Carta del Presidente
23 de diciembre de 2021
¿Cómo podemos pasar de un estado de ansiedad, fatiga y frustración a uno de confianza, alivio y tranquilidad? Hay una sola cosa que puede hacer esa diferencia: el poder transformador del ánimo.
La palabra animar viene del latín y significa “vivificar”, “reanimar”, “alegrar”, “infundir o dar ánimo”. Su equivalente en inglés es encourage, que proviene del francés encouragier, que literalmente se refiere al valor o a una cualidad de la mente que da que da el poder de enfrentarse al peligro sin ansiedad ni miedo. Animar a alguien es inspirarlo y fortalecerlo emocional, mental y espiritualmente.
¿Debiera extrañarnos entonces, especialmente en una época de creciente confusión, lucha, ansiedad y depresión, que la Biblia nos diga “anímense unos a otros cada día”? (Hebreos 3:13, Nueva Versión Internacional, énfasis añadido en toda esta carta).
He descubierto, y es posible que usted también lo haya hecho, que hay pocas cosas más poderosas que el ejemplo personal de alguien que se pone sin miedo en la brecha, diciendo palabras sinceras de aliento y dedicando su tiempo y atención a inspirar de verdad. Es demasiado fácil criticar, juzgar y degradar y, además, amontonar negatividad tóxica cuando otros lo hacen. Este enfoque socava rápidamente el valor.
Pero entonces llega alguien con una perspectiva diferente, que soporta, cree, espera y lo soporta todo (1 Corintios 13:7). Los rostros se iluminan. Las manos cansadas se levantan. Uno puede estar agotado y listo para rendirse y de repente, ya fortalecido y alimentado por una palabra vital de reconocimiento positivo y de aliento, ¡está listo para enfrentar casi cualquier cosa! Aunque no lo crea, ¡el ánimo personalizado es un regalo poderoso!
A lo largo de mi vida, muchas personas me han dado generosamente el regalo del ánimo. Cuando me he sentido derrotado, defraudado o desanimado, he recibido una llamada, un comentario o nota de ánimo y entonces, asombrosamente, en un instante estoy listo para retomar las cosas y volver rápidamente a un estado que me hace sentir “fuerte y valiente” (Josué1:18, Nueva Traducción Viviente).
Hace unos días recibí una breve carta personal de una compañera de trabajo que simplemente quería expresar su agradecimiento. Hablaba de los acontecimientos mundiales que le producían “un corazón pesado lleno de tristeza y dolor”. Pero lo que me animó profundamente fue ver cómo ella ha encontrado esperanza mediante la ayuda de la Iglesia. Me sentí profundamente conmovido cuando escribió: “Me gustaría agradecerle personalmente por todo su apoyo y por guiarnos en el camino de la fe y la esperanza de que habrá un final para los problemas de todos”.
Al leer sus palabras, me llené de mucho ánimo y gratitud. Todos tenemos el privilegio inigualable de ayudar a apoyar esta importantísima obra de Dios.
He aquí otro pensamiento: durante mi medio siglo en la Iglesia, he aprendido la valiosa lección de optar por ser alentador, incluso cuando no tengo ganas. Por lo general, el resultado es sorprendente. ¿Alguna vez ha tratado de infundirle aliento a alguien que está pasando por un momento difícil, y luego se ha encontrado con que esa misma persona lo está animando a usted?
Eso me ocurrió hace poco. En ese momento estaba pasando por algunos problemas nada fáciles. De hecho, le encontré razón aunque fuera un poco al apóstol Pablo, quien cierta vez dijo que se sentía “oprimido y agobiado” (2 Corintios 1:8, Nueva Traducción Viviente). Pero también había oído que un viejo y querido amigo estaba pasando por algunas dificultades, aunque no tenía claro cuáles eran. Así que decidí llamarlo y ponerme al día. Hacía demasiado tiempo que no hablábamos, ¡y me alegré mucho de haberlo hecho!
Rápidamente me enteré de que a mi viejo amigo le habían diagnosticado un cáncer muy grave. Podría vivir unos meses, o quizá unos años, pero eso no era todo. Además, toda su familia inmediata se enfrenta a serios problemas de diversa naturaleza. ¡Me quedé atónito!
Mientras buscaba palabras para animarlo, él hizo algo inesperado y maravilloso: ¡empezó a animarme a mí! Mi viejo amigo hablaba con firmeza y seguridad, con una perspectiva de asombro, similar a la de un niño, sobre la verdad de Dios, sobre lo que creemos, y la increíble esperanza que ello nos brinda. A pesar de haber recibido un pronóstico terrible, no estaba amargado ni resentido. Estaba agradecido, porque aunque el tiempo en esta vida puede ser corto, el tiempo hasta que el Reino de Dios sea una realidad es igual de corto. Aun enfrentado a la muerte, él estaba pensando en la vida. Agradeció mi reciente columna sobre la perla de gran precio y me expresó su gratitud por la calidad del trabajo que realiza la Iglesia al entregar la preciosa verdad de Dios por medio de nuestras publicaciones, programas de televisión y contenido en línea.
A medida que él hablaba, me sentía cada vez más humilde y animado. Mi mente se dirigió a las promesas de Dios entregadas por el apóstol Pablo. Leamos: “Dios es nuestro Padre misericordioso y fuente de todo consuelo. Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros. Cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que dios nos ha dado a nosotros” (2 Corintios 1:3-4, NTV).
Había llamado a mi amigo para ofrecerle ánimo, pero a cambio recibí una lección de humildad que no esperaba. La persona a la que llamé para animar, le dio un vuelco a mi perspectiva. Y aunque se enfrenta a pruebas mucho peores que las mías, mi amigo me dio un regalo que no tiene precio.
Quiero desafiarlos a todos a que en los próximos días busquen formas de difundir este maravilloso regalo del aliento. En el hemisferio norte estamos ahora en invierno, un periodo entre las temporadas de fiestas santas en que los días son cortos y es fácil caer presa del desánimo, criticar a los demás y privarlos del valor que tanto necesitan. Pablo nos advierte solemnemente, “pero si están siempre mordiéndose y devorándose unos a otros, ¡tengan cuidado! Corren peligro de destruirse unos a otros” (Gálatas 5:15, NTV).
Muchos estamos pasando por tiempos difíciles o pruebas dolorosas. Cuando no tenemos ganas, ¿cómo podemos animar a otros? Usted conoce la vieja pregunta, “¿Cómo se saca el aire de un vaso?” Respuesta: “Llénelo con algo”. En el caso de nuestra vida cristiana, Pablo nos dice que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Romanos 5:5). Cuando nuestros corazones están llenos, animar a los demás puede ser mucho más fácil y eficaz. Para concluir, he aquí algunas cosas por las que podemos orar:
- Ore para que Dios le ayude a ser un animador, uno que se esfuerza por inspirar a otros a realizar actos de valor, a renovarse y a seguir adelante.
- Ore para que Dios nos abra los ojos y nos demos cuenta quiénes son los que necesitan ánimo. Repase las listas de oración que circulan en las congregaciones. Procure animar a esas personas con tarjetas, llamadas telefónicas, mensajes de texto o comentarios personales; no tiene que ser algo largo o verboso. Simplemente hágales saber que está pensando en ellas.
- Ore para que podamos tener cuidado con nuestra forma de hablar: “No empleen un lenguaje grosero u ofensivo. Que todo lo que digan sea bueno y útil, a fin de que tus palabras resulten de estímulo para quienes las oigan” (Efesios 4:29, NTV).
Y ojalá cada uno de nosotros se anime con esta promesa: “Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros . . . estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:3, 6).
En servicio a Cristo,