¡Sigamos avanzando!
Tal vez el apóstol Pablo haya tenido más pruebas en su carrera que ninguna otra persona. Debió enfrentar constante oposición a sus esfuerzos de evangelización; sufrió encarcelamientos, apedreamientos y naufragios; y aunque tenía plena conciencia de los eternos beneficios de ser cristiano, su vida aquí en la Tierra fue una interminable seguidilla de privaciones y dificultades. Él escribió: “Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez . . ."(2 Corintios 11:25-27).
¡Ciertamente esto es mucho más de lo que cualquiera de nosotros ha tenido que soportar! Pablo pudo haberse dejado llevar por la autocompasión; pudo haberse quejado y pasado horas recordando su pasado, incluyendo el tiempo (antes de convertirse al cristianismo) en que perseguía a los mismos que posteriormente terminaría amando y sirviendo. Pudo haber llorado en los hombros de sus más cercanos y haberlos impresionado con sus “relatos de guerra”. Sin embargo, Pablo no se dejó llevar por la autocompasión; muy por el contrario, les entregó esta valiente amonestación: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios. Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa" (Filipenses 3:12-16). El libro de Filipenses no es un mensaje de retroceso, sino de progreso, optimismo y esperanza para los cristianos de todos los tiempos.
Cuando nos comprometimos a ser cristianos, sabíamos que de vez en cuando deberíamos llevar y soportar una “cruz”, que puede ser representada por nuestros reveses, desilusiones y pruebas. Pero todo ello es parte del contrato que hicimos con Dios. Jesús les dijo a quienes ansiaban seguirlo: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27).
Podemos pasar innumerables horas reviviendo las ofensas de otros; no obstante, nunca debemos llegar al punto de permitir que el poder y la belleza del llamamiento de Cristo y el gozo del Espíritu Santo que opera en nosotros se destruyan. Ello podría acarrearnos la ruina y sumirnos en la ira y el sarcasmo, como suele suceder.
Sentir lástima por nosotros mismos nos impide ser productivos y alentar a los demás. Si aquellos que son llamados a descubrir el gozo de la salvación ven en nosotros un espíritu abatido, ¿por qué deberían sentirse motivados a ser parte de nuestra comunidad religiosa?
En varios lugares en el libro de los Hechos, el cristianismo es descrito como “el Camino” (Hechos 9:2; 18:25-26; 19:9; 23, etc.). Este Camino es un modo de vida, una manera de pensar. Nuestra caminata como cristianos debe basarse en buenos hábitos mentales y espirituales que produzcan bienestar, éxito y buena salud. Por el contrario, los malos hábitos solo hacen que uno se desmoralice, ¡y no podemos permitirnos tal cosa!
¡Sigamos avanzando! Cristo está plenamente consciente de todo lo que está ocurriendo en nuestras vidas, en nuestra Iglesia, y en todo el mundo. Él tiene todo bajo control y desea que usted confíe en que cumplirá las promesas que nos ha hecho a nosotros y a su Iglesia. ec