¿Qué significa “doctrina”?

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¿Qué significa “doctrina”?

¿Qué significa exactamente “doctrina”? Las palabras traducidas como doctrina en las Escrituras se refieren a instrucción y enseñanza. Hay doctrinas bíblicas diametralmente opuestas en su contenido, como las de demonios y hombres, muy distintas a la doctrina de los apóstoles:
“. . . las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y [a] la doctrina que es conforme a la piedad” (1 Timoteo 6:3). También hay ejemplos de instrucción a los padres: “Porque os doy buena enseñanza; no desampararéis mi ley” (Proverbios 4:2).

¿Dónde se origina la verdadera doctrina? Jesús dijo: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió” (Juan 6:3). Desde el comienzo, Dios el Padre estipuló sus instrucciones –o enseñanzas doctrinales– en las Escrituras. Mediante la ley, los escritos y los profetas, Jesús entregó a los apóstoles nuevas instrucciones. Pablo escribió: “Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1 Tesalonicenses 2:13).

La sana doctrina, o la instrucción de Dios, está compuesta de las palabras de vida (Juan 6:68). La obediencia a la doctrina de Dios coloca a la persona en el sendero correcto, definido por él mismo. Pablo escribió: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17). El esplendoroso futuro que Jesús prometió a quienes observen las justas instrucciones de Dios está descrito en Mateo 13:43: “Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre”.

Aunque a primera vista la obediencia a las instrucciones divinas parece ser muy sencilla, en realidad es muy difícil para el hombre aceptar y poner en práctica la verdadera doctrina. Varios relatos en los evangelios registran la renuente reacción de los oyentes de Jesucristo. Este hecho debe ayudarnos a reconocer la tendencia humana a querer cambiar o alterar la doctrina para acomodarla a nuestros impulsos carnales. De hecho, en cierto sentido la Biblia es un registro de cómo Dios da sus instrucciones y de cómo el hombre las modifica o rechaza.

El nuevo pacto se basa en hacer exactamente lo que Jesús enseñó. La meta de su comisión a la Iglesia fue la observancia de todas las cosas que él ordenó, y esa debe ser también nuestra meta para la predicación del evangelio (Mateo 28:20). Aquellos que siguen las instrucciones de Dios son sus hijos e hijas , quienes tienen una estrecha relación con él. “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23).

¿Cómo podemos saber cuáles doctrinas son de Dios y cuáles son de hombres? La Biblia no fue escrita ni explicada por seres humanos (2 Pedro 1:21). Cristo inspira la verdadera doctrina para que sea enseñada por todos sus ministros, a los cuales él mismo escoge. Esto se hace, en parte, para evitar ser “llevados por todo viento de doctrina” (Efesios 4:11-15).

El ministerio de Cristo debe estudiar diligentemente la Palabra de Dios a fin de enseñar y propagar todo lo que él ordena. Nuestro folleto Las creencias fundamentales de la Iglesia de Dios Unida explica por qué creemos y observamos ciertas cosas. Estas doctrinas forman los cimientos básicos de la Iglesia de Dios Unida, una Asociación Internacional, según están escritas en nuestra acta corporativa, la Constitución.

Pero la totalidad de las enseñanzas doctrinales de Dios no se limita únicamente a las 20 creencias fundamentales que hemos mencionado. Tal como las ramas y varitas adheridas al tronco de un árbol, las instrucciones en la Palabra de Dios se extienden a todas las áreas de nuestra vida. La doctrina debe ser de Dios para poder cumplir su verdadero propósito: “Pues el propósito de este mandamiento es el amor [ágape] nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida . . .” (1 Timoteo 1:5).

Es extremadamente vital entender el propósito de las doctrinas de Dios, para evitar llegar a la conclusión de que son las leyes y reglamentos mismos los que tienen mayor importancia. Cuando uno eleva la ley y los reglamentos por sobre el amor a la ley, se ha embarcado en un sendero distinto, como continúa explicando Pablo: “. . . de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería, queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman” (1 Timoteo 4:3-4). Hemos sido llamados a desarrollar la forma de pensar de Dios, y su instrucción doctrinal nos ayuda a dirigirnos en tal sentido. Para resumirlo en pocas palabras, debemos tener amor fraternal por todos.

¿Qué debe hacer usted si tiene una creencia distinta a la que enseña la Iglesia? Necesita hacer una pausa y considerar seriamente lo que cree. Primero pregúntese: “¿Qué enseñan Dios, su Iglesia y sus ministros? ¿Por qué mi perspectiva difiere de la suya?” Y, por último, consulte con ellos.

La Escritura nos advierte que ciertos ministros enseñan doctrinas distintas y que algunas personas están ansiosas por escucharlas. Existe una tendencia  a poner atención a los maestros que imparten otras enseñanzas. “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:3-4).

Un "montón de maestros" está disponible en este mismo instante en Internet, y sus enseñanzas pueden parecer muy seductoras a la mente independiente. El razonamiento lógico es presentado solo de un lado, con atractivos detalles que la lógica humana procesa fácilmente. Cuando uno “pica” por aquí y por allá ideas de varios proponentes, su posición doctrinal se vuelve verdaderamente particular. A menudo, el resultado es que la persona se aísla de las asambleas y autoridades que Dios ha establecido. Una de las últimas declaraciones de Cristo a la Iglesia fue una advertencia contra el alimento espiritual que algunos buscan en fuentes que no son las de él. “Por tanto, yo te he aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apocalipsis 3:18).

Han pasado casi 2000 años desde que el Nuevo Testamento fue acabado y toda la Biblia fue concluida. Los libros originales fueron escritos en idiomas antiguos, extraños para nosotros en la actualidad. El deseo y el deber de la Iglesia son que observemos cuidadosamente todo lo que Dios ordenó. De vez en cuando, el Consejo de Ancianos recibe sugerencias para clarificar o enmendar una creencia o práctica, a fin de acomodarla mejor a cierta creencia bíblica. El Consejo y el Comité Doctrinal toman muy en serio tales sugerencias. Mediante oración, exhaustivas investigaciones y consideraciones examinamos esas opiniones, lo que a veces da como resultado documentos de estudio que entregan las conclusiones del trabajo investigativo del Consejo.

Nos mantenemos abiertos a recibir opiniones en cuanto al entendimiento profético y doctrinal de la Iglesia. Un proceso establecido y eficaz invita al ministerio y a los miembros a someter por escrito todo material profético o doctrinal respecto a las creencias de la Iglesia. Cualquier alteración o enmienda a nuestras creencias está protegida por un proceso descrito en nuestra Constitución y Reglamentos. La alteración de cualquier doctrina requiere el apoyo de 75 por ciento de los ministros.

La Iglesia de Dios Unida se ha comprometido a enseñar y promover la fidelidad a las doctrinas que nuestro Padre entregó mediante su Hijo a los apóstoles, quienes a su turno las desarrollaron y formalizaron en las Escrituras. Según el espíritu de las enseñanzas de Cristo, tenemos mucho cuidado de no añadirles ni quitarles (Apocalipsis 22:18-19).Sin embargo, nos mantenemos atentos a Dios y dispuestos a entender y aplicar mejor exactamente lo que él nos ordena. ec