Lección 13 - Trasfondo histórico de los evangelios: El sermón del monte (5ta parte)

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Lección 13 - Trasfondo histórico de los evangelios

El sermón del monte (5ta parte)

En primer lugar, mediante lo que se denomina las bienaventuranzas, él explica la actitud apropiada hacia las leyes de Dios, que básicamente requiere de una mente convertida para obedecerlas correctamente. En segundo lugar, se centra en varios mandamientos y leyes del Antiguo Testamento, demostrando su verdadera intención en el espíritu y en la letra. En tercer lugar, explica los tres hábitos religiosos más importantes que los escribas y fariseos estaban pervirtiendo. Por último, enseña la forma correcta de juzgar justamente, dejando a un lado la autojusticia.

No juzgar

En Mateo 7, Jesús dice: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:1-5).

En Lucas 6:37 leemos: “No condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados”. Esta actitud autojusta y condenatoria de los demás era una gran falla de los fariseos, como Jesús más adelante lo ilustró en la historia del fariseo y el publicano en Lucas 18:9-14. Expositor’s Commentary [Comentario del expositor] señala: “Aquí Jesús exhorta a sus discípulos a no ser criticones ni condenatorios [es decir, criticar severamente o murmurar]. El verbo krino tiene la misma fuerza en Romanos 14:10-13 (ver Santiago 4:11-12). El rigor del compromiso que se exigía de los discípulos con el Reino de Dios y su justicia, no los autorizaba a adoptar una actitud condenatoria. Los que ‘juzgan’ de tal manera, a su vez serán ‘juzgados’, no por los hombres (es decir, sin muchas consecuencias), sino por Dios (lo que encaja con la solemnidad del tema). El discípulo que se arroga el derecho de juzgar lo que otro hace usurpa el lugar de Dios (Romanos 14:10) y por lo tanto tiene que rendir cuentas ante él” (versión en línea, notas sobre Mateo 7:1).

Los fariseos no solo menospreciaban a quienes no cumplían con todas sus normas de hechura humana, sino también a los de menor rango entre ellos mismos. Tenían diferentes grados de títulos ostentosos, comorab(gran maestro), rabí (maestro superior) y rabán (maestro supremo).

A. Robertson, en Word Pictures of the New Testament [Imágenes en palabras del Nuevo Testamento] describe ‘juzgar’ en este contexto como “El hábito de la censura y la crítica aguda e injusta. La palabra que conocemos como ‘criticar’ proviene de ‘juzgar’, que significa separar, diferenciar, discriminar. Juzgar es necesario, pero el prejuicio (prejuzgar) es una crítica injusta y malintencionada” (notas sobre Mateo 7:1).

Cristo mismo no se opone a evaluar y analizar las situaciones, pues enseguida añade acerca del discernimiento: “Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20). También declaró: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Juan 7:24, énfasis nuestro en todo este artículo).

Por lo tanto, tenemos que condenar el pecado, pero ser considerados con el pecador (ver Gálatas 6:1-2). Aunque Dios no nos ha hecho jueces de su ley, debemos evaluar las acciones de los demás, pero con misericordia, como dice Jesús acerca de juzgar en Mateo 6:15, y en el pasaje paralelo de Lucas 6:36: “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso”. Cristo también explica que deberíamos enfocarnos más en juzgarnos a nosotros mismos que en juzgar a los otros; para ello utiliza un ejemplo relacionado con la carpintería, la cual conocía muy bien pues era su oficio. Menciona que debemos centrar nuestra atención en la “viga” en nuestro ojo (nuestras propias faltas y pecados) antes de ver la “paja” en el ajeno (el término en griego alude a cualquier partícula seca, brizna o rastrojo, así que fácilmente puede haber estado aludiendo al aserrín de una carpintería).

Pablo lo resume diciendo “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12).

No echar las perlas a los cerdos

Luego de advertir en contra de juzgar apresuradamente a los demás, Jesús nos exhorta a no ir al extremo opuesto. Dice: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen” (Mateo 7:6).

Expositor’s Commentary [Comentario del expositor] dice: “La exhortación a los discípulos para que amaran a sus enemigos y no los juzgaran podría hacerlos pasar por alto las sutilezas de la argumentación y volverlos faltos de discernimiento. Este versículo previene tal posibilidad. Los ‘cerdos’ no sólo son animales impuros, sino además salvajes y feroces, capaces de atacar violentamente a una persona. Los ‘perros’ [en este contexto] no deben ser considerados como mascotas domésticas; en las Escrituras normalmente son [animales] salvajes, asociados con lo impuro y despreciable. Las dos bestias sirven como ilustración de lo que es malo, impuro, y abominable” (notas sobre Mateo 7:6).

Las “perlas” son las verdades preciosas de la Palabra de Dios (ver Mateo 13:45-46). No debemos tratar de convertir a otras personas explicándoles las verdades bíblicas cuando no muestran ningún interés. Como 1 Pedro 3:15 nos dice, debemos estar preparados para presentar defensa de nuestra fe, pero no para avasallara otros con nuestras creencias. Entonces, ¿cómo estar seguros de que discernimos bien las cosas? Jesucristo dice que en primer lugar hay que acercarse a Dios mediante la oración constante y persistente para recibir lo que pedimos. Dice: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:7-8).

Dios está dispuesto a ayudarnos y darnos sabiduría si se lo pedimos sin pretender que ya sabemos la respuesta. Por otra parte, a veces podríamos pensar que realmente no le importa, pero Jesús dice: “¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (vv. 9-11). Cristo dice que incluso un padre, con una naturaleza humana normalmente enfocada en sí misma y no en Dios, es capaz de dar cosas buenas a sus hijos.

Entonces, ¿cuánto más estará Dios dispuesto a darnos cosas buenas considerando que carece de nuestras malas inclinaciones?

Expositor’s Commentary señala: “Lo que fundamentalmente está en juego es la imagen que el hombre tiene de Dios. No se puede pensar en él como un ser enigmático e inseguro al que se puede engatusar o intimidar para que reparta sus dones; ni como un tirano malintencionado que se complace en sus ardides, ni siquiera como un abuelo indulgente que concede todo lo que le pidan. Él es el Padre celestial, el Dios del reino, que gentil y voluntariamente reparte los buenos dones del reino en respuesta a la oración” (notas sobre Mateo 7:9).

La regla de oro

Luego, Jesús se refiere a uno de los conceptos clave en toda la Escritura sobre la manera de tratar a los demás, tradicionalmente llamada “la regla de oro”: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12). Este es el gran principio detrás de los últimos seis de los Diez Mandamientos, aquellos que rigen nuestra relación con nuestros semejantes. Por eso Jesús dijo que este concepto resume toda la ley del Antiguo Testamento, pues Dios es amor y todas sus leyes reflejan un interés altruista por los demás, que es la base de la regla de oro.

De hecho, incluso algunos de los rabinos de su época entendían este concepto fundamental de la Biblia, pero lo expresaban en forma negativa, no positiva.

Expositor’s Commentary explica: “Por el año 20 d. C., el rabino Hillel fue desafiado por un gentil a resumir la ley en el tiempo que este [el gentil] podía sostenerse en una pierna. Según se dice, Hillel respondió: ‘Aquello que odias, no se lo hagas a nadie. Esta es toda la ley; todo lo demás son solo palabras. Ve y apréndelo’ (Shabat 31a). Al parecer, solo Jesús expresó la regla en forma positiva, dejando así en claro que era más elocuente que su versión negativa, pues condena los pecados por omisión y asimismo los pecados por comisión. Los cabritos de Mateo 25:31-46 serían absueltos bajo la forma negativa de la regla, pero no bajo la forma atribuida a Jesús . . . Y en el marco del cumplimiento de las Escrituras, la norma proporciona un resumen práctico de la justicia que se practicará en el reino. Sobre todo, este versículo no debe entenderse como una fórmula práctica al estilo de ‘la honestidad paga’. Hemos de hacer con los demás lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotros, no solo porque esperamos lo mismo a cambio, sino porque tal conducta es el objetivo de la ley y los profetas” (notas sobre Mateo 7:12).

Cinco advertencias

En la conclusión del sermón del monte, Cristo entrega cinco advertencias sobre el verdadero camino de vida de Dios, contrastándolas mediante pares: dos caminos, dos profetas, dos árboles, dos demandas y dos constructores.

En primer lugar, advierte que hay solo dos caminos de vida: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14). Está diciendo que el camino del discipulado es “estrecho”, o restringido, pues se basa en la forma correcta, no la farisaica, de guardar la ley, lo que inevitablemente da lugar a la persecución y la oposición, que son los temas principales de Mateo.

En segundo lugar, Cristo advierte: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mateo 7:15). Los lobos son conocidos por matar a las ovejas y luego utilizar su piel para esconderse entre ellas y matar a más ovejas. Este dicho nos enseña que debemos juzgar a las personas no tanto por su aspecto o por lo que dicen, sino por sus acciones. El verdadero profeta es consistente, interna y externamente. Pedro comprobó el cumplimiento de lo dicho por Cristo cuando advirtió:  “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado” (2 Pedro 2:1-2).

Más tarde Pablo advirtió a los ancianos en Éfeso: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hechos 20:29-30).

En tercer lugar, Cristo compara a las personas con dos árboles frutales: uno que produce buenos frutos, y otro, frutos malos. Dijo: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16-20). Por lo tanto, una persona puede ser engañada si se fija solo en el follaje o la apariencia exterior del árbol y no en el fruto, que representa los hechos y los efectos. Un fruto tarda mucho tiempo en desarrollarse, pero no así las hojas. Así que a veces se necesita tiempo y resultados para ver el fruto real de la gente.

En cuarto lugar, Cristo hace énfasis en las dos formas de creer en él, una verdadera y otra falsa. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23). Aquí vemos que estos falsos profetas son en realidad predicadores fraudulentos que usan el nombre de Cristo para engañar y ganar adeptos. La clave para reconocerlos es que practican la “injusticia” ¿Qué es la injusticia? 1 Juan 3:4 dice: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”. Injusticia es el desconocimiento y quebrantamiento de la ley de Dios. De hecho, es peor estar sin ley que transgredirla; vivir sin ley significa rechazarla, en tanto que un transgresor de la ley puede tener la intención de guardarla, sin embargo, la quebranta por causa de su debilidad.

En consecuencia, los predicadores que no enseñan a guardar todos los mandamientos de Dios en realidad están enseñando un tipo de “injusticia”, sobre la cual Jesús había advertido cuando dijo que no había venido a abolir la ley (Mateo 5:17-20). Santiago lo expresa así: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (Santiago 2:10-12).

La quinta advertencia de Jesús se ilustra contrastando los cimientos de dos edificios: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7:24-27)

Vemos que “la voluntad del Padre” (v. 21) es lo que Jesús equipara con “estas palabras”, ya que coinciden. Los dos tipos de cristianos pueden clasificarse como los que solo “oyen” la Palabra de Dios y los que la “hacen” (ver Santiago 1:25).

Cada “casa cristiana” aparentemente está bien cuando hay buen clima. En Israel caían lluvias torrenciales que rápidamente se convertían en graves inundaciones. Solo entonces se revelaba la calidad de las dos construcciones. Esta analogía nos recuerda la parábola del sembrador, según la cual la semilla sembrada en terreno rocoso perdura solo un corto tiempo, hasta que “vienen los problemas o persecuciones a causa de la palabra” (Mateo 13:21). La clave está en que el hombre convertido construye su casa para soportar cualquier cosa, poniendo verdaderamente en práctica las palabras de Jesús y estableciendo una base espiritual perdurable. Los que pretenden tener fe, pero en realidad no ponen en práctica las enseñanzas de Jesús, son los constructores necios. Cuando vienen las tormentas de la vida, su estructura espiritual colapsa por no estar basada en el fundamento sólido de la obediencia a las leyes de Dios y la fe verdadera.

La autoridad de Jesús al hablar

El relato termina así: “Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7:28- 29).

Los escribas acostumbraban citar simplemente las diferentes opiniones de los rabinos prominentes, y luego dejar que cada cual adoptara la que quisiera entre las diferentes escuelas de pensamiento. Pero Jesús estaba seguro de sus afirmaciones; sin duda sus enseñanzas se basaban fielmente en las Escrituras, y además él era Dios en la carne. William Barclay comenta: “La autoridad de Jesús era algo bastante nuevo. Cuando los rabinos enseñaban, respaldaban cada declaración con citas. Siempre decían: ‘Hay un dicho . . .’ , o ‘Este o aquel rabino dice que . . .’
Siempre apelaban a la autoridad. Cuando los profetas hablaban, decían: ‘Así dice el Señor’. La autoridad que tenían les había sido delegada. Cuando Jesús hablaba, les decía: ‘Les digo’. No necesitaba autoridad que lo respaldara pues la suya no era delegada: él mismo era la autoridad encarnada. He aquí un hombre que hablaba como alguien con autoridad” (Daily Bible Study, [Biblia de estudio diario], edición en línea, notas sobre Lucas 4:31).

A. T. Robertson añade: “En el pasado habían oído muchos sermones de los rabinos en las sinagogas. Hay registros de estos discursos conservados en la Mishná y la Guemará, el Talmud judío, cuando ambos fueron concluídos: la más árida y aburrida colección de comentarios inconexos acerca de cualquier situación imaginable. Los escribas citaban a los rabinos antes de citar el Talmud, y temían expresar cualquier idea sin respaldarla con algún predecesor. Jesús habló con la autoridad de la verdad, la realidad y la frescura de la luz del alba, y el poder del Espíritu de Dios. Este sermón, que dejó una impresión tan profunda, terminó con la tragedia de la caída de la casa construida sobre la arena, como el estruendo de la caída de un roble gigante en el bosque, sin que nada amortiguara su derrumbe” (Word Pictures of the New Testament, notas sobre Mateo 7:28).  ec

(Continuará).