Una promesa digna de ser recordada
De todas las maravillosas promesas de nuestro Salvador, quizás la más profunda es “No te desampararé, ni te dejaré”. Estas palabras nos reconfortan y nos dan esperanza durante tiempos difíciles, pero ¿ha examinado usted alguna vez el contexto histórico en el cual se nos entrega este versículo?
Esta promesa se encuentra en el capítulo final del libro de Hebreos, que muy probablemente fue escrito por el apóstol Pablo. Hebreos 13:5 dice: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”.
Los autores de los cuatro evangelios no dan indicaciones de que Jesucristo haya dicho palabras exactamente iguales a éstas, pero hay promesas similares que sí han sido registradas, como “he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).
Las palabras de Hebreos 13:5 aparentemente son citadas de la promesa que el Eterno le hizo a Josué después del fallecimiento de Moisés: “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé” (Josué 1:5, énfasis nuestro).
Estas palabras fueron dadas a Josué por la Roca de Israel, el YHWH del Antiguo Testamento, Aquel que se convirtió en Jesucristo (2 Samuel 23:3; 1 Corintios 10:4), pero ahora nos son dadas a nosotros.
Para poder llegar a comprender y poner en práctica esta profunda promesa, es vital conocer el trasfondo y el escenario de Hebreos. Aunque no sabemos con certeza la fecha exacta en que se escribió el libro de Hebreos, la evidencia contenida en sus páginas revela que fue un mensaje a la Iglesia en Jerusalén y en Judea justo antes de la destrucción de la ciudad por los romanos en el año 70 d.C. Considerando el detallado análisis del rol del sumo sacerdote y el Día de Expiación en Hebreos, se podría concluir que probablemente era leído como un sermón o mensaje especial durante el Día de Expiación en Jerusalén en la segunda parte de los años 60 d.C.
Jerusalén es sitiada por los romanos
En el año 66 d.C. los judíos de Judea se rebelaron contra sus líderes romanos. En respuesta, el emperador Nerón envió un ejército bajo el mando de Vespasiano para restablecer el orden. Para el año 68 la resistencia en la parte norteña de la provincia había sido aplastada, por lo cual los romanos centraron toda su atención en el sometimiento de Jerusalén. Pero justo cuando parecía que Jerusalén caería, el emperador Nerón se quitó la vida en la primavera del año 68, creando un vacío de poder en Roma. Nerón no dejó heredero, y había cuatro hombres que codiciaban el puesto de César. Después de 10 años de batallas y caos, Vespasiano fue declarado emperador y volvió a la Ciudad Imperial con gran parte de su ejército. El sitio a Jerusalén fue levantado y los judíos celebraron, declarando que Dios los había librado de los romanos y les había dado la victoria.
No obstante, su celebración no duró mucho. Menos de un año después, el emperador envió a su hijo, Tito, a cargo de cinco ejércitos romanos que asediaron a Jerusalén y eventualmente destruyeron la ciudad y su templo en el verano del año 70 d.C.
De acuerdo a Eusebio, historiador religioso del siglo IV, durante el levantamiento temporal del asedio romano se le advirtió a la Iglesia en Jerusalén que huyera para salvarse. “Los miembros de la iglesia de Jerusalén recibieron orden a través de un oráculo dado por revelación a los dignos de ello para que saliesen de la ciudad y se establecieran en una ciudad de Perea llamada Pella” (Historia de Eusebio, iii:5). La destrucción de la ciudad, dice Eusebio, ocurrió solo después de que los cristianos de Jerusalén habían escapado. Hebreos 13:13-14 es reconocido por algunos eruditos como una amonestación dirigida a la Iglesia para que huyera de Jerusalén: “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir”.
De hecho, un posible resumen del libro de Hebreos diría algo así: “Jerusalén y el templo serán destruidos, pero esto no nos afectará a los cristianos, porque tenemos un templo celestial, un Sumo Sacerdote espiritual, y esperamos una ciudad futura”. Era hora de dejar el hermoso templo y la ciudad física que habían sido el centro de la religión judía por 1.000 años, y del cristianismo por 37 años.
Así, durante este tiempo de guerra, cuando la gente huía de sus hogares en medio de la destrucción y la incertidumbre, el autor de Hebreos les entrega a los cristianos una lista de cosas importantes que deben llevar a cabo para poder continuar bajo la gracia de Dios y seguir sirviéndole. A pesar de que nosotros somos asediados por las fuerzas de Satanás en lugar de las fuerzas romanas, esta lista es profunda y muy aplicable a los tiempos en que vivimos.
La declaración de propósito específico del mensaje es entregada en Hebreos 12:27-28: “Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia”.
Luego, el capítulo 13 continúa con la lista del autor, que enuncia las cosas importantes que no deben ser olvidadas durante este tiempo de agitación. La lista incluye los siguientes deberes:
Ser hospitalarios con los extranjeros — los refugiados y necesitados siempre estarán entre nosotros.
Acordarse de los cristianos encarcelados por suscreencias.
Mantener el honor de su matrimonio — evitar el adulterio.
No codiciar posesiones físicas — vivir confiando en que Dios proveerá.
Acordarse de los ministros que Jesucristo ha ordenado y preparado para la dirección y la instrucción de la Iglesia. Se nos exhorta a seguir su ejemplo. Esta es la única amonestación que se menciona dos veces. El versículo 17 añade: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso”.
Rechazar las doctrinas extrañas y diferentes.
Darle gracias a Dios continuamente.
Hacer el bien y no descuidar el compañerismo (refiriéndose al capítulo 10:25, “no dejando de congregarnos”).
Orar por el ministerio.
Acoger —recibir cálidamente— a los ministros que guían a la Iglesia (v. 24).
Así es como el autor de Hebreos concluye este increíble tratado de verdad, escrito para una Iglesia que está a punto de experimentar tiempos caóticos y turbulentos.
Como vencedores, los romanos asesinaron a millares. De aquellos que se salvaron de morir, millares más fueron esclavizados y enviados a trabajar bajo abyectas condiciones en las minas de Egipto. Otros fueron enviados a los diferentes circos romanos a lo largo del imperio, y terminaron asesinados como entretención para el público. Las reliquias sagradas y el oro del templo fueron exhibidos en la celebración de la victoria, y sus vastas riquezas fueron usadas para construir el Coliseo, donde los cristianos más tarde fueron asesinados y dados como alimento a las bestias salvajes.
La Iglesia de Judea, sin embargo, se mantuvo a salvo en Pella durante ese tiempo. Aquellos que siguieron los consejos del autor de Hebreos fueron librados de la muerte y pudieron continuar enseñando y diseminando el evangelio.
Hoy en día muchos se dan cuenta de que estamos en el umbral mismo de una era turbulenta y quizás hasta de enormes conflictos bélicos. Todavía no vivimos en una ciudad rodeada por ejércitos hostiles, pero las señales de desastres inminentes abundan por doquier.
La economía mundial está basada en dinero de papel y montañas de deudas, y podría desplomarse en un instante. Como resultado de sus pecados nacionales, los países modernos descendientes de Israel están perdiendo rápidamente las bendiciones de Abraham. El cumplimiento de las maldiciones en Levítico 26:14-38 está comenzando a llevarse a cabo.
Durante este tiempo, antes de la gran tribulación y el eventual regreso de Jesucristo, muchos están dormidos (Mateo 25:1-5). Hebreos nos advierte que debemos despertar. “Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz” (Romanos 13:11-12).
Recuerde que Jesucristo prometió que nunca nos dejaría ni desampararía, pero esa promesa está condicionada a nuestra responsabilidad de seguir en la fe y obedecerle y servirle de todo corazón.
Permítanme sugerir lo siguiente: todos nosotros necesitamos examinar nuestras vidas en comparación con Hebreos 13. Cada uno de nosotros debe preguntarse qué tan bien está obedeciendo esta lista de cosas vitales que debemos llevar a cabo a medida que el día de Cristo se acerca.