¿No te gustan los conflictos? ¡Aprende a manejar los desacuerdos!
Para nuestros lectores jóvenes
La mayoría de nosotros prefiere evitar pensar en ello, pero la realidad es inevitable: la vida está llena de conflictos. Independientemente de la personalidad de cada cual o de las circunstancias, las relaciones personales se prestan para un sinfín de desacuerdos imaginables. La falta de armonía en las relaciones puede manifestarse de muchas maneras, incluyendo malentendidos, sentimientos heridos y esperanzas o expectativas no cumplidas.
Estas primeras manifestaciones de conflicto pueden dar lugar a diferentes resultados. Lo ideal es que se reconozcan, se aborden de forma proactiva y se resuelvan. Lamentablemente, con frecuencia este no es el caso y posteriormente el desacuerdo se profundiza con palabras y acciones agresivas, ya sea de manera directa o pasiva. Con el correr del tiempo, las desavenencias no resueltas conducen a interacciones tóxicas y poco saludables o a una separación que pone fin a la relación. En cualquiera de estos casos, las relaciones rotas producen enormes dificultades y dolor, tanto físico como emocional.
Antes de examinar una clave fundamental para mitigar los constantes conflictos de la vida, entendamos de dónde vienen. ¿Por qué nos cuesta tanto llevarnos bien?
Bombardeados desde afuera y desde adentro
La Biblia revela que Satanás es nuestro adversario (1 Pedro 5:8), y que ha optado por ser un oponente y enemigo tanto de Dios como de la humanidad. Como seres humanos creados a imagen de Dios (Génesis 1:26-27), somos el blanco de los constantes ataques y acusaciones de Satanás (Apocalipsis 12:9-10). Estos estados de ánimo, actitudes y emociones antagónicas se transmiten a través de la atmósfera física y espiritual en la cual vivimos (Efesios 2:1-2). De hecho, ¡el aire que nos rodea está impregnado de conflicto!
Considerando estos factores, no es de extrañar que nos cueste vivir en armonía unos con otros. Lamentablemente, sin embargo, estas no son las únicas causas. Además de que Satanás nos incita continuamente al conflicto desde afuera, nuestra propia naturaleza humana nos empuja hacia él desde adentro. Estamos intrínsecamente centrados en nosotros mismos, y en nuestro afán por satisfacer nuestros propios deseos nos exponemos a continuos desacuerdos con las otras personas que nos rodean y que están ocupadas procurando satisfacer los suyos.
¿Qué ocurre cuando se combinan las fuerzas externas e internas que nos empujan al conflicto? El resultado es el mundo en el que vivimos actualmente: un mundo saturado de luchas perpetuas. Pero, ¿resuelven acaso las continuas pugnas los problemas que experimentamos? No, en realidad no, y esta es la mala noticia. ¡Pero también hay muchas buenas noticias que la contrarrestan! Como muchos aspectos difíciles de esta vida, el camino de vida de Dios proporciona alternativas esperanzadoras que nos brindan muchos beneficios si nos esforzamos por practicarlas en esta vida. Más aún, tenemos la promesa de una transformación suprema en el Reino de Dios venidero. Examinemos ciertos principios del estilo de vida de Dios que nos pueden ayudar a evitar los conflictos, especialmente si manejamos adecuadamente los desacuerdos.
La respuesta está en el espejo
Hay una lección clave sobre el conflicto que todos debiéramos grabarnos en la mente. Nuestra reacción natural suele ser cambiar o controlar algo de aquellos con quienes no estamos de acuerdo; pero la verdad es que solo podemos cambiar y ejercer control sobre nosotros mismos.
La última mitad del capítulo 12 de Romanos contiene algunas de las enseñanzas más claras de la Biblia sobre lo que significa pensar y comportarse como cristianos, e incluye esta profunda instrucción sobre cómo abordar los conflictos en las relaciones: “No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos” (Romanos 12:17-18, Nueva Versión Internacional, énfasis nuestro en todo este artículo).
Ya sea que evitemos o enfrentemos el conflicto, debemos poner nuestro enfoque en las cosas que podemos cambiar y en las que nos pueden ayudar a crecer personalmente, no en las que, según nosotros, los demás necesitan cambiar.
Existe un área del manejo de las relaciones que tiene efectos positivos, pero que lamentablemente es muy poco utilizada en nuestra sociedad. Veámosla.
Desacuerdo civilizado
Llegar a un acuerdo con los demás es un objetivo noble y valioso; sin embargo, no siempre es posible. ¡Aprender a expresar desacuerdo sin ser contencioso tiene muchos beneficios! En su gran mayoría, las personas tienen una vasta gama de relaciones en la vida. Entre ellas se encuentra un amplio espectro de diferencias de personalidad, preferencias, valores y decisiones de vida. Una persona promedio va a estar en desacuerdo sobre innumerables cosas con muchas de las personas que componen su círculo social.
Estar en desacuerdo es un aspecto normal de todas las relaciones. En las relaciones sanas, la resolución de desacuerdos fortalece los vínculos comunicacionales entre los individuos. Incluso en las relaciones más difíciles, los desacuerdos pueden manejarse adecuadamente. La comunicación cuidadosa y considerada es un elemento importante para evitar que el desacuerdo se convierta en conflicto.
La Biblia registra una clave fundamental e imperecedera para comunicarse de tal manera: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Colosenses 4:6).
Este pasaje nos dice que debemos esforzarnos por extender el beneficio de la comunicación cordial a los demás, sin importar si lo merecen o no. Esto es especialmente cierto cuando no estamos de acuerdo con alguien.
Existen muchas maneras de poner esto en práctica. Cuando surja un tema de desacuerdo, comienza por hacer preguntas sobre los pensamientos o sentimientos de la otra persona para entender mejor lo que está diciendo y, lo que es igual de importante, lo que no está diciendo. Procura esperar a que te pregunten cuál es tu punto de vista antes de expresarlo. Si no te preguntan sobre tu opinión, a menudo es mejor que te quedes callado sobre el tema (Proverbios 11:12, 17:28, 29:9).
Cuando alguien te pregunte sobre tus opiniones, responde con la respuesta más sencilla, sincera y amable, y espera a ver si surgen más preguntas. Si la persona está interesada en saber más, sus preguntas te proporcionarán un contexto que te ayudará a determinar la mejor manera de responder. O, en algunos casos, si lo mejor es no responder y cambiar de tópico o excusarse de la conversación.
Si las condiciones parecen propicias para una conversación abierta, expón tus creencias y las razones detrás de ellas de manera honesta y sin ambigüedades. Intenta preguntar por qué la persona cree o actúa como lo hace, y pídele más explicaciones cuando algo no esté claro. Escucha sus respuestas y pídele a Dios que te ayude a responder de forma que evites la confrontación y obtengas el mejor resultado.
Cierto dicho antiguo reza así: “La calma es contagiosa”, y es cierto. Trata de utilizar un tono de voz suave y respetuoso. Identifica los temas en común y utilízalos como puntos de referencia en tus respuestas cuando sea posible. Busca oportunidades para ofrecer palabras amables o alentadoras.
Estas cosas son sencillas de decir, pero difíciles de hacer. Cuando nos esforzamos por practicarlas, especialmente con la ayuda de Dios, ¡se convierten en hábitos que producen enormes bendiciones!
Pero es bueno ser realistas en cuanto a nuestras expectativas y reconocer que estos hábitos no pueden evitar todos los desacuerdos. No obstante, con la bendición de Dios pueden mitigar muchos niveles de conflicto y permitir relaciones sanas y funcionales entre personas muy diferentes entre sí.
La sociedad que nos rodea está y seguirá estando colmada de conflictos a todo nivel, pero podemos minimizar su intensidad si manejamos las inevitables discrepancias en nuestras relaciones con cortesía y sutileza. En la medida en que lo hagamos, podremos cumplir esta inspiradora advertencia:
“Hagan todo sin quejarse y sin discutir, para que nadie pueda criticarlos. Lleven una vida limpia e inocente como corresponde a hijos de Dios y brillen como luces radiantes en un mundo lleno de gente perversa y corrupta” (Filipenses 2:14-15, Nueva Traducción Viviente). EC