La sanidad que Dios nos ofrece

Usted está aquí

La sanidad que Dios nos ofrece

¿Sigue Dios sanando milagrosamen­te las dolencias físicas de la gente, como lo hizo en la Biblia? La respuesta es ¡sí, definitivamente sí! Nuestro Médico Grandioso puede diagnosticar y curar todas las enfermedades, sin importar cuáles sean, y lo está haciendo a diario en todas partes del mundo, ¡de manera gratuita y sin efectos secundarios!

Dios alegremente se autodefine como “quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias” (Salmos 103:3). Más aún, en Éxodo 15:26, el nom­bre de Dios en hebreo es YHWH-raphah. La versión Nueva Traducción Viviente lo traduce como “el Señor, quien los sana”. Y la comisión de Jesús a su Iglesia en Marcos 16:15-18 incluye esta señal: “. . . sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”.

A Dios le encanta sanarnos, y también le gusta que se lo pidamos. La sanidad le brinda gloria a Dios y gran alivio y gozo a quienes son sanados. Además, ¡la sanidad permite que el pueblo de Dios lleve a cabo su obra de mejor manera! Sin embargo, nuestra primera meta siempre debe ser la sanidad y la victoria más importantes: la resurrección de muerte a vida.

¿Nos sana Dios siempre que se lo pedimos?

Debemos creer plenamente que Dios siempre siente compasión por nuestro sufrimiento (Hebreos 4:14-16). Sin embar­go, él no siempre elimina ese sufrimien­to. ¿Acaso un padre responsable le da a su hijo todo lo que le pide? Por supuesto que no. De la misma forma, nuestro Padre Celestial toma en cuenta muchos factores antes de decidir si responder “sí” o “no” a nuestra solicitud, y también considera di­ferentes opciones. Por ejemplo, puede que él sane la enfermedad temporal (un ata­que de asma), o que sane la enfermedad crónica (asma).

Obviamente, si Dios siempre nos sanara en esta vida, ¡nunca moriríamos! Cuando él decide sanarnos, no siempre es de inme­diato; algunas veces quiere probar nuestra actitud, fe y paciencia (Santiago 1:2-4).

Si usted pide sanidad y no la recibe, por favor no se sienta rechazado ni desilusio­nado. Muchos discípulos de Dios que son grandes ejemplos de fe no siempre son sanados. Cuando Dios tiene la opción de decidir entre qué es mejor para usted, si el beneficio espiritual o el físico, indudable­mente escogerá lo que a usted le beneficia más espiritualmente.

Numerosas escrituras bíblicas nos di­cen que el sufrimiento y las pruebas per­sonales con frecuencia “ayudan a bien”, ya que nos permiten aprender lecciones y crecer espiritualmente en muchos as­pectos (vea Romanos 8:28; 5:3; Filipen­ses 1:12-14; 1 Pedro 1:6-9). Por ejemplo, Dios se negó a la solicitud de sanidad de Pablo, para que se mantuviera humilde (2 Corintios 12:1-10).

La sanidad divina (sobrenatural) versus la sanidad natural

En este artículo, “sanidad natural” se re­fiere a lo que el cuerpo humano, con su sis­tema inmunológico increíblemente complejo, hace incansablemente para man­tenerse, protegerse y sanarse a sí mismo, gracias a la forma en que Dios lo diseñó. Cuando la gente se enferma o lesiona, por lo general se mejora sin necesidad de que Dios intervenga. De hecho, él se preocupó de que este mismo principio fuera válido también para los animales y las plantas. Cuando los animales y las plantas sufren daño o se enferman, a menudo sanan por sí solos.

¿Qué es una sanidad “milagrosa”, enton­ces? Es cuando Dios hace una excepción a lo que sucedería “naturalmente”, interce­diendo con el poder de su Espíritu Santo. Por ejemplo, cada oración respondida es un milagro.

Cuando la gente piensa en la sanidad milagrosa, por lo general cree que es algo inmediato, total y espectacular, debido a los relatos bíblicos acerca de las sanidades llevadas a cabo por Cristo y los apóstoles. No obstante, Dios intencionalmente per­mitió que esas sanidades fueran públicas y llamativas como una manera de atraer multitudes de oyentes, para probar la di­vinidad de Cristo, para demostrar su com­pasión y para comenzar su Iglesia. Vea Ma­teo 4:23; 9:35-36; 14:14; 15:30-31; 10:1-8, y Hechos 8:5-8. Pero la mayoría de los mi­lagros no son espectaculares, y ni siquiera obvios.

No podemos ayudar a Dios a realizar sanaciones divinas, pero sí podemos y debemos hacer ciertas cosas físicas para ayudar a nuestros cuerpos a mejorarse naturalmente. Nuestros cuerpos y mentes le pertenecen a Dios, así que debemos ser buenos mayordomos para protegerlos, preservarlos y proveerles lo que necesitan (1 Corintios 6:19-20).

Por ejemplo, cuando mantenemos bue­nos hábitos de salud, incluyendo una dieta nutritiva, ejercicio, suficiente sueño y una actitud positiva, estamos fortaleciendo los mecanismos biológicos naturales del cuerpo para que continúen funcionando bien. Además, hoy en día contamos con una variedad aparentemente infinita de opciones para diagnosticar y tratar proble­mas de salud.

Este artículo no pretende aconsejarle cómo tomar decisiones en cuanto al cui­dado de su salud, ya que tales decisiones son muy personales. Cada persona debe pedirle guía a Dios en oración, investigar y consultar con profesionales competentes para tomar las decisiones más sabias y que estén al alcance de sus posibilidades eco­nómicas. Como dice Proverbios 11:14, “en la multitud de consejeros hay seguridad".

La Biblia jamás habla negativamente sobre los doctores ni la medicina. Pablo se refirió a Lucas como “el médico amado” en Colosenses 4:14. Vea también Lucas 5:31; 10:34; Proverbios 17:22; Isaías 1:6; Jeremías 8:22; 51:8, y Ezequiel 34:4. Desde luego, uno debe buscar médicos o pro­veedores de servicios de salud de buena reputación.

La sanidad divina es parte vital del plan de Dios para la humanidad

Cada efecto tiene una causa (Proverbios 26:2), y los problemas de salud a menudo son consecuencia de errores y accidentes que pueden ser culpa de la persona en­ferma, de otros, o de ambos. Los errores a veces incluyen pecados (la Biblia defi­ne pecado como la infracción de los Diez mandamientos y otras leyes espirituales: 1 Juan 3:4; 5:2-3). El origen de las enferme­dades puede ser un misterio, ya que con frecuencia son el resultado de una combi­nación de causas que por lo general igno­ramos.

Una de las razones por las cuales Jesús sufrió tan terriblemente fue que tuvo que pagar la pena por todos los errores y peca­dos humanos. Cuando Dios sana a alguien, está aceptando el sufrimiento de Cristo a cambio del nuestro. 1 Pedro 2:24 dice: “Por sus heridas, ustedes son sanados” (Nueva Traducción Viviente). Pedro está citando aquí Isaías 53:5, lea también Isaías 52:13 hasta Isaías 53:12. Esta sección es una pro­fecía de la tortura y crucifixión de Cristo. El versículo 4 del capítulo 53 dice: “Cierta­mente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores”.

Ahora compare estas escrituras con Ma­teo 8:16-17: “Y cuando llegó la noche, tra­jeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumplie­se lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermeda­des, y llevó nuestras dolencias”.

Mateo está citando Isaías 53:4, que confirma que uno de los propósitos detrás del horroroso sufrimiento de Cristo era el de llevar nuestras enfermedades y dolencias sobre sí mismo, para que nos fueran quita­das a nosotros. Él “padeció por nosotros” (1 Pedro 2:21). En 1 Corintios 11:29-30 po­demos ver más evidencia de esto.

Pasos para recibir la sanidad de Dios

En Santiago 5:14, leemos: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancia­nos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor”. Cree­mos que Santiago quiso decir “cualquiera de los ancianos”, así que basta con llamar a uno solo de los ministros.

La gota de aceite de oliva es símbolo del Espíritu Santo de Dios, el poder por el cual Dios sana. El ungimiento comprende la imposición de manos por el ministro, si­guiendo el ejemplo de Jesús (Marcos 6:5; Lucas 4:40; 13:13).

Cuando la oración es “en el nombre del Señor”, Cristo está autorizando al ministro para que actúe de parte de él. Más ade­lante, Santiago 5:15 dice: “Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo le­vantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados”. La palabra griega equivalente a “salvar” es sozo, que puede significar librar, restaurar por completo, preservar, sanar. “Lo levantará” se refiere a que será sanado.

Note que dice “y si hubiere cometido pecados”, así que no siempre la causa de la enfermedad es el pecado; por tanto, cuando pedimos sanidad, esto implica que también le estamos pidiendo a Dios que nos perdone cualquier pecado que pudiera haber sido culpable en parte de la enfermedad. Dios puede o no sanar­nos en ese momento, pero siempre nos perdonará. Así, cuando él nos perdona y sana, ¡somos doblemente bendecidos!

El versículo 16 nos dice: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La ora­ción eficaz del justo puede mucho”. ¡Dios se complace mucho con las oraciones in­tercesoras llenas de amor! Este versículo encierra humildad, honestidad y since­ridad, pero no significa que los pecados deben ser confesados a otro ser humano. Esto en realidad es una sugerencia para que cuando usted les pida a otros que oren por su situación, sea honesto res­pecto a los errores que cometió y que de alguna manera pueden ser responsables de la enfermedad que lo aqueja.

La opción del paño ungido

Si no es factible que el anciano acuda a usted de inmediato, existe otra opción. En Hechos 19:11-12 leemos: “Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían”. Siguien­do el ejemplo de Pablo (1 Corintios 11:1), el ministro unge un pedacito de tela con aceite, impone sus manos sobre él, ora por la sanidad de la persona y le envía por co­rreo el pañito, casi siempre acompañado de una nota explicativa con instrucciones.

¿Sana Dios en ocasiones al enfermo, aun cuando este no ha llamado a un ministro para que lo unja? Sí, sí lo hace. Dios hace responsable a la gente de acuerdo a su ni­vel de comprensión. Vea Lucas 12:47-48; Romanos 3:20; 7:7; 14:23, y Santiago 4:17. En consecuencia, cuando las personas oran con fe por su sanidad pero desconocen las instrucciones en Santiago 5 y Hechos 19, Dios a menudo las sana de igual modo.

Hagamos un resumen de lo anterior: si usted está sufriendo algún problema de salud suficientemente serio como para interferir con sus responsabilidades (como la escuela o el trabajo), y no está mejo­rando consistentemente a pesar de haber tomado las medidas iniciales, Dios quiere que busque la sanidad que él le ofrece. Y mientras espera que ocurra la milagrosa sanidad de Dios, procure obtener un diag­nóstico y un plan de tratamiento que pro­bablemente podrá contribuir al proceso de sanación natural.

Condiciones para recibir sanidad y respuesta a las oraciones

¿Cuáles son las condiciones bíblicas que es preciso entender en cuanto a la sanidad divina? Primero que nada, debemos tener fe en Dios como nuestro Creador y Sana­dor. Para demostrar fe en Dios y amor por él debemos obedecer sus mandamientos (1 Juan 3:22; 5:3), y para aumentar nuestra fe, es fundamental que leamos la Palabra de Dios. En cuanto a la necesidad de tener fe para ser sanado, lea las escrituras que re­latan los numerosos milagros de sanidad (Mateo 4:24; 9:35-36; 10:1, 8; 15:30).

La fe en la sanidad de Dios significa que sabemos que Dios nos ama, que es capaz de sanarnos y que nos sanará, siempre y cuando esa sea su voluntad. Debemos pe­dirle a Dios que se haga su voluntad, tal como Cristo lo expresó en Lucas 22:42.

También hay otras condiciones, que incluyen orar en el nombre de Jesucris­to (Juan 14:12-14, 16:23-24) y continuar orando con perseverancia, y algunas veces hasta con ayuno (Mateo 6:16-18; 7:7; Lucas 18:1-8; Romanos 8:25; Efesios 6:18; Santia­go 5:11, y Salmos 35:13).

Conclusión

Dios ama a todos los seres humanos como a sus hijos, y su oferta de sanidad milagrosa es una de sus grandes bendi­ciones, tanto así, ¡que algunos consideran que esta es su mejor oferta después de la salvación! Cuando usted le pide sanidad a Dios, está dejando el problema en sus manos y confía en él para que tome las mejores decisiones. Dios lo bendecirá es­piritualmente sin importar si lo bendice o no físicamente en ese momento.

Cuando Dios lo bendice con sanidad divina, es indudablemente un momento de alivio y gozo y una buena ocasión para agradecer y alabar “al Señor, tu Sanador”. Y además, ¡usted puede sentirse muy agra­decido de haber tenido una pequeña par­te en brindarle más gloria a Dios! EC