Un buen consejo para mejorar como cristianos
Algunas veces me dan ganas de ser un mejor cristiano en ciertas áreas específicas. “Me gustaría conocer una técnica mejor para orar de manera más efectiva”. “Ojalá pudiera contribuir más de mi tiempo en organizaciones que proveen comida a los necesitados y asilo a personas sin hogar”. Creo que esto les sucede a todos los cristianos, y a veces podemos engañarnos pensando que quizá haya una “licuadora mágica” capaz de procesar todos los ingredientes necesarios para ser un buen cristiano y combinarlos en una sola fórmula, fácil de tragar de un solo bocado. “Si solo conociera alguna técnica especial para estudiar la Biblia, mis hábitos de estudio serían más consistentes”.
Es fácil observar el buen ejemplo de perseverancia de otras personas en algún aspecto especial (sirviendo en diferentes capacidades, practicando su fe o mostrando verdadero amor cristiano) y asumir automáticamente que siempre han sido así y que tal conducta no les significa ningún esfuerzo, o que tal vez se les haya ocurrido alguna técnica que les facilita las cosas.
En su libro How to Write [Cómo escribir], el escritor estadounidense Richard Rhodes hace mención de un antiguo mentor que él tuvo, cuyo nombre era Knickerbocker. Él tenía una excelente regla para convertirse en un buen escritor, que Rhodes apodó “la regla de Knickerbocker”. Ésta es muy simple: “Pon manos a la obra”.
Esta es un manera abreviada de expresar muchas cosas: dedicación, compromiso, diligencia, perseverancia, trabajo duro. Uno se convierte en un mejor escritor . . . bueno, escribiendo. Y creo que esta regla puede aplicarse a muchos otros aspectos, incluyendo nuestra vida cristiana.
Mi papá tenía un amplio conocimiento de la Biblia y yo siempre pensé que él simplemente era inteligente por naturaleza. Pero, en realidad, su conocimiento era el producto de muchos años de dedicación diaria a la oración y al estudio bíblico. Yo siempre lo veía levantarse y realizar la misma rutina, sin importar dónde estuviéramos: en nuestra casa, en un hotel cuando andábamos de viaje, o en la casa de alguien como huéspedes. Él invariablemente se daba una ducha y luego oraba y leía su Biblia durante 30 minutos, cada día, y este patrón se repitió durante décadas. Estoy convencido de que es imposible apegarse fielmente a tal rutina y no adquirir un exhaustivo conocimiento de la Biblia.
El afamado escritor y periodista británico-canadiense Malcom Gladwell ha llegado a la conclusión de que se requieren aproximadamente 10.000 horas de práctica para llegar a ser experto en algo. ¿Se le ha ocurrido enfocar su cristianismo de tal manera? ¿Nos esforzamos por llegar a ser cristianos expertos con el mismo ahínco que ponemos en lograr la excelencia en otro tipo de habilidades, como tocar el piano o escribir, por ejemplo? Esto me recuerda la historia de un famoso violinista, considerado uno de los mejores del mundo. Cierta noche, después de su magnífica participación en la orquesta sinfónica, una dama que había asistido al concierto le dijo: “¡Señor, yo daría mi vida por tocar el violín como usted!” El violinista la miró y le respondió: “Señora, yo ya he dado mi vida”. Tal vez este violinista nació con un don natural y el talento necesario para tocar el violín, pero esto no fue lo que lo hizo ser un virtuoso, sino que las interminables horas de práctica cada día de su vida.
El rey Salomón escribió: “Todo esfuerzo tiene su recompensa, pero quedarse sólo en palabras lleva a la pobreza” (Prov. 14:23, Nueva Versión Internacional). Decimos: “Admiro tanto a Juanita; ella siempre está enviando cartas a los enfermos. Me encantaría ser más como ella”. Bien, si así piensa, entonces hágalo. Ponga manos a la obra: averigüe quiénes están enfermos, dónde viven, y envíeles una tarjeta. “Me gustaría poder meditar más en la Palabra de Dios”. Bueno, empiece a meditar en la Palabra de Dios y verá que mientras más lo haga, más fácil le parecerá. Además, en el camino descubrirá cosas que le ayudarán a superarse y mejorar como persona.
Tengo que admitir que este enfoque puede parecer demasiado simplista, porque hay además un elemento de sabiduría que debe aplicarse a la fórmula. La Biblia dice: “Si el hacha pierde su filo, y no se vuelve a afilar, hay que golpear con más fuerza. El éxito radica en la acción sabia y bien ejecutada” (Eclesiastés 10:10, NVI). Debemos buscar sin titubeos el consejo y conocimiento de quienes nos llevan la delantera, y esforzarnos por sacar provecho de su experiencia. Pero la búsqueda excesiva de la fórmula mágica para lograr el éxito puede llevar a la parálisis y la pasividad.
A veces probamos determinada fórmula por unos cuantos días, no perseveramos y la dejamos de lado. O puede ocurrir que no haya nadie a quien preguntarle. En este caso, ante la carencia de consejeros y guías, y si usted no logra los resultados que busca, aplique la regla de “manos a la obra”, que nunca falla y de seguro le ayudará a ser mejor cristiano. La mayoría de las personas que parecen tener todo bien planificado y que han alcanzado grandes metas han llegado a donde están después de años de dedicación, diligencia y trabajo duro.
Y cuando se trata de grandes ejemplos, es bueno tener un modelo de referencia, alguien que nos pueda guiar y cuya conducta sea digna de imitar. No obstante, a veces esos ejemplos son tan extraordinarios, que pueden jugarnos una mala pasada, porque se nos hace demasiado agobiante alcanzar ese mismo nivel. Y en vista de ello, simplemente no hacemos nada. En mi caso, el impecable ejemplo de dedicación al estudio de la Biblia y a la oración de mi papá me parecía algo imposible de igualar. Yo sabía que debía estudiar la Biblia y orar a diario, así que trataba de copiar su misma rutina; comenzaba con muchas ganas, pero perdía la motivación al tercer día. Me desanimaba mucho y me costaba enormemente volver a empezar. Con el paso de los días me desanimaba aún más, mi pereza ganaba la batalla y terminaba por olvidarme completamente del estudio bíblico y la oración, lo que a su vez me hacía sentirme culpable por mi falta de buenos hábitos en este aspecto de mi vida cristiana.
Hasta que un día me dije: “Tienes que comenzar en alguna parte. Cualquier cosa es mejor que nada”. Me di cuenta de que era imposible acumular las 10.000 horas de experiencia de mi papá en una semana; que si leer solo un capítulo de Proverbios al día era todo lo que podía hacer, bueno, que así fuera. Y una vez que desarrollé ese hábito, pude edificar sobre sus bases, dedicando más y mejor tiempo al estudio de la Biblia y a la oración.
Lo mismo sucede con respecto a ser un buen cristiano: mientras más lo hace uno, mientras más lo practica, más fácil se hace. Si uno ora con más frecuencia, orar deja de ser un desafío intimidante y se convierte en un placer que uno anticipa con ansias. Si uno se propone reaccionar a los insultos con paciencia, amabilidad y amor, será lo primero que hará cuando se presente el momento. Si uno medita durante 15 minutos cada día después de almorzar, por ejemplo, progresivamente se hará más fácil pasar a ese estado mental y los motivos para meditar nos parecerán cada vez más obvios.
Recuerde que “todo esfuerzo tiene su recompensa, pero quedarse solo en palabras lleva a la pobreza”. Esfuércese todo lo posible para ser un “experto” cristiano y para aplicar la regla de Knickerbocker. Procure sabiduría y consejo de otros, pero no se deje intimidar y desanimar por un ejemplo extraordinariamente bueno. Usted debe comenzar en alguna parte. ¡Ponga “manos a la obra” y vea cómo los frutos de su labor comienzan a crecer!