¿Me ama Dios?
"¿Me ama Dios?” La respuesta positiva a esta pregunta pareciera ser obvia, pero en el curso de nuestra vida tal vez haya momentos en que dudemos de ella. Para muchos, el amor de Dios no es algo garantizado. ¿Cómo pueden algunas personas llegar a comprender el amor de Dios cuando ni siquiera conocen el amor de un padre humano? ¿O de una madre, abuelos, o hermanos? ¿De un esposo o una esposa? ¿De una iglesia, o incluso de un verdadero amigo? Después de todo, ¿qué es el amor?
Muchos no saben lo que es el amor genuino y, en consecuencia, juntan los pedazos de las pocas cosas que los hacen sentir bien y tratan de armar algo que pueda funcionar. Sin embargo, esto frecuentemente resulta ser otra farsa. Muchas personas pasan por la vida sufriendo una desilusión tras otra, y con el tiempo aprenden a apagar por completo sus sentimientos. La experiencia les aconseja volverse invulnerables frente a los demás, a riesgo de ser lastimados: el dolor del pasado agregado al del presente duele demasiado.
Todos sentimos una gran necesidad de pertenecer a algo o alguien. Para satisfacer esas ansias de aceptación, algunos se someten a la tiránica presión de los amigos, cambiando y conformándose a los valores escogidos por el grupo para sentir que son parte de algo. En casos extremos esto puede llevar a unirse a una pandilla, ya sea una violenta o simplemente una que opera a través de Internet. Para algunos las pandillas representan un refugio que les ofrece cierto grado de aceptación e identidad, especialmente a quienes sufren de abandono emocional. Sin embargo, el sentimiento familiar que puede aportar una pandilla solo llega hasta cierto punto. Por lo general, el “amor” falso que se encuentra en una pandilla no tiene nada que ver con un amor libre de opresión, recíproco, dispuesto incluso a entregar la vida por el amigo. El interés de la pandilla en sus miembros está condicionado a lo que puede conseguir de ellos. Muchas pandillas se apoderan de todo lo que pueden hasta no dejar nada.
Durante gran parte de la historia, el mundo ha sido un lugar muy nefasto. La superstición, los dioses falsos, los pensamientos inicuos, la mentira, el abuso de poder y la brutalidad no han tenido límite. Aparte de la luz de Cristo, no hay esperanza, amor, gozo, paz, paciencia ni benignidad que duren en el tiempo. Si la humanidad rechaza absolutamente todo aquello que tiene que ver con la verdad, con Dios y con las verdaderas enseñanzas de Jesucristo, lo que hace es apagar esa luz.
¡La solución es el Dios Creador!
¿Cómo podemos ayudar más eficazmente a la gente pobre, desamparada, descorazonada, emocionalmente golpeada, quebrantada, afligida o con tendencias a comportarse disfuncionalmente para llenar el vacío en sus vidas? ¿Cómo podemos ayudarles a ver el amor tangible, sólido, revitalizador, gozoso, energizante y lleno de paz que proviene de Dios?
¿Qué cosas prácticas y simples podemos hacer para ayudar a estas personas a comprender gradualmente el amor que Dios tiene hacia ellas y, por sobre todo, para que aprendan sobre el Reino de Dios? Nuestra tarea es mostrarle a la gente el amor de Dios y de Jesucristo mediante nuestro ejemplo. Debemos reflejarlo a ellos y ayudar a otros amorosamente para que puedan ver quiénes son Dios y Cristo.
De hecho, esta es una de las formas en que otros pueden llegar a ver y comprender mejor que Dios los ama. ¿Qué ven ellos en nuestras congregaciones? ¿Pueden palpar este amor cuando nos ven juntos? Jamás debemos subestimar el poder de nuestro ejemplo, nuestras acciones o nuestras palabras. ¡Esto es absolutamente crucial, porque puede que seamos la única representación de Dios que han tenido oportunidad de ver en sus vidas!
Creo que los seres humanos deben ser restaurados con gentileza y cariño; debemos incluirlos, invitarlos y mostrarles mucha paciencia. Necesitan ser escuchados y también contar con un lugar seguro, donde se sientan completamente acogidos y apoyados a medida que crecen. Debemos esforzarnos para ofrecerles el fruto del Espíritu y para que vean el amor sanador de Dios. Puede que aquellos que se preguntan a sí mismos, “¿me ama Dios?”, no comprendan lo que les parece tan lejano, tan intocable. Es parte de nuestro llamamiento el ayudarles a ver que la respuesta inequívoca es ¡sí!
Cuando yo misma me hice la pregunta “¿me ama Dios?”, un amigo me dio un consejo: “Ve a Dios en oración y pídele que te lo demuestre. No compartas esa oración con nadie, porque así, cuando tu oración sea contestada, sabrás que es la respuesta directa de Dios”. Cuando seguí su consejo, Dios me contestó rápida y específicamente. Yo lo llamo mi “momento de Gedeón”. Esa experiencia se convirtió en el fundamento de mi fe, y me impacta hasta hoy día.
A medida que nos esforzamos diariamente por crecer y parecernos más a Jesucristo, debemos estar listos para demostrar el amor incondicional de Dios por medio del ejemplo que damos a otros. Quién sabe si alguna persona –quizá alguien cercano a usted que ha estado en la Iglesia por muchos años– pueda ver su ejemplo y sienta con mayor profundidad el amor de Dios.
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).