Herramientas para el crecimiento espiritual : Capítulo 6 y 7: La Iglesia — Ayuda para un mayor crecimiento

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Herramientas para el crecimiento espiritual : Capítulo 6 y 7

La Iglesia — Ayuda para un mayor crecimiento

¡Jesucristo ama a su novia, la Iglesia! Él “la sustenta y la cuida” y tiene una estrecha relación con sus miembros, a quienes describe como “miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” (Efesios 5:25-30). Además, “Cristo es cabeza de la iglesia”, a la cual dirige y le da amor (v. 23). 

En su condición de humanos, los miembros de su Iglesia están lejos de ser perfectos o exentos de pecado. Pero Jesús está muy ocupado limpiando a quienes se están sometiendo a su Maestro y comprometiéndose con él para que gobierne sus vidas y los transforme espiritualmente “en una iglesia gloriosa, que no [tenga] mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que [sea] santa y sin mancha” (vv. 27). ¡No hay nada más milagroso e inspirador!

Definición de la Iglesia y su misión

Jesús dijo que parte de su misión en la Tierra consistía en edificar su Iglesia, y comenzó instruyendo a doce discípulos principales y a otros seguidores (Mateo 16:18). La palabra griega utilizada aquí para “iglesia” es ekklesia. Esto explica por qué la palabra castellana eclesiástico significa “relacionado con la iglesia”. 

Este vocablo griego básicamente significa “aquellos llamados a convocarse”, lo cual indica que alguien tiene la autoridad para llamarlos a convocarse. Los servicios de la Iglesia en la Biblia son llamados “santas convocaciones” (Levítico 23:2). La palabra “convocaciones” significa asambleas obligatorias, y son “santas” porque es Dios quien las ha ordenado o convocado. Esto significa que Dios espera que su pueblo esté presente, cada vez que sea posible, cuando él convoca una asamblea. 

Jesús les dio órdenes a sus discípulos (y a aquellos que vendrían después de ellos en el futuro) en cuanto a su misión: “Les dijo: Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura” (Marcos 16:15, NVI; vea también Mateo 10:7; 24:14; Marcos 1:15; Lucas 9:2, 6; Hechos 28:30-31).

Además, les ordenó: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19-20). 

Jesús resumió de otra manera este aspecto de tal misión cuando le dijo a Pedro: “Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15-17). Posteriormente, Pablo les recordó a los ancianos que apacentaran la Iglesia de Dios (Hechos 20:28). Esto significa principalmente enseñar y predicar la Palabra de Dios, enfatizando su aplicación práctica en nuestra vida diaria (2 Timoteo 2:15; 3:14-17; 4:2). 

También significa atender las necesidades espirituales y a veces físicas del pueblo de Dios brindando consuelo, aliento y una mano amiga (Mateo 25:31-46; 1 Juan 3:16-18). 

Pero además de proclamar y enseñar el mensaje de Dios, la Iglesia también fue creada como un cuerpo en el cual los miembros se ayudan unos a otros para crecer en carácter cristiano.

Una comunidad de amor y exhortación

La Biblia describe a la Iglesia como una comunidad de creyentes celosa y amorosa, compuesta de personas que comparten y se comunican entre sí y anhelan la unidad. Dios desea colegas cooperadores, que trabajen juntos en la gigantesca tarea que le ha encomendado a su Iglesia.

Considere las circunstancias de la Iglesia primitiva del Nuevo Testamento: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas” (Hechos 2:44). 

¿Cuál sería la señal principal de identidad que, según Jesús, tendrían sus seguidores? “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). 

En la Biblia, el amor incluye actos de servicio exentos de egoísmo, no solo emociones. ¿Cómo pueden los discípulos de Cristo ayudarse unos a otros si no se conocen entre sí ni están juntos? Hebreos 10:25 enfatiza la necesidad de no dejar “de congregarnos . . . y tanto más, cuanto veis que aquel día [del regreso de Cristo] se acerca”.

El versículo anterior (24) enfatiza la necesidad de estimularnos mutuamente “al amor y a las buenas obras”. Mediante el compañerismo cristiano con otros creyentes hacemos justamente eso: exhortarnos, fortalecernos, consolarnos y ayudarnos entre todos. Dios sabe que es difícil sobrevivir espiritualmente por cuenta propia, y que necesitamos el apoyo y la exhortación que recibimos al estar con otros que comparten las mismas creencias. 

Los servicios de la Iglesia deben enfocarse en adorar a Dios y aprender más acerca de su Palabra y de cómo desea él que vivamos. Pablo describe a la Iglesia como “columna y fundamento de la verdad” (1 Timoteo 3:15, NVI). La Iglesia es el medio principal a través del cual se enseña y aprende la verdad de Dios. 

Pero la Iglesia también enfatiza en que demos de nosotros mismos a los demás. Note esta importantísima evidencia de conversión espiritual: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos . . . En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:14, 16). 

La forma más común de cumplir con nuestro deber de “poner nuestras vidas por los hermanos” es darles nuestro tiempo.

Los miembros de la Iglesia de Dios deben esforzarse por imitar a Jesucristo, pero están lejos de alcanzar la perfección. Cada miembro es una “obra en curso” que anhela ser “transformado” por Dios y gradualmente conformado a la imagen de su Hijo (Romanos 12:2; 8:29).

Cada miembro se halla en una etapa diferente de progreso espiritual. A veces surgen problemas, tal como los que leemos en la Biblia, pero sabemos que Dios espera que aquellos que ha llamado a su Iglesia no solo traten de mejorar en lo personal, sino además que amen, perdonen y exhorten a otros. 

El contacto con el pueblo de Dios es vital

Analicemos más ampliamente este factor que generalmente se pasa por alto, y que es extremadamente importante para nuestro crecimiento espiritual. He visto a gente que mediante el uso de esta herramienta ha experimentado un notable crecimiento espiritual y una gran transformación en sus vidas. He sido testigo de cómo crecieron desde novicios espirituales y bíblicos, a cristianos maduros y convertidos que se han vuelto más y más como Dios. 

Por otro lado, también he visto cómo mucha gente con buenas intenciones ha comenzado con gran celo, estudiando la Biblia e imitando la vida de Jesucristo. Sin embargo, con el correr del tiempo han perdido su entusiasmo y vitalidad espiritual. Se han marchitado y muerto espiritualmente, como una planta que se  arranca de raíz, sin llegar a cumplir el propósito de Dios en sus vidas. 

¿Cuál es la diferencia entre ambos? Es esta: los que pertenecían a la primera categoría se comprometieron a utilizar la herramienta espiritual del compañerismo cristiano, interactuando y comunicándose con otros miembros de la Iglesia de Dios. Ellos reconocían a la Iglesia como algo invaluable y buscaban con ansias ser una parte activa de ella. Sabían que la gente en la Iglesia no era perfecta. De hecho, esta es en cierto modo la razón por la cual necesitamos el “taller” de Dios: ¡para aprender su camino y recorrerlo juntos! Cuando Dios está actuando entre nosotros, se puede producir un gran cambio y un crecimiento milagroso. 

Por otro lado, quienes pertenecían a la segunda categoría nunca llegaron a apreciar plenamente (o gradualmente dejaron de valorar) las maravillosas bendiciones y beneficios de ser miembros y de participar activamente en la Iglesia de Dios, y su crecimiento espiritual se detuvo. 

La Iglesia es una parte fundamental del plan de Dios para la humanidad. Su Iglesia es un organismo espiritual encabezado por Jesucristo (Colosenses 1:18). Si Cristo nos llama, también somos llamados a ser parte de su Iglesia porque esta es “el cuerpo” (v. 24; Romanos 12:5). 

Pablo describió cómo cada miembro es importante para Dios, y cómo cada uno de ellos debe apreciar y amar a los demás y trabajar con ellos como partes individuales de un solo cuerpo (1 Corintios 12:12-31). Esto lo conseguimos pasando tiempo juntos y practicando el compañerismo. Esta comunión en realidad es parte esencial de nuestra relación con Dios el Padre y con Jesucristo (1 Corintios 1:9-10; 1 Juan 1:3; 6-7), ya que ambos moran  dentro de todos los miembros de la Iglesia por medio del Espíritu Santo. 

Debido a factores como la salud, edad, ubicación geográfica, e incluso la cultura en la que viven, algunas personas simplemente no pueden congregarse regularmente con otros creyentes. Pero cada vez que podamos ir a los servicios, no debemos dejar pasar la oportunidad que Dios nos entrega. 

Nos necesitamos mutuamente

Analicemos más profundamente un pasaje que abordamos más arriba, Hebreos 10:24-25: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. Estos dos versículos revelan varias verdades cruciales: 

Primero, Dios sabe que nos necesitamos los unos a los otros. No nos diseñó para que estuviésemos solos; es por esto que naturalmente deseamos relacionarnos con los demás. Algunos tienen que dejar amistades y familia por la verdad de Dios, pero Jesús promete que nos dará muchos más amigos y familia (Marcos 10:29-30) a través de su Iglesia. 

Desde luego, esta bendición del compañerismo es beneficiosa solo si llegamos a conocer a otros miembros de la extensa familia que Dios ha provisto. 

Segundo, Dios sabe que los amigos verdaderos se exhortan y fortalecen unos a otros de la manera correcta, alentándose mutuamente “al amor y a las buenas obras”. Es muy fácil descuidar estas responsabilidades cristianas y dar excusas cuando estamos solos. Pero los amigos verdaderos (¿y quiénes pueden ser amigos más verdaderos que quienes Dios ha llamado a ser parte de su Iglesia junto con nosotros?) se exhortan entre sí para crecer espiritualmente, aportando presión grupal positiva y contribuyendo al éxito de todos. 

Los ministros de la Iglesia juegan un importante rol en la enseñanza y la exhortación. Sin embargo, los miembros en general también se instruyen y motivan entre sí, ayudando a mantenerse en el camino correcto (compare con Gálatas 6:1-2; 9-10; Proverbios 27:17). 

Tercero, Dios sabe que necesitamos congregarnos — o, como dice la Nueva Traducción Viviente, “no dejemos de congregarnos”. Lamentablemente, aquellos que voluntariamente escogen la soledad se ponen en una posición peligrosa. Un creyente aislado es un blanco mucho más fácil para los ataques de Satanás. Y al estar apartados de otros, les falta la exhortación y el apoyo que Jesucristo brinda a través de otros creyentes. 

Reunirse regularmente permite el compañerismo, la instrucción y la exhortación ya mencionados. Además de impartir enseñanza espiritual, los servicios semanales sabáticos hacen disponible un lugar regular para alabar y adorar a Dios. Esto permite que los participantes puedan enfrentar la semana siguiente con celo y un enfoque espiritual renovado.

Cuarto, Dios sabe que todos necesitamos exhortación y apoyo – y el propósito de su Iglesia es ser un poderoso grupo de respaldo en tiempos difíciles. Pasar por dificultades y pruebas en aislamiento, sin nadie a quien recurrir, que ofrezca aliento o que en ocasiones simplemente nos escuche, es una situación lamentable. Como Pablo escribió en 1 Corintios 12:25-26, “para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan”.

A veces necesitamos exhortación para mantenernos fuertes, para perseverar hasta el fin. Como Pablo dijo en Hechos 14:22, “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”. Jesús mismo describió este camino de vida como estrecho y difícil (Mateo 7:13-14). A Satanás le encantaría desanimarnos y distraernos del reino venidero de Cristo, y aún más a medida que este se acerca. Exhortarnos y apoyarnos los unos a los otros es algo absolutamente crucial para nuestra salud espiritual. 

Por medio de Jesucristo, Dios nos entrega gran parte de su alimento espiritual, guía y exhortación a través de su Iglesia, “la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15). Mucho de esto se lleva a cabo en forma de sermones y estudios bíblicos acerca de la vida y el crecimiento cristiano, que hacen énfasis en cómo aplicar la Palabra de Dios en todo aspecto de nuestras vidas. 

¡No viva su vida marginado de los demás!

Dios no llama a los seres humanos para que sean independientes y no tengan necesidad de contactar a otros creyentes. Un animal que se desvía y aparta de su manada corre un riesgo mayor. Es por esto que un “buen pastor” busca a las ovejas que se han perdido (Mateo 18:10-14). “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). ¡Nos necesitamos los unos a los otros! 

Generalmente, incluso las cosechas que crecen al borde de un campo no sobreviven ni prosperan bien. Estas plantas son más propensas a recibir menos fertilizante e irrigación y están más expuestas al viento, a animales que vagan en busca de alimento, e infestaciones de pestes. Toda la naturaleza nos enseña esta verdad: quedarnos solos en los márgenes nos hace vulnerables a muchos peligros. 

Espiritualmente hablando, esto es particularmente cierto. Los cristianos que están sinceramente involucrados, comprometidos, inmersos y activos en una congregación son saludables espiritualmente y siguen creciendo (Efesios 4:11-16). Juntos comparten el gozo no solamente de continuar creciendo para ser como Jesucristo, ¡sino también el de llevar a cabo la obra de Dios a medida que preparan el camino para la segunda venida de Cristo! 

En una profecía que se encuentra en Malaquías 3:16-17, Dios se fija particularmente en aquellos que practican el compañerismo cristiano y las otras herramientas espirituales que hemos cubierto en este folleto, prometiéndoles protección y una recompensa futura. 

“Entonces los que temían al Eterno hablaron cada uno a su compañero; y el Eterno escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen al Eterno, y para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho el Eterno de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve”. 

Asegúrese de buscar al pueblo de Dios y mantener una relación con sus miembros. Usted puede aprender más acerca de la Iglesia de Dios en nuestro folleto gratuito La iglesia que edificó Jesucristo. 

El capítulo siguiente y final de este folleto le mostrará cómo utilizar todas las herramientas bíblicas para continuar su progreso espiritual de manera que, tal como dijo Pablo en Efesios 4:15, “crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo”. 

Capítulo 7 — De Ia inmadurez a la inmortalidad

El propósito de esta efímera vida humana es prepararnos para la vida después de la muerte, en el eterno Reino de Dios (Juan 3:15-16). Si aún no lo ha hecho, ponga a Dios como la meta principal en su vida (Lucas 12:31). Utilice el entendimiento de las herramientas espirituales que él le ha dado, ¡y encamínese para alcanzar esa meta. Tal vez  usted comenzó bien, pero se desanimó o desvió, o volvió a sus antiguos hábitos. Continúe leyendo, y le mostraremos cómo gozar de un progreso sólido y continuo. 

El crecimiento y desarrollo continuos son evidencia de la vida física, y lo mismo es cierto de la vida espiritual. Debemos estar continuamente aprendiendo, cambiando, superando y sirviendo para llegar a ser más y más como Cristo. Para aquellos espiritualmente muertos o adormecidos, la Palabra de Dios dice: “Despiértate, tú que duermes, levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo . . . aprovechando bien el tiempo” (Efesios 5:14-16). 

Pero no se sienta abrumado, porque Dios no espera que tome pasos gigantes. Él desea que nuestros pasos, aunque sean pequeños, sean hacia adelante y no hacia atrás. No se mortifique por los errores pasados o preocupaciones futuras. Enfóquese en lo que debe hacer hoy y agradézcale a Dios por cada avance en su progreso (Filipenses 3:12-14; Mateo 6:33-34). 

Cuando primero somos “bautizados en Cristo”, somos como “niños en Cristo” (Gálatas 3:27; 1 Corintios 3:1). Pero no debemos permanecer como bebés espirituales. “Como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Pedro 2:2). 

Cristo no dijo que seguirlo y entrar en el reino sería fácil. Comparó esto con atravesar una puerta estrecha, diciendo que pocos lo harían durante esta era (Lucas 13:24). Pero aquello que tiene mayor valor también tiene el mayor precio. Como notamos anteriormente, Jesús comparó el Reino de Dios con un tesoro y una “perla de gran precio” (Mateo13:44-46). El Reino de Dios vale todos los sacrificios posibles (Lucas 14:33).

Dios no espera que confiemos en nuestra propia fortaleza humana. Sí espera que trabajemos diligentemente como si el éxito dependiera de nosotros mismos, pero orando regular y seriamente, conscientes de que en última instancia y por sobre todo, este depende de él (Filipenses 2:12; 2 Timoteo 2:15; Proverbios 3:5-6). 

Herramientas y armas espirituales

Pablo comparó las “herramientas” o estrategias para entrar en el Reino de Dios con una armadura y con armas, porque cualquiera que trate de ser un seguidor de Cristo automáticamente se verá envuelto en una guerra espiritual con nuestro archienemigo, Satanás el diablo (Lucas 10:19; 2 Tesalonicenses 3:3).

Pero no estaremos indefensos si somos valientes y utilizamos las herramientas de Dios. En Efesios 6:11, Pablo dice: “Pónganse toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo” (NVI). Y en los versículos siguientes, él describe en detalle la armadura protectora de Dios. 

El versículo 17 define la principal arma ofensiva –“la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”– que significa que debemos estudiar, comprender y vivir según la Palabra de Dios, la Biblia. El siguiente versículo relaciona esto con la oración. 

Las armas y la armadura de Dios son poderosas (2 Corintios 10:4). La pregunta que debemos responder es: ¿nos pondremos la armadura, y haremos uso de las armas? ¿Utilizaremos las herramientas espirituales descritas en los capítulos anteriores de este folleto? 

Para resumir los puntos principales que hemos cubierto, fíjese la meta de orar y leer su Biblia, y también de meditar diariamente. Tal como comenzamos a sentirnos débiles cuando nos saltamos comidas, empezamos a debilitarnos espiritualmente cuando nos saltamos un día de alimento espiritual. 

Ocasionalmente debemos ayunar por las razones explicadas en el capítulo del ayuno. Tenemos que arrepentirnos sinceramente cada vez que nos percatamos de que somos culpables de algún pecado, volviéndonos a Dios y obedeciéndole con humildad. 

Y debemos estar activamente involucrados en la Iglesia por el resto de nuestras vidas, por los muchos beneficios que recibimos y por las oportunidades que ella nos brinda para servir a Dios y a su pueblo. 

Manténgase firme y proceda a la madurez

Debemos mantenernos firmes, ¡pero además debemos continuar creciendo! En Efesios 4, Pablo explica de manera muy hermosa el propósito de la Iglesia de Dios y sus líderes: “Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe . . . Así ya no seremos niños . . . Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo” (vv. 11-15, NVI).

Quizás la mejor definición de madurez espiritual es el amor piadoso descrito en “el capítulo del amor”, 1 Corintios 13. 

Cuando Pablo le escribió a Timoteo, tenía razón para creer que el celo de Timoteo se estaba enfriando, como una fogata que comienza a extinguirse. Pablo le escribió: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (2 Timoteo 1:6). Si su fuego se está apagando, ¡avívelo y sóplelo hasta formar llamas!

Cuando el autor del libro de Hebreos (que al parecer fue Pablo) les escribió a los judíos cristianos que habían estado en la Iglesia de Dios por muchos años, él sabía que muchos de ellos habían dejado de crecer y se habían “hecho tardos para oír” (Hebreos 5:11). Él dijo que eran tan inmaduros espiritualmente, que aún necesitaban “leche en vez de alimento sólido” (v. 12, NVI). Él los exhortó diciéndoles “avancemos hacia la madurez” (Hebreos 6:1, NVI).

Termine la carrera

Pablo comparó la vida de un creyente con una carrera en la cual el ganador recibe un valioso premio: “Corran, pues, de tal modo que lo obtengan” (NVI). Él dijo, “considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús” (Hechos 20:24, NVI).

Hebreos 12:1-2 nos dice “corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. 

No es suficiente entrenarse para una gran carrera. No es suficiente comenzar una gran carrera. Lo que realmente cuenta es cruzar la meta final. Al fin y al cabo, la única cosa que importa en esta vida es cruzar de la vida mortal a la inmortal. 

Cuando Pablo supo que su “partida” estaba cerca, ya que sería ejecutado dentro de poco, dijo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida” (2 Timoteo 4:6-8, NVI).

Esperemos poder decir lo mismo al final de nuestras vidas. Así será si utilizamos las herramientas de Dios para el crecimiento espiritual, ¡y nos mantenemos fieles a él y continuamos creciendo!  EC