#289 - 1 Pedro 1-2: "El glorioso plan de Dios revelado; niños en la fe"

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#289 - 1 Pedro 1-2

"El glorioso plan de Dios revelado; niños en la fe"

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El fin era para que se pudieran entender sus verdades claramente y sin distorsiones. Imagínense qué pasaría si se tomara un libro de texto y se arrancaran secciones enteras. Luego se vuelve a armar todo descompaginado. ¡Confusión total!

En el Antiguo Testamento, Dios comienza con la base de todo, los primeros cinco libros llamados “la Ley”. Aquí se revelan los principios de la ley de amor de Dios. La siguiente sección se llama “los Profetas” y muestra cómo se aplicó o no la Ley en la historia y sus consecuencias. Finalmente están “los Escritos” que muestran el espíritu detrás de la Ley. Todos estos libros siguen una secuencia lógica.

También en el Nuevo Testamento existe una secuencia lógica. Empieza con “los Evangelios” que son la base de la Ley de Dios y muestra su verdadera intención: en la letra y en el espíritu. Luego están “los Hechos”, o la historia de los primeros treinta años de la iglesia. Muestra cómo se guardó correctamente la Ley de Dios y fija el modelo que la iglesia debe seguir en el futuro. Después vienen “las Epístolas Generales”, escritas por los principales apóstoles como Santiago, Pedro y Juan, todos instruidos personalmente por Jesús. Pablo reconoce a estos tres como las columnas o los líderes principales de la iglesia. Dice: “...Jacobo [Santiago], Cefas [Pedro] y Juan, que eran considerados como columnas [de la Iglesia]” (Gálatas 2:9). 

Por eso, el orden correcto de la Biblia empieza con las enseñanzas de los principales apóstoles. Primero tenemos la epístola de Jacobo, o Santiago, el medio hermano de Jesús, quien estuvo a cargo de la iglesia madre en Jerusalén y que supervisó a las demás. El historiador Jerónimo menciona: “Luego de la pasión de nuestro Señor, los apóstoles ordenaron a Santiago como obispo de Jerusalén… Gobernó la iglesia de Jerusalén por treinta años, hasta el séptimo año del reinado de Nerón”.

De ese modo, Dios inspiró el orden bíblico para que la primera epístola fuera la de Santiago. Él tiene la vista panorámica de la iglesia y nos enseña cómo debemos guardar fielmente la ley de Dios, que la llama “perfecta”, “real”, y “de la libertad”. Es claro que, con esa base, jamás se hubieran formado las iglesias católicas o protestantes, pues Santiago nos señala el perfecto equilibrio entre la fe, las obras, la gracia y la ley, pues todo tiene su lugar indicado y apropiado. 

Ahora pasamos a la segunda epístola, escrita por el segundo apóstol más importante, el apóstol Pedro. Mientras Santiago estaba a cargo de la iglesia madre, Pedro estaba a cargo de las comunidades judías. Pablo explicó cuál era la comisión de Pedro: “Pues, el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles” (Gálatas 2:8). En realidad, el gobierno de la iglesia estaba compartido por todos los apóstoles, cada uno a cargo de un área.

Así tenemos un indicio de la organización básica de la iglesia en los primeros años. Santiago estaba a cargo de la iglesia principal en Jerusalén. De allí se supervisaba todo con la ayuda de los demás apóstoles. Fue ese el gobierno que llevó a cabo la primera conferencia ministerial en Jerusalén. Pedro estaba a cargo del evangelio de los de la circuncisión, o el pueblo judío alrededor del mundo. Pablo iría a las naciones gentiles para proclamar el evangelio y los demás apóstoles irían a los lugares donde todavía estaban las diez tribus perdidas de Israel. Recuerden que Cristo había comisionado a los apóstoles para que fueran a las tribus perdidas de Israel (Mateo 10:6) y les indicó que estarían a cargo de las doce tribus de Israel en su futuro reino (Mateo 19:28). 

El historiador Eusebio menciona que los apóstoles dividieron el mundo en secciones para evangelizarlos: “Así, pues, se hallaban los judíos cuando los santos apóstoles de nuestro Salvador y los discípulos fueron esparcidos por toda la tierra. Tomás, según sostiene la tradición, recibió Partia; Andrés, Escitia [ambos lugares donde estaban parte de las 10 tribus perdidas], y Juan, Asia” (Historia Eclesiástica, Libro 3, capítulo 1). 

Con la epístola de Santiago, Dios establece el respeto que todos los cristianos deben tener por la ley de Dios. Ahora con la epístola de Pedro, muy parecida a la de Santiago, se añaden instrucciones a los gentiles cristianos, pues Pedro tuvo bastante contacto con ellos en sus viajes. Recuerden que fue en Hechos 10 cuando Pedro tuvo el primer contacto con los gentiles llamados por Dios. En la epístola de Pedro se verá el perfecto balance en las instrucciones a los judío-cristianos y a los gentil-cristianos. Es evidente que la iglesia sigue siendo una sola que recalca la obediencia a los Diez Mandamientos como la base de la fe para todos.

Pedro comienza: “Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo.

¡Qué hermosa introducción! Pedro les está recordando a los cristianos que han sido llamados según la “presciencia” o el plan preestablecido por Dios desde antes de la creación del universo. Ellos han recibido el Espíritu Santo para “obedecer” y han sido perdonados por la sangre o el sacrificio de Dios. Barclay explica: “Por medio del sacrificio de Cristo, el cristiano es llamado a tener una nueva relación con Dios, en la cual los pecados del pasado son perdonados y existe un compromiso de parte de ellos para obedecer fielmente a Dios”. Pedro indica que la verdadera pureza espiritual no viene por la sangre rociada de los sacrificios, sino por la sangre de Jesucristo. Así se entiende cómo los gentiles podían ser purificados sin tener que guardar la ley ritual, un punto que Pedro aprendió muy bien.

Él sigue animándolos cuando dice: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros” (1 Pedro 1:3-4).

Pedro muestra una asombrosa capacidad de síntesis. En una frase puede resumir todo el plan de Dios para el hombre. Este plan comienza con la misericordia de Dios, al perdonar nuestros pecados para que podamos “renacer” o comenzar una nueva vida. Para lograrlo, era necesaria la resurrección de Jesucristo, que sería “el primogénito entre los hermanos” (Romanos 8:29). Con su resurrección, comienza la posibilidad de la nuestra, como dice Pablo: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho… porque, así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden...” (1 Corintios 15:20-23).

¿Qué es lo que está guardado en los cielos para nosotros? Pedro contesta: nuestra herencia. ¿Cuál es la herencia del cristiano—el cielo? No. Jesús claramente dijo: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por herencia” (Mateo 5:5). Cuando Cristo vuelva a la tierra, les dirá a los fieles: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34). Claramente, Cristo reinará sobre la tierra —y con sus santos (Apocalipsis 5:10; Apocalipsis 19:15; Apocalipsis 20:4).

Pedro revela otra gran verdad: que la salvación no se alcanza ahora, sino en el futuro. Dice que los miembros son “guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 Pedro 1:5). 

Pedro añade: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1 Pedro 1:6-9).

Tal como Santiago comenzó animando a los hermanos a mantenerse firmes en la fe en medio de las pruebas, así lo hace Pedro. Pedro compara la prueba de la fe a la forma que el oro es purificado en un horno, al quemarse toda la escoria. El joyero divide el oro en 24 partes, llamados quilates, y el oro de 24 quilates es completamente puro, pero jamás se encuentra así en forma natural, viene con imperfecciones. Nuestro carácter espiritual también es probado por las pruebas, y Dios desea que se vaya purificando y se vuelva más valioso que el oro puro. Explica Barclay: “Antes de que sea puro, el oro tiene que ser probado por el fuego. Las pruebas que le vienen al hombre miden su fe y es a través de las pruebas que uno puede emerger más fuerte que antes. Los rigores que pasa un atleta no son para debilitarlo, sino para que desarrolle más fuerza y resistencia. En este mundo, las pruebas no son para debilitar las fuerzas, sino para que aumenten”. 

Sin embargo, siempre debemos orarle a Dios que sea moderado en las pruebas, como rogó Jeremías: “Corrígeme, Eterno, pero con tino, no con tu ira, no sea que me quede en poco” (Jeremías 10:24, Biblia de Jerusalén 3a edición).

Para animar a estos cristianos que están sufriendo duras pruebas, Pedro les insta a recordar el privilegio de saber de ese maravilloso plan de Dios y de la recompensa. Les dice: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 Pedro 1:10-12).

Aquí nos revela dos grandes verdades. (1) Que era el Espíritu de Cristo quien inspiraba a los santos hombres de Dios en el Antiguo Testamento, por lo tanto, no existe tal cosa como una tercera persona en la Deidad pues Cristo no puede estar en dos personas a la vez. (2) Es Cristo, y no Dios el Padre, quien es el Dios conocido por los israelitas en el Antiguo Testamento. Dios el Padre ha dejado a Cristo o el Verbo, a cargo de manejar las cosas aquí abajo en la tierra hasta que todo el plan se haya completado (vea Juan 1:3; 1 Corintios 10:4; 1 Corintios 15:24-28).

Con la herencia de la salvación en vista, Pedro los insta a perseverar en las pruebas. Dice: Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado, como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1:13-15). “Ceñid los lomos” era la forma que se amarraba el borde de la túnica al cinturón y significa aquí “tener las mentes preparadas o enfocadas para hacer bíblicamente lo correcto”. Otra vez Pedro recalca la importancia de la obediencia y de limpiarse de los falsos valores del mundo como requisitos para recibir la gracia de Dios. Barclay menciona: “Los cristianos en ese entonces estaban rodeados por los deseos carnales de los romanos. Había una tremenda pobreza extrema y casi la mitad del Imperio Romano estaba compuesto de esclavos, unos 60 millones. En el otro extremo había banquetes que costaban miles de dólares en el cual servían delicadezas como cerebros de pavos reales y lenguas de ruiseñor. Se perdió el sentido de la castidad. Marcial, el poeta, menciona una mujer que se había casado diez veces y Juvenal, de una que se casó ocho veces en cinco años y Jerónimo de una mujer casada con su esposo vigésimo tercero y ella era la vigésima primera esposa. En Grecia y Roma, las prácticas homosexuales eran tan comunes que se veían como normales. Era un mundo dominado por las codicias carnales, cuyos fines eran encontrar formas nuevas y más salvajes de gratificar los deseos”.

Por eso Pedro usa una analogía común en la Biblia del miembro como un peregrino en este mundo. Dice: “Conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación” (1 Pedro 1:17). Lo dice porque nos dirigimos hacia el reino de Dios y estamos aquí en la tierra en forma temporal. Como Jesús dijo, estamos “en el mundo” pero “no somos del mundo” (Juan 17:11, 16).

Es un viaje largo, donde debemos “desaprender” muchas falsas creencias, remover vicios y asimilar las verdades. Dice: “...sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres”. Nos cuesta desarraigar esas tradiciones y antiguas creencias que nos traspasaron nuestros padres con las mejores intenciones, pero que también fueron ellos engañados por el dios de este mundo. El Sr. Armstrong mencionó que es diez veces más difícil desaprender algo, que aprender algo nuevo.

Pedro nos recuerda que nuestra posibilidad de emprender este peregrinaje le salió muy caro a Dios. Dice Pedro: “sabiendo que fuisteis rescatados… con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros… Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad”.

Aquí nos aclara que el ofrecimiento del sacrificio de Cristo es gratis, pero no es barato. Por eso requiere tanta seriedad y madurez de la persona que se va a bautizar. Antes de la creación, ya Dios el Padre y Cristo, el Verbo, se habían puesto de acuerdo que tendría que venir a sacrificarse por los seres humanos. El pecado era algo inevitable y muestra el tremendo amor que Dios tiene.

Pedro menciona el ser “purificados”, algo que aprendió por su experiencia con Cornelio, al ser purificado por la fe en Cristo y no por sacrificios rituales. Pedro dijo: "Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos [entre los ritualmente puros y no], purificando por la fe sus corazones” (Hechos 15:8-9). Es su mensaje central.

¿Cuál debe ser el resultado de esa fe? Pedro contesta: “el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no con simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:22-23). Usa aquí la analogía de que Dios el Padre nos engendra a través de su Espíritu Santo, su “semilla incorruptible”, en vez del espermatozoide humano y corruptible, que es implantada y crece según es nutrida por la Palabra de Dios. 

Dice: “Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada. Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que en ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor” (1 Pedro 1:25-2:3).

La analogía sigue, al describir la imagen de un niño recién nacido que busca la leche de su madre para nutrirse. Nosotros también debemos buscar la Palabra de Dios con ese mismo afán, para alimentarnos espiritualmente. ¿Podrá ser que muchos de nuestros problemas y pruebas vienen por no buscar la Palabra de Dios de esa manera y estar espiritualmente tan débiles?

Pedro ahora usa otra analogía, la de un constructor. Jesús fue un constructor, pues el término usado, tekton, no es solo de un artesano que trabaja con madera, sino con piedra. Construye y no solo arma. 

Dice: “Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:4-5). 

En otra analogía del crecimiento cristiano, ahora Pedro nos describe como “piedras vivas”, puesto que Jesús usó el ejemplo de sí mismo como la piedra del ángulo que fue rechazada por la nación judía (Mateo. 21:42). La piedra del ángulo era la que se usaba como modelo para establecer los demás ángulos del edificio. “La piedra del ángulo era el soporte visible en que descansa el resto del edificio y depende de ella para su fuerza y estabilidad”, dice El Comentario del Conocimiento Bíblico. Si vamos conformándonos a la imagen de Cristo, estaremos puliendo y limando las asperezas en nuestras vidas. Nosotros, como “piedras vivas” (es decir, nuestras vidas en transformación), seremos más fuertes, estables y nobles. En cambio, si nos apartamos del modelo de Cristo, eventualmente nos convertiremos en una piedra rechazada por Dios y no seremos parte de ese edificio llamado su Iglesia. 

Pablo lo explica bien al decir: “sois...edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor...” (Efesios 2:19-21).