Cómo lidiar con "el mundo"
Para nuestros lectores jóvenes • Artículos de la revista Compass Check (en inglés)
Probablemente lo hayas oído un millón de veces. Estás escuchando un sermón y el orador dice algo así: “En el mundo, la gente piensa esto, pero la Biblia enseña que debemos pensar . . .”. ¿Qué quieren decir algunos cuando se refieren al “mundo”? ¿No estamos todos, incluidos tú y yo, en el mismo mundo, en el mismo planeta, respirando el mismo aire?
El mismo planeta, pero mundos diferentes
Probablemente lo que intenta decir el orador no se refiere al planeta físico en el que todos vivimos, sino al hecho de que dos personas (o grupos de personas) pueden vivir en el mismo planeta, pero en mundos distintos. En otras palabras, sus vidas se enfocan en cosas completamente opuestas.
Un ejemplo de esto es cuando un chico y una chica viven en el mismo planeta, pero sus mentes andan por lugares distintos: el muchacho vive pensando en ella, y ella ni siquiera se entera de que él existe. Pero eso es tema para otro artículo.
Cuando los ministros en sus mensajes hablan del mundo, a menudo intentan comunicar que existe una diferencia entre nuestra mentalidad y la de la mayoría de la gente.Pero antes de entrar en esos detalles, hay algo que debemos entender sobre esta comparación: no pensemos que se trata de una relación de enfrentamiento, o que de alguna manera somos perfectos y sin defectos.
A veces se tiende a categorizar al mundo como “malo”, y a la Iglesia como “buena”. En general, los del mundo no siguen la voluntad ni las leyes de Dios, y nosotros en la Iglesia sí lo hacemos (o al menos lo intentamos). Pero debemos tener cuidado con hacer una generalización demasiado amplia. No todos los seres humanos son malvados y horribles, empeñados en la destrucción. De hecho, la mayoría de ellos son todo lo contrario.
Probablemente tengas vecinos, profesores e incluso familiares que no pertenecen a la Iglesia, pero son buenas personas que solo quieren hacer lo bueno y correcto. No obstante, por ahora simplemente no comprenden el camino de Dios como tú. Siempre debemos recordar que el verdadero enemigo es Satanás el diablo: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).
Del mismo modo, no debemos considerarnos perfectos y sin defectos. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). No todos en la Iglesia (incluidos tú y yo) somos siempre el mejor ejemplo. Todos somos humanos, cometemos errores y pecamos. Por supuesto, nos arrepentimos y buscamos la ayuda de Dios para superar nuestros problemas, pero el asunto es que, tal como no podemos calificar indiscriminadamente a todo el mundo de “malo”, debemos reconocer que nadie en la Iglesia es siempre “bueno”.
Nuestro mundo
Aunque no todos en el mundo son malos y nadie en la Iglesia es perfecto, no cabe duda de que debe haber una diferencia entre nosotros y el mundo. Jesucristo habló bastante sobre esto la noche antes de ser crucificado. En Juan 15:12-14, dice: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”.
Creo que una de las primeras cosas que empieza a separarnos del mundo en general es la forma en que vemos este mandamiento. La mayoría de la gente lo interpreta de forma negativa, como cuando se le da a un perro la orden de ir a buscar un objeto. Se tiende a pensar que se nos ordena ser inferiores a la otra persona, como es el caso de un siervo. Pero Jesucristo explica que no es así: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Juan 15:15).
Por supuesto, estamos bajo la autoridad de Cristo y de Dios, pero somos algo más que un simple siervo que cumple las órdenes de su amo. Cristo dice que somos sus amigos, y que todo lo que ha compartido con nosotros procede de Dios Padre. Probablemente valoras a tus padres de forma muy distinta a como lo harías con un profesor o un supervisor en el trabajo. Tal vez tienes buenos profesores y supervisores que te tratan bien, pero no son lo mismo que tus padres. Sabes que tus padres te quieren y siempre desean lo mejor para ti. Si te piden que hagas algo, como cortar el césped, limpiar la sala de estar, etc., es por tu propio provecho. No están delegándote una tarea que ellos no quieren hacer, sino que desean inculcarte lecciones sobre el cuidado del hogar y la responsabilidad.
Cristo prosigue en los versículos 18 y 19: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece”. Probablemente no has experimentado el tipo de odio que Jesucristo sufrió a manos del mundo, pero es posible que hayas sentido alguna incomodidad. Como cuando la gente te pregunta por qué no puedes jugar al fútbol los viernes por la noche, o por qué comes esos extraños matzos durante la Fiesta de Panes sin Levadura. Puede que no se trate exactamente de “odio”, pero ilustra un punto sencillo: el mundo no piensa como tú y yo.
Somos "ciudadanos del cielo"
Como explicó Jesús la noche en que fue traicionado, pensamos de forma diferente a la mayoría de la gente. Esto se debe a la magnífica bendición que tenemos de conocer y comprender el plan de Dios para la humanidad. Ese singular hecho cambia nuestra perspectiva y manera de pensar sobre todas las cosas y nos diferencia del mundo.
Por supuesto, un día toda la humanidad tendrá la oportunidad de aprender las maravillosas verdades que tú y yo conocemos y vivimos hoy. Pero hasta que llegue aquel momento, hay una diferencia entre nosotros y los demás. Pablo lo resumió así en Filipenses 3:20: “En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo y de allí esperamos con mucho anhelo que él regrese como nuestro Señor Jesucristo” (Nueva Traducción Viviente).
Contemplamos los acontecimientos de este mundo y comprendemos que son temporales. Por agradable que pueda parecernos el lugar donde vivimos, no es nada comparado con el Reino de Dios venidero.
Hasta que ese reino llegue, puede servirnos de ayuda comprender la diferencia entre el mundo y nosotros. Aunque no debemos juzgar a los demás, ni de alguna manera sentir que somos perfectamente justos, es importante que entender por qué somos distintos a los demás. Tú y yo hemos sido llamados amigos de Jesucristo, y por eso conocemos los planes del futuro para toda la humanidad. ¡Agradezcamos esta bendición, y esperemos con ansias el día en que podamos compartir esta alegría con todo el mundo! EC