Carta del Presidente y de Servicios Ministeriales y de Miembros: 16 de diciembre de 2021

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Carta del Presidente y de Servicios Ministeriales y de Miembros

16 de diciembre de 2021

¿Cuánto vale para usted la "perla de gran precio"?

En cada una de las siete parábolas de Mateo 13, Jesucristo nos da una magnífica visión del Reino de Dios; otros relatos de Marcos, Lucas y Juan también lo describen en detalle. Mateo lo llama el “reino de los cielos”.

Dos de las parábolas de esta serie destacan el increíble valor del Reino de Dios. Hablan de encontrarlo como un tesoro escondido o después de una intensa búsqueda de piedras preciosas. Jesús lo ilustra de esta manera: “También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca nuevas perlas, que, habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía y la compró” (Mateo 13:45-46). Esta perla extraordinariamente valiosa era tan preciada, que valía la pena gastar todos los bienes terrenales por adquirirla.

¿Qué podemos aprender de esta comparación del Reino de Dios con “una perla de gran precio”?

Me gustaría relatarles una historia personal de mi devota madre, Nina Kubik. En una carta que escribió y pidió que fuera leída en su funeral, expresó un mensaje muy conmovedor. Muchos de los asistentes al funeral habían cuestionado e incluso se habían sentido consternados por las decisiones que ella había tomado respecto a su fe y su compromiso con Dios.

Pero primero les relataré una breve historia. Mi madre creció en la Ucrania soviética y atea de los años treinta. La religión estaba prohibida, y la filosofía general impuesta por el gobierno respecto a la religión era Boga Nyet, que significa “No hay Dios”. Ciertamente, en la educación de mi madre no se incluyó ningún Dios.

Después de que los nazis invadieran la URSS en 1941, y mientras era todavía adolescente, fue llevada como trabajadora esclava a Magdeburgo, Alemania. Hoy en día, en el siglo XXI (sobre todo en los Estados Unidos), esto puede parecer difícil de imaginar.

Después de la guerra se casó y durante los cuatro años siguientes vivió en un campo de personas desplazadas. Como he relatado en alguna ocasión, en 1949 ella, mi padre Igor y yo emigramos de Hannover, Alemania, a Estados Unidos. Nuestra familia se unió a otros supervivientes de la Segunda Guerra Mundial y personas desplazadas, y entre todos formaron nuevas “familias” en la zona de Minneapolis y Saint Paul, en Minnesota, EE. UU.

Crecí sin tíos, tías, primos o abuelos biológicos cerca de nosotros. Nuestro grupo de ucranianos se ayudó mutuamente para adaptarse a un modo de vida muy diferente. Al hacerlo, naturalmente formaron vínculos y lazos muy estrechos. Ello incluía una religión común, la Iglesia ortodoxa tradicional, muy enfocada en los rituales.

Mi madre siempre buscaba el sentido de la vida y se preguntaba muchas cosas relacionadas con Dios. Incluso cuando yo tenía apenas 14 años, ella y yo hablábamos de temas bíblicos. Uno de los temas que nos interesaba profundamente a ambos era el del Reino de Dios.

Encontramos y escuchamos juntos un programa de radio, El Mundo de Mañana, que hablaba continuamente del Reino de Dios, un reino que vendría literalmente a la Tierra. Estaba claro que este era un reino real, y que sería establecido en esta Tierra cuando Jesucristo regresara para comenzar su gobierno milenario. Al profundizar en lo que decía la Biblia, descubrimos muchas más cosas que antes no entendíamos, como el sábado de reposo. Nos preguntábamos qué significaba exactamente “acordarse del sábado”, pero ahora veíamos claramente lo que la Biblia enseñaba. Luego encontramos más cosas en la Biblia que diferían de lo que habíamos creído anteriormente: la naturaleza de Dios, el Espíritu Santo, lo que sucede después de la muerte, y mucho más.

En 1966 mis padres fueron llamados a la verdad, y ello cambió considerablemente su estilo de vida y sus prioridades. Retirarnos de nuestra comunidad religiosa fue un acontecimiento no menor para ellos y para nuestra familia. Suscitó sentimientos de dolor y enfado, pero mi madre hizo todo lo posible por mantener el contacto con sus amigos.

Antes de morir de leucemia a los 58 años, mi madre se sintió obligada a dejar una carta para que fuera leída en su funeral a sus amigos. El pastor de Saint Paul, Noel Hornor, la leyó. Parecía como si las palabras estaban siendo pronunciadas con fuerza desde la tumba.

En su carta, mi madre reconocía que en los últimos años no había pasado tanto tiempo con sus amigos ucranianos como antes, pero quería que supieran que no era porque ya no los apreciara. Quería que supieran que la razón era que había encontrado “la perla de gran precio”. Que se había sentido obligada a seguir el camino que la Biblia describe como esa perla incomparable, que había descubierto la verdad y que esta se había convertido en lo más valioso que poseía.

Mi madre siempre atesoró y protegió esa joya y la mantuvo en el primer lugar de su conciencia. En sus 22 años en la Iglesia, nunca descontó, devaluó o descuidó el valor de la preciosa perla que de manera figurativa había “comprado”. La protegió y no permitió que nadie se la quitara.

Así pues, he aquí una cuestión que debemos considerar: ¿Cómo estamos valorando nuestra costosa “perla de gran precio”?

El “pago” para que esta “perla” se hiciera disponible se hizo mediante el sacrificio y muerte de Jesucristo para redimirnos. Luego, como parte de este proceso, usted “vendió” figurativamente todo lo que tenía, entregando su vida y comprometiéndose a una nueva vida de superación, representada por la inmersión total en el bautismo (Hechos 2:38) para recibir la preciada joya de la vida eterna en el Reino de Dios, un asombroso regalo divino (Efesios 2:28).

Y si bien nos regocijamos por poseer esta verdad, debemos estar conscientes de que podemos perder o sufrir el robo de esta joya brillante y extraordinariamente hermosa joya si no la protegemos enérgicamente. Cristo advirtió a la congregación de Filadelfia del primer siglo y a nosotros hoy: “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Apocalipsis 3:11, énfasis añadido).

Aunque la vida eterna es sin duda un don de Dios, debemos mantenernos humildes espiritualmente para poder retener y proteger nuestra “perla” y transformar nuestras vidas a fin de parecernos más a Dios mismo. Como confirma Jesús: “Al que venciere, yo le haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios . . .” (Apocalipsis 3:12).

¡Manténgase en guardia! No permita que nadie lo estafe con falsas afirmaciones ni lo convenza de qué es más valioso para usted.

También es posible descuidar y dar por sentada esta joya. En el transcurso de la vida humana podemos ofendernos o resentirnos, e incluso llegar a avergonzarnos de ella, ya que obedecer la verdad nos saca de nuestra zona de confort y hace que el mundo se fije en nosotros. El apóstol Pablo, al escribir una poderosa carta para presentarse a sí mismo a la congregación de Roma, la gran capital del imperio, tuvo cuidado de enfatizar: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para la salvación a todo el que cree” (Romanos 1:16).

Quiero animarles a que tengan especial cuidado: no permitan que su posesión más valiosa se empañe o se devalúe, ¡o incluso se pierda! Si eso ocurre, podemos volver a caer lentamente en el mundo del que salimos.

Las parábolas de Jesús son muy profundas. Exponen con claridad puntos importantes que moldean nuestras vidas y hablan detalladamente de la importancia de nuestra fe y del Reino de Dios venidero.

En conclusión, ¿sabe dónde está guardada su perla de gran precio? ¿Está a salvo en la parte más importante de su conciencia? Recuerde que, espiritualmente hablando, ella representa lo más valioso que posee.

En servicio a Cristo.
Victor Kubik.


En momentos como este, todos deberíamos sentir la necesidad de apoyar y ayudar de la manera que podamos. Sin duda, muchos de nosotros recordamos la Parábola del Buen Samaritano (Lucas 10) y recordamos que, en realidad, todos somos nuestro prójimo.

Apoyémonos unos a otros

Recientemente, mientras veía las noticias y las numerosas imágenes de la devastación del tornado que diezmó partes de Mayfield, Kentucky, no pude evitar reflexionar sobre experiencias similares que vivimos durante los 19 años que nuestra familia residió en Oklahoma.

Las imágenes de Mayfield se parecían a las de Moore, un suburbio de Oklahoma City, y a los daños causados en dos ocasiones en el curso de esos años. Poco después de los tornados de Moore, iba manejando por las zonas devastadas y me quedé pensando: “Qué extraño que no haya muerto más gente en estas tormentas”. De algunas casas no quedaba nada, salvo los cimientos.

Recuerdo que pensé en lo aterrador que debió ser para los que estaban en sus casas cuando los tornados de categoría cinco arrasaron sus hogares y vecindarios. Nosotros nunca estuvimos en medio de una tormenta de este tipo, pero en varias ocasiones tuvimos que guarecernos en el refugio subterráneo de nuestro vecino y en nuestro pequeño closet, considerado la parte más segura de nuestra casa, ya que no teníamos sótano. Afortunadamente eso fue lo peor que nos tocó vivir, y siempre nos hemos sentido bendecidos por no haber visto y experimentado más que eso.

En momentos como este, todos deberíamos sentir la necesidad de apoyar y ayudar en la medida de nuestras posibilidades. Sin duda, a muchos de nosotros nos viene a la mente la parábola del buen samaritano (Lucas 10), la que nos recuerda que en realidad todo el mundo es nuestro prójimo. Sabemos que no debemos hacer acepción de personas, por lo que cualquier persona que necesite ayuda genuina debiera preocuparnos. Y convertir esa preocupación en algo tangible y útil es lo que Cristo enseña claramente en Mateo 25:31-46. Él hace gran énfasis en que las palabras y los pensamientos no son suficientes, sino que deben ir seguidos de acciones concretas.

Doug Collison, nuestro pastor en el área de Mayfield, se ha puesto en contacto con todos nuestros miembros que pudieron haber sido afectados por estas monstruosas tormentas. Afortunadamente, ninguno de nuestros miembros resultó herido, y solo sabemos de una familia cuya casa sufrió daños relativamente menores. El Sr. Collison informó que “tenían dos ventanas rotas, la puerta y el techo del garaje habían sido arrancados, y un árbol había caído sobre su casa”. Y añadió: “El árbol no parece haber causado muchos daños. Han conseguido un generador y ayuda a través del Departamento de Asuntos de los Veteranos para poder cortar el árbol y quitarlo del tejado de la casa. La Iglesia local también ha sido muy generosa en su apoyo. La familia está profundamente agradecida y aprecia toda la ayuda que está recibiendo”.

Le agradecemos especialmente a Dios que los daños no hayan sido más extensos, ya que esta casa estaba solo a unas 4 o 5 manzanas al sur de las zonas más afectadas de Mayfield. Gracias a todos los que han estado orando por quienes se hallaban en el camino de estas tormentas y por las familias cuyos seres queridos han muerto o resultado heridos.

Aquí en Cincinnati, la familia de un miembro de la Iglesia cuya casa fue destruida por un tornado hace algunos años facilitó un camión. Este fin de semana los miembros de la Iglesia aquí harán donaciones para llenar el vehículo con los suministros necesarios para cualquier persona que haya sufrido pérdidas por estas tormentas. La congregación de Indianápolis llevará a cabo un esfuerzo similar este fin de semana, y también enviarán un camión lleno de suministros. Doug Collison mencionó además que “en este momento, la única ayuda que la mayoría de los lugares está solicitando es comida, agua y juguetes”.

Los Servicios Ministeriales y de los Miembros trabajan a través de nuestros pastores para evaluar las necesidades de nuestros hermanos y tenderles la mano en tiempos de necesidad. Siempre animamos a nuestros miembros a que hagan saber a su pastor sus necesidades y a que no supongan que él ya está al tanto o que no le interesa ayudar.

Les deseamos a todos un sábado alentador, edificante e inspirador.

En amor y servicio a Dios,

Mark Welch