Cuando le damos el crédito a “la suerte”
Cierto artículo afirma lo siguiente: “Cada año ocurre un milagro de los tiempos modernos como parte de la celebración del desfile de San Patricio, cuando el río Chicago adquiere una increíble tonalidad verde. Durante más de 40 años, el Sindicato de Plomeros de Chicago se encarga de teñir de verde el agua del río Chicago para la mencionada celebración”.
Pero el uso de ropa verde, el beber cerveza verde, consumir alimentos verdes y hasta el teñirse el cabello de ese color, no se limita a los irlandeses y habitantes de Chicago. Este año, millones de personas se unirán a esta fiesta en los Estados Unidos, Europa, el Lejano Oriente y hasta en la ciudad de Dubai.
Alrededor del mundo, la tradición irlandesa —aparentemente inofensiva— de ataviarse con ropa verde para que la suerte de Irlanda lo acompañe a uno, ha invadido a nuestra sociedad. ¿Por qué todo este alboroto originado en un hombre llamado San Patricio, que ha traído como resultado la propagación de fiestas y celebraciones?
¿Quién fue San Patricio?
Hay muchas leyendas e historias en torno a San Patricio. Si se toma en cuenta que él vivió en el siglo quinto d.C., es difícil separar la realidad de la ficción. Una versión afirma que él fue secuestrado por piratas y llevado a Inglaterra para trabajar como esclavo, y que posteriormente escapó, estudió religión, recibió una visión para hacer que los irlandeses volvieran al cristianismo, y volvió a Inglaterra para hacer precisamente eso. Se le conoce como el santo patrono de Irlanda y se le honra por haber hecho que Irlanda se convirtiera al cristianismo. Se cree que murió el 17 de marzo del año 461, y esa fecha ha sido conmemorada como “el Día de San Patricio” a partir de aquel entonces.
Durante los últimos 15 siglos, las tradiciones se han multiplicado, el folklore se ha diseminado, y la palabra suerteha surgido en nuestro lenguaje cotidiano. El leprechaun (o duende) e ídolos como el color verde, tréboles de tres hojas, la marmita de oro y la piedra de Blarney (que supuestamente dota de elocuencia a quien la besa), han llegado a asociarse con la celebración de este día. San Patricio usaba el trébol de tres hojas para explicar la trinidad. Las tres hojas representaban (según él) la idea católica del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, por lo que sus seguidores adoptaron la costumbre de usar un trébol en este día de fiesta.
El trébol de cuatro hojas también es un ícono tradicional del Día de San Patricio. De acuerdo a la tradición celta, un trébol de cuatro hojas representa la gracia de Dios: cada hoja del trébol simboliza la esperanza, la fe, el amor y la suerte.
Y hablando de suerte . . .
¿Qué se puede decir de la suerte? ¿Podemos usar términos y frases como “buena suerte con tu búsqueda de empleo”, o “buena suerte en tu examen”? Podemos llegar incluso a atribuirle a la suerte ciertas cosas buenas de la vida. Uno puede decirle a otro: “¡Tienes tanta suerte!” Por otro lado, también podemos atribuir las cosas malas de la vida a la mala suerte.
Tal vez usted no use personalmente la palabra “suerte”, pero considere que este concepto igual puede jugar un rol en su vida. ¿Siente a veces que usted o sus amigos son “afortunados” o “desafortunados”? Estos términos se definen en el diccionario como “suerte”, que se deriva de Fortuna, la diosa romana de la suerte.
Se puede decir, sin miedo a equivocarse, que prácticamente nadie está invocando silenciosamente a la diosa Fortuna al decir “buena suerte”. Pero, ¿qué piensa Dios acerca de ello? Estudiando la Biblia, encontramos que ésta no le otorga ninguna credibilidad a la suerte. En el primero de los Diez Mandamientos, Dios ordena: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3). Un aspecto de este mandamiento es una advertencia que se nos hace para que no aceptemos ninguna religión o filosofía que enseñe que nuestra vida y nuestro bienestar se derivan o dependen de otra cosa que no sea el único y verdadero Dios. Incluso el darle crédito a la suerte de manera casual cuando hablamos es un oprobio a Dios, quien es la verdadera fuente de toda bendición.
Una de las posibles consecuencias de atribuir aspectos de nuestra vida a la suerte (o al hecho de ser afortunado) es que al hacerlo, se descarta la responsabilidad personal. En vez de esforzarnos por tener éxito, confiamos en la “suerte ciega”, lo que puede indicar una tendencia a la pereza, falta de preparación, perseverancia y confianza en Dios. Cuando uno le da crédito a la suerte, elimina del panorama la responsabilidad personal. Al creer que todo depende de la buena o la mala suerte, uno vive su vida como le da la gana, esperando que la suerte le salga al encuentro.
Por ejemplo, si usted afirma que alguien tiene la suerte de tener un buen matrimonio, deja la impresión de que las consecuencias de tal éxito son el resultado de factores externos. En realidad, todos quienes tienen un matrimonio sólido han seguido ciertos principios bíblicos que hablan de trabajo esforzado, sacrificio personal, servicio y confianza mutua. Pero mediante nuestras palabras, a veces podemos sustituir la responsabilidad personal y la bendición de Dios por la buena fortuna o la suerte.
La idea de un falso “destino” es parecida al concepto de “buena suerte-mala suerte”, y debemos evitarla. Este tipo de destino dice que usted no tiene ningún control sobre su vida. Y como según esta idea, nuestro destino está pre-fijado, no se requiere ningún esfuerzo de nuestra parte. El apóstol Juan, al hablar en Apocalipsis 22:14 de aquellos que tendrán derecho al árbol de la vida, afirma que quienes se esfuercen como cristianos y obedezcan los mandamientos son los que heredarán la vida eterna. No se trata de esperar simplemente que su destino produzca estos resultados a favor suyo. No estamos destinados a la grandeza automática ni se debe a la suerte que tengamos éxito. Estas frases y conceptos solo eliminan a Dios del panorama y pasan por alto todo el esfuerzo que se requiere de nosotros.
Como si esto no fuera suficientemente malo, algunos igualan esta falsa idea del destino con la expresión “la voluntad de Dios”. Y cuando fracasan, se desligan de toda responsabilidad personal alegando que “no fue la voluntad de Dios”. El verdadero destino, según la Biblia, es el de la vida eterna en la familia de Dios, pero ello exige mucho esfuerzo de nuestra parte, respondiendo al llamado de Dios y practicando su camino de vida bajo la motivación de su amor divino.
A veces ni siquiera usamos estas palabras, pero aun así, tenemos en mente el concepto de “suerte” cuando hablamos, incluso en instancias en que nos referimos a las bendiciones y no a la fortuna. Examine concienzudamente sus hábitos de expresión oral y determine si las cosas que habla son dichas con sinceridad o si necesita mejorar en este sentido. Cuando una persona recibe bendiciones, éstas por lo general van vinculadas a la obediencia física y/o espiritual y a las buenas acciones. Dios nos dice claramente que las bendiciones son el resultado de nuestras obras.
También hay momentos en que podemos decir algo como: “Yo sé que la suerte no existe, pero de todos modos, ¡que tengas suerte!” Tal vez simplemente no sabemos cómo desearle a alguien que le vaya bien. En esos casos, lo que podemos decir es: “Que te vaya muy bien”, o “Te deseo lo mejor”. O podemos inspirarnos en Dios y decir “Que Dios te acompañe”, o “Que Dios te bendiga”. Debemos tener cuidado no solo con nuestras palabras, sino que también con el concepto que transmitimos.
¡Nada que ver con la suerte!
Todo esto puede reducirse a la falta de responsabilidad personal. Allí es donde en realidad se entrelazan la suerte, la fortuna y el destino en nuestros pensamientos y lenguaje. Pero la Biblia no le otorga nada de credibilidad a ninguno de los tres; por el contrario, Dios pone el énfasis en nuestras acciones.
Dios nos dice que cosecharemos lo que sembramos (Gálatas 6:7). Los resultados de nuestras acciones no están separados de los ingredientes que ponemos en nuestra vida. Si nos preparamos espiritualmente, confiamos en Dios, tenemos fe y paciencia en él y obedecemos sus mandamientos, las bendiciones vendrán en abundancia y colmarán nuestras vidas (Deuteronomio 28:2, Malaquías 3:10). En nuestras manos está el decidir cuántas bendiciones queremos recibir; ni la suerte, ni la fortuna, ni el destino tienen algo que ver con ello.
Algunas veces las bendiciones que Dios nos otorga no son evidentes para los demás. Humanamente, tendemos a considerar bendiciones cosas tales como una buena situación económica y abundantes posesiones físicas, pero desde el punto de vista de Dios, sus bendiciones pueden ser algo muy distinto.
Dios es el único Ser obrador de milagros que concede bendiciones, esperanza, y la promesa futura de una vida eterna. El deseo más ferviente de Dios es que usted esté en su familia eterna y que sea uno de sus hijos, sirviendo al lado de Jesucristo (1 Juan 3:2). Los pozos de la fortuna, pedir un deseo a una estrella o al soplar las velas de cumpleaños y los conceptos de suerte, fortuna y destino, no son más que triquiñuelas que Satanás utiliza para engañar y corromper a sus víctimas. Satanás le está ofreciendo un reemplazo. ¿Le dará usted crédito a la suerte o a Dios? ¿A quién atribuye usted sus bendiciones en pensamiento y en palabra? ¿A la suerte, o a Dios?
Deshágase de los amuletos de la suerte y elimine la idea de la “suerte”, con todas sus variantes, de su vocabulario. Manténgase alejado de las tradiciones y celebraciones que intentan suplantar a Dios con fábulas y mentiras. No se avergüence de llamar a Dios su Dios, y dele el crédito que se merece. La suerte, el destino y la fortuna no deben tener cabida en su vida. ¡Que Dios le conceda sus verdaderas bendiciones en la medida que sigue fortaleciendo su relación con él!