Nuestro acceso a Dios
Cuando Jesucristo murió, ocurrió una serie de eventos inusuales en torno a su deceso. Hubo oscuridad sobre la Tierra por tres horas, lo que debe haber generado gran temor e incertidumbre. El velo del templo se partió en dos. Esta cortina medía aproximadamente 12 metros de alto por cuatro metros y medio de ancho. ¿Qué pensaron los sacerdotes que entraron al templo, o los que ya estaban en el templo, cuando esto sucedió? ¡Ellos tienen que haber visto el Lugar Santísimo, al cual solo el sumo sacerdote tenía acceso una vez al año! La Tierra tembló y las rocas se partieron. Muchos sepulcros se abrieron y muchos cuerpos fueron resucitados después de la resurrección de Cristo. ¿Se imagina lo que debe haber sido el que su padre, su hijo o un pariente que había estado muerto por meses, ahora apareciera y entraba a su casa? ¡Qué sorpresa más impactante se hubieran llevado usted y aquellos que conocían a esa persona! Y estos eventos no sucedieron de manera aislada, sino que fueron los precursores de las señales y maravillas que ocurrieron después, en el día de Pentecostés.
Los líderes religiosos estaban tan preocupados de que los discípulos de Cristo fuesen a robar su cuerpo, que pidieron guardias para vigilar el sepulcro. Hubo un gran terremoto, y un ángel movió la piedra. Los guardias vieron a ese ángel, cuya apariencia era como la de un relámpago, y temblaron de miedo. De inmediato fueron y contaron a los líderes religiosos lo que habían visto. Ellos sabían que algo sobrenatural había ocurrido, pero rechazaron deliberadamente el testimonio de los guardias. Todos estos eventos culminaron con más señales y prodigios en Pentecostés. La Iglesia del Antiguo Testamento comenzó con muchas señales y maravillas, y así fue también para la Iglesia del Nuevo Testamento. Dios llamó la atención a través del tipo de señales que se realizaron, indicando que una transición se estaba llevando a cabo. Dios iba a reformar con un enfoque más personalizado la manera en la que el hombre adoraba a Dios.
Tal como fue registrado en el Antiguo Testamento, cuando Dios escogió a Israel, le dio el sacerdocio levítico. Dios estableció un tabernáculo y luego un templo en el cual su pueblo lo adoraría. Dios explica la razón detrás de esto desde su perspectiva divina, en Éxodo 25:8-9: él quería morar entre ellos. Solamente el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo, donde se encontraba el trono de Dios, una vez al año, en el día de Expiación. Los israelitas no tenían acceso directo ni al tabernáculo ni al templo; solo podían acceder a Dios para adorarlo mediante la intercesión de un sacerdocio físico. El camino al Lugar Santísimo aún no se había manifestado (Hebreos 9:1-10).
Cuando Jesucristo vino a la Tierra, moró entre nosotros, los seres humanos (Juan 1:14). La palabra griega para “morar”, skenoo, significa “estar en el tabernáculo” o “acampar” entre nosotros. Dios literalmente moró entre los hombres en forma física. Note lo que Dios hizo una vez que la Iglesia del Nuevo Testamento comenzó: él estableció la Iglesia como el templo espiritual de hoy (Efesios 2:19-22). Dios mora entrenosotros, y nuestro Sumo Sacerdote, Jesucristo, mora ennosotros. Jesús ha hecho posible que tengamos acceso directo a Dios.
¿Cómo llegó esto a ser así? A través de la sangre de Jesucristo: “Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad paraentrar en el Lugar Santísimo,por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo” (Hebreos 10:19-29, Nueva Versión Internacional, énfasis añadido).
Jesús dijo que “nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Jesucristo hace posible que nosotros vengamos ante Dios, y podamos tener acceso a él. Podemos ir al Padre sin temor alguno y con plena confianza en que él escucha nuestras oraciones e interviene por nosotros (Efesios 3:12-13). Jesucristo es nuestro Sumo Sacerdote. Él aparece frente al Padre por nosotros. Él interviene de parte nuestra (Hebreos 9:24 y 4:14-16). Él presenta su caso por nosotros.
Deténgase un momento y medite en esto: podemos hablar directamente con el ser más importante del universo, Dios el Padre, al que tenemos acceso por medio de Jesucristo. Jesús nos enseñó cómo orar al Padre en Mateo 6:9, y a concluir nuestras oraciones pidiendo todo en el nombre de Jesucristo. El pedir en su nombre implica que pedimos a través de su autoridad. Dios nos presta atención y se preocupa por nosotros, y nosotros somos su familia, sus hijos e hijas. Tenemos contacto directo con el Ser más amoroso, generoso, servicial, misericordioso y lleno de gracia que existe (Efesios 2:18).
Nuestro Padre nos conoce personalmente y podemos tener una relación íntima con él. Con demasiada frecuencia no logramos tener ese acceso a Dios con la vitalidad y el dinamismo debidos. Recuerde todo lo que Dios ha hecho para que fuese posible que usted y yo tuviésemos una conexión especial con él. Nuestras oraciones no deben convertirse en un ritual, sino que deben ser una conversación con nuestro Padre celestial. Cuando usted ore, no se olvide nunca del privilegio que tiene de poder conversar con Dios mismo, con su Padre. Vendrá un tiempo cuando nuestro Padre morará con su familia y tendremos toda la eternidad para llegar a conocerlo y para que él nos conozca a nosotros (Apocalipsis 21:1-3). Cultive esa relación a diario a través de sus oraciones y teniendo presente a Dios en su vida. Esa relación tendrá toda la eternidad para profundizarse y crecer en el futuro reino de Dios.