La Fiesta de Pentecostés, un trampolín espiritual
Al resucitar de la muerte, Jesucristo se reunió reiteradamente con sus discípulos y les habló “acerca del reino de Dios” (Hechos 1:3). “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí; porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:4-5).
La gran promesa del Padre se cumplió en el primer Pentecostés del Nuevo Testamento, en el año 31 d. C., cuando 120 discípulos “estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados. Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:2-4).
Este día, en el cual se habían reunido los discípulos y cuando tuvieron lugar estos sucesos tan extraordinarios, no era un día cualquiera. Por el contrario, se celebraba en él la “fiesta de las semanas”, uno de los siete días de fiesta ordenados en la Biblia (Éxodo 34:22; Levítico 23:4-44). Además, como explica el pasaje, los discípulos “comenzaron a hablar en otras lenguas”. Y estas no eran misteriosas jerigonzas como algunos suponen, sino idiomas genuinos y bien conocidos. Este asombroso milagro benefició especialmente a las personas que habían viajado desde otros países para observar aquel día santo y que solo hablaban sus lenguas nativas (Hechos 2:5). Estos visitantes “estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?” (Hechos 2:7-8, énfasis agregado).
Inmediatamente después de esto, el apóstol Pedro dio una poderosa disertación sobre la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Su inspirada predicación “llegó al corazón” de muchos en la multitud reunida, lo que significa que sintieron una profunda y dolorosa emoción. Como resultado, se preguntaron “¿qué haremos?” (Hechos 2:36-37). Pedro respondió audazmente, diciendo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (v. 38). “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hechos 2:41).
Durante ese emocionante período y en las semanas y meses siguientes, los apóstoles dieron un poderoso “testimonio de la resurrección del Señor Jesús” (Hechos 4:33). El don del Espíritu Santo demostró ser una fuerza enormemente energética: la esencia y manifestación mismas de la naturaleza divina, justa y amorosa de Dios.
Hoy en día, los que hemos recibido el Espíritu de Dios después de nuestro arrepentimiento y bautismo utilizamos su poder en nuestros corazones y mentes para generar el fruto espiritual positivo y vibrante de la justicia (Santiago 3:18).
Como explica Gálatas 5:22-23, “el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”. El Espíritu Santo pone a disposición de cada uno de nosotros la capacidad de desarrollar un carácter santo y recto, al tiempo que nos ayuda a llevar a cabo la crucial labor de la Iglesia en la predicación del evangelio y la preparación de un pueblo (Mateo 28:19-20).
Sin embargo, ¿qué sucede con las personas que Dios está llamando en este momento y que están conscientes de su necesidad de arrepentirse, ser bautizados y recibir el Espíritu Santo, pero que aún no han dado esos importantes pasos? Si usted se encuentra entre esas personas, ¿habrá llegado el momento de actuar para beneficiarse del gran don divino de Dios que puede transformar maravillosamente su vida? Más aún, ¿qué pasa con aquellos que hemos recibido el Espíritu de Dios? ¿Estamos haciendo nuestra parte para emplear plenamente su poder cada día? ¿O nos hemos vuelto complacientes y distraídos al punto que ya no damos mucho o ningún fruto espiritual?
Las Escrituras revelan que tener el Espíritu Santo no es suficiente. El apóstol Pablo se enfrentó a esta situación de falta de frutos en la congregación de Corinto, donde los miembros bautizados se comportaban “según criterios meramente humanos” (1 Corintios 3:3, Nueva Versión Internacional). En lugar de usar la energía del Espíritu de Dios para crecer y fortalecerse espiritualmente y servir desinteresadamente a los demás, estaban produciendo “obras de la carne”: obras de contienda, envidia y división (1 Corintios 3:1-3), y Pablo tuvo que amonestarlos por descuidar sus obligaciones divinas. “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros” (1 Corintios 3:16)?
Avivemos el don de Dios
Lo que ocurrió en Corinto debiera servirnos como una clara señal de que no somos inmunes a sumirnos en una condición adversa similar. Si no tenemos cuidado, los problemas y distracciones que surgen en nuestras vidas tienen el potencial de impulsarnos hacia la negligencia espiritual (Romanos 8:13; 1 Timoteo 4:14). Pablo ofreció una guía crucial sobre esto a un joven ministro llamado Timoteo, animándole a “[avivar] el fuego del don de Dios” (2 Timoteo 1:6). Nos corresponde a nosotros tomar a pecho este importantísimo consejo de Pablo. De hecho, debemos seguir celosamente la guía del Espíritu Santo para generar resultados que agraden a Dios (Judas 20-21).
Aquellos que tenemos el Espíritu Santo, ¿podríamos este año, al observar la Fiesta de Pentecostés, emplearlo como un trampolín dinámico o un incentivo para “avivar” más eficazmente su enorme fuerza en nuestras vidas? Y para quienes están conscientes de sus necesidades espirituales, ¿podría ser Pentecostés el punto de inflexión fundamental para llevar el llamado del Padre celestial al siguiente nivel, es decir, el arrepentimiento, el bautismo y el recibimiento del don de su Espíritu?
Las Escrituras revelan claramente que cuando estamos llenos de la justicia que proviene de Dios no hay lugar para el fruto indeseable y negativo de nuestra naturaleza humana (Gálatas 5:19-22). Por lo tanto, empleemos plenamente el poder del Espíritu Santo para poder crecer y fortalecernos más espiritualmente, servir desinteresadamente a los demás y honrar profundamente a nuestro gran y amoroso Creador Eterno. EC