Servimos porque él sirvió primero
Cuando William Shakespeare escribió: “El mundo entero es un escenario, y todos los hombres y mujeres son meros actores”, tenía algo de razón. Si consideramos la vida de esa manera, es decir, nosotros como actores y el mundo como escenario, entonces, ¿quién es nuestro director? ¿Quién escribió el guion?
Para aquellos que son parte de la “ecclesia”, o los llamados, nuestro Dios creador es el director más talentoso y competente. ¡Él hizo el guion! Buscamos a Dios para que nos enseñe cómo vivir esta película llamada vida: nuestro gran ensayo para la venida del Reino de Dios. Puesto que la Biblia es nuestro guion, debemos escudriñarla, estudiarla, vivirla y respirarla para adquirir un carácter virtuoso. Debemos ensayar para que, cuando finalmente llegue el gran día, estemos preparados.
En este hermoso guion se nos presenta el ejemplo de Dios mismo en la carne. La vida de Jesucristo en esta Tierra nos señalaba a Dios el Padre, por eso es que seguimos su ejemplo. Cristo no se preocupó mucho por sí mismo, sino que estimó a los demás como mejores que él. Se entregó completamente por todos nosotros y además dijo: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).
Una descripción fundamental de la misión que nos ha encomendado nuestro Creador es seguir el ejemplo de servicio de Cristo. Cuando estamos cumpliendo correctamente nuestro cometido, declaramos al mundo que Dios es quien nos dirige y su dirección no es gravosa, sino que perfecta, pura, ¡y el camino hacia una vida con propósito! Romanos 6:16 nos dice: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis?” Por medio de la obediencia a las instrucciones de Dios, reconocemos que él es quien está a cargo. Por lo tanto, le servimos y, al servirlo, somos guiados a servir a nuestro prójimo.
1. No podemos servir correctamente a otros a menos que sirvamos apropiadamente a Dios.
A la ecclesia se le ha dado la instrucción de servir. Constantemente se nos instruye que amemos, oremos, cuidemos, animemos, aconsejemos, nos reunamos y nos ayudemos unos a otros. Todo esto es servicio. Y, sin embargo, se nos dice que el servicio no tiene valor si estamos viviendo por fuera de la ley. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). La escritura continúa diciendo que muchas personas se sorprenderán al saber que todos sus actos de servicio fueron en vano por no haber seguido la dirección de Dios, por no haberle servido primeramente a él.
Es preciso notar que nosotros, no importa cuántas buenas obras hagamos o cuántas bocas hambrientas alimentemos, de ninguna manera podemos ser justificados ante Dios por los pecados que hayamos cometido. El profeta Isaías declara elocuentemente en Isaías 64:6 que incluso nuestros actos más justos son como “trapos de inmundicia”, y que dependemos únicamente de la gracia de Dios para ser perdonados (Efesios 2:8). Es a través del arrepentimiento de los pecados y de recibir el perdón que nuestros cuerpos, nuestras manos, todo lo que somos, puede ser usado para servir a Dios como sacrificio vivo, que es “la clase de sacrificio que a él le agrada” (Romanos 12:1, Nueva Traducción Viviente).
Pablo nos recuerda en 2 Timoteo 2:19-21 que una vez que somos limpiados, somos “un vaso para honra, santificado y útil al Maestro, preparado para toda buena obra”. Si él es nuestro Maestro y le servimos, todo lo que produzcamos tendrá su nombre. Yo solía trabajar para un periódico, y cada semana pasábamos muchísimas horas elaborando el diseño de todas las historias y fotografías que tomábamos, para que fueran agradables a la vista. Era verdaderamente una obra de arte. Pero en la parte superior del periódico no decía “Las noticias de Amber Duran”. Claro que no, sino que aparecía el nombre del periódico, y el dueño de la empresa que nos contrataba para hacer el trabajo era considerado el propietario. Debemos esforzarnos por reflejar la luz y no las tinieblas, para que otros vean y glorifiquen a Dios (Mateo 5:16). Servir con la motivación correcta exalta a Dios, no a nosotros.
2. El servicio es cuestión de actitud.
El meollo del asunto es que lo que hay en nuestro corazón realmente tiene importancia. Romanos 2 habla de los judíos, que habían crecido con la ley de Dios y el conocimiento del bien, y sin embargo se enorgullecían de sus obras físicas. En sus corazones, todavía seguían pecando contra Dios. Nuestro servicio no tiene que ver con lo que nosotros podemos hacer, sino con lo que Dios puede hacer a través de nosotros. Esto significa que debemos enfocarnos en servir y no en nosotros mismos. No podemos tomar la gracia de Dios y usarla como una herramienta para servirnos a nosotros mismos, sino para “[servirnos] por amor los unos a los otros” (Gálatas 5:13).
Como sabemos, Dios es amor (1 Juan 4:8), así que amar no debe ser algo extraño para nosotros. Los primeros tres versículos de 1 Corintios 13 dejan claro que podemos pasar toda nuestra vida al servicio del hombre, enseñando las Escrituras, profetizando y alimentando toda boca hambrienta. Pero si hacemos todo eso con la motivación y la actitud equivocadas, de nada vale. Entonces, debemos preguntarnos: ¿A quién sirvo? ¿Es la gloria para mí o para Dios?
Dios nos ha dado todo lo que tenemos; no hemos ganado nada por cuenta nuestra, sino que nos ha sido otorgado por nuestro Creador. Servimos: 1) porque es un mandato de él, y 2) porque el Espíritu de Dios ablanda y moldea nuestro corazón a fin de que desee lo mejor para los demás, para “estimar [a otros] superiores a nosotros mismos” (Filipenses 2:3-4).
Preocuparse de las necesidades de los demás se presenta en muchas formas y tamaños, y hace necesario que todo el cuerpo, “bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Efesios 4:16).
3. Servir tiene un significado diferente para cada persona
Compararnos con los demás es parte de la naturaleza humana; esto quizá debiera motivarnos a preguntarnos una vez más a quién exalta nuestro servicio. Por alguna razón, cuando nuestro trabajo por fuerza debe hacerse frente a toda la congregación, puede considerarse como mejor que otros. De tal manera que dicho servicio podría convertirse en una venda para nuestros ojos, ¡pero solo si lo permitimos!
La Biblia afirma que el servicio más valioso que podemos ofrecer es aquel que hacemos en privado. Mateo 6:1-4 dice: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos . . . Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. El servicio no necesita ser espectacular o deslumbrante. ¡Las Escrituras a menudo dicen que las cosas pequeñas resultan ser grandes! La pequeña fe mueve grandes montañas. Vale la pena considerar las diminutas hormigas por el gran trabajo que hacen en conjunto como colonia. Y se nos dice que Dios usa las cosas débiles de la Tierra para mostrar su gran poder. Las cosas pequeñas, cuando se hacen bien, tienen un impacto poderoso y duradero. Una hormiga sola hace muy poco, pero cuando en la colonia todas hacen su parte, se lleva a cabo plenamente la obra. Todas están cuidadas, alimentadas y en buenas condiciones. Por eso es que Dios nos dice que reflexionemos sobre las hormigas (Proverbios 6:6).
En 1 Corintios 12, todo el capítulo explica cómo funciona esto dentro de la ecclesia. De hecho, la diversidad de dones produce unidad cuando todos tenemos un mismo espíritu, una sola fe, una sola esperanza, un solo Señor. Si permanecemos centrados en estas cosas, nuestro servicio no será en vano. Podemos honrar a Dios con nuestras vidas. No siempre la vida es fácil, pero nada que vale la pena es fácil, ¿verdad? Entonces, “no nos cansemos, pues, de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:9-10). Mientras nos preparamos para ser siervos en el Reino de Dios, debemos seguir humildemente su dirección, como simples actores en su escenario. EC