Carta del Presidente: 9 de abril 2021

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Carta del Presidente

9 de abril 2021

PENTECOSTÉS

Faltan 38 días para la cuenta regresiva de 50 días hasta Pentecostés. En este día, hace casi 2000 años, la Iglesia de Dios, que solo contaba con 120 seguidores que se reunían, dio un salto gigantesco en cuanto a confianza, poder, número e influencia. En Pentecostés se bautizaron 3000 personas, y en poco tiempo la Iglesia creció hasta alcanzar 5000 miembros.

¿Qué ocurrió? ¿Qué podemos aprender de ello?

En Pentecostés, Dios mostró su aprobación al incipiente grupo de seguidores de Cristo derramando su poder sobre los discípulos reunidos. En su sermón de ese día, que fue un momento crítico para la Iglesia, Pedro citó la profecía de Joel y la atribuyó a los acontecimientos de aquel día: “Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños. Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días, y profetizarán” (Hechos 2:17-18).

A la Iglesia de Dios se le concedió una voz estruendosa que difundiría el evangelio más allá de Jerusalén, hasta Asia Menor, Europa y “los confines de la tierra”. Esto fue posible gracias al derramamiento especial del Espíritu Santo de Dios, que inspiró a los oradores y despejó los obstáculos. La Iglesia comenzó como un grano de mostaza hasta convertirse en una fuerza arrolladora e imparable, y usted y yo somos producto de ese mensaje.

Pero el gran incremento solo se hizo realidad mediante la obra del poder del Espíritu Santo, y el profeta Joel lo deja muy claro. Este era el momento que Dios eligió para cumplir su propósito especial: que el evangelio dejara su huella en el mundo. El libro de los Hechos y las epístolas de Pablo nos entregan esa visión del crecimiento de la Iglesia en el primer siglo.

Los acontecimientos de Pentecostés y el establecimiento de la Iglesia del Nuevo Testamento me llenan de aliento. El ministerio de Cristo por sí mismo solo atrajo a unos pocos seguidores comprometidos, pero luego, con la venida del Espíritu Santo, comenzó el crecimiento.

Otro ejemplo que se refiere al poder cambiante del Espíritu Santo se encuentra en Zacarías 4. Los judíos cautivos regresaron del cautiverio en Babilonia a Judea y su deseo era reconstruir el destruido templo de Dios, pero fueron recibidos con oposición. Los cautivos se sentían impotentes, y el proyecto de reconstrucción parecía imposible. El profeta Zacarías motivó al pueblo a no desalentarse, sino a buscar el poder del Espíritu Santo de Dios en lugar de sus propias fuerzas, y esto marcó la diferencia entre el fracaso y el éxito. “Esta es la palabra del Eterno a Zorobabel: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho el Eterno de los ejércitos” (Zacarías 4:6). “Vino palabra del Eterno a mí, diciendo: Las manos de Zorobabel echarán el cimiento de esta casa, y sus manos la acabarán; y conocerás que el Eterno de los ejércitos me envió a vosotros” (Zacarías 4:9).

El proyecto de construcción finalmente tuvo éxito, y el templo se convirtió en una estructura que se utilizó durante cientos de años antes de ser destruido por los romanos.

Esta lección debe infundirnos el ánimo que hace posible la obra del poderoso Espíritu de Dios. Puede que nos sintamos pequeños e insignificantes, pero Dios nos ayudará a tener éxito y lo utilizará para su propósito.

El poder del Espíritu de Dios se menciona por primera vez en el segundo versículo de la Biblia: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2).

Este es el mismo Espíritu que descendió sobre la Iglesia en Pentecostés y que se nos imparte a nosotros cuando nos arrepentimos, tal como declaró el apóstol Pedro: “Arrepentíos. y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38-39). Este Espíritu nos da un poder que antes no teníamos, para que vivamos una vida transformada y agradable a Dios.

Dios está muy presente en la Iglesia de hoy, a pesar de su tamaño. Juan se refiere a ello en su mensaje a la Iglesia de Filadelfia: “Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre: Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre. He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado. Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra” (Apocalipsis 3:7-10).

El Día de Pentecostés es un día que debe infundirnos gran aliento, ya que se enfoca en el poder de Dios que actúa sobre la creación, sobre la Iglesia y en nuestras vidas.

En servicio a Cristo,

Víctor Kubik