Distingamos entre la salvación y la naturaleza humana

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Distingamos entre la salvación y la naturaleza humana

Esta pregunta me la han hecho a veces miembros que han visto cómo muchos hermanos, e incluso ministros, han abandonado el camino. Como he pasado gran parte de mi vida trabajando para la obra de Dios, algunos me han preguntado, “¿por qué sigues aún aquí?”

Creo que la respuesta se relaciona con algo que mi padre me dijo cuando me gradué y me solicitaron que trabajara en el avión de la Iglesia (como asistente de vuelo del Sr. Armstrong). “Asegúrate de distinguir entre la salvación y las personas”, me dijo. Él sabía que yo sería testigo de hechos que fortalecerían mi fe, pero también que vería y escucharía cosas que podrían debilitarla y destruirla.

En realidad, la vida de ningún cristiano está libre de obstáculos, pero esperamos que los ataques vengan desde afuera. Aunque estemos listos para enfrentar al mundo, muchas veces no estamos preparados para lidiar con los problemas internos. Las personas que se reúnen con nosotros cada sábado, hermanos y hermanas a quienes amamos y en quienes confiamos, pueden mostrar un carácter no del todo cristiano en su manera de hablar o de conducirse. Y, naturalmente, tendemos a esperar un comportamiento más parecido al de Jesucristo mientras más alto sea el cargo de la persona en la Iglesia.

Sin embargo, ¿qué hacemos cuando una de esas personas en altos puestos dentro de la Iglesia comete un error? Muchos toman partido, niegan lo sucedido o se excusan, señalando a otros como culpables. A veces pueden llegar incluso a concluir que es imposible que una persona en dicha posición pueda cometer semejante ofensa.

Reacciones emocionales como éstas pueden apaciguar nuestra conciencia, pero si más tarde la evidencia comprueba que efectivamente tal persona habría cometido actos equivocados o mentido, es muy fácil desilusionarse. Uno podría abandonar la fe o seguir buscando una iglesia más perfecta, solo para descubrir que la siguiente no es mejor que la que acaba de dejar.

Todos los personajes justos de la Biblia pecaron, con la sola excepción de Jesucristo. Él nunca pecó y guardó todos los mandamientos, pero incluso él fue acusado de beber vino, de hablar con los pecadores y de despreciar las reglas de observancia del sábado, y estas acusaciones hicieron que algunas personas se sintieran ofendidas. Dejar que el error percibido por otro —o el error en sí— nos lleve a tener una mala actitud es permitir que otro “tome nuestra corona” (Apocalipsis 3:11).

Debemos esforzarnos por controlar nuestros pensamientos y acciones, buscando la verdad y comprobando todas las cosas antes de reaccionar emocionalmente. “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Nuestra salvación depende únicamente del sacrificio de Jesucristo. Si cuando oramos pedimos sabiduría y luego reaccionamos espiritualmente, será más fácil separar nuestra salvación de los errores que otras personas cometen, y en el proceso imitar a Cristo, la esperanza de gloria (Colosenses 1:27).