¿Lo atormenta el remordimiento? ¡Anímese!

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¿Lo atormenta el remordimiento? ¡Anímese!

Mi esposa y yo estamos leyendo un libro acerca del matrimonio llamado His Needs, Her Needs (Las necesidades de él, las necesidades de ella). Es un libro clásico y tal vez muy conocido para muchos. Llevamos cinco años de casados, pero ambos sentimos que en muchos aspectos este último año ha sido verdaderamente nuestro primer año de matrimonio.

En cuanto a mí, me he dado cuenta de que he tenido conductas egoístas que no han fortalecido nuestra relación ni han edificado a mi esposa, sino que, por el contrario, han deteriorado nuestro matrimonio gradualmente, un poquito aquí, un poquito allá. El libro analiza el impacto que puede tener sobre nuestra relación y sobre nuestro matrimonio la forma en que tratamos a nuestro cónyuge: o lo edifica, o lo destruye. Para explicar esto utiliza la analogía de un banco de amor, con débitos y créditos.

A medida que me he dado cuenta de mis conductas negativas, he llegado a sentir remordimiento por muchas cosas, y detesto la sensación. ¿Quién quiere vivir lleno de remordimientos? Nadie. Sin embargo, todos lo hacemos. “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Romanos 7:14-24). Aquí vemos que el apóstol Pablo, un extraordinario ejemplo de fe y valentía para llevar a cabo la voluntad de Dios, ¡tuvo que luchar contra las mismas cosas que nos afligen a nosotros! Él quería hacer el bien, pero se daba cuenta de que frecuentemente sus acciones no concordaban con esos deseos. Esto demuestra que incluso aquellos que todos consideramos ejemplos de grandeza en el camino de Dios, luchan contra los mismos errores y remordimientos que nosotros.

Dudar de uno mismo ØRemordimiento ØAnsiedad

Las dudas sobre uno mismo y los remordimientos pueden llevarnos fácilmente a la ansiedad — ¿soy digno?, ¿si muriese hoy, seré parte de la resurrección?

Esta ansiedad muy a menudo puede ser paralizante y llevarnos a la inacción, a un estado de angustia y desesperación o, aún peor, hasta a una posible apatía en cuanto a hacer el bien. Cuando hacemos brillar la luz de las Escrituras sobre nosotros mismos, nos enfocamos en esos errores y remordimientos, y es doloroso. Pero podemos animarnos: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el espíritu, del espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:7-8). Sé que este pasaje no se cuenta entre los que normalmente leemos para animarnos, pero pienso que hay esperanza en esta analogía si nos detenemos a pensar en ella por un momento.

Cuando pienso en la cosecha de un campo, generalmente acude a mi mente lo que la mayoría de los granjeros cosechan: cientos de hectáreas de puro maíz, o puro trigo, o pura soya. Pero si uno tiene una huerta en su casa, eso no es lo que hace, sino que siembra muchos tipos de plantas distintas. Mi suegra y su esposo tienen una huerta, y siembran todo tipo de cosas: pimentones dulces, ajíes, papas, tomates, etc.

Y cuando uno medita en la diversidad de un huerto casero, esta analogía describe de manera más precisa el tipo de vida que llevamos. Todos sembramos diferentes tipos de semillas cada día, y todo lo que hacemos es sembrar semillas: cada vez que interactuamos con otras personas, cada pensamiento que cruza nuestras mente, cada correo electrónico que enviamos, son semillas. A medida que va pasando el tiempo, cada una de esas cosas se va sumando, y eventualmente cosechamos el fruto de esas acciones.

Y esas cosechas tienen un alcance continuo e infinito. La forma que trato a una persona a la cual quizá veo solo una vez cada dos meses, forjará el tipo de relación que tendré con ella continuamente. Los conceptos y reflexiones que cruzan mi mente en la privacidad de mi cerebro forman un patrón de pensamiento, y según ese patrón cosecharé la forma en la que me expreso, el tipo de gente con la que me asocio, la clase de entretenimiento que busco. Así, la variedad de cosas que cosecho es interminable.

En gran escala, la suma total de todas las cosechas continuas e infinitas que obtenemos con el tiempo, cada día, revelan quiénes somos en realidad. Y creo que por esto mismo es que podemos animarnos, porque nuestro período de juicio no se limita a un momento único y preciso. No somos juzgados en el instante mismo en que cometemos un error o pecamos.

Dios no nos está observando y esperando para atraparnos en el momento que fallamos y recaemos en el mismo pecado con el cual hemos luchado por años. Nuestro período de juicio es nuestra vida entera, y somos una obra en progreso. Y ese progreso se basa en la superación, en dar cada día lo mejor de nosotros para vencer esas conductas que nos avergüenzan, y en poner en práctica la virtud, en vez del pecado, en todas sus formas posibles.

Remordimiento

Continuación  de la página 4

Cuando cometemos un error, cuando sembramos la semilla equivocada (ya sea en la forma que tratamos a los demás, o al enojarnos tanto con alguien que lo odiamos y nos rehusamos a perdonarlo, o al desarrollar el hábito de decir groserías, o de esparcir chismes, o de mentir, ver pornografía o quebrantar el sábado) y aun así nos ponemos como meta superar dicho error arrepintiéndonos e intentando entregarle nuestras vidas por completo a Dios, podemos animarnos. Puede que nunca logremos olvidar, pero Dios sí puede, y lo hace, y nos perdona.

Cuando Dios necesitaba reemplazar al rey Saúl, buscó a alguien que tuviera un corazón que lo buscara a él, y así fue como encontró y escogió a David. La cosecha total que produjo David a lo largo de su vida fue satisfactoria y Dios confirmó esto al final de su vida. Sin embargo, ¡todos conocemos los grandes errores que él cometió durante ese tiempo! Sembró todo tipo de malas semillas a través de su vida, pero cuando se daba cuenta de sus pecados, siempre volvía a Dios y se esforzaba por practicar la justicia.

Por lo tanto, ¡anímese! A Dios le interesa la cosecha final de su vida. ¿Desea usted complacer a Dios? ¿Está intentando servirle y sembrar lo más posible una cosecha de justicia? ¿Está practicando la justicia? Si es así, no permita que sus remordimientos lo consuman; utilícelos para hacer cambios positivos y siga adelante.