“La guerra para acabar con todas las guerras”

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“La guerra para acabar con todas las guerras”

Mi padre sirvió como soldado en la Segunda Guerra Mundial y volvió a casa con una gran carga, tanto emocional como material: uniformes viejos, medallas, mapas y muchísimas fotografías. 

Recuerdo que una vez tomé en mis manos su Biblia del ejército, y al abrirla encontré una amapola aplastada entre dos hojas de papel encerado. 

“¿Dónde encontraste esto?”, le pregunté.

“En los campos de Flandes”, me respondió, y comenzó a recitar el conmovedor poema escrito durante la Primera Guerra Mundial:

    En los campos de Flandes
    Crecen las amapolas, fila tras fila
    Entre las cruces que señalan nuestras tumbas;
    Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
    Escasamente oída por el ruido de los cañones.

Me quedé pasmado al escuchar las palabras que salían de su corazón. Este fue el único poema que alguna vez le oí recitar, y tiene que haber significado mucho para él si hizo el esfuerzo de memorizarlo.

“En los campos de Flandes” es un emotivo poema de guerra en el cual los muertos les hablan a los vivos y les ruegan que no los olviden. Al analizar el poema con atención, uno puede escuchar lo que los muertos les dicen a los vivos: 

Contra el enemigo continuad nuestra lucha,
Tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos exangües,
Mantenedla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
Jamás descansaremos,
Aunque florezcan las amapolas
En los campos de Flandes.

Ponga mucha atención: los muertos instan a los vivos a continuar la lucha y, trágicamente, a provocar más muertes.

Recuerdo que cuando era niño, los veteranos de guerra lucían amapolas artificiales en las calles de mi ciudad cada 11 de noviembre. En mi oficina tengo una de ellas, que compré en Canadá hace algunos años. Para mí esa amapola no es un símbolo que glorifica la guerra, sino un emotivo recordatorio de la insensatez y tragedia que ella encarna, especialmente en lo que respecta a la Primera Guerra Mundial.

“La larga guerra europea”

El supremo sacrificio hecho por todos los muertos en los conflictos bélicos de todos los tiempos debiera hacernos meditar sobre las causas y el legado de la guerra.

Para comenzar, veamos una nueva definición de términos. Ha sido costumbre referirse a la guerra que comenzó en 1914, y que supuestamente concluyó en 1918, como “Primera Guerra Mundial”, y a la siguiente guerra, librada entre 1939 y 1945, como “Segunda Guerra Mundial”. Sin embargo, para entender adecuadamente lo que comenzó en 1914 debemos considerar el uso de una expresión acuñada por algunos historiadores: “la larga guerra europea”.

En realidad, este conflicto que duró décadas se inició en 1914 y duró hasta 1989, junto con el fin de lo que se ha llamado “la Guerra Fría”. Hoy en día todavía experimentamos los efectos de los acontecimientos de este periodo de setenta y cinco años. En este artículo usaré indistintamente algunos términos, pero se debe tener en cuenta que las guerras mundiales del siglo XX deben considerarse preferiblemente como una guerra continua con intervalos de treguas temporales.

Primero, examinemos el costo humano de la primera fase de este prolongado conflicto conocido como Primera Guerra Mundial o Gran Guerra, que muchos en ese entonces llamaron “la guerra para acabar con todas las guerras”. Cuando cesó el conflicto, el 11 de noviembre de 1918, alrededor de nueve millones de soldados habían muerto. Además, veintiún millones habían resultado heridos, muchos de ellos mutilados de por vida. Ha sido imposible calcular exactamente cuántos millones adicionales de civiles murieron de hambre o enfermedades.

Durante cincuenta y dos meses de horror, esta guerra fue una voraz máquina de muerte. Solamente Alemania perdió virtualmente un hombre cada segundo de la guerra.

Pero el armisticio no acabó con las muertes. Rusia se despedazó internamente con una guerra civil, la cual condujo a una dictadura comunista que asesinó a decenas de millones durante los siguientes veinte años. La guerra también fue un factor de gran relevancia detrás de la grave pandemia de influenza entre 1918 y 1919 que mató entre cincuenta y sesenta millones de personas en todo el mundo, muchas más que la guerra misma. 

La lucha inmediata cesó, pero no así el conflicto

El armisticio puso fin a la matanza, pero no produjo paz. Uno de los libros más reveladores acerca de este tema es A Peace to End all Peace (Una paz para acabar con toda la paz), de David Fromlin (1989). Él se enfoca en el colapso del Imperio otomano y el impacto de la guerra en el Medio Oriente, particularmente en la creación de sus modernas divisiones políticas en la Conferencia de Paz de París, llevada a cabo en 1919 por las naciones vencedoras.

Cuando uno comprende la historia de cómo se formaron las naciones de Siria, Jordania e Irak, puede entender mejor gran parte de los conflictos que afectan en la actualidad a esta región. Tal como dice el título del libro, el periodo que siguió a esta guerra no produjo paz en el Medio Oriente. Por el contrario, perpetuó la pugna.

Por miles de años el Imperio otomano mantuvo una frágil paz en el Medio Oriente. Cuando uso el término “paz” aquí, me refiero a la forma en que un gobierno autocrático centralizado puede imponer orden por la fuerza bruta sobre una región con arraigadas lealtades étnicas y tribales. A pesar de que estos pueblos comparten una religión (el islam) y un lenguaje (árabe) comunes, había, y hay, problemas muy profundos e irreconciliables que han perpetuado las desavenencias.

Pero mediante su victoria en la guerra, Gran Bretaña y las otras fuerzas aliadas acabaron para siempre con el reinado turco en el Medio Oriente. En su lugar crearon países similares a los de Europa, pero carentes de un acuerdo local. Las fronteras geográficas de estos nuevos Estados fueron trazadas sin una comprensión adecuada de sus mutuas tensiones étnicas y religiosas.

Como ejemplo, observe las líneas fronterizas del Estado de Jordania. Solo se ven líneas derechas, algunas en ángulo recto entre sí, sin ninguna conexión con la realidad del territorio. Las facciones contrincantes en la Siria actual son un brutal testimonio del fracaso de los diplomáticos casi un siglo atrás.

El mapa redibujado del Medio Oriente, un gran fracaso

Fromkin afirma que los políticos europeos supusieron que el modelo estatal laico de Europa podría imponerse en una región cuyas raíces se adentran profundamente en la historia y se basan en la creencia de la ley sagrada. El Corán, el libro sagrado del islam, da origen a la ley sharía [o islámica]. Los radicales islámicos creen que los Estados democráticos modernos son ilegítimos. Desde luego, afirman que esto es especialmente cierto en el caso del Estado de Israel, y quieren arrojar al mar a sus habitantes. Pero los islámicos también se oponen a los Estados seculares musulmanes gobernados por líderes irreligiosos, razón por la cual frecuentemente han intentado derrocar a gobiernos moderadamente musulmanes.

Lo que está en juego, dice Fromkin, “es la pregunta de si el sistema político moderno inventado en Europa (caracterizado, entre otras cosas, por la división de la tierra en Estados seculares independientes en base a la ciudadanía nacional) y trasplantado al suelo extranjero del Medio Oriente podrá sobrevivir.” (pp. 563-564).

El sistema de gobierno secular moderno no ha logrado echar raíces en la mayoría de las naciones del Medio Oriente. La democracia al estilo occidental no es más que una estructura superficial que enmascara profundas divisiones étnicas. Las formas modernas de gobierno democrático son desconocidas para grandes sectores de la población musulmana. La democracia no puede ser impuesta por la fuerza armada, sino que debe comenzar en los corazones y mentes de la gente y prevalecer después de largos periodos de prueba, debate y discusión.

En tiempos más recientes, desde la Primavera Árabe de 2011, el Medio Oriente moderno creado por los acontecimientos de la larga guerra europea ha sufrido gran agitación. No solo han caído varios gobiernos en medio de gran convulsión y sublevación civil, sino que también muchos millones de refugiados se han desplazado hacia el norte y occidente de Europa. En un vuelco sorprendente, y hasta irónico, las masivas migraciones humanas han trastornado Europa. Hace un siglo, los diplomáticos europeos crearon una mescolanza insostenible de naciones en el Medio Oriente; ahora, muchos ciudadanos de estas naciones se han asentado dentro de las fronteras europeas creando enormes conflictos.

La verdad es que los líderes europeos de la Primera Guerra Mundial fueron incapaces de entender el poder del islam sobre los corazones y mentes de la gente. Las políticas seculares y el pensamiento humanista jamás han reemplazado el poder de la religión para ofrecer significado y esperanza a los seres humanos.

El sueño de Alejandro el Grande de un mundo helenizado (es decir, un mundo saturado de la cultura griega) finalmente fue absorbido por las antiguas tradiciones e ideologías de civilizaciones locales como Babilonia y Egipto, y lo mismo le sucederá a cualquier intento de implantar una cultura radicalmente diferente a lo largo del Medio Oriente. La profecía bíblica nos muestra que las políticas del Medio Oriente y del mundo son modeladas por poderosas fuerzas espirituales escasamente entendidas o reconocidas por la mente humana (Apocalipsis 16:13-14).

La Primera Guerra Mundial dio origen a cambios sísmicos en el Medio Oriente que repercuten hasta hoy. Fromkin concluye su perspicaz libro afirmando que las preguntas que surgieron al redibujar el mapa de la región después de la guerra “incluso ahora están siendo refutadas a fuerza de armas, año tras año, en las destrozadas calles de Beirut, a lo largo de las riberas de los lentos ríos Éufrates y Tigris, y cerca de las aguas del Jordán bíblico” (p. 565).

Incremento de una cultura atea

La devastadora matanza de la Primera Guerra Mundial, que acabó con millones de hombres jóvenes en el apogeo de sus vidas, profundizó una crisis ya existente en la fe cristiana. Siglos de pensamiento ilustrado ya habían corroído la influencia que la religión ejercía sobre las personas.

La expansión del conocimiento científico y técnico había colocado al hombre al centro del pensamiento moral, eliminando la necesidad y dependencia de un Dios. La teoría de la evolución de Darwin arrojó dudas sobre el relato de la Biblia que habla del hombre como el singular producto de las manos de un Creador. Las ideas socialistas de Carlos Marx, aunadas a los estudios de Sigmund Freud sobre el psicoanálisis, alteraron la forma en que la gente se relacionaba entre sí y contribuyeron aún más a expulsar a Dios del panorama.

La Gran Guerra o Primera Guerra Mundial aceleró las tendencias que ya existían hacia el ateísmo, el nihilismo y la negación de Dios. Pero esto no fue un nuevo fenómeno humano: en su carta a la iglesia de Roma escrita por el apóstol Pablo en el primer siglo, él describió el mundo de su generación como uno en que Dios había sido echado a la calle. Aun en aquel entonces la gente podía ver la clara prueba de la existencia de Dios mediante el mundo natural, pero se rehusaba a reconocerlo o a inclinarse reverente y humildemente ante él con gratitud y sumisión.

Dios permitió que el hombre se sumiera en su propia inmundicia espiritual, creyendo mentiras como verdades y cosechando el fruto de su rechazo a él como Creador. Esta es la conclusión de Pablo: “Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen” (Romanos 1:28, énfasis nuestro en todo este artículo a menos que se indique lo contrario). 

La guerra cambió la forma en que la gente veía al mundo y se veía a sí misma. Antes de que estallara, en agosto de 1914, el mundo estaba lleno de esperanza y posibilidades. Era verdaderamente una etapa de oro de la globalización, en la cual tanto los bienes y servicios como las ideas y la cultura se compartían por todas partes. Sin embargo, posteriormente la esperanza se agotó, y el efecto del tiempo y de una generación perdidos reorientó todo.

En su libro A World Undone: The Story of the Great War, 1914 to 1918 (Un mundo deshecho: La historia de la Gran Guerra, 1914 a 1918), G. J. Meyer ilustra esto mediante el cambio que experimentó la poesía después de la guerra. Antes de ella, la poesía universal todavía le interesaba a la gente; sin importar si era buena o mala, expresaba de manera popular las percepciones y pensamientos más íntimos de las personas. Los periódicos en ese entonces recibían cientos de poemas cada día.

Mientras las naciones se armaban y los hombres marchaban a la guerra, la poesía de aquel tiempo expresaba pensamientos sublimes de patriotismo y gloria. Pero pronto la muerte, el lodo de las trincheras, los ataques con gas venenoso y el espeluznante horror de un nuevo tipo de guerra se hicieron ampliamente conocidos, y la actitud cambió. Como dice Meyer, “la literatura se detuvo, pareció estar muerta por un tiempo, y luego comenzó otra vez en un plano completamente nuevo” (2006, p. 544).

Esto fue ilustrado en dos poemas. Uno de ellos, escrito por Rupert Brooke en 1914, habla grandiosamente de la nobleza de morir por la patria:

Si me muero, piensa solo en esto: 
Que hay un rincón de un campo extranjero 
Que es para siempre Inglaterra.

Pocos meses después de escribir esto, Brooke murió en el hospital de un barco como consecuencia de una picadura de zancudo infectada. Tenía veintisiete años.

Comparemos esto con un poema escrito por Wilfred Owen más tarde durante la guerra. Al describir la expresión de un soldado moribundo arrojado a un carro, escribe:

Si en algunos sueños asfixiantes también pudieras caminar 
Detrás del carro en el que lo arrojamos,
Y mirar los ojos blancos retorciéndose en su rostro,
Su rostro colgando, como un demonio enfermo de pecado,
Si pudieras escuchar, en cada sacudida, la sangre
Que sale a gárgaras de sus pulmones corrompidos . . .
Amigo mío, no les dirías con tanto entusiasmo
A los niños ansiosos de alguna gloria desesperada,
La vieja mentira: Dulce et decorum est pro patria mori [“Dulce y apropiado es morir por la patria de uno”].

Los poemas de Owen fueron una voz de gran relevancia en ese entonces y también hoy en día para los críticos de la guerra. Meyer concluye: “La guerra en realidad lo cambió todo: no solo las fronteras, no solo los gobiernos y el destino de las naciones, sino también la forma en que la gente ha considerado al mundo y se ha considerado a sí misma desde entonces. Se convirtió en una especie de agujero en el tiempo, dejando el mundo de la posguerra permanentemente desconectado de todo lo que había habido antes” (p. 544, énfasis en el original).

Cómo entender la guerra más profunda e invisible

El poema “En los campos de Flandes”, que cité anteriormente, no debe entenderse como una glorificación de la guerra sino como una seria llamada de atención en cuanto a la locura que esta representa. Aún no hemos comprendido en toda su plenitud los efectos de largo alcance de esta conflagración. Los demonios de la guerra fueron liberados, luego encerrados nuevamente, y finalmente soltados una vez más en lo que se conoce como la Segunda Guerra Mundial, que duró desde 1939 a 1945. Las semillas de todos los conflictos bélicos desde ese entonces pueden encontrarse en lo que comenzó en 1914.

No obstante, debemos entender lo que estaba sucediendo entonces, pero a un nivel más profundo — en realidad, a un nivel espiritual.

Salmos 2:1-3 pregunta: “¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra el Eterno y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas”.

He aquí un resumen de la historia. Reinos, naciones y pueblos han hecho planes aparte de Dios y su propósito. Las guerras y su consiguiente sufrimiento son el fruto de un espíritu de hostilidad e ira contra Dios, contra la idea de un Ser Supremo que muestra integridad moral en todo lo que hace y lo que le ha revelado al mundo.

Las naciones se enfurecen y atacan mutuamente. La humanidad ha sido esclavizada por largas guerras. Cristo advirtió que “guerras y rumores de guerras” serían una señal de los tiempos que conducirían a su segunda venida y, efectivamente, habrá otro periodo de guerra mundial que opacará todo lo que hemos visto anteriormente. Será tan letal y devastador, que de no ser por la intervención directa de Dios el resultado será la total extinción humana (Mateo 24:21-23).

Hace años escuché una historia (no sé si cierta o no) sobre un monje de los Himalayas que se lamentaba por la pérdida de sus dioses. “Todos se fueron a Europa en 1914 y nunca regresaron”, le dijo a un viajero.

Mientras leo ciertos relatos del comienzo de esta terrible guerra, no puedo menos que sentirme impactado por lo fácil que parece haber sido evitarla. Tanto líderes como naciones observaban impasibles mientras una Alemania agresiva se armaba y crecía, volviéndose cada vez más beligerante. Durante el fatídico verano que precedió el inicio de las hostilidades hubo desesperados esfuerzos por detener la guerra, pero todos fueron inútiles. Uno lee los relatos y no puede menos que preguntarse por qué nadie pudo reunir las cualidades morales y espirituales necesarias para detener la locura. ¿O es que había algo más que se estaba llevando a cabo, algo invisible para el ojo humano?

Apocalipsis 16, que habla de un conflicto futuro, nos entrega la respuesta. Refiriéndose a un tiempo futuro de gran agitación mundial, dice:“El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y el agua de éste se secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente. Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas” (Apocalipsis 16:12-13).

A través de la historia, ciertos líderes han hablado palabras y llevado a cabo planes que no eran los suyos. Han sido agentes de demonios que han puesto en obra las maquinaciones del dios de este siglo, Satanás el diablo (2 Corintios 4:4). Los libros de historia no logran discernir esto. Ninguna teoría de geopolítica toma en cuenta esta verdad revelada; sin embargo, sin esta dimensión de conocimiento es imposible discernir verdaderamente el pasado, el presente, y especialmente el futuro.

Cuando analizamos la larga guerra europea, ¿estamos en realidad viendo una guerra espiritual mucho mayor detrás de bambalinas? ¿No será que estamos contemplando el impacto de un mundo espiritual invisible que actúa sobre la naturaleza humana y vuelve los corazones humanos en contra de sus congéneres? Sí, esta es la realidad. Sin este entendimiento, la humanidad sigue ignorando los cimientos básicos de este mundo y cómo funciona realmente. El entendimiento, no solo del pasado legado de la guerra sino también de lo que sucederá en el futuro, se encuentra en la verdad de la Biblia.

Observemos qué más dice el libro del Apocalipsis sobre esta profecía del tiempo del fin: “Pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso . . . Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón [es decir, el valle de Megido, en el norte de Israel]” (Apocalipsis 16:14-16).

Se establece el escenario para la batalla final

El legado más lamentable de la historia bélica del hombre es que hay más guerras en el futuro. Las naciones no han comprendido el cambio fundamental del espíritu humano que se requiere para apagar las llamas de la ira, la sospecha y el odio que desembocan en conflictos y derramamiento de sangre.

Lo que acabamos de leer es una profecía de la batalla final, cuando los reyes y gobernantes de la Tierra se rebelen contra Dios. La culminación de esta batalla será, efectivamente, “la guerra para acabar con todas las guerras”. Dios “los [quebrantará] como vara de hierro” y “como vasija de alfarero los [desmenuzará]” (Salmos 2:9).

Mientras escribía esto, el presidente Donald Trump pasó dos días en Bruselas durante la cumbre de la OTAN de este año. Él hizo noticia por su insistencia en que los Estados miembros de la OTAN cumplan con su acuerdo de gastar 2% de su producto neto nacional en preparación militar. Su argumento fue que no es justo que los Estados Unidos esté gastando la porción más grande de dinero tanto en porcentaje como en dólares para la defensa de Europa, mientras que naciones prósperas como Alemania gastan muchísimo menos de lo que se comprometieron a pagar y al mismo tiempo se benefician de enormes ganancias gracias a su comercio con los Estados Unidos.

Y aunque este argumento es indudablemente válido, al escuchar esto me pregunté si el presidente Trump o cualquiera de sus consejeros entienden la historia europea. Hacer un llamado a Europa para que aumente su gasto en armamentos es una receta para otro conflicto. La historia nos enseña que las naciones que acumulan vastos arsenales de armas terminan por utilizarlos en una guerra. Nuevamente se aplica el principio de “consecuencias no intencionales”. Y sí, Europa se rearmará y jugará un papel dominante en una conflagración mundial final que amenazará con aniquilar toda la vida sobre la faz de la Tierra.

Una superpotencia global guiada por Satanás mediante líderes malvados

Apocalipsis 13 nos entrega más detalles sobre “la bestia” y “el falso profeta”, que son dirigidos por espíritus demoníacos hasta una batalla culminante al retorno de Jesucristo.

El término “bestia” en este capítulo se refiere inicialmente a una superpotencia geopolítica del tiempo del fin que, entre otras cosas, tiene al demonio como la fuerza que la impulsa, dirige a la gente para que adore a Satanás el demonio (versículo 4), se opone diametralmente a Dios (Apocalipsis 13:5-6) y ejerce poder sobre gran parte de la Tierra (Apocalipsis 13:7).

La “bestia” también se refiere a un individuo específico: el dictador político que preside el imperio de la bestia.

Este capítulo también hace alusión a “otra bestia” con la apariencia de un cordero, aunque habla como Satanás el dragón (Apocalipsis 13:11) y lleva a cabo señales milagrosas que engañan a gran parte de los seres humanos y los inducen a aliarse con la bestia (Apocalipsis 13:12-14), usando el poder del Estado para perseguir y matar a quienes se rehúsen a obedecer (Apocalipsis 13:15-17). Esto se refiere a una falsa religión y a su líder.

Este individuo también es presentado como el falso profeta que ejecuta milagros (Apocalipsis 19:20) aliado con el dictador político, quien se vale de la autoridad de una enorme religión mundial para favorecer sus intereses mutuos (simbolizados en Apocalipsis 17:1-6 por una mujer inmoral que monta una bestia). Juntos lideran una alianza de diez “reyes” o gobernantes de naciones, o grupos de naciones, que en conjunto forman la superpotencia venidera del tiempo del fin (Apocalipsis 17:12-13).

Al encajar estas piezas proféticas, lo que vemos es la próxima fase del sueño milenario europeo de unir a las naciones de Europa bajo un solo gobierno con la meta común de gobernar al mundo, tal como vimos que sucedió con las dos guerras mundiales. Y estos esfuerzos indudablemente llevarán a otra guerra mundial, ¡una como nunca se habrá visto en toda la historia humana!

Dios intervendrá para salvarnos de nosotros mismos

Debemos entender que en el futuro el mundo no solo se verá afectado por una devastación militar. Los capítulos 6, 8 y 9 del libro del Apocalipsis describen sucesos que literalmente acabarán con las vidas de miles de millones de personas mediante guerras (Apocalipsis 6:4; 9:1-18), hambrunas (Apocalipsis 6:5-6) y horrorosos desastres naturales (Apocalipsis 8:7-13).

A medida que las potencias militares mundiales se congreguen en el Medio Oriente y el destino de la raza humana penda de un hilo, ¡el rescate del mundo vendrá de una fuente inesperada! Sin embargo, al principio dicha fuente no será bienvenida.

Apocalipsis 19:11-21 describe lo que sucederá entonces: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: El Verbo de Dios”.

¡Esto no es otra cosa que el retorno de Jesucristo! Pero ahora él viene a la Tierra no para ofrecer su vida como sacrificio por los pecados de la humanidad, ¡sino como un Rey conquistador que pondrá fin a toda la rebelión humana contra Dios!

“Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores. 

“Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios, para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes. 

“Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos”.

Por fin un mundo de paz

Una vez que los últimos grandes ejércitos humanos sean eliminados aquí en la Tierra y después de una subsecuente batalla que tendrá lugar al poco tiempo, como se describe en Ezequiel 38-39, la paz por fin comenzará a inundar toda la Tierra. Una magnífica profecía en Isaías 2:3-4 describe cómo los pueblos de todo el mundo comenzarán a aprender y practicar el pacífico camino de Dios. Jerusalén, que por largo tiempo ha sido centro de conflictos, será la sede de la verdad de Dios y de su camino de vida.

“Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”.

Tristemente, la Primera Guerra Mundial no fue la guerra para acabar con todas las guerras, ni tampoco lo fue la Segunda Guerra Mundial una generación más tarde. El mundo verá más campos de Flandes antes de ver el fin de la guerra.

Si reescribiéramos la letra del poema “En los campos de Flandes”, tal vez haríamos que los muertos les digan a los vivos: “¡Dejen de pelear con el enemigo. Depongan sus armas. Conviertan sus lanzas en hoces y sus espadas en rejas de arado. En vez de aprender a pelear, aprendan el camino de la paz!” Las palabras del profeta Isaías serían un mejor epitafio para los muertos de cualquiera de las guerras del pasado. 

A menudo me pregunto si mi padre consideraba el poema que citó desde la perspectiva de la paz y no de la guerra. Uno de mis tíos me dijo una vez, varios años después de que mi padre muriera, que cuando estalló la guerra de Corea en 1950, el ejército de los Estados Unidos estaba buscando veteranos de la Segunda Guerra Mundial para enviarlos a batalla. Mi tío y mi papá estuvieron hablando sobre la posibilidad de que los llamaran para servir.

“Mas les vale que envíen tres hombres a buscarme”, dijo mi papá, “¡porque no voy a volver allá!” Él había visto suficiente de la guerra, había visto morir a suficientes hombres y el entierro de suficientes cuerpos. No quería nada más de aquello.

Ahora, cien años después de la así llamada “guerra para acabar con todas las guerras”, esperamos con ansias el día en que se aprenda la paz, no la guerra. ¿Puede imaginárselo? ¡Cuán confortante es saber que esto realmente sucederá, y que Dios nos dice cómo se llevará a cabo!  BN