El árbol lento
Una de mis canciones favoritas pertenece al compositor de muchos de los himnos de la Iglesia de Dios Unida, Mark Graham, y en ella dice: “El árbol que crece más lento es el más fuerte, y yo también necesito tiempo para fortalecerme”. Definitivamente puedo identificarme con esta reflexión, y oro para que el Sr. Graham (y Dios) estén en lo correcto y mi lento crecimiento me proporcione la fortaleza y la profundidad de raíces que de otra manera no podría alcanzar.
Esto es importante para mí, porque estoy en una etapa difícil de mi vida: soy mamá de tiempo completo de tres niños menores de cinco años. Nos hemos mudado dos veces en el último año, y como cristiana de segunda generación he descubierto que cosas “básicas”, como el estudio de la Biblia, son difíciles de llevar a cabo por cuenta propia. Hace más o menos un año me pidieron que participara en un estudio bíblico por Internet. Desde ese entonces, Dios me ha estado preparando para escribir este artículo — pero antes de eso, no hice nada.
Bueno, en realidad esto no es enteramente cierto. Una vez, durante aproximadamente un mes antes de la Pascua, realmente me empapé de la Biblia. Mi primera Pascua fue hace 11 años, cuando tenía 19 años y estudiaba en el Centro Bíblico Ambassador (ABC por sus siglas en inglés). Recién me había bautizado y era ingenua y un poco arrogante. Mi autoevaluación en vísperas de aquella Pascua consistió en una simple lista de nombres: personas a quienes había lastimado o que me habían lastimado, personas con las que tenía problemas, algunas de las cuales pensaba que nunca me volverían a hablar, y otras que esperaba no lo volvieran a hacer. Cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que mi esfuerzo fue mínimo, ya que dicha lista no mencionaba mi propia contribución al fracaso de todas esas relaciones rotas. Sin embargo, a través de los años mi autoexamen ha ido mejorando lentamente.
La primavera es una temporada especial, y cuando llega, me encanta hacer mi estudio bíblico en preparación para la Pascua bajo la luz del sol. A medida que el invierno se aleja, no hay nada mejor que sentarse bajo un rayo de sol y pensar, leer y meditar en silencio. Por ese mismo tiempo comienzo a plantar mi huerta, y me emociona mucho anticipar la cosecha de otoño. Pero luego marzo se convierte en abril, abril florece y llega mayo, mayo da paso a junio y las cálidas temperaturas de junio dan la bienvenida a julio . . .
Para cuando llega este mes, mi huerta suele estar invadida de malas hierbas y por lo general paso el 4 de julio (aniversario de la independencia de los Estados Unidos) arrancando las enormes malezas que estrangulan mis preciadas hortalizas, robándoles espacio y nutrientes. Inevitablemente comienzo a llorar, porque la tarea es muy desagradable y el calor, insoportable. Pero también sé que si hubiera sido diligente en el cuidado de mi huerta, ¡no tendría que pasar por esto! Mis hijos están más interesados en quejarse que en ayudar. Cuando voy por la mitad, siempre me asalta la idea de que mi huerta espiritual está igual de abandonada. Las buenas intenciones y esperanzas incubadas en la primavera se han disipado y solo queda la realidad del caluroso y agobiante verano, los problemas de la vida, las tareas domésticas, los niños y los proyectos.
Encuentro mi Biblia olvidada, que no ha sido abierta ni siquiera durante los servicios por todo lo que significa cuidar a tres niños pequeños.
En estas ocasiones mi cerebro se inunda de oraciones llenas de arrepentimiento y determinación para hacer mejor las cosas, y lo intento por un par de semanas. Por lo general abro mi Biblia al azar y digo: “Listo, Dios. ¡Aquí estoy!” Casi inmediatamente llega uno de los niños a interrumpirme. “No, todavía no es hora de bocadillos”.“No, hoy no vamos a ir a la casa de ningún amigo”. “¡¿Pueden por favor darme cinco minutos de paz?! ¡MAMÁ ESTÁ ESTUDIANDO LA BIBLIA, QUÉDENSE TRANQUILOS!”
Aquí es cuando algunas personas amablemente me ofrecen sus consejos, y yo intento luchar contra mi naturaleza humana cada vez que alguien me dice que tengo que levantarme antes que los niños para poder tener mi momento de privacidad. Si yo solamente pudiera ser el tipo de persona que se levanta antes que los niños y adora las mañanas, las cosas serían mucho más fáciles. Si eso es efectivo para algunos, ¡bien por ellos!, pero esa técnica a mí no me funciona.
Mi idea del estudio bíblico es que sea un momento de paz donde muestro a través de mi ejemplo que pasar tiempo con Dios es algo bueno, pero en cambio, termino gritándoles a los niños más que en ninguna otra ocasión. Creo que esto pasa porque el estudio bíblico es muy importante para mí, y como aún no sé bien cómo hacerlo, me cuesta mucho más concentrarme. Pero a medida que persevero, los niños comienzan a entender mis necesidades y, más importante aún, yo comienzo a crecer en amor y paciencia.
Pero junto con el lento desarrollo de mis raíces bajo el suelo, he sufrido también los dolores propios del crecimiento. Cuando mi hija mayor tenía solo unos meses, una noche me quedé conversando con mi esposo hasta altas horas de la madrugada. Fue una charla cargada de emoción, en la que no podía parar de llorar.
No obstante, en esa conversación con mi marido Dios mismo me estaba ayudando, y el tema que tratamos aquella noche ha sido una prioridad en mi vida. En esos momentos yo estaba aprendiendo la dolorosa lección de cuán maravillosos son los hijos, pero también de cuán difícil es ser padre, y mi mente y corazón estaban siendo probados como nunca antes. Y cuando sentía la creciente tensión en mi relación con Dios y mi paciencia desaparecía cada vez que por la falta de sueño solo quería que alguien hiciera callar al bebé, me preguntaba: “¿Qué es lo que Dios espera verdaderamente de mí?”
Dos años más tarde tenía una hija de dos años, hermosa y energética, y un hijo de dos meses, adorable y tierno, pero todavía no lograba tener una relación con Dios en medio del caos de la vida. La Iglesia acababa de dividirse y, para mi horror, muchos familiares y amigos repentinamente se encontraron en el lado opuesto de un abismo que se agrandaba rápidamente y que yo no tenía poder alguno para detener ni comprender. Yo estaba simplemente tratando de sobrevivir, y el clamor de mi corazón en ese entonces era el mismo . . .
¿Qué es lo que Dios espera de mí?
Mi padre, junto a quien crecí, creía que Dios espera que pasemos media hora estudiando la Biblia y media hora en oración cada día. Según él, esa era la mejor manera de llegar a ser un cristiano exitoso. Pero, ¿es Dios así de rígido?
¿Qué es lo que Dios quiere?
Obviamente, a él no le parece bien que no hagamos nada. La cristianidad moderna, con su mentalidad de “no tenga expectativas, solo amor”, no está en lo correcto.
¿Entonces, qué es lo que él quiere?
Dios habló a través de mi esposo esa noche años atrás, y yo lo oí decir: “Dios es tu padre, tú eres su hija. ¿Qué es lo que cualquier padre quiere de su hija? Que ella lo ame, que hable con él y que lo incluya en su vida. Que ella tome en serio lo que él dice”. La perspectiva de mi esposo me tocó profundamente el corazón. Él continuó diciendo: “Cuando nuestra hija tenga tu edad, ¿qué tipo de relación quieres que ella tenga conmigo?” Y así, este tema se convirtió en mi primer estudio — no un estudio de la Biblia misma, sino que de mi corazón, de mis esperanzas para las generaciones futuras y de cómo quería que sus vidas fuesen mejor. Luego traté de aplicar este consejo en mi relación con Dios, lo que me llevó a la Biblia. He tenido muchos más fracasos que éxitos, pero recientemente comprendí el objetivo.
La primavera recién pasada nos mudamos a una nueva casa. Una semana antes me sentí angustiada cada momento de la cuenta regresiva hasta el día de la mudanza. Debido a que el trabajo de mi esposo lo tenía demasiado ocupado como para ayudarme, esta labor recayó en mis hombros en un 98 por ciento, a lo que debí agregar una niña de cuatro años, un niño de dos y un embarazo de casi ocho meses. Al mismo tiempo, nos preparábamos para las fiestas santas y además para la pronta boda de un familiar, y . . . usted puede hacerse la idea.
Eliminé todas nuestras actividades rutinarias a fin de hacer tiempo para la tarea que tenía en mis manos. No había tiempo para leerles cuentos a los niños, jugar, ir al mercado, cocinar . . . ni para estudiar la Biblia. En solo dos días me había convertido en la madre que nunca quise ser: impaciente, irracional, desagradable y, a veces, simplemente inaguantable. La paz que había encontrado al beber diariamente de la misericordia de Dios se había disipado en dos días de estrés y aguas estancadas.
Ahí fue cuando Dios me bendijo con una madrugada. Mi cerebro estaba demasiado ocupado para dejarme dormir, por lo que había tenido toda la mañana para mí sola y pude reflexionar con respecto a mi vida. Me llené de gratitud y paz. Los meses que han pasado desde entonces, para ser honesta, han sido una mezcla de logros y fracasos. Entre todas las necesidades y deseos que ocupan mi corazón y mi tiempo, mis prioridades nuevamente están al revés y la lucha continúa.
Después de todo, soy un árbol que crece lento.
Pero cuando me sumerjo en la Palabra de Dios, logro ver fugazmente la persona que puedo llegar a ser y he visto el gran contraste cuando no lo hago. Y mis raíces, que han continuado desarrollándose, son ahora lo suficientemente grandes como para presentir cuando algo no está bien y buscar una solución.
Para aquellos de ustedes que tienen familias jóvenes, mi exhortación es la siguiente: la vida es muy ocupada. Lo entiendo perfectamente. De hecho, si su vida es como la mía, es un torbellino que nunca para y que parece acelerarse justo cuando uno piensa que va a tener un descanso. Pero esa no es excusa para no dedicar un momento a regar su árbol; no tema que sus hijos vean que está intentando mejorar. Cuide los frutos del Espíritu, ¡porque “no hay ley que condene estas cosas”! (Gálatas 5:23, Nueva Versión Internacional). Son suyos para que los haga crecer; incluso los árboles lentos llegan a producir frutos. Permita que sus hijos vean, toquen y escuchen la diferencia en usted. No hay tal cosa como una súper mamá, pero las mejores madres (y los árboles más fuertes) son aquellos que se toman el tiempo de mirar al mejor Padre del mundo y de regar sus raíces con la misericordia y el amor que proceden de él.