Cuarto Mes: Tamuz
Jacob, de suplantador a padre de las doce tribus
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Jacob fue el segundo hijo de Isaac y Rebeca, y hermano gemelo de Esaú. Jacob apareció poco después de Esaú y por eso se le llama el hermano menor. Isaac tenía sesenta años cuando nacieron Jacob y Esaú. Jacob es una ilustración sobresaliente de la presencia y el conflicto de las dos naturalezas dentro de un creyente. Jacob es bueno y malo; se levanta y cae, pero a pesar de sus fracasos fue un instrumento escogido. El carácter de Jacob está lleno de interés y dificultad debido a su debilidad y fortaleza.
La suya no es una vida que se pueda describir con una sola palabra como, por ejemplo, la fe de Abraham o la pureza de José. Jacob parecía tener una vida multifacética. Era un hombre de inocencia, pero también de oración. Las inconsistencias están por todas partes. Su vida comenzó con una revelación profética de Dios a su madre, pero los primeros años de Jacob fueron una mezcla singular de cosas buenas y malas. Jacob fue víctima de la parcialidad de su madre. Porque “Rebeca amaba más a Jacob” (Génesis 25:28). Cuando su hermano regresaba del campo, desfallecido de hambre, Jacob no le dio de comer sin regatear. Él se comportó de una manera astuta. Violó su conciencia cuando permitió que su madre lo apartara del camino del honor y la integridad. Engañó a su padre ciego cubriéndose con pieles de cabrito. Luego dijo una mentira deliberada para obtener una bendición espiritual. Pecó aún en el terreno santísimo, cuando blasfemó y usó el nombre del Señor para promover sus planes.
La minuciosidad con que llevó a cabo el plan de su madre es uno de los peores rasgos de la vida de Jacob. De él dijo Martin Lutero: "Si hubiera sido yo, habría dejado caer el plato". Habría sido mejor para Jacob que hubiera dejado caer ese plato. En la vida del usurpador Jacob, hubo dos experiencias espirituales notables, en Betel y Peniel. El predicador podría encontrar sugerentes los siguientes puntos: Jacob fue engañado (Génesis 27:1-29). Se vio obligado a huir (Génesis 27:43; 28:1-5); le fue mostrado un nivel superior (Génesis 28:10-22); vio arruinado un romance, y fue pagado con su propia moneda de engaño (Génesis 29:15-30); era cariñoso (Génesis 29:18); era trabajador (Génesis 31:40); era devoto (Génesis 32:9-12, 24-30); recibió un llamado divino a la tierra prometida (Génesis 31:1); fue disciplinado por Dios a través de la aflicción (Génesis 37:28); fue un hombre de fe (Hebreos 11:12); más tarde fue bendecido con hijos que llegarían a ser el fundamento de la nación de Israel. Toda la nación hebrea es reconocida como los “hijos de Jacob” y los “hijos de Israel” (Génesis 48, 49, Números 24:19).
Más tarde Dios cambió su nombre por el de Israel. Es decir, de suplantador, paso a ser “el que vencerá”. Dios le dijo: “Tu nombre es Jacob; no se llamará más tu nombre Jacob, sino Israel será tu nombre; y llamó su nombre Israel”. (Génesis 35:10). También Dios le dijo: “Yo soy el Dios omnipotente: crece y multiplícate; una nación y conjunto de naciones procederán de ti, y reyes saldrán de tus lomos. Entonces Dios le hizo una interesante promesa: “La tierra que he dado a Abraham y a Isaac, la daré a ti, y a tu descendencia después de ti daré la tierra” (Génesis 35:11-12).
De esa manera Israel llegó a ser el padre de las doce tribus. Su nombre perdura hasta el día de hoy. A través de las esposas que le dio su suegro Laban, primero a su hija Lea y siete años después a su hija Rebeca, le fueron naciendo sus hijos. Con Lea tuvo seis hijos: Rubén, Simeón, Leví, Judá Isacar y Zebulón. Con su esposa Raquel tuvo dos hijos, José y Benjamín. Con la sierva de Lea, llamada Zilpa, tuvo dos hijos, Gad y Aser. Con la sierva de Raquel, cuyo nombre fue Bilha también tuvo dos hijos llamados Dan y Neftali. De esa manera Dios completó los doce hijos de Israel. Más tarde su primogénito Rubén se descalificó por haber violado el tálamo de su Padre y en consecuencia la primogenitura pasó a su hijo José, a través de sus hijos Manasés y Efraín.