Casados con Cristo

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Casados con Cristo

Aquí en el hemisferio norte, durante el verano el amor flota en el aire. ¡Es que se celebran muchas bodas durante esta temporada!

Después de haber asistido a varias bodas este año, no pude dejar de recordar lo que representa el matrimonio entre un hombre y una mujer: la visión de Cristo y su Iglesia.

Es maravilloso reflexionar sobre esto: nuestros matrimonios humanos son un símbolo del matrimonio entre Cristo y su Iglesia. Un matrimonio entre un hombre y una mujer es algo que Dios diseñó y ordenó. ¡Ningún hombre ni gobierno civil puede convertir el voto matrimonial en otro tipo de relación diferente a la que debe existir entre un hombre y una mujer!

“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio, mas yo digo esto respecto de Cristo y de la Iglesia” (Efesios 5:31-32).

Conforme se nos revela en Apocalipsis 19, al regreso de Cristo, los que están comprometidos con él participarán en una ceremonia nupcial. Una vez glorificados como seres espirituales, serán hechos perfectos y nunca más volverán a pecar; con las leyes de Dios perfectamente grabadas en su carácter, a partir de ese instante tendrán una ininterrumpida comunión con Jesucristo.

Nuestro asombroso destino

¡Este es nuestro destino, nuestra herencia! Esta es la culminación y la plenitud del Nuevo Pacto matrimonial, y Dios tiene la intención de ofrecer esa relación matrimonial a todos los seres humanos, a todos los que finalmente decidan someterse a él para ser transformados espiritualmente.

Cuando Jesús regrese a unirse en plenitud con su Iglesia, extenderá su propuesta de compromiso a todo ser humano que esté vivo en ese momento. Ya que el ofrecimiento se hará a toda la humanidad y la gran mayoría lo aceptará, habrá paz por toda la Tierra bajo el gobierno de Cristo y sus santos.

Ya hemos celebrado la Fiesta de las Trompetas, el día de Expiación y la Fiesta de los Tabernáculos. Más que en cualquier otra época del año, nos hemos enfocado en el regreso de Jesús para casarse con su novia. Al sonido de la séptima trompeta seremos resucitados a vida espiritual, y mientras el gobierno milenario de Jesús se desarrolle en nuestro planeta se ofrecerá la oportunidad de salvación a millones y millones de seres humanos, quienes también se unirán a la familia de Dios.

Cuando dos personas intercambian votos matrimoniales, hacen un compromiso de por vida. Del mismo modo, nuestro compromiso con Dios no debemos tomarlo a la ligera ni respetarlo solo por interés o cuando nos da la gana. Dios no se complace de las súbitas y esporádicas manifestaciones de lealtad y obediencia a él solamente cuando nos conviene.

Él recuerda nuestros nombres

Estamos comprometidos con Jesucristo, y él nos recuerda a todos por nuestros nombres propios. En su libro Action Speak Louder Than Verbs [Los hechos hablan más fuerte que las palabras], Herb Miller relata un caso de la Segunda Guerra Mundial:

“Durante su visita a Leningrado, una mujer escuchó la historia de 900.000 personas que perecieron en el asedio a Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial. En determinado momento estaban tratando de salvar a los niños, tanto de los nazis como de la inanición, así que los subieron en camiones para cruzar un lago congelado y llevarlos a un lugar más seguro. Muchas de las madres, aunque nunca verían a sus hijos nuevamente, los exhortaban mientras ellos subían a los camiones: “¡Recuerden sus nombres, recuerden sus nombres!” (Nashville: Abingdon Press, 1989, p. 103).

Cuando nos bautizamos, nos comprometemos a recordar fielmente lo que somos. Ahora estamos comprometidos con Cristo y somos hijos de Dios. Demostramos nuestro compromiso y lo que somos al vivir nuestras vidas de tal manera, que mostramos frutos dignos de arrepentimiento.

Si continuamos mostrando los frutos del camino de Dios, siendo guiados por su Espíritu Santo, Dios nunca se olvidará de nosotros. Él estableció un pacto especial con nosotros cuando nos bautizamos, y por tanto, trabajamos diligentemente para obedecerle en todo lo que hacemos. “¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, y dejar de amar al hijo que ha dado a luz? Aun cuando ella lo olvidara, ¡yo no te olvidaré!”, dice Dios (Isaías 49:15, Nueva Versión Internacional).

Dios nunca nos dejará ni nos abandonará y siempre recordará nuestro nombre. Y mientras estemos realmente arrepentidos, luchando por sacar el pecado de nuestra vida, podemos estar seguros de que nos casaremos con el Cordero de Dios a su regreso.

A medida que nos acercamos a la próxima temporada de fiestas santas, recordemos cumplir nuestra parte del pacto matrimonial y prepararnos para convertirnos en seres espirituales en la familia de Dios.