Las 12 tribus de Israel en la profecía
Tercera parte
Dios amplía sus promesas
El relato más detallado de las promesas que Dios le hizo a Abraham se encuentra en Génesis 17: “Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció el Eterno y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera . . . He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes.
“Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes. Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos” (vv. 1-8).
Tal como en declaraciones anteriores de esta promesa, la bendición de Dios aún era condicional y dependía de la obediencia y el compromiso de Abraham de madurar espiritualmente. Aquí, Dios le recuerda esto diciendo: “Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto” (v. 1; compare con Mateo 5:48).
Una “gran nación” se expande a “muchas naciones”
Recuerde que una parte importante de la promesa de Dios consistía en multiplicar grandemente la descendencia de Abraham. Aquí Dios enfatizó esta realidad que aún estaba por cumplirse dándole un nuevo nombre al patriarca. Hasta aquel momento, él era conocido como Abram. Dios le dijo: “Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes” (Génesis 17:5). Como se mencionó anteriormente, el nombre Abram significa “padre eminente”, pero Abraham significa “padre de una multitud”.
Dios explicó en detalle este aspecto de su promesa: “Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti” (v. 6; vea también los versículos 15-16).
Dios continuó: “Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos . . . En cuanto a ti, guardarás mi pacto, tú y tu descendencia después de ti por sus generaciones” (vv. 8-9). El relato en Génesis 17 establece el compromiso de Dios con Abraham como “pacto perpetuo” (versículos 7, 13, 19), un contrato obligatorio que obliga a Dios a darle a la descendencia del patriarca la tierra de Canaán a perpetuidad (versículo 8). El compromiso de Dios con Abraham fue enormemente importante y trascendental.
El sexto relato de la promesa que Dios le hizo a Abraham aparece en Génesis 18, inmediatamente antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra, dos ciudades infestadas de pecado. Los visitantes angelicales de Abraham (mensajeros con noticias del castigo divino que caería sobre esas dos ciudades) reconfirmaron el nacimiento del hijo que Abraham –quien ya tenía 99 años– tendría con Sara, diez años menor que él (versículos 10-14).
Conforme a la promesa que Dios hizo de que no “encubriría” sus intenciones a Abraham (Génesis 18:17; Amós 3:7), los ángeles que visitaron al anciano patriarca ratificaron las promesas de que serían “benditas en él todas las naciones de la tierra” (Génesis 18:18).
La promesa se cumplió dramáticamente aproximadamente un año después de este encuentro, cuando Sarah dio a luz a Isaac (Génesis 21:1-3). Primero, Abraham había probado que era fiel a Dios. Ahora, milagrosamente, Dios probaba su lealtad al compromiso que había hecho con él.
La prueba suprema de Abraham
La culminación de estos siete relatos de las promesas de Dios aparece en Génesis 22, donde encontramos uno de los eventos más significativos de la Biblia. Esta es la parte final de la promesa que Dios le hizo a Abraham.
En este relato, la disposición de Abraham para sacrificar a Isaac simboliza el evento fundamental del plan de Dios de ofrecerle la salvación a todos: la disposición de Dios de ofrecer a su Hijo único, Jesucristo, como sacrificio (Juan 3:16-17).
Anteriormente señalamos que las promesas de Dios dependían de la obediencia continua de Abraham (Génesis 12:1; 17:9). Pero después de los eventos de Génesis 22, Dios transformó este pacto con Abraham y lo elevó a un nuevo nivel — y con buena razón.
Dios le dijo a Abraham que tomara a Isaac, el hijo prometido (Romanos 9:9), y lo sacrificara como ofrenda encendida en el monte Moriah (Génesis 22:2). La prueba suprema de la fe de Abraham había llegado.
A estas alturas de su vida, Abraham había aprendido a confiar absolutamente en el Eterno. Había experimentado desde hacía mucho la sabiduría, la verdad y la fidelidad de Dios, así que se preparó para hacer lo que se le había ordenado, solo para ser milagrosamente detenido en el preciso momento en que iba a sacrificar a su hijo (versículos 9-11).
Podemos aprender varias y profundas lecciones de este incidente. Primero, Dios jamás ha autorizado que se le adore con sacrificios humanos, ni en los tiempos antiguos ni en los modernos.
Segundo, Dios le prohibió a Israel imitar la práctica pagana de ofrecer a los hijos primogénitos como sacrificios a los ídolos. El sacrificio humano era arte y parte de la sociedad mesopotámica de la cual Abraham había sido llamado, como también de las naciones que lo rodeaban. Pero Dios se aseguró que su fiel siervo no matase a su hijo, a pesar de que Abraham no sabía con anticipación lo que Dios tenía en mente.
En el versículo siguiente, las palabras de Dios revelan lo que él realmente quería saber acerca de Abraham: “. . . porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (v. 12). Mediante su disposición para obedecer al Dios viviente, Abraham había probado ser capaz de renunciar a lo más preciado para él, su único heredero (versículo 16; compare con Juan 3:16). Dios no quería al hijo de Abraham como sacrificio, pero sí quería saber si Abraham confiaba en él lo suficiente como para tomar la decisión más difícil que Dios podía presentarle. Y Abraham pasó la prueba.
Tercero, el comportamiento de Abraham demostró que era un hombre apto para el rol de “padre de todos los creyentes” (Romanos 4:11-22; Gálatas 3:9; Hebreos 11:17-19), el fundador ideal de la familia de innumerables descendientes que podrían llegar a ser el pueblo de Dios (Génesis 18:19).
Sin embargo, Dios no podía completar el plan que había iniciado a través de Abraham sin tomar en cuenta el problema del pecado humano, que más adelante requeriría el sacrificio del redentor de la humanidad: Jesús el Mesías, el Cordero de Dios (Juan 1:29).
El compromiso de Dios se vuelve incondicional
En este momento, las promesas de Dios a Abraham –tanto físicas como espirituales– se volvieron incondicionales. Cuando Dios dijo “Por mí mismo he jurado” (Génesis 22:16), dejó en claro que el cumplimiento de la promesa ya no dependía de Abraham. El cumplimiento de la promesa dependía ahora exclusivamente de Dios mismo. Él se comprometió incondicionalmente a cumplir la promesa que había hecho a Abraham y sus descendientes.
Dios pone en juego su propia veracidad e integridad a través de estos compromisos. Él se obliga personal e incondicionalmente a llevar a cabo todas estas promesas, en todos sus detalles.
Gracias a que comprendemos la naturaleza incondicional de las promesas de Dios, es más fácil determinar lo que se debe tomar en cuenta al estudiar la historia relacionada con los descendientes del antiguo Israel. Como Dios no puede anular su promesa a Abraham porque él no quebranta su palabra (Números 23:19), cada detalle de sus promesas se convierte en una guía a la hora de buscar la identidad de las diez tribus perdidas de Israel después de su exilio.
Génesis 22 concluye con una reafirmación de Dios en cuanto a los elementos de su promesa a Abraham: “De cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos” (v. 17). Estas bendiciones físicas, materiales y nacionales continúan siendo indicios de la identidad de los descendientes modernos de Abraham.
Dios continuó: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (v. 18). El apóstol Pablo, hablando acerca de este versículo muchos siglos más tarde en Gálatas 3:16, explica que esta bendición prometida se refiere a Jesucristo: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo”. A través de Cristo (como la simiente de Abraham), Dios haría la salvación disponible para toda la humanidad (compare con Juan 3:16).
Promesas renovadas a Isaac, el hijo de Abraham
Dios renovó sus promesas a Abraham en generaciones subsiguientes. Él reconfirmó este pacto a Isaac, el hijo del patriarca (Génesis 26:1-5), y a su nieto Jacob (Génesis 27:26-29; 28:1-4, 10-14; 35:9-12).
Por medio de Jacob, Dios traspasó los aspectos nacionales y materiales de sus promesas a los descendientes de los tataranietos de Abraham (Efraín y Manasés, hijos de José, Génesis 48:1-22).
El hecho de que la Biblia registre en detalle cómo estas promesas de bendiciones son traspasadas de generación en generación es otra evidencia de que el pacto de Dios con Abraham incluyó aspectos físicos, materiales y nacionales además de las trascendentales profecías mesiánicas.
La promesa que Dios le hizo a Isaac de darle a él y a su descendencia “todas estas tierras” (Génesis 26:3-4) comprende grandes bendiciones materiales. Dios también le prometió, al igual que a Abraham, una descendencia casi sin límites, diciéndole que sus descendientes serían multiplicados “como las estrellas del cielo” (v. 4).
Hasta cierto punto, esta promesa se cumplió cuando varios millones de israelitas llegaron al monte Sinaí bajo el liderazgo de Moisés y luego, más tarde, en el tiempo de Salomón (Deuteronomio 1:10; 1 Reyes 4:20-21). Pero Moisés mismo estaba al tanto de que las grandes multitudes”, según la promesa de Dios, serían multiplicadas muchas veces más en el futuro (Deuteronomio 1:11).
Jacob recibe la primogenitura y la bendición
Las bendiciones físicas que se traspasaron a Isaac normalmente hubiesen ido a su hijo primogénito, Esaú (Génesis 25:21-26). Sin embargo Jacob, su hermano gemelo y el menor entre los dos, persuadió a Esaú de venderle su primogenitura por un plato de lentejas (vv. 29-34).
¿Qué era la primogenitura y por qué era importante? The International Standard Bible Encyclopedia (Enciclopedia bíblica estándar internacional) explica que la primogenitura era “el derecho que naturalmente le pertenecía al hijo primogénito . . . Tal persona se convertía finalmente en la cabeza de la familia, y la línea familiar continuaba a través de él. Como primogénito, él heredaba una porción doble de los bienes paternales . . . el primogénito era responsable de . . . ejercer absoluta autoridad sobre el hogar” (1979, vol. 1, “Birthright” [Primogenitura], pp. 515-516).
Para obtener las bendiciones de la primogenitura por parte de su padre Isaac, que ya estaba anciano y ciego, Jacob recurrió al engaño a fin de que creyese que él era Esaú (Génesis 27:18-27). Jacob no tenía idea de que este engaño era innecesario: Dios ya había revelado, incluso antes del nacimiento de los hermanos gemelos, que Jacob sería el más fuerte de los dos y que Esaú finalmente se convertiría en su subordinado (Génesis 25:23).
Pero Dios permitió que Jacob recibiera la promesa mediante el derecho de primogenitura y que recibiera la mejor parte de la herencia familiar de su padre, sin intervenir para cambiar las circunstancias. Más tarde, Dios le enseñaría a Jacob a dejar de confiar en sus propias estrategias engañosas.
Note ahora la bendición que Dios le prometió a Jacob: “Dios, pues, te dé del rocío del cielo, y de las grosuras de la tierra, y abundancia de trigo y de mosto. Sírvante pueblos, y naciones se inclinen a ti;sé señor de tus hermanos, y se inclinen ante ti los hijos de tu madre. Malditos los que te maldijeren, y benditos los que te bendijeren” (Génesis 27:28-29). Estas palabras no fueron insignificantes: Isaac le estaba traspasando oficialmente a Jacob las maravillosas promesas que Dios le había hecho a Abraham.
Luego, valiéndose de un sueño, Dios le confirmó a Jacob que recibiría la promesa del derecho de primogenitura y le reveló que sus descendientes, que serían tantos “como el polvo de la tierra”, se extenderían “al occidente, al oriente, al norte y al sur” — en todas las direcciones del Medio Oriente (Génesis 28:12-14). En capítulos posteriores veremos cómo esta profecía ha sido cumplida de una manera increíble.
Las dos identidades nacionales de José
En Génesis 35 encontramos otro aspecto de la promesa de primogenitura. Aquí Dios le promete a Jacob que “una nación y conjunto de naciones”procederían de él (v. 11). El conocimiento de este aspecto de la herencia de Israel es esencial si queremos comprender las profecías claves. La promesa de primogenitura sería cumplida en dos diferentes entidades nacionales.
En Génesis 48 vemos que Jacob traspasó esta parte de la promesa que Dios le hizo a Abraham e Isaac a los hijos de José (Efraín y Manasés). Al mismo tiempo, Jacob puso su propio nombre en estos dos prominentes nietos (v. 16). Como resultado, muchas referencias posteriores a “Jacob” o “Israel” en los libros proféticos de la Biblia se refieren principalmente a estas dos ramas de los descendientes de Jacob.
La bendición de Jacob incluía tierras –territorios nacionales– que los descendientes de sus dos nietos recibirían “por heredad perpetua”. Ellos también se multiplicarían “en gran manera” (v. 16). Aquí vemos por segunda vez la extraordinaria promesa de que los descendientes de Jacob –específicamente aquellos que provendrían de Efraín y Manasés– crecerían y llegarían a formar “muchas naciones” y “una nación muy importante”, respectivamente (v. 19, Dios Habla Hoy).
Sin embargo, no todos los aspectos de las promesas irían a José y sus descendientes. Judá recibiría una promesa con una importante dimensión espiritual. A través de Jacob, Dios profetizó que “no será quitado el cetro [la vara gobernadora] de Judá” (Génesis 49:10). Esa profecía se refería tanto a la dinastía del futuro rey de Israel, David, como al rol de Jesús –también de la tribu de Judá y descendiente de David– como el Mesías (Lucas 1:32; Hebreos 7:14; Apocalipsis 5:5). Cristo está destinado a gobernar la Tierra como Rey de Reyes (Apocalipsis 11:15; 17:14; 19:16).
En contraste, la promesa de primogenitura de la grandeza física, material y nacional no fue entregada a Judá sino que a José, saltándose al hijo primogénito, Rubén. Note las circunstancias que hicieron que esta gran promesa cayera en manos de José:
“Los hijos de Rubén primogénito de Israel (porque él era el primogénito, mas como violó el lecho de su padre, sus derechos de primogenitura fueron dados a los hijos de José, hijo de Israel, y no fue contado por primogénito; bien que Judá llegó a ser el mayor sobre sus hermanos, y el príncipe de ellos; mas el derecho de primogenitura fue de José)” (1 Crónicas 5:1-2). Gracias a la promesa de primogenitura,los descendientes de José –Efraín y Manasés– recibirían las bendiciones de riqueza, poder y prominencia nacionales.
Bendiciones para los descendientes
de José
Quizás el pasaje bíblico más revelador acerca de la promesa de primogenitura se encuentre en Génesis 49. Aquí encontramos a Jacob profetizando acerca de los descendientes de sus hijos “en los días venideros” y bendiciéndolos (v. 1). Note que las bendiciones que Jacob pronuncia para los descendientes de José en un tiempo futuro son monumentales.
“José es un retoño fértil, fértil retoño junto al agua, cuyas ramas trepan por el muro.Los arqueros lo atacaron sin piedad; le tiraron flechas, lo hostigaron. Pero su arco se mantuvo firme, porque sus brazos son fuertes. ¡Gracias al Dios fuerte de Jacob, al Pastor y Roca de Israel! ¡Gracias al Dios de tu padre, que te ayuda! ¡Gracias al Todopoderoso, que te bendice!¡Con bendiciones de lo alto! ¡Con bendiciones del abismo! ¡Con bendiciones de los pechos y del seno materno! Son mejores las bendiciones de tu padre que las de los montes de antaño, que la abundancia de las colinas eternas. ¡Que descansen estas bendiciones sobre la cabeza de José . . .” (Génesis 49:22-26, Nueva Versión Internacional).
Este pasaje profético nos dice que “en los días venideros” los descendientes de José vivirían en una tierra productiva, bien irrigada y fértil. Serían un pueblo que expandiría su territorio e influencia en gran manera –política, militar, económica y culturalmente–, un pueblo “cuyas ramas trepan por el muro”, o se extienden más allá de sus fronteras naturales. Ocasionalmente sería atacado por otras naciones, pero generalmente saldría victorioso. Sus triunfos a veces serían considerados como “milagrosos” o “providenciales”, porque el Dios Todopoderoso los ayudaría y sería su fuente de bendiciones.
Este pueblo viviría en un clima excepcionalmente favorable que fácilmente satisfaría las necesidades de su población en constante crecimiento. Sus habitantes disfrutarían la bendición de abundantes cosechas, numerosas manadas de ganado y magníficos recursos naturales, tales como grandes reservas de madera y valiosos minerales.
En otras palabras, los depositarios de tales promesas poseerían las mejores bendiciones y recursos de la Tierra. Todas estas bendiciones serían de ellos “en los días venideros” (Génesis 49:1).
¿Dónde podemos encontrar a los descendientes de José, las tribus perdidas de Efraín y Manasés? Esta lista de bendiciones elimina a la mayoría de las naciones del mundo como candidatas. Para encontrarlas, debemos preguntarnos: ¿Qué naciones poseen estas bendiciones en nuestro mundo? Dios les prometió todas estas bendiciones a los descendientes de José “en los días venideros”. Y como Dios no miente, podemos confiar en el cumplimiento de estas promesas.
¿Qué nos dice la evidencia? Como veremos, esta se inclina abrumadoramente hacia el lado de Dios. Si creemos en estas promesas y en que Dios las llevará a cabo, nuestra perspectiva del mundo será muy distinta a la de quienes carecen de este conocimiento.
En los casi 3700 años desde que Dios entregó estas promesas, pocas naciones pueden jactarse de bendiciones que siquiera se parezcan a estas. Menos aún pueden afirmar que tienen la estatura económica y la prominencia nacional –incluso de superpotencia– que se les prometió a los hijos de José (Efraín y Manasés) “en los días venideros”.
Sin embargo, hay dos candidatos que encajan perfectamente en el criterio de estas profecías: Estados Unidos y la Mancomunidad Británica de Naciones. ¿Qué tan bien calza esta aparente conexión con la evidencia que existe? Para responder a esa pregunta, nos embarcaremos en un estudio de la evidencia histórica de las tribus de Israel desde su comienzo como nación hasta la actualidad.