“Tengan la misma manera de pensar”. ¿Cuál?

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“Tengan la misma manera de pensar”. ¿Cuál?

Después de 30 años de matrimonio, conozco bien la manera de pensar de mi esposa. Estoy muy familiarizado con su proceder, sus actitudes, sus deseos, y también con lo que le disgusta. Conversamos mucho sobre lo que hacemos, a dónde ir, y compartimos nuestros anhelos, gustos, disgustos y sueños. Pero no siempre fue así. Como la mayoría de las parejas, iniciamos nuestra relación con expectativas poco realistas y basadas en fuertes emociones: ella me gustaba, y yo le gustaba a ella.

Lamentablemente, algunas parejas nunca se esfuerzan por conocerse mutuamente y al cabo de un tiempo llegan a la conclusión de que en realidad no son afines, por lo cual terminan separándose. Lo más sabio, entonces, es tomarse el tiempo para conocer a la otra persona (“calcular los gastos”, según dice Lucas 14:28), antes de hacer un compromiso que luego será doloroso y difícil de revertir.

El proceso de llegar a conocer bien al cónyuge se da a lo largo de muchos años y de manera gradual. Es importante entender que este proceso consiste en combinar y fusionar dos caracteres diferentes. La disposición a reconocer las faltas, conductas inadecuadas, errores y debilidades, hace más fácil el manejo de los altibajos de la vida.

El compromiso de forjar el carácter sobre el yunque de las experiencias de la vida proporciona oportunidades de crecimiento. Este proceso de aprendizaje por lo general conduce a una relación profunda, especial y gratificante, cuyo resultado final es la madurez que permite actuar y tomar decisiones de manera individual y única, pero compartiendo al mismo tiempo una relación de dependencia en la que cada uno conoce el carácter del otro.

Tengan la misma manera de pensar

Cuando analizamos lo que escribió Pablo: “Tengan la misma manera de pensar”, es necesario leer el contexto para entender lo que él estaba diciendo. Luego continúa: “. . . Aunque Cristo siempre fue igual a Dios, no insistió en esa igualdad [como algo a qué aferrarse]” (Filipenses 2:6, Trad. en Lenguaje Actual). Jesús estuvo dispuesto a renunciar a algo y a la vez a obedecer y someterse a su Padre. Renunció a la gloria de Dios para convertirse en un ser humano y aceptó voluntariamente ser sacrificado por el pecado de toda la humanidad.

Jesús sabía en qué consistía el plan de Dios, estaba seguro del resultado y estuvo de acuerdo con llevarlo a cabo. ¿Podríamos decir que Jesús conocía la mente de su Padre y que el Padre conocía la de Jesús? ¡Yo creo que sí!

Al comienzo de Filipenses 2, Pablo describe lo que se necesita para tener una buena relación con Jesucristo y el Padre. Estas mismas condiciones son las que se requieren para poder tener una relación correcta dentro del matrimonio. Pablo incluye un “si” condicional. “Por tanto, si sienten algún estímulo en su unión con Cristo, algún consuelo en su amor, algún compañerismo en el Espíritu, algún afecto entrañable, llénenme de alegría teniendo un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento” (Filipenses 2:1-2, Nueva Versión Internacional).

Note las palabras consuelo, compañerismo, afecto y amor.  Estos atributos forman parte del ámbito emocional. Si queremos tener una buena relación matrimonial y también una buena relación con Jesús y el Padre, debemos adoptar su misma manera de pensar, que incluye estas emociones. Valiéndose del “si” condicional, Pablo urge a la Iglesia a tener la mente de Cristo que, indudablemente, comprende todas estas cualidades.

Además de la conexión emocional, también debemos tener un objetivo. Si consideramos la palabra “amor” como verbo, significa que amar implica acción. Por lo tanto, debemos combinar lo que hacemos con lo que sentimos emocionalmente. Pablo describe dicha actitud y enfoque en los versículos 3 y 4: “No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás” (Filipenses 2:3-4, NVI).

¿Cómo demostró Cristo ese comportamiento? Él estuvo dispuesto a obedecer, renunciando a algo que le pertenecía, y a convertirse en el sacrificio por el pecado. Su propósito era lograr que los seres humanos llegaran a formar parte de la familia de Dios, y para poder llevar a cabo su objetivo, Jesús se humilló a sí mismo y obedeció hasta el punto de morir por nosotros. Él tenía poder de elección, y eligió obedecer a su Padre. ¡Ellos compartían la misma manera de pensar!

A los seres humanos se nos ha dado la opción de tener la mente de Cristo. Esto quiere decir que debemos esforzarnos por llevar a cabo actos de humildad y obediencia al Padre. La oración modelo dice: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre . . .…Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:9-10). Debemos estar haciendo la voluntad de Dios en nuestras vidas, es decir, tenemos que abandonar nuestra vida mundana y las actitudes que hemos desarrollado viviendo en esta sociedad. Esto se refleja en un comportamiento acorde con la voluntad de Dios, expresada, por ejemplo, en los Diez Mandamientos.

Los seres humanos tendemos a ser avaros, egoístas, egocéntricos, deshonestos y vanidosos, interesados únicamente en lo concerniente a nosotros y no a los demás. Amar al prójimo significa velar por sus necesidades y tratarlo como nosotros mismos quisiéramos ser tratados (Levítico 19:9-18; Mateo 7:12).

Si queremos tener la mente de Cristo, podemos leer acerca de su vida en los cuatro Evangelios. Si queremos ver cómo se comportaban los discípulos, el libro de los Hechos demuestra claramente cómo siguieron ellos el ejemplo de Jesús y lo que significa tener la mente de Cristo.