“Todo lo que quiero es ser tenida por digna”
Queridos hermanos:
Me han dado el privilegio y la oportunidad de dirigirme a todos ustedes, pero quiero escribir una carta en lugar de un artículo. Mi deseo es hablarles personalmente y con todo el corazón respecto a una de las grandes razones de por qué creemos en Dios nuestro Padre y en Cristo nuestro Señor, y sugerirles que compartamos más abierta y frecuentemente unos con otros algo muy importante. Voy a utilizar una historia real para ilustrar mi punto.
Hace poco, mi esposa y yo visitamos a una amiga muy querida que estaba hospitalizada y bastante enferma. Ella no se había sentido bien desde hacía mucho, y con el tiempo sus síntomas habían empeorado: se le desarrolló una grave infección interna, y por varios días sufrió de dolores atroces y constantes. Cuando la visitamos, su condición era muy incierta, y no solo en cuanto al daño que podía haber provocado la infección, sino también en cuanto a sus posibilidades de supervivencia.
Mientras hablábamos con nuestra amiga, ella hizo un comentario muy profundo, que suscitó la reflexión contenida en esta carta a ustedes. Nuestra conversación desembocó en una de sus convicciones más arraigadas, y dijo: “Todo lo que quiero es ser tenida por digna”. Sus pensamientos se enfocaban en el futuro, en las “preciosas y grandísimas promesas” que Dios nos ha dado por medio de Jesucristo. Por sobre todas las cosas, ella quería estar entre aquellos que se levantarán en la primera resurrección y recibirán vida eterna para entrar “en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1:4, 11).
Es interesante ver cómo algunas de nuestras ideas y oraciones más profundas y conmovedoras se originan en momentos extremadamente difíciles de nuestras vidas. Cuando nuestra amiga se vio enfrentada a esta terrible prueba, enfocó sus pensamientos en las promesas del futuro, expresando sinceramente su profundo deseo de ser tenida por digna de recibir todas las cosas que Dios ha prometido. Ella estaba tomando de manera muy seria y personal el significado de la Fiesta de las Trompetas (que representa el retorno de Jesucristo y la resurrección de los santos) y la Fiesta de los Tabernáculos (el gobierno de mil años de Jesucristo, quien presidirá sobre el Reino de Dios en esta Tierra, acompañado de los santos que reinarán con él).
Con todo esto en mente, me gustaría sugerir dos cosas que espero encuentren edificantes y alentadoras. Como pastor, yo creo que es indispensable que nos ayudemos mutuamente para satisfacer una necesidad particular muy grande. La conversación con nuestra amiga mientras yacía en su cama de hospital me hizo recordar esta necesidad, la misma que he visto en otras circunstancias similares de dificultades personales.
Primero, tomando en cuenta que acabamos de celebrar la Fiesta de las Trompetas y la Fiesta de los Tabernáculos, intentemos examinar el significado de estas dos fiestas desde la perspectiva de esta amiga. Ella vio estas promesas como algo digno de ser recibido y retenido fuertemente para nunca dejarlo escapar, aun a riesgo de tener que renunciar a todo lo demás, incluyendo su vida física. Su entendimiento de las promesas de la primera resurrección y de lo que será formar parte del Reino de Dios era muy personal, muy real y, según sus convicciones, algo inminente y seguro. Si podemos usar la experiencia de esta sincera hermana en la fe para reconocer cuán personales y cuán ligadas al plan de Dios (de “traer muchos hijos a la gloria”) están ambas fiestas, quizá podamos sacar más provecho de su observancia el próximo año. Si adoptamos este tipo de perspectiva y algún día logramos ver las cosas desde un punto de vista parecido al de ella, podremos desarrollar esa misma pasión por estar presentes cuando Cristo descienda en las nubes y nos llame a encontrarnos con él en el aire.
Algún día, la Fiesta de Tabernáculos se celebrará en Jerusalén y todos los santos y los habitantes de todas las naciones irán hasta allá para adorar al Rey, al Señor de los Ejércitos. Como nuestra amiga, que deseaba esto más que ninguna otra cosa, nosotros también podemos tener ese tipo de pasión y permitir que nos sustente cuando enfrentamos las difíciles pruebas de esta vida física.
En segundo lugar, hermanos, como pastor que escucha las palabras de personas muy fieles en momentos de grandes pruebas en su vida, yo creo que existe una gran necesidad de que todos hablemos de las grandes promesas que Dios nos ha dado, de nuestra creencia en la inminencia de un futuro maravilloso y eterno y de la esperanza que mora en nosotros. Dios aprecia este tipo de comunicación y no la pasa por alto, como vemos en Malaquías 3:16-17.
El ánimo es esencial para nuestro crecimiento cristiano, y puede hacer toda la diferencia en la vida de una persona. Podemos ayudar gradualmente a otros para que crean y vivan de este modo, y es posible que nuestra perspectiva alentadora y positiva ante el cumplimiento de las promesas de Dios logre ayudar a alguien a mantenerse firme hasta el fin. Compartir esa esperanza con los demás tal vez sea un regalo que podemos darles cuando nos reunimos en las fiestas santas y también durante el resto del año.
Cristo quiere que seamos “tenidos por dignos del reino de Dios” (2 Tesalonicenses 1:5), y que confiemos en la salvación que él nos da. Servimos a un Dios misericordioso y tenemos un poderoso Salvador. Me complace mucho informarles que nuestra amiga superó su terrible enfermedad y pudo volver a su casa al poco tiempo. Fue una gran bendición escuchar nuevamente su risa y ver su optimismo después de recibir la sanidad que le pedimos a Dios en oración. Yo sé que a menudo volveremos a hablar con ella de esas “preciosas y grandísimas promesas”, y que algún día en el futuro, usted y yo también podremos compartir muchas historias de cómo Dios nos condujo al “reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1:11).
Sinceramente,
Roc Corbett, pastor de Salt Lake City y Las Vegas