Carta del Presidente: 24 Agosto 2020

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Carta del Presidente

24 Agosto 2020

¿Cuál es el indicador más evidente por el cual otros sabrán que somos discípulos de Cristo? En otras palabras, ¿qué es lo que demuestra más elocuentemente que somos cristianos? Jesús lo dijo de manera muy simple en su último día en la Tierra: “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Juan 13:36, Nueva Versión Internacional, énfasis agregado en toda esta carta).

En breve tendremos la oportunidad de transmitir esto al mundo, ya que muchos viajarán para reunirse con quienes piensan de manera similar y harán brillar su luz ante una sociedad que piensa de manera diferente. [Nota: a diferencia de Latinoamérica, en algunos lugares de Estados Unidos y del mundo donde hay escasas restricciones por los bajos índices de covid-19, se llevará a cabo la Fiesta de Tabernáculos de manera presencial tomando todas las medidas recomendadas por las autoridades sanitarias].

Hay una antigua tradición en la que se anima a los judíos a recitar mentalmente la declaración de Deuteronomio 6:5 inmediatamente después de despertarse. Esta tradición ayuda a adoptar una mentalidad espiritual para el día que se tiene por delante. Esta es una tradición importante para nosotros, ya que el versículo 5 fue definido específicamente como el Más Grande Mandamiento por Jesucristo, nuestro Señor y Salvador y Cabeza viva de nuestra Iglesia.

Jesús hace énfasis en esto en Marcos 12:30-31: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Jesús declaró que el amor, que comprende el amor a Dios y el amor al prójimo (nuestros hermanos en la fe, nuestros compañeros de trabajo, nuestra familia, esencialmente todos los que conocemos), debía ser una prioridad en la vida diaria y las interacciones de sus discípulos, ¡sin excepciones!

El verdadero cristianismo no se encuentra en las cosas banales, en la lucha por nuestros “derechos” ni haciendo declaraciones bravuconas y llenas de odio que tienen que ver con nosotros y no necesariamente con Jesucristo.

Jesús magnificó esto aún más: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15:12). Cuando Jesús proclamó este mandamiento no lo hizo desde la cima del monte Sinaí, pero no por ello es menos obligatorio . . . ¡Jesús nos lo dice directamente a usted y a mí!

Tenemos que entender que esto significa un compromiso total. Todos nuestros recursos deben dedicarse a amar a Dios y a nuestros semejantes, ¡y esto último se refiere específicamente a nuestros hermanos en la fe!

Dedicarse a esto y trabajar para conseguirlo cumple dos objetivos críticos: primero, nos renovamos para ser más como Dios nuestro Padre, cuya definición es que es amor (1 Juan 4:7, 16). Segundo, ¡amar a nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia de Dios demuestra y representa abiertamente una parte vital de la predicación del evangelio!

¿Es esto fácil? A menudo no lo es. Pero eso no hace que nuestro compromiso y responsabilidad personales sean menores. ¡Se espera que seamos discípulos de acción! Como declara el apóstol Juan: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (Juan 3:17-18).

Este es el estándar que se establece para nosotros: “Espero que puedan comprender, como corresponde a todo el pueblo de Dios, cuán ancho, cuán largo, cuán alto y cuán profundo es su amor. Es mi deseo que experimenten el amor de Cristo, aun cuando es demasiado grande para comprenderlo todo. Entonces serán completos con toda la plenitud de la vida y el poder que proviene de Dios” (Efesios 3:18-20, Nueva Traducción Viviente).

He aquí está nuestro desafío, especialmente en estos tiempos en que vivimos: este enfoque en el don espiritual del amor, de no solo recibir el amor de Dios, sino también transmitirlo, debiera ser una prioridad muy importante para cada uno de nosotros.

El apóstol Pablo entregó a los Corintios y a nosotros hoy en día un hermoso ejemplo y método para comprobar qué tan bien estamos aprendiendo a amar a Dios y a nuestros hermanos. Todos lo sabemos bien, pero les invito a hacerlo algo personal. Hagamos una prueba basada en 1 Corintios 13:2: donde lea la palabra “amor”, sustitúyala por su nombre. Luego pregúntese: ¿puede la gente decir esto de mí objetiva y verdaderamente?

“[Su nombre] es paciente, [su nombre] es bondadoso, [su nombre] no tiene envidia, [su nombre] no se jacta, [su nombre] no es orgulloso, [su nombre] no se comporta con rudeza, [su nombre] no es egoísta, [su nombre] no se enoja fácilmente, [su nombre] no guarda rencor” (1 Corintios 13:4-5, Nueva Versión Internacional).

¿Qué tal le fue? ¿Encontró áreas en las que puede mejorar? Todos las tenemos. Esta es una prueba difícil, sin duda, ¡pero es el estándar al que todos debemos aspirar!

Pablo nos da otro ejemplo práctico. En la congregación de Corinto, los hermanos que vivían en un ambiente de adoración pagana veían de manera diferente lo que podían o no podían comer en buena conciencia. Lo que debiera haber sido una simple decisión personal se convirtió en un tema divisorio. Pablo apeló a los hermanos de allí para que fueran “sensatos”, señalando que si bien comer algunos alimentos podía ser legal, no necesariamente beneficiaba la conciencia de algunos hermanos, afirmando que “Todo me es lícito, pero no todo edifica” (1 Corintios 10:15, 23).

En cuanto a las situaciones personales, Pablo expresó sin ambages su punto de vista. Esencialmente les dijo a los Corintios que fueran sensatos, que mostraran amor y cortesía hacia los demás y que respetaran las posibles diferencias de comportamiento o circunstancias. Como él afirma, y ciertamente esto se aplica a nosotros en la actualidad, “Ninguno busque su propio bien, sino el del otro” (versículo 24).

Podemos tener diferentes opiniones sobre salud, sobre nutrición, y sobre asuntos actuales que pueden afectar nuestra conciencia individual. No obstante, sean cuales sean esas opiniones, lo importante es que cumplamos con nuestro deber como discípulos de Jesucristo: “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”.

En estos tiempos difíciles ninguno de nosotros necesita rencillas que agotan la energía, críticas o falta de respeto. Debemos guardar nuestros corazones, creyendo siempre lo mejor, ya que se nos ha advertido especialmente sobre un tiempo venidero en el que “el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:12).

Debemos renovar nuestra confianza en Dios, pidiéndole que dirija nuestros caminos. Como escribió David: “Aguarda al Eterno; esfuérzate, y aliéntese tu corazón. Sí, espera al Eterno” (Salmos 27:14).

Ese poder, y también el amor espiritual en abundancia, están disponibles para nosotros en la Iglesia de Dios. Como Pablo declara acerca de la voluntad de Dios para nosotros en la actualidad: “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos”.

Las recompensas por hacer esto son grandes, tanto ahora como en el tiempo venidero. ¡Cumplamos con nuestro deber como discípulos de Jesucristo!

En servicio a Cristo,

Víctor Kubik