Lealtad de corazón 

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Lealtad de corazón 

El 11 de mayo de 1685 fue el último día de vida de Margaret Wilson, de 18 años, y de Margaret McLauchlan, de 63. Ambas vivían en el pequeño pueblo de Wigtown, en el suroeste de Escocia, y habían sido condenadas a muerte. Pero ¿por qué? Las dos mujeres creían firmemente en la supremacía de Dios y la autoridad de la Biblia, pero estos principios se oponían a los de la Iglesia anglicana de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Junto con una jerarquía de obispos, el rey Carlos II había decretado que las únicas autoridades eclesiásticas eran ellos. Como las mujeres se habían negado a jurar lealtad al rey como cabeza de la iglesia, se promulgó sentencia de muerte contra ellas. ¿Cómo debían morir? ¡Por ahogamiento! 

Luchando por respirar 

Aquella fatídica mañana, las dos mujeres fueron encadenadas a estacas de madera durante la marea baja en Solway Firth, una bahía frente al mar de Irlanda. Al subir la marea, la mayor de ellas fue cubierta por las aguas crecientes y murió ahogada mientras luchaba hasta su último aliento. En cuanto a la joven Margaret Wilson, había sido encadenada a una estaca más cercana a la orilla, con el fin de que se llenara de terror y acatara la orden del rey. A medida que las aguas subían, un oficial del rey le gritó exigiéndole que jurara lealtad al monarca. ¡Pero ella se negó! Incluso un funcionario del pueblo le imploró que intercediera en oración por el rey. Ella respondió diciendo: “Que Dios lo salve si esa es su voluntad, pues mi deseo es su salvación”. 

Al oír esto, su angustiada madre y otros en la orilla gritaron: “¡Lo ha dicho!”. Pero entonces el oficial del rey volvió a exigirle a Margaret que jurara lealtad al monarca. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, ella respondió: “¡No lo haré, soy una de las hijas de Cristo!”. Poco después las olas empezaron a cubrirla, y entonces, jadeando desesperadamente por poder respirar, se ahogó. Esa noche, después de que bajara la marea, los familiares tomaron los cuerpos de las mujeres para sepultarlos en un cementerio cercano. Aunque esta historia real sobre estas dos mujeres extraordinarias es una lección sobre la fe y el valor ante la terrible desgracia, también es una lección sobre la profunda lealtad a Jesucristo, conforme al conocimiento que tenían.

La lealtad es una cualidad de carácter poderosa y profundamente significativa, que a lo largo de la historia ha impulsado a la gente a proceder con extraordinario valor. Pero ¿qué se puede decir de esta cualidad en nuestra época? ¿Se aprecia realmente la lealtad, o se ha vuelto algo cada vez menos común? En el libro Why Loyalty Matters (Por qué la lealtad importa), sus autores citan al exasesor de cierto presidente estadounidense. Él dijo: “La lealtad ya ha pasado de moda; es un anacronismo en un entorno tan cambiante como el actual. Con frecuencia se habla de la lealtad como un defecto de carácter. Tenemos una cultura mediática que se burla de la lealtad, la considera falsa, busca un motivo oculto [detrás de ella] o, en el mejor de los casos, la trata de manera condescendiente” (Timothy Kensington y Lerzan Aksoy, 2010, p. 8). 

¿Qué es la lealtad? 

En una profecía bíblica que aún tiene vigencia en nuestra época actual, el profeta Oseas afirmó: “¡Escucha la palabra del Señor, oh pueblo de Israel! El Señor ha presentado cargos en tu contra, diciendo: ‘No hay fidelidad, ni bondad ni conocimiento de Dios en tu tierra’” (Oseas 4:1, Nueva Traducción Viviente). Además, Proverbios 20:6 dice: “Hay muchos que presumen de leales, pero no se halla a nadie en quien se pueda confiar” (Dios Habla Hoy). Como ejemplo, los funcionarios gubernamentales que muestran una lealtad genuina por los votantes que los colocaron en sus cargos parecen ser una rareza. De vez en cuando oímos hablar de un político o administrador que “se vendió” por dinero y poder aprovechándose de lo que, se suponía, era un cargo para servir a sus conciudadanos.  

En un escenario diferente, la lealtad se ha vuelto escasa también en el pacto matrimonial. Después de que las parejas se comprometen resueltamente a acompañarse “hasta que la muerte los separe”, ¿qué ocurre? Un 50 por ciento de los matrimonios se divorcian y, tristemente, ello destroza la vida de ambos cónyuges y la de sus inocentes hijos. En muchos casos, el divorcio es el producto de la infidelidad, la misma razón por la cual Dios tuvo que divorciarse de Israel cuando este quebrantó su pacto (Jeremías 3:8). 

¿Qué ha ocurrido con la lealtad en los últimos años? En generaciones pasadas, a los niños se les enseñaba desde temprana edad la importancia de ser personas leales, en las que se pudiera confiar. Pero en nuestros días rara vez se enseñan estas virtudes y otros valores esenciales en las escuelas, e incluso en los hogares. Como resultado, tanto las familias como las naciones sufren y se deterioran. De hecho, al observar la corrupción que prevalece en las sociedades actuales, pareciera que pocas personas entienden verdaderamente lo que es la lealtad y el porqué de su importancia. 

Ahora, ¿qué significa lealtad? La palabra “leal” se deriva de un antiguo vocablo francés, “loial”, que básicamente quiere decir “legal”. Pero la palabra “leal” genuina lleva implícito un significado mucho más profundo que el de simple legalidad. Por ejemplo, si alguien es “leal” solo porque lo exige la ley, tal lealtad no es auténtica. La verdadera lealtad debe provenir de lo más profundo del corazón y de la mente. Según Wikipedia, “La lealtad es [la] devoción de una persona o ciudadano [a] un estado, gobernante, comunidad, persona, causa o a sí misma”. También comprende mantenerse inquebrantable ante los problemas y las dificultades, ser dignos de confianza y mantener los compromisos.

"Sea, pues, perfecto vuestro corazón para con el Eterno nuestro Dios"

¿Por qué es tan necesario que nosotros, como pueblo de Dios, adoptemos cabalmente la cualidad fundamental de la lealtad en lo más profundo de nuestro corazón y la practiquemos? Porque sin ella no podemos vivir realmente con integridad, como Dios espera, ni servir a los demás con dedicación, ni amarlo a él como nuestro gran Creador (Efesios 6:14; Lucas 10:27). Considerando todo esto, ¿cómo estamos usted y yo personificando verdaderamente el atributo de la lealtad en nuestras vidas? Cuando fuimos bautizados, prometimos a Dios que seguiríamos sus caminos andando siempre “en vida nueva” (Romanos 6:4). En otras palabras, nos comprometimos a ser totalmente leales a él y a guardar sus mandamientos mediante el poder del Espíritu Santo (Juan 14:15). 

A este respecto, el apóstol Pablo escribió a los hermanos de Corinto, y a nosotros hoy, diciendo: “Ahora bien, a los que reciben un encargo se les exige que demuestren ser dignos de confianza” (1 Corintios 4:2, Nueva Versión Internacional). Y también dijo: “Por tanto, hermanos míos muy queridos, manténganse firmes y constantes; destáquense constantemente en la tarea cristiana, seguros de que el Señor no permitirá que sea estéril el afán que en ello ponen” (1 Corintios 15:58, La Palabra [Hispanoamérica]). Y leemos en 1 Reyes 8:61: “Sea, pues, perfecto vuestro corazón para con el Eterno nuestro Dios, andando en sus estatutos y guardando sus mandamientos, como en el día de hoy”.

Estas son exhortaciones muy importantes para nosotros como amados de Cristo. ¿Por qué? Porque él mismo profetizó en Mateo 24:10 que antes de su segunda venida vendrán tiempos peligrosos, cuando (refiriéndose a los miembros de su Iglesia) “Muchos tropezarán . . . y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán”. Esto significa que habrá deslealtad entre hermanos y, por lo tanto, hacia Dios mismo. 

Dios es leal con nosotros y tenemos que ser leales con él 

Para evitar tan desastroso resultado, debemos mantenernos muy cerca de Dios mediante la oración regular al tiempo que estudiamos y aplicamos las palabras de la Biblia. En ella encontramos numerosos casos de lealtad de individuos que perseveraron, según relatan sus páginas. Como dice Romanos 15:4: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza”. 

Además, podemos recordar el ejemplo de Margaret Wilson, tan solo una adolescente, y de su amiga, que hasta el último aliento de sus vidas demostraron una profunda lealtad a Jesucristo, tal como lo conocían. Su fidelidad bajo presión extrema puede ser una exhortación poderosa para nosotros aquel día, si llega, en el cual tengamos que enfrentar nuestras propias y difíciles pruebas de fe.

Por último, en una sociedad en la que la lealtad escasea cada vez más, Dios quiere que mostremos amor y fidelidad genuinos hacia los demás, y que además nos comprometamos firme y profundamente con él. Como dice 2 Crónicas 16:9: “Porque los ojos del Eterno contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él”. Por tanto, propongámonos más que nunca poner en práctica la indispensable cualidad de la lealtad, desde el fondo de nuestro corazón. EC