La unidad de Dios
"Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:11).
¿Se ha preguntado alguna vez cómo Dios y Jesucristo pueden ser uno? Ambos son seres individuales, pero existen en una relación de perfecta unidad. En matemáticas, el número uno es una unidad. En lo que respecta al Padre y a Jesucristo, uno significa que están en perfecto acuerdo en cuanto a su propósito y función, y que no están divididos de ninguna manera. Jesús tenía en mente dicha unidad incluso ante la inminencia de la brutal tortura y muerte que le esperaban, pero no estaba preocupado de su relación con su Padre, sino de aquellos que Dios estaba llamando y llamaría en el futuro. Su gran anhelo era que ellos fueran una unidad con el Padre y con él, y oró así: “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Juan 17:11). Continuando, dijo: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” y “para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad” (vv. 20-23). Este pasaje es muy notable. Es increíble darse cuenta de que podemos ser una unidad unos con otros, tal como Jesucristo es una unidad con su Padre. ¡Imagínese!
El Padre es quien perdona nuestros pecados y nos permite ser restaurados para que formemos una unidad con él. Salmos 103 describe la increíble misericordia de Dios como algo que no tiene límites: “Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. Como el padre se compadece de los hijos, se compadece el Eterno de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo” (vv. 11-14). El Padre verdaderamente comprende lo que se necesita para que formemos una unidad los unos con los otros, con Jesucristo y con él.
Dios y Cristo son uno solo en carácter, amor y espíritu. Son también uno solo en la forma armónica en que trabajan: el Padre trabaja a través del Hijo. Algunos ejemplos de su labor conjunta se aprecian en la creación, las resurrecciones, el juicio y la salvación.
Pablo declaró: “. . . para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual vivimos”
(1 Corintios 8:6, Nueva Versión Internacional). El Padre es el ser supremo, quien tiene todo el poder y la autoridad; sin embargo, trabaja a través de Jesucristo de manera perfecta. Eso significa que Cristo también responde perfectamente a su Padre, cuya voluntad siempre busca y hace.
La creación es del Padre y se lleva a cabo a través del Hijo
El escenario de Apocalipsis 4 es la sala del trono de Dios en el cielo, y en el capítulo 5 Jesús se presenta frente al Padre. Aquí se describe a las cuatro criaturas vivientes y los 24 ancianos alabando a Dios. “Señor, digno eres de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:11). Dios es el Creador. Él dirigió toda la creación y ejerció su autoridad sobre ella, pero las Escrituras muestran claramente que él hizo todas las cosas por medio de Jesucristo. “Dios. . . en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1-2).
Juan hizo una referencia similar cuando dijo: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). Pablo dijo algo similar: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él” (Colosenses 1:15-16). En un sentido humano podemos imaginar a Dios como el diseñador y arquitecto, y a Cristo como el constructor. Obviamente, podemos hacer otras analogías, pero la relación de ambos en el contexto de las Escrituras es muy clara.
La resurrección es del Padre a través del Hijo
El Padre fue quien resucitó a su Hijo Jesucristo, y es el Padre quien también dará vida espiritual eterna al resto de sus hijos. Pablo dice: “Y si el espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:11).
Jesús nos muestra la parte que desempeña explicando la manera en que Dios trabaja a través de él: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:37-40). Jesús destacó la frase “y yo le resucitaré en el día postrero” mencionándola dos veces más en este pasaje (Juan 6:44; 6:54). El pasaje completo enfatiza reiteradamente que el Padre está trabajando por medio de Jesucristo para cumplir su plan.
El juicio es del Padre a través del Hijo
Se nos dice que invoquemos al Padre, “aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno” (1 Pedro 1:17). Al mismo tiempo, las Escrituras afirman que “el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Juan 5:22-23). Entonces, ¿cuál de estas dos afirmaciones es la que debemos creer?
Nuevamente, esto se explica porque Dios trabaja a través de Jesucristo. “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó” (Hechos 17:30-31). Es más, “nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos” (Hechos 10:42). Las diferencias aparentes en algunas de estas escrituras a menudo pueden resolverse comprendiendo su intención. Algunas veces la referencia es al Padre y otras veces a Jesucristo. La Biblia se explica a sí misma, y claramente muestra que Dios está trabajando en perfecta armonía con y a través de su Hijo.
La salvación proviene del Padre y se ejecuta a través del Hijo
Dios es nuestro Salvador (1 Timoteo 1:1), Jesucristo es nuestro Salvador (2 Timoteo 1:10), y la relación entre ellos en este aspecto de la salvación es la misma que hemos visto. El Padre es nuestro Salvador porque fue quien ofreció el sacrificio: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Y Cristo es nuestro Salvador porque voluntariamente murió por nuestros pecados. Él dijo: “. . . porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo . . . Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17-18). Vamos a Dios a través de Jesucristo: “. . . por lo cual [Jesucristo] puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25). La salvación es un ejemplo más de como Dios y Cristo son uno y están en perfecta armonía.
El reino es del Padre y se lleva a cabo a través de Jesucristo
El término “el reino de Dios” es una referencia al reino del Padre. Cuando Jesús observó la Pascua por última vez antes de su muerte, se refirió al reino como “el reino de mi Padre” (Mateo 26:29). Antes de su entrada a Jerusalén, les dijo a sus discípulos que iba a morir y luego resucitaría, y surgió la pregunta de quién se sentaría a su derecha y a su izquierda en su reino. La respuesta que les entregó fue que tenían que procurar servir en vez de ser servidos, pero también les dijo que no era él quien asignaba esas posiciones. Él dijo: “. . . aquellos para quienes está preparado por mi Padre” (Mateo 20:23).
Hay una profecía en Daniel 7 que describe al Padre dándole autoridad a Jesucristo en el reino. “Y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Daniel 7:13-14). De hecho, es el Padre quien entrega el reino. En este contexto fue que Pablo se refirió al reino como “el reino de Cristo y de Dios” (Efesios 5:5). Otro ejemplo de perfecta unidad entre el Padre y su hijo es la manera en que Dios está administrando su reino.
Cómo ser verdaderamente uno
Dios y Jesucristo son dos en existencia, pero uno solo en su relación. Son uno solo en mente y espíritu, y tenemos que ser uno en mente y espíritu con ellos. También debemos ser uno en mente y espíritu los unos con los otros. “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20).
Según nuestra perspectiva, esta meta se alcanza en etapas, pero al Reino de Dios no se entra gradualmente. Dios es primero en nuestras vidas, o no lo es, y estamos en unidad con él y Jesucristo, o no lo estamos. No hay términos medios. Aquellos que realmente ponen a Dios primero respondiendo a su llamado formarán parte de su familia y serán uno solo. Nadie estará en segundo lugar.