Capítulo 5: El Arrepentimiento
Herramientas para el crecimiento espiritual
“Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” Esta pregunta iba dirigida a Jesucristo (Mateo 19:16). ¿Qué respondería usted si se le preguntara lo mismo? La respuesta de Jesús fue: “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Cuando el hombre le preguntó “¿Cuáles?”, Jesús citó varias ordenanzas del Antiguo Testamento que en su mayoría son parte de los Diez Mandamientos (Mateo 19:18-19).
Esta es una de las numerosas escrituras que dejan absolutamente claro que Dios aún exige la obediencia a sus instrucciones; sin embargo, ¡muchas iglesias enseñan lo opuesto! ¿Por qué? ¡Porque la naturaleza humana ha sido influenciada por Satanás y porque este mundo se deja llevar por su mala influencia! “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7).
¡Pero las leyes de Dios son buenas y muy beneficiosas para nosotros! (Romanos 7:12). Si deseamos parecernos cada vez más a Jesucristo, las leyes de Dios definen el carácter divino que él desea ver en sus hijos.
Dos obstáculos y una solución dual
Hay dos grandes obstáculos en el camino para alcanzar la vida eterna. Primero, es imposible para nosotros obedecer perfectamente los mandamientos de Dios por medio de nuestra propia fortaleza humana. Segundo, aunque fuese posible obedecer perfectamente desde ahora en adelante por el resto de nuestras vidas, ello no compensaría por la culpa de nuestros pecados pasados. La pena de muerte que pende sobre nosotros no sería revocada.
Entonces, ¿cuáles son las soluciones? Primero, de alguna manera debemos recibir el perdón de Dios por todos nuestros errores pasados. Segundo, debemos recibir el don del Espíritu Santo de Dios, que gradualmente reemplazará nuestra naturaleza inherentemente egoísta con una nueva naturaleza similar a la de Cristo.
¿Y qué debemos hacer para recibir estos preciosos obsequios? En Hechos 2 leemos cómo el apóstol Pedro le predica a la multitud reunida en el día de Pentecostés. Su poderoso sermón convenció a quienes estaban reunidos que Jesús era el Mesías prometido y que sus pecados eran responsables por su muerte y crucifixión. ¿Cómo reaccionaron?
“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37). Ellos sintieron una vergüenza y tristeza muy profundas, y estaban dispuestos a hacer lo que fuese necesario para obtener el arrepentimiento, la reconciliación con Dios y la salvación.
“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
Cada parte de la autoritaria declaración de Pedro es muy significativa. Y note que en esta simple frase Pedro se refiere al remedio dual para los pecados de la humanidad: ¡el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo de Dios!
¿Qué es el arrepentimiento?
En una ocasión posterior, Pedro instruyó a otros de manera similar y les dijo “arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3:19). En ambos casos, Pedro les dijo que lo primero que debían hacer era “arrepentirse”. ¿Qué es eso exactamente? ¡Es de vital importancia que lo comprendamos!
Las definiciones de “arrepentirse” y “arrepentimiento” en el diccionario enfatizan sentimientos de remordimiento, pesar, contrición y penitencia por faltas cometidas. De hecho, Dios espera que sintamos una profunda “tristeza que es según Dios” por nuestras transgresiones (2 Corintios 7:9-10). Mientras más reconocemos cuán numerosos son nuestros pecados y cuán perversos son a los ojos de Dios, mayor será nuestra vergüenza y tristeza.
Pero los sentimientos por sí solos no son suficientes. Decir “lo siento” una y otra vez tampoco lo es. El significado bíblico de “arrepentimiento” hace hincapié en el cambio — cambio de actitudes y acciones para abandonar completamente el estilo de vida de la desobediencia habitual.
Un sinónimo bíblico del arrepentimiento es conversión. Pablo dijo “anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26:20).
Aparte del arrepentimiento inicial, una persona debe pedir perdón cada vez que se de cuenta de que ha tropezado y pecado, y esto se aplica desde la conversión hasta el fin de nuestra vida física. Cuando una persona acude por primera vez ante Dios, el arrepentimiento inicial debe reflejarse en el sometimiento a él y en un cambio radical: de una vida apartada de Dios, a una que va encaminada a él. Después de eso, cuando una persona se desvía del “camino de Dios” aunque sea un poco, debe arrepentirse y regresar al camino correcto, corrigiendo el rumbo para volver a Dios.
¿Cuál es el camino de Dios? Es el camino del amor genuino, porque “Dios es amor” (1 Juan 4:8, 16). Jesucristo enseñó que los dos grandes mandamientos son el amor a Dios y el amor al prójimo (Mateo 22:37-40), y el amor a Dios incluye la obediencia a sus leyes. “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3).
Los Diez Mandamientos definen ampliamente cómo amar a Dios y cómo amar a nuestro prójimo, lo que incluye a toda la humanidad. Las otras leyes espirituales en la Biblia nos entregan detalles adicionales acerca de cómo amar a Dios y a todas las personas. (Para un estudio más profundo sobre este tema, descargue o solicite nuestro folleto gratuito Los Diez Mandamientos).
¿Arrepentirse de qué?
Esto nos lleva a la pregunta “¿de qué nos debemos arrepentir?” La respuesta es del pecado. ¿Pero qué es el pecado? Pregúntele a una decena de personas y probablemente recibirá una decena de respuestas diferentes. Pero uno debe buscar las respuestas correctas a las preguntas importantes de la vida en la Biblia.
La definición del pecado se encuentra en 1 Juan 3:4: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”. Cualquier quebrantamiento o violación de la ley de Dios es pecado.
Por lo tanto, el arrepentimiento significa abandonar el quebrantamiento de la ley ¡y adoptar el cumplimiento de esta! Dios resumió el concepto del verdadero arrepentimiento cuando le imploró así a su pueblo: “Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ezequiel 18:30-31).
Dios expresó a continuación su profundo amor y deseo de perdonar y salvar a todos: “¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere . . . Convertíos, pues, y viviréis” (vv. 31-32). Sí, usted puede tener una vida de gozo ahora y, aún más importante, ¡una vida eterna!
Además de arrepentirnos de nuestros pecados, debemos arrepentirnos de nuestras actitudes pecaminosas y la influencia negativa de la naturaleza humana, las cuales son la razón principal de nuestras transgresiones. Jesús dejó en claro que, comparados con Dios, todos somos malos (Mateo 7:11). Dios dijo: “El corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente perverso” (Jeremías 17:9, Nueva Traducción Viviente).
Tal como el rey David, debemos arrepentirnos y orar así: “Lávame . . . Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio” (Salmos 51:7-10).
La tristeza divina en comparación con la tristeza del mundo
Dios nos dio una conciencia para que cuando nos demos cuenta de nuestras faltas sintamos culpa, vergüenza y congoja. Una vez que la persona ve claramente el gran amor de su Creador y su propia falta de amor, gratitud y justicia, debiera sentir mucha tristeza — ¡pero “tristeza que es según Dios” !
Pablo explicó: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Corintios 7:10).
¿Cuál es la diferencia entre los dos tipos de tristeza? La tristeza divina está dirigida a Dios (Salmos 51:4; Hechos 20:21). Es congoja y remordimiento por haber decepcionado y desobedecido al Creador, de quien proviene todo lo bueno. Nos impulsa a comprometernos a cambiar permanentemente, arrepintiéndonos de verdad.
La tristeza del mundo, sin embargo, está centrada en uno mismo, es decir, uno se siente humillado porque su transgresión ha sido descubierta, o siente lástima de sí mismo por el castigo que está sufriendo, al igual que Esaú, el hermano gemelo de Jacob (vea Hebreos 12:16-17).
En Romanos 7 leemos cómo se sintió el apóstol Pablo por sus pecados de comisión (hacer lo malo) y sus pecados de omisión (no hacer lo correcto). En Salmos 51 vemos arrepentimiento y tristeza en la oración sincera de David. Cuando el patriarca Job llegó a entender mejor la grandeza de Dios y al mismo tiempo su propia debilidad y autojusticia, dijo: “Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6).
Es muy difícil para los seres humanos ver sus propias faltas, admitirlas y pedir perdón. Pero el verdadero arrepentimiento requiere confesar nuestros pecados a Dios, decirle cuán arrepentidos estamos y rogarle que nos perdone. Además, debemos proponernos firmemente cambiar y, con su ayuda, esforzarnos por rectificar nuestro rumbo y superar nuestros pecados. (Dios no exige la confesión de nuestros pecados a un sacerdote o ministro humano para obtener el perdón, como algunos afirman).
David dijo: “Porque yo reconozco mis rebeliones” (Salmos 51:3). Juan dijo: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Obediencia: Indispensable para nuestra relación con Dios y la dádiva continua del Espíritu Santo
Juan no hablaba de aquellos que aún no habían sido convertidos sino de quienes ya eran cristianos, mostrando que la confesión de nuestros pecados y el arrepentimiento es un proceso que continúa a lo largo de toda la vida cristiana.
Sin embargo, como ya dijimos, no es suficiente limitarnos a admitir nuestras faltas y sentirnos acongojados. Para mantener nuestra relación con Dios y continuar creciendo espiritualmente, debemos comprometernos a obedecer las leyes de Dios y cumplirlas.
Considere nuestra comunicación con Dios: la primera herramienta espiritual que cubrimos en esta serie fue la oración. ¿Desea usted que sus oraciones sean contestadas? Entonces, tal como señalamos anteriormente, debe procurar obedecer a Dios.
Nuestros pecados ponen una barrera entre nosotros y Dios: “He aquí que no se ha acortado la mano del Eterno para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:1-2).
Pero la obediencia intencional tiene el efecto opuesto: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad [con arrepentimiento sincero] . . . Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Santiago 4:7-10).
De esta manera, nuestras oraciones a Dios serán contestadas. Él nos dice que “cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22).
¿Y qué podemos decir de lo que Dios nos dice acerca de la segunda herramienta espiritual que cubrimos, el estudio de la Biblia? El verdadero entendimiento espiritual proviene del Espíritu Santo de Dios: “Y nosotros hemos recibido el Espíritu de Dios (no el espíritu del mundo), de manera que podemos conocer las cosas maravillosas que Dios nos ha regalado” (1 Corintios 2:12, NTV).
El Espíritu Santo de Dios es una fuente de poder espiritual que él nos entrega como “suministro” (Gálatas 3:5).
Dios inicialmente entrega el Espíritu cuando uno se arrepiente, a través de la fe y el bautismo (vea “Pasos para el arrepentimiento inicial y la conversión”, en la página 5). Sin embargo, también se nos dice que “el Espíritu Santo [es] dado por Dios a todos los que lo obedecen” (Hechos 5:32). Esto muestra que nuestro arrepentimiento inicial debe incluir un compromiso a la obediencia. Y para que el suministro del Espíritu no cese, nuestro compromiso y obediencia deben ser continuos a lo largo de toda nuestra vida cristiana, arrepintiéndonos y procurando obedecer nuevamente cada vez que tropecemos y caigamos.
A medida que crecemos en obediencia también crecerá nuestro entendimiento de la Palabra de Dios, haciendo que nuestro estudio de la Biblia sea más fructífero, tal como mencionamos anteriormente: “Buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos” (Salmos 111:10).
Debemos entender también que la obediencia por medio de la fe produce más obediencia. Necesitamos la ayuda de Dios a través de su Espíritu para continuar obedeciendo. Y cuando nos sometemos a su ayuda y obedecemos, él nos proporciona más de su Espíritu para obedecerle aún más. Luego, a medida que obedecemos más y más, esto se vuelve un hábito, y con el tiempo se convierte en nuestro carácter (para aprender más sobre este tema, solicite o descargue nuestro folleto Usted puede tener una fe viva).
Desde luego, no alcanzaremos la perfección instantáneamente. Nuestra transformación es un proceso de toda la vida. Pero recuerde que cada vez que los hijos de Dios tropiezan, nuestro Padre en los cielos siempre está dispuesto a ayudarlos a ponerse de pie nuevamente. Pero antes debemos arrepentirnos, confesar y pedir ayuda. Después de eso, tenga la certeza de que Dios lo ha perdonado. El gozo y la paz mental debieran florecer nuevamente e inundar su corazón, porque usted sabe que sus pecados ya no lo separan de Dios (Salmos 32:1-2).
Recuerde también que Dios nos ama y desea salvar a todos los seres humanos. Él no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). En Lucas 15:10, Jesús dijo que “hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”. ¿Será usted el siguiente? EC