El asunto de la modestia: ¿Cuánto es “irse a un extremo”?

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El asunto de la modestia

¿Cuánto es “irse a un extremo”?

Sin importar la talla ni la forma de nuestros cuerpos, la falta de modestia puede darse en cualquier parte. Puede ocurrir como resultado de un acto deliberado de provocación, para llamar la atención, por pura ingenuidad, o por un defecto no intencional del vestuario. Después de todo, cualquier vestimenta puede transformarse en indecente cuando uno está tratando de controlar a un niño pequeño. Me atrevería a asegurar que yo misma he sido culpable de todas estas razones en algún momento: como adolescente, joven adulta, esposa y madre.

Lo más difícil del tema de la modestia es definir precisamente hasta dónde puede uno seguir la moda sin causar problemas, ni para nosotros ni para los demás. ¿Cómo podemos siquiera saber qué significa “ir demasiado lejos”? Todos tienen su propia opinión, y por supuesto, creen que están en lo correcto (después de todo, esa es la característica que define lo que es una opinión).

Pero en este tema no hay líneas negras ni blancas. Si las hubiese, sería muchísimo más fácil, ¿verdad? “¡Ajá! Esta falda es 2 centímetros y medio más corta de lo que Dios estipuló en el Libro de los textiles, capítulo 10, versículo 3”. Sin embargo, y tal como lo ha hecho con tantos otros temas de igual importancia, Dios espera que sepamos cómo maniobrar dentro de las áreas grises y que encontremos la manera de hacer lo más que podamos de nuestra parte para complacerlo, y como resultado, evitar ofender a nuestros hermanos.

A continuación les presento algunos puntos para reflexionar y que emanan de mis propios desafíos (o mejor dicho, fracasos) pasados en esta área, que también se conocen como oportunidades para crecer.

Antes de vestirse cada día, ¡ore!

Dios se interesa mucho en la moda y los textiles. Uno puede encontrar referencias frecuentes a la vestimenta en las Escrituras. Busque referencias al vestuario cuando lea su Biblia. Él ama las cosas hermosas, y lo ama también a usted. No lo olvide. Por lo tanto, empiece a pedirle a Dios muy específicamente que abra sus ojos para ver si usted lo está desagradando con su forma de vestir.

Si necesita algo que lo inspire o anime, recuerde Mateo 20:33-34, donde se relata cómo dos hombres ciegos le pidieron misericordia a Jesucristo cuando él paso a su lado. “Ellos le dijeron: Señor, que sean abiertos nuestros ojos. Entonces Jesús, compadecido, les tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron”. ¡Qué alentador es esto en tantos aspectos! Ellos no solo recibieron la visión física, sino que también otro tipo de sanidad, ya que lo siguieron inmediatamente después. Cuando le pedimos a nuestro Padre celestial que nos dé la capacidad para ver nuestras faltas, ¡él también puede llevar a cabo este milagro!

Haga gimnasia en los probadores

Nuestra decisión sobre lo que compramos no debe tomarse después de pararse y darse vueltas lentamente solo un par de veces en el probador para ver cómo se ve uno. Usted usará esa tenida en una realidad mucho más complicada. Entonces, ¿por qué no someterla a prueba antes de llevársela a casa?

Para tal efecto, no se quede parado ahí sin moverse, a menos que usted quiera ser engañado por ese espejo tan halagador del probador. Antes de decidir si comprar esa prenda o no, imite todas las cosas que usted virtualmente haría al tenerla puesta. ¿Cómo se vería cuando va a trabajar o a la iglesia, donde uno se para y se sienta a cada rato? ¿Qué tanto está cooperando el largo de su falda ahora que está sentada?

Además, no olvide que tendrá que subirse y bajarse del auto, correr para alcanzar a su hijito antes de que tome por su cuenta algo de la mesa de los bocadillos, levantar sus brazos para arreglarse el pelo que ha sido alborotado por el viento o para abrazar a un amigo alto, o agacharse a recoger lo que se le cayó de la cartera. ¿Cómo se vería afectada su dignidad con semejante vestimenta frente una ventolera repentina? Por otro lado, si usted planea usarla en un baile, lo mejor es que practique vigorosamente frente al espejo el ritmo de alguna canción alegre y que se de unas cuantas vueltas para ver lo que pasa. Si quiere cantar o no, ¡es una decisión completamente personal!

¡Sea observador!

Una forma de saber si su forma de vestir es potencialmente ofensiva consiste en aprender a interpretar el lenguaje corporal de los demás. Fíjese cómo reaccionan diferentes personas cuando usted se pone ciertas prendas. Si cuando va a su trabajo, al supermercado, a la iglesia, etc., se da cuenta de que hay muchos ojos que le miran todo, excepto su cara, tome conciencia de lo que esto puede significar para ellos, pero también tenga presente cómo la hace sentir ese tipo de atención. ¿Le gusta? ¿Se siente más feliz y segura de sí misma en comparación a cómo se sentía antes?

Después, mientras ora a Dios el Padre, asegúrese de hablarle específicamente acerca de lo que usted observó en otros y cómo lo interpretó usted. Dígale abiertamente cuáles fueron sus sentimientos, y pídale que le ayude a tener valor para comprender lo que él preferiría de usted, ¡aunque no sea lo que usted quiera oír! Pídale específicamente que le dé fuerzas, ya sea para modificar creativamente ciertas prendas inapropiadas o simplemente deshacerse de ellas.

Un consejo: si llega al punto de deshacerse de algo, ¡una limpieza honesta del clóset es muy liberadora! Quizás no funcione en cada caso, pero el hecho de vocalizar sus pensamientos durante estas limpiezas puede ayudarle a permanecer fuerte. “¡Aléjate de mí, hermosa blusa tentadora! ¡Vete de aquí, falda hermosa pero inapropiada!” Y luego échelas en una bolsa y déselas a alguien que posiblemente pueda usarlas sin verse provocativa, o a una tienda de ropa usada. O incluso, ¡a la basura! Proceda según le dicte su conciencia.

Cuando usted se comunique con Dios, quizás lo más importante sea hablarle abierta y honestamente acerca de la tentación de ponerse cosas que atraen una atención no saludable. ¡Pídale que le ayude a llegar a la raíz de esa tentación y a vencerla! Pídale que le ayude a reemplazar todo deseo superficial con la capacidad de ver lo que usted vale y su potencial tal como él lo ve. Pídale que le ayude a descubrir el sentimiento de plenitud y placer que produce la belleza de su atención, y no el de los efímeros y vacíos halagos.

Como alguien que ha superado mucho en esta área (y que sin duda aún tiene muchos kilómetros por recorrer), debo confesar que me tomó mucho tiempo entender que no debía avergonzarme a mí misma o a mi familia y amigos en público, ni ofender a mis hermanos. Eventualmente, yo también quise vestirme de tal manera que fuese linda y grata a la vista para mi Padre en los cielos.

Y antes de condenar a los otros . . .

Al comienzo de este artículo reconocí que este era un tema con el que he batallado en cada etapa de mi vida. Lo que no mencioné es que después de haberme arrepentido de mi falta de recato, y de purgar mi clóset, el pecado de la autojusticia hizo que me volviera muy intolerante ante los tacones de diez centímetros. Mi actitud se tornó muy negativa al ver vestimentas provocativas a mi alrededor.

Recuerdo haberme sentido muy molesta por la falta de modestia de una conocida, y probablemente lo que más me fastidiaba en ese momento era su necesidad de ser adorada por los hombres. Mi reacción fue la de evitar el contacto con ella cada vez que fuera posible. No solo estaba irritada, ¡sino que comencé además a despreciarla por hacer algo de lo que yo también había sido culpable!

Después de un tiempo, Dios me mostró misericordiosamente que mi actitud estaba errada. Pero debido a que aun así me costaba soportar su compañía, era evidente que la simple convicción de estar equivocada no era suficiente. De hecho, se necesitó un milagro.

De la misma forma que le decimos a Dios “¡Yo creo! ¡Por favor ayúdame con mi incredibilidad!”, llega un momento  en el cual necesitamos que él nos ayude a superar el obstáculo que no podemos saltar por nuestra propia cuenta. A continuación elevé una plegaria muy intensa a mi Padre, quien de alguna manera aún me ama a pesar de mis muchas características tan fastidiosas y mis acciones dañinas, pidiéndole que abriese mi corazón para amarla.

Y él me respondió. El cambio fue casi inmediato. Ciertamente no podemos limitar a Dios solamente a los milagros espectaculares. Él también puede abrir silenciosamente un corazón que parece ser una fortaleza impenetrable.

Así es que antes de condenar a uno de nuestros hermanos por su falta de modestia, por favor considere no solo el síntoma exterior de semejante actitud, sino que también las causas internas. En 1 Juan 3:16 leemos que “el que ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” El contexto de este versículo es físico, pero ¿no debiéramos acaso aplicarlo también a nuestras necesidades intangibles?

Quizás si nos abstenemos de reaccionar con una actitud desdeñosa o condenatoria, descubramos maneras de satisfacer una necesidad emocional que está expresándose en un comportamiento externo. Esto no significa que podemos ser la única solución para “arreglar” a alguien, pero puede que encontremos formas constructivas de darle a esa persona atención positiva y amistad. Y si se nos pide nuestra opinión directamente, por supuesto que debemos ser abiertos y honestos, pero también gentiles.

La parábola del sirviente que no perdonó, en Mateo 18, nos recuerda que debemos tener “misericordia de nuestros siervos”, tal como Dios la ha tenido con nosotros. Considere lo misericordioso que ha sido nuestro Padre durante nuestras propias luchas para superar nuestra naturaleza humana. Recuerde la paciencia que él ha mostrado durante nuestras varias etapas de desarrollo, y la increíble alegría que se alcanza cuando finalmente tenemos el corazón dispuesto para hacer su voluntad.

A mí me tomó mucho tiempo llegar a ese punto, y una vez que lo logré, se hizo evidente que el tener un corazón dispuesto a obedecer a Dios es en realidad otra oportunidad de empezar de nuevo. En vez de tratar de averiguar cuánto es lo máximo que podemos hacer sin cruzar la línea del pecado, es mucho mejor buscar continuamente la manera de complacer a Dios lo mejor posible y de servir a su pueblo (1 Juan 3:18-23). El ir más allá del fundamento de la ley significa no solo amar a nuestros hermanos, sino que además, ¡estar conscientes de cómo presentamos este templo para el Espíritu Santo del Dios Viviente!