante el año se celebraban muchas fiestas paganas en honor a dioses como Baco, el dios del vino, Afrodita, la diosa del amor erótico y Juno, la diosa de la fertilidad. Las “bacanales” eran fiestas dedicadas a Baco donde las borracheras eran vistas como un tributo a ese dios. Las saturnalias, dedicadas al dios Saturno, eran fiestas con grandes excesos que eventualmente fueron reemplazadas por la actual fiesta de la Navidad. Muchas fiestas terminaban en orgías y borracheras. El hecho de que un cristiano no participaba en ningunas de estas fiestas paganas lo marcaba ante sus antiguos amigos como un “aguafiestas” y hasta un enemigo del Estado.

Pedro menciona que personas cercanas a uno van a notar ese dramático cambio de estilo de vida y en la mayoría de los casos, no lo van a felicitar ni comprender; más bien, uno debe prepararse para ser hostigado. Dice: “A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan; pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos” (1 Pedro 4:4-5).

Tal como Noé y su familia tuvieron que mantenerse fieles a Dios y resistir el camino del pecado para ser “bautizados” y “salvados por agua” (1 Pedro 3:20-21) el cristiano también comienza una nueva vida después de su bautismo. Jamás debe volverse a la antigua vida del pecado e ir en contra de la ley de Dios. Por eso el bautismo divide la vida de la persona en dos etapas: la que fue antes del bautismo y la que fue después.

Pedro anima a los hermanos a soportar ese hostigamiento con fe y esperanza, pues ellos saben que, al igual que los paganos, tendrán que rendir cuentas ante Dios por sus obras. Dice: “Por eso el evangelio ha sido predicado a los que ahora están muertos; para que aunque sean juzgados en carne como hombres, vivan en espíritu según Dios” (1 Pedro 4:6, NRV).

He aquí una clara referencia a la doctrina de “la segunda resurrección” y descrita en Apocalipsis 20:5, 11-12 y en Ezequiel 37:1-14. Pedro explica que las personas que no conocieron el verdadero camino de Dios en esta vida serán juzgados “en carne”, es decir, tendrán que resucitar en un cuerpo físico para rendir cuentas ante Dios por sus vidas. En ese momento serán juzgadas por sus pecados y declaradas culpables; pero luego, se les dará una oportunidad para conocer y aceptar el camino de la verdad, pues Cristo también murió por todos ellos. Al arrepentirse, bautizarse y recibir el Espíritu Santo, se abre “el libro de la vida” para que puedan ser inscritos allí (Apocalipsis 20:12). Hay un período de tiempo para mostrar por los frutos que ese arrepentimiento es genuino y luego, si perseveran en la fe, recibirán la vida eterna y un cuerpo espiritual. Entonces se cumplirá lo que dice Pedro aquí, que podrán seguir viviendo “en espíritu según Dios” para siempre.

Luego dice: “El fin de todas las cosas se acerca. Sed, pues, sensatos y sobrios, para que podáis orar” (1 Pedro 4:7, NRV). El término “velad” en la versión Reina Valera es mejor traducido del griego como “cultivar” la vida de oración. Barclay explica: “Pedro les insta a ver la vida con seriedad y no con frivolidad ni irresponsabilidad, puesto que todos tendrán que rendir cuentas a Dios. Para orar debidamente es necesario cultivar la práctica de orar. Si la mente está desequilibrada y el enfoque es frívolo e irresponsable, no se podrá orar debidamente. Sólo cuando tomamos la vida en serio y comenzamos todo lo que hacemos diciendo: ‘Hágase tu voluntad’ podremos orar correctamente”.

Para que la oración sea eficaz, Pedro añade: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Pedro 4:8). Santiago menciona este mismo principio de amar y sacrificarse por los demás para que haya misericordia durante el juicio de Dios. Santiago explica: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio” (Santiago 2:13).

Una forma concreta de mostrar ese amor, explica Pedro, es practicando la hospitalidad con gusto. Dice: “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones” (1P 4:9). Barclay acota: “Sin la hospitalidad, la iglesia primitiva no hubiera sobrevivido. Los ministros que viajaban y esparcían las buenas noticias del reino tenían que encontrar alojamiento y no había lugar salvo en los hogares de los cristianos. Las posadas eran sumamente caras, sucias y notoriamente inmorales. Por eso encontramos a Pedro quedándose en la casa de Simón el curtidor (Hechos 10:6). Además, no eran solo los ministros que necesitaban alojamiento, sino la misma iglesia. Por los primeros doscientos años no existió tal cosa como un edificio para la iglesia. La iglesia debía reunirse en los hogares de los miembros que tenían suficiente espacio y que estaban dispuestos a pasar por las correspondientes incomodidades. Leemos de la congregación que se reunía en la casa de Aquila y Priscila (Romanos 16:5; 1 Corintios 16:19) y la iglesia que se congregaba en la casa de Filemón (Filipenses 1:2). Sin personas dispuestas a abrir sus hogares, la iglesia primitiva no hubiera podido reunirse. No debe, por lo tanto, sorprendernos por la constante insistencia en el Nuevo Testamento para practicar la hospitalidad.”

La hospitalidad es una forma de expresar los dones de amor que Dios repartía. Pedro escribe: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos” (1 Pedro 4:10-11). El término “administradores”, del griego oikonomos, significa “mayordomo” o el siervo que administraba los bienes del dueño. Por eso, nosotros debemos sentirnos como mayordomos de Dios que reciben en esta vida dones físicos y espirituales para servir a Dios y tendremos al final que rendir cuentas. Estos dones incluyen entender y explicar la Palabra de Dios, cantar alabanzas a Dios, orar por los demás, animar a los descorazonados, usar las habilidades físicas o intelectuales para Dios, y aportar fielmente para que la Obra de Dios avance.

Luego, Pedro vuelve a lo que está más en las mentes de los hermanos en el norte de lo que hoy día es Turquía: las duras pruebas que están sufriendo. Les enseña: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello” (1 Pedro 4:12-16).

Los gentiles conversos que habían entrado hace poco en la iglesia no estaban acostumbrados a las persecuciones como sus compañeros judío-cristianos que sí lo estaban. Nunca ha sido fácil ser un cristiano. Conlleva una vida más solitaria al enfrentar sin mucha comprensión problemas, sacrificios y persecuciones. Sin embargo, Pedro sabe que las persecuciones son inevitables pues Cristo dijo: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:20). La naturaleza humana suele sospechar y menospreciar lo que es diferente y el cristiano es distinto a las demás personas del mundo. Pedro sabe que las persecuciones sirven como pruebas para demostrar la firmeza de la fe. De hecho, se puede medir la fe por lo que uno está dispuesto a sufrir para retenerla. También Pedro menciona que hay algo alentador en las persecuciones, pues así uno comparte los sufrimientos de Cristo y, como dice Pablo: “si padecemos juntamente con él… juntamente con él seremos glorificados” (Romanos 8:17). Debemos recordar que cualquier cosa que sufrimos por el nombre de Cristo es un privilegio y no un castigo. Pedro dice que demuestra que el glorioso Espíritu de Dios, llamado Shekiná en el Antiguo Testamento que era la presencia de Dios en el templo, ahora está trabajando en uno.

Estos sufrimientos le recuerdan a Pedro otra vez del juicio y la oportunidad que tendrán los que no están siendo llamados en la segunda resurrección. Dice: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza con nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen el evangelio de Dios? Y, si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” (1 Pedro 4:17-19).

Aquí Pedro repite unas verdades muy importantes:

(1). El juicio de Dios comienza, no con el mundo incrédulo, sino con la iglesia. Pablo nos llama “los que primeramente esperábamos en Cristo” (Efesios 1:12). A la vez, Santiago llama a los miembros de la iglesia: “primicias de sus criaturas” (Santiago 1:18). 

(2). La persona llamada en esta vida es la que puede ser parte de la primera resurrección (Apocalipsis 20:6). Las personas no llamadas en esta vida tendrán que esperar para la siguiente etapa, que será mil años después de que Cristo reine aquí en la tierra (Apocalipsis 20:5).

(3). Si los miembros apenas entran en el reino, ¿qué probabilidad habrá para los que resuciten en la segunda resurrección? Somos nosotros los que tenemos que dar el ejemplo a ellos al haber perseverado en la fe a pesar de las pruebas, al haber sufrido junto con Cristo, y al haber alcanzado a entrar en el reino de Dios.

Luego, Pedro se dirige a los pastores. “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5:1-3).

Después de treinta años de haber escuchado al Cristo resucitado, Pedro no se había olvidado de esas portentosas palabras, “Pastorea mis ovejas” (Juan 21:16). Explica Robertson: “Jesús usó esta misma palabra “pastorea” cuando habló con Pedro y sin duda, Pedro la tenía en mente aquí.”

Para aclarar los papeles de los pastores, Pedro contrasta tres actitudes. En vez de sentirse obligados a servir, debe nacer de un deseo genuino. Barclay aclara: “El anciano debe aceptar el oficio, no bajo presión o al ser obligado, sino libre y voluntariamente porque desea servir a Dios”. También, en vez de aceptar el cargo para ver lo que puede sacar monetariamente de ello, lo acepta por lo que puede dar a los demás. En vez de recibir el puesto para dominar a otros, lo hace para ser un ejemplo para los demás. El término “enseñorear” [katakurieuein] que Pedro utiliza aquí es el mismo que escuchó Jesús usar al decir: “Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Marcos 10:42-43).

Pedro les recuerda a los pastores que tendrán que rendir cuentas ante Jesús por la forma que cuidaron la iglesia y espera que sea en forma positiva para que “cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro 5:4).

Pero la humildad y sumisión no deben ser atributos sólo de pastores, sino también de todos en la congregación. Pedro señala: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:5-7).

Cuando Pedro dice que debemos estar “revestidos” de humildad, usa el término del delantal usado por los siervos para servir a otros, recordando que Jesús mismo “se ciñó con una toalla” para lavar los pies de sus discípulos. Esta actitud debe prevalecer en la iglesia.

Pedro añade: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1 Pedro 5:8-9). La analogía de Satanás como un león rugiente no era sólo una imagen, pues todavía existían leones donde Pedro se crío en Galilea y probablemente los vio cazar sus presas. Satanás es tan sutil como un león, que acecha a la víctima que es débil y descuidada. Por eso Pedro nos insta a resistirlo “firmes” y no “débiles” en la fe. También menciona que nadie está exento de ser atacado, pues alrededor del mundo, todos los miembros pasan por pruebas y tentaciones que deben superar.

Pedro termina su epístola con palabras alentadoras y ganadoras. “Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pedro 5:10-11). Nos recuerda las palabras de Pablo: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31) y de Juan: “...mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).

Luego le da a su epístola un toque personal. “Por conducto de Silvano, a quien tengo por hermano fiel, os he escrito brevemente, amonestándoos, y testificando que ésta es la verdadera gracia de Dios, en la cual estáis” (1 Pedro 5:12). Este Silvano probablemente es el mismo que acompañó antes a Pablo (Hechos 15:40). Y Pedro finaliza: “La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan. Saludaos unos a otros con ósculo de amor. Paz sea con todos vosotros los que estáis en Jesucristo. Amén”.

Comenta el historiador William McBirnie: “Muchos se han preguntado si Babilonia no se refiere en realidad a Roma, pues frecuentemente fue llamada “Babilonia” por los primeros cristianos. Sin embargo, la ciudad de Babilonia era todavía un centro importante de colonos judíos y tenía ejercía una gran influencia en todo el mundo judío cuando Pedro ministró allí por algún tiempo. Hasta hoy día, las iglesias del Oriente rastrean su linaje a Babilonia, y, por lo tanto, a Pedro” (La Búsqueda de los Doce Apóstoles, 1973, p. 57). Es probable que Pedro fue llevado al final de su vida a Roma debido a la persecución de los cristianos por Nerón, y allí murió. Pero como dice el historiador Henry Chadwick sobre la carrera de Pedro: “Que Pedro estuvo en Roma por veinticinco años es una leyenda del tercer siglo” (p. 18).