Tenían que matar a Jesús

Usted está aquí

Tenían que matar a Jesús

Desde los inicios de su ministerio, Jesucristo dejó muy en claro que no iba a abolir la ley, y por lo tanto se dedicó a eliminar las impurezas de las tradiciones creadas por el hombre a fin de que la luz de la verdad pudiera emerger y brillar en todo su esplendor. Los fariseos legalistas tildaban aquella verdad de herejía, por lo cual se confabularon para matarlo.

Básicamente, los fariseos eran defensores de la fe que se dedicaban a honrar al único Dios verdadero de Israel y a preservar la ley según ellos la entendían. Sin embargo, en su fervor rechazaron la ley de Dios y se llenaron de autojusticia, imponiendo sus propios estándares dogmáticos y despreciando al público en general, al cual consideraban un montón de indeseables carentes de educación y fácilmente influenciables.

Debemos entender que todos somos simples seres humanos, absolutamente incapaces de defender a Dios y su ley. Los fariseos no lo entendían así, por lo que se paseaban vestidos con sus magníficas túnicas, parloteando pomposamente, totalmente ciegos ante la patética imagen que en realidad proyectaban.

Poncio Pilato observaba la gran agitación religiosa en la Palestina de aquel entonces, y llegó a la certera conclusión de que los sacerdotes y fariseos perseguían a este popular predicador, Jesús de Nazaret.

Es muy curioso cómo la gente tiene la tendencia a crear sus propias leyes, al mismo tiempo que ignora las leyes de Dios (o, en su autojusticia, multiplica sus leyes en nombre de Dios). Los fariseos eran muy buenos para eso: la esencia de su religión se basaba en la cuidadosa observancia física de los 613 mandamientos que habían formulado. Estos decretos se transformaron en tradiciones muy veneradas, que se mantuvieron vigentes gracias a magistrados de gran conocimiento y que se sentían muy orgullosos de ellas.

Debemos tener mucho cuidado de no convertirnos en fariseos; una de las cosas que ellos más odiaban de Jesucristo era que él no hacía acepción de personas. Él predicaba sobre un futuro en el cual los seres humanos de todos los rincones del mundo serían invitados a sentarse juntos en el Reino de Dios y, en cambio, los que se consideraran dignos tendrían prohibida la entrada a pesar de todas sus “buenas obras” (Mateo 7:21-23; Lucas 13:28-29). Los fariseos tenían una gran opinión de sí mismos, pero Jesús no estaba impresionado con ellos, por lo cual decidieron que debían eliminarlo; y estos hombres vanos se valdrían de cualquier medio necesario para hacerlo desaparecer.

El Reino de Jesús no es de este mundo

Si Jesús se hubiera defendido, la gente con toda probabilidad hubiera acudido en su ayuda, pero él no lo hizo. Su Reino no era de este mundo; no lo era entonces ni lo es ahora, ¡pero pronto lo será! A través de la historia, muy pocas personas han entendido esta verdad. Cuando sus contemporáneos trataron de hacerlo rey, él se escapó y poco más tarde hizo algunas declaraciones que le ganaron muchos enemigos (Juan 6:15, 50-66). Cuatro días antes de la Pascua hubo una especie de intento de reconocerlo como rey, cuando hizo su entrada triunfal a Jerusalén y las multitudes lo saludaron con grandes alabanzas (Mateo 21:4-11). Pero Jesús los decepcionó al no cumplir con sus deseos: él no era el hombre poderoso que habían soñado.

La gente de aquel entonces no estaba mejor preparada que la de nuestros días para un evangelio o un reino de paz que exige obediencia a la ley, autosacrificio, y amar a los enemigos.

Jesús puede ser considerado el héroe más grandioso de todos los tiempos, y de hecho lo es, pero es difícil entender con exactitud lo que su sacrificio significa. Él renunció a su igualdad con Dios para convertirse en ser humano, con una vida limitada. También renunció a su rol como Creador del universo para morir en un madero, y lo hizo para llegar a ser Aquél mediante quien podemos recibir vida eterna. Por lo tanto, la Pascua es el comienzo del plan de salvación de Dios.

Por esto fue que Jesús tuvo que morir: para que pudiéramos ser liberados del temor a la muerte y tuviéramos la oportunidad de ser transformados en hijos eternos de nuestro Padre celestial. Y cuando todo se haya cumplido de acuerdo al plan que Dios puso en acción desde el principio, él hará nuevos cielos y nueva Tierra, y los días de dolor, angustia y temor a la muerte acabarán para siempre. Esta maravillosa visión y el Espíritu de su Padre le dieron a Jesús las fuerzas para seguir adelante y lo sostuvieron durante su ministerio como hombre, incluyendo aquel horroroso día de su crucifixión.

Este año, ahora que nos acercamos nuevamente a la Pascua, tenemos la oportunidad de renovar nuestro compromiso con Dios. Debemos recordar la trascendencia del sacrificio que Jesucristo hizo, y acercarnos cada vez más a nuestro magnífico Dios de amor y bondad, cuyo sacrificio nos otorga la esperanza de un futuro de eterno gozo a su lado.