Una preciosa verdad

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Una preciosa verdad

Cuando Dios me llamó a los 18 años y empecé a asistir a la Iglesia de Dios, me propuse leer todos los folletos que la Iglesia había publicado. A medida que leía y estudiaba, buscando cada escritura mencionada, me sentía realmente asombrado e impactado por las verdades que Dios me estaba revelando en su santa Palabra. Cada folleto explicaba otra pieza del rompecabezas espiritual que Dios estaba permitiéndome entender acerca de su glorioso plan de salvación para la humanidad.

Una de las verdades más preciosas y reveladoras que Dios me guió a entender fue la relacionada con el Verbo (el Logos, o Vocero) que se convirtió en carne y nació como el Salvador de la humanidad: Jesucristo, el Hijo de Dios (Juan 1). El Antiguo Testamento empezó a tener sentido para mí, ya que pude entender que el Ser divino que trabajó más directamente con la humanidad durante el periodo del Antiguo Testamento fue indudablemente Aquel que llegó a ser el Cristo, ¡el Mesías!

Desde que me bauticé en 1974, he seguido estudiando la Biblia teniendo siempre en mente este conocimiento. Me ha dado muy buenos resultados todos estos años, y hoy tengo un conocimiento aún más profundo y una mayor convicción en cuanto a esta verdad fundamental que Dios le ha dado a su Iglesia. La Iglesia de Dios debe ser el pilar y fundamento de la verdad de Dios (1 Timoteo 3:15), y es por medio de su Espíritu Santo que se nos da entendimiento (Isaías 11:2).

Hace unos cuantos años comencé un estudio en profundidad (que continúa hasta la actualidad) de esta creencia. Me levanté temprano muchas mañanas y examiné literalmente miles de versículos que contienen el tetragrama (lo cual significa “cuatro letras”) YHWH, que en las versiones bíblicas Nueva Traducción Viviente y Nueva Versión Internacional (entre otras) son representadas como “el Señor” en letras mayúsculas. El nombre YHWH literalmente significa “el que existe por siempre”, o “el Eterno”.

Mientras oraba y estudiaba para entender, me fue confirmada esta maravillosa verdad. El apóstol Juan dijo: “A Dios nadie le vio jamás” (Juan 1:18), y este capítulo está hablando del Verbo: el Logos, el Vocero que era Dios junto con el Padre, quien se hizo carne y moró entre nosotros (Juan 1:1-17). Por tanto, Dios el Padre fue el que no se dejó ver. Jesucristo confirma también esto en dos instancias distintas en las Escrituras. En Juan 5:37 Jesús les dijo a los judíos: “También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto”. Y en Juan 6:46 Jesús afirma rotundamente: “No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre”.

Debemos creer las palabras de Juan y de Jesucristo según se registran en las Escrituras, y sin duda no significan ni más ni menos que lo que claramente dicen en este sentido. ¡Ningún ser humano ha visto a Dios el Padre en ningún momento! Algunos arguyen que cada vez que en la Biblia se usa la palabra “Señor” se debe referir al Padre. Sin embargo, a la luz de las palabras mismas de Jesucristo y Juan de que nadie ha visto al Padre, es incorrecto creer este error porque el Señor se apareció a Abraham, Isaac y Jacob y reiteradamente les habló e interactuó con ellos. Aquel que se convirtió en Jesucristo es revelado como el Verbo de Dios, el Logos, el Vocero. Analice esto y medite en ello por un momento: él no sería exactamente un Vocero si no hablara mucho, ¿verdad? Si el Señor fue siempre y exclusivamente el Padre, ¡el Vocero hubiera dicho muy poco durante el periodo del Antiguo Testamento!

El Señor también se le apareció a Jacob (Génesis 32:30) y a Moisés “cara a cara” (Éxodo 33:11) mientras se manifestó en forma humana. De acuerdo a la Escritura, Moisés incluso vio la espalda del Señor mientras este estaba en su forma glorificada en forma de Dios (Éxodo 33:20-23). Claramente este Ser que fue visto no era el Padre sino Aquel que más tarde llegó a ser el Cristo.

Aquel que ahora conocemos como el Padre delegó al Verbo la responsabilidad de interactuar con la humanidad como Dios, comenzando con Adán y Eva en el huerto de Edén (Génesis 1:1, 26-28) y luego apareciéndose a Abraham, Isaac y Jacob (Génesis 12:7; 17:1; 18:1; 26:2, 24; 35:1; 48:3; Éxodo 3:2, 16; 6:3, 16:10; Levítico 9:23, etc.). Como se registra en 1 Samuel 3:10, ¡el Señor incluso se paró y le habló al pequeño Samuel!

Jesucristo se reveló a sí mismo como “Yo Soy”, el Ser que se le apareció y le habló a Abraham, Isaac y Jacob. Él fue el Ser Divino que interactuó directamente con Moisés, que sacó a los israelitas de Egipto (Éxodo 3:14; Juan 8:25, 28, 58) y entregó los Diez Mandamientos a los israelitas en el monte Sinaí (Éxodo 19-20), donde fue visto por Moisés, Aarón, Nadab, Abiú y setenta ancianos de Israel (Éxodo 24:1, 9-11).

Jesucristo también se reveló claramente como la Roca que acompañó a los israelitas en el desierto (1 Corintios 10:4-9; 2 Samuel 22:2-3).

“El Señor”, YHWH, se usa miles de veces en la Biblia. Cuando el contexto describe a Aquel que lleva este nombre apareciéndose y hablando directamente a la gente, se refiere al Ser que llegó a ser Jesucristo. Sin embargo, el nombre YHWH también puede referirse a Dios el Padre y, en unos cuantos pasajes de la Biblia, a él (Dios el Padre) de manera exclusiva. Con frecuencia, el nombre es usado indistintamente para referirse al Padre y al Verbo como Dios.

Esto se debe a que siempre debemos recordar que el Verbo, el Logos, el Vocero, también era Dios, de la clase Dios (Juan 1:1) y que Jesucristo es Dios (Tito 2:10, 13; 1 Juan 5:20). “Es claro que el nombre YHWH puede ser usado para identificar tanto al Padre como a Aquel que más tarde se convirtió en Jesucristo (el Verbo)” (God’s Nature and Christ [La naturaleza de Dios y Cristo], documento doctrinal de la IDU, p. 14).

Algunos se confunden al leer Hechos 3:13, que se refiere al Padre como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Esto puede entenderse fácilmente si se considera el hecho de que tanto el Padre como Cristo son Dios. Desde luego, el Padre es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob en el sentido de que el Padre es supremo y es el Dios de usted, mío y de todos. Pero esto no niega que fue el Verbo quien interactuó personalmente como Dios con Abraham, Isaac y Jacob (y otros). ¡El Padre ha delegado roles de Creador, Redentor, Sumo Sacerdote, Intercesor y Vocero a su amado Hijo, Jesucristo! Pero, por otro lado, el Verbo siempre hizo la voluntad de Dios y siempre habló por el Padre (Juan 5:19, 30-31; 8:28; 12:49; 14:10).

Por tanto, el Padre también estaba íntimamente involucrado mediante el Verbo, junto a quien ha existido por toda la eternidad. Jesucristo dijo: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30; 17:22). Adoramos tanto al Padre como al Hijo, quien era el Logos o Vocero del Padre además de Dios y Señor.

La Biblia consistentemente enseña que “en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios” (Juan 1:1-2). Por lo tanto, ha habido dos Seres, ahora llamados Dios el Padre y el Hijo de Dios, por toda la eternidad.

Como dije, el Verbo fue quien recibió del Padre la importantísima responsabilidad de interactuar íntima y directamente con la humanidad desde Adán y Eva y a lo largo de la historia hasta que Jesús vino en la carne como el Hijo de Dios. El Verbo, el Logos, el Vocero (Aquel que se convirtió en Jesucristo) puede ser llamado muy apropiadamente “el Dios de Abraham, Isaac y Jacob”, junto con el Padre.

Debemos aferrarnos fielmente a la clara enseñanza bíblica acerca de este tema y lidiar pacientemente con cualquier problema o dificultad aparente en cuanto a nuestra creencia general sobre este tema, teniendo cuidado de no causar discordia o división (1 Corintios 11:17-18; Judas 1:19).

Podríamos decir mucho más al respecto, pero debemos tener la seguridad de que Dios mismo fue quien reveló esta asombrosa y preciosa verdad a su Iglesia, ¡y su Palabra es clara y confiable!EC