Carta del Presidente
21 de enero de 2021
Mientras conducía la semana pasada de Indianápolis a Cincinnati, escuché el libro de Jeremías en una traducción moderna al inglés. He leído Jeremías muchas veces en ocasiones anteriores, pero a medida que pasan los meses y los años y nuestra sociedad se vuelve más pecadora y cada vez más desafiante hacia Dios, el mensaje de Jeremías me impacta más. Jeremías es el libro más largo de la Biblia en cuanto a número de palabras, más incluso que Génesis.
Al escuchar la grabación pensé en nuestro trabajo y nuestra misión de predicar a una sociedad impía. Nuestro mundo está inmerso en la inmoralidad, la idolatría y otros pecados y se ha vuelto más ignorante y hostil a lo que decimos.
Jeremías era un hombre sensible que a menudo se hallaba traumatizado mientras llevaba a cabo la obra de Dios y sufría internamente cuando veía que su país se desmoronaba. Era un patriota y un profeta, y amaba a Judá y a Dios. También sabía muy bien que Dios le había encargado predicar un mensaje de advertencia directamente a los líderes políticos, predicadores, profesores y gente común y corriente. El suyo no era un mensaje bonito ni popular, y los líderes del gobierno trataron de matarlo. Incluso hizo enfadar a sus compatriotas de Anatot, que también querían matarlo (Jeremías 11:21).
Pero el mensaje de Jeremías no era solo una visión sobre el desastroso estado de Judá, sino un mensaje acerca de la esperanza y el amor de Dios a un pueblo que había aprendido lecciones dolorosas y que iba a ser restaurado a su Dios.
A veces nos preguntan en qué consiste nuestro "mensaje de advertencia". La Biblia claramente declara:
"Porque no hará nada le Eterno el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas" (Amós 3:7).
Nosotros tenemos ese mensaje profético de los profetas bíblicos, los apóstoles, y aún del mismo Jesús, que hoy proclamamos con fuerza.
Nuestro mensaje de advertencia es mucho más que una descripción gráfica de los terribles acontecimientos profetizados que están por venir. Nuestro mensaje de advertencia se centra en las consecuencias del pecado, el resultado colectivo de infringir o ignorar lo que Dios manda a todos. Pedro nos dice cuál es el resultado y el propósito de la profecía bíblica: "Amados, esta es la segunda carta que os escribo . . . para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas . . ." (2 Pedro 3:1-2). Pedro continúa con una descripción que encaja perfectamente con los acontecimientos de nuestros días diciendo que "en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias" (versículo 3).
Entonces, ¿cuál es nuestro deber actual? "Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir!" ¿Qué debemos estar haciendo?
Nuestro mensaje de advertencia se enfoca en lo que actualmente constituye el corazón y la mente de la humanidad. Es una advertencia sobre el pecado y sus consecuencias: lo que sucede cuando se desprecia el arrepentimiento y se glorifica el pecado.
Así que nos preguntamos: ¿Cuál es la voluntad de Dios en todo esto? Pedro nos dice que Dios "no [quiere] que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 Pedro 3:9, énfasis añadido en toda esta carta).
¿Qué significa esto?
Citando directamente a Jesús, el apóstol Juan declaró: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16). Nosotros en la Iglesia somos primicias (Santiago 1:18), los primeros en ser llamados hijos de Dios. Como primicias, debemos proclamar y demostrar el modo de vida de Dios hoy, para que nuestros futuros hermanos espirituales (literalmente miles de millones de personas) tengan una advertencia y un testimonio tangibles para saber cuáles son las terribles consecuencias de ignorar el amplio y deliberado propósito de Dios, que Pablo describió como "todo el consejo de Dios" (Hechos 20:27).
En ese contexto, estamos cumpliendo con ese llamado: "Clama a voz en cuello, no te detengas". Dentro del poder que Dios nos da, obedecemos su mandato: ". . . anuncia a mi pueblo su rebelión" (Isaías 58:1-2). Esto representa una responsabilidad muy seria y asombrosa, que Dios describe como el cumplimiento de la función de un "centinela" espiritual (Ezequiel 33:7). Si no cumplimos ese propósito a satisfacción de Dios, él nos pedirá cuentas (Ezequiel 33:7-9).
Al predicar "Venga a nosotros tu Reino", hablamos abiertamente de las cosas terribles que tendrán lugar de acuerdo a la profecía. Nuestra obra es una tarea desalentadora que requiere que nos levantemos y hablemos con voz clara, una voz que declare sin miedo lo que va a suceder y, lo más importante, por qué sucederá.
Pero incluso mientras pregonamos este mensaje de advertencia, incluso mientras vemos cómo el mundo se desmorona a nuestro alrededor mientras millones de personas claman con angustia, también debemos llorar. El profeta Ezequiel registró esta notable profecía: ". . . y le dijo el Eterno: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella" (Ezequiel 9:4).
No somos una "organización dedicada a las predicciones". Hay muchas organizaciones religiosas que solo se centran en la profecía como su misión.
Hemos sido bendecidos por Dios con la capacidad de ver cómo se desenvuelven los acontecimientos proféticos. Pero no es importante "saber" en detalle lo que puede o no puede suceder. Lo que verdaderamente importa es nuestro invaluable entendimiento de por qué están sucediendo estas cosas y cómo podemos compartir con otros el enfoque de Dios respecto a los próximos eventos profetizados: "Tan cierto como que yo vivo, dice el Señor Soberano, no me complace la muerte de los perversos. Solo quiero que se aparten de su conducta perversa para que vivan. ¡Arrepiéntanse! ¡Apártense de su maldad, oh pueblo de Israel! ¿Por qué habrían de morir?" (Ezequiel 33:11, Nueva Traducción Viviente).
Al acercarse al final de su ministerio terrenal, Jesús mismo reflejó apasionadamente esta actitud:
"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados!
¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos bajo sus alas, pero no quisiste" (Mateo 23:37-38).
En efecto, es devastador ver cómo el mundo se hunde en una espiral. No hay que ir más allá de las noticias de esta semana para sentir el aplastante impacto de los tiempos actuales en nuestras vidas.
Una vez más, como declaró Pedro, al ver cómo se intensifican los posibles acontecimientos proféticos, "¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir!” (2 Pedro 3:11).
¿Gemimos y clamaos por el camino que ha elegido este mundo? Veamos cómo describe Pablo lo que se espera de nuestro estándar de conducta: "Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto (Colosenses 3:12-14).
Sí, Dios encomendó a su Iglesia predicar un atronador mensaje de advertencia. En efecto, debemos "clamar en voz alta y no detenernos". Pero al hacerlo, debe basarse en una comprensión de "qué manera de personas debéis ser" mientras gemimos y clamamos por las abominaciones innecesarias manifestadas durante estos últimos días de la presente era malvada.
Los animo a leer el libro de Jeremías y ver si este es realmente el mensaje que él predicó.
En servicio a Cristo:
Víctor Kubik, Presidente de Iglesia de Dios Unida.