Trasfondo Histórico de los Evangelios: Lección 36
Ahora vamos a repasar la importantísima Pascua final de Jesús. Él había instituido la ceremonia del lavamiento de pies y, mientras comían, le dijo a Judas que fuera e hiciera lo que tenía que hacer: traicionarlo de la manera más desleal. Una vez que Judas se fue, Jesús pudo impartir sus instrucciones finales al resto de sus discípulos.
Durante la cena estaban recostados de lado, sobre cojines, ya que la gente en ese entonces no comía sentada en sillas ante una mesa. Como señala William Barclay en su Comentario al Nuevo Testamento: “Los judíos no se sentaban a la mesa: se reclinaban. La mesa era un bloque sólido, bajo, con una especie de sofás a su alrededor. Tenía una forma de U, y el lugar del anfitrión era el centro. Los comensales se reclinaban sobre el lado izquierdo, descansando el codo izquierdo y dejándo el brazo derecho libre para alcanzar la comida. Colocados de esa manera, la cabeza de cada uno estaba literalmente sobre el pecho del que estuviera reclinado a su izquierda. Jesús ocuparía el lugar del anfitrión, en el centro del único lado hábil de la mesa baja. El discípulo a quien Jesús amaba tiene que haber estado a su derecha; porque, cuando se apoyaba con el codo en la mesa, tenía la cabeza sobre el pecho de Jesús” (notas sobre Juan 13:23, énfasis en el original).
Jesús dice: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará. Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir. Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:31-35, énfasis nuestro en todo este artículo a menos que se indique lo contrario).
Jesús explica la necesidad de un amor más profundo entre ellos
Jesús pasa a explicar un nuevo concepto espiritual, tal como lo había hecho con la ceremonia del lavado de pies y su relación con el servicio cristiano. Ahora enfatiza cómo tenían que mostrar, como nunca antes, un amor mucho más profundo el uno por el otro, como hermanos, pero esto solo sería posible cuando finalmente fueran imbuidos del Espíritu Santo en Pentecostés.
Como destaca The Bible Knowledge Commentary (Comentario del conocimiento bíblico): “El mandamiento es nuevo en el sentido de que es un amor especial por otros creyentes basado en el amor sacrificial de Jesús: ‘Que os améis unos a otros, como yo os he amado’. El amor cristiano y el apoyo mutuo les permiten sobrevivir en un mundo hostil”.
Aquí, la palabra griega para amor es ágape y significa un amor dispuesto a sacrificarse, no basado en sentimentalismos, sino en afectos y hechos reales que se originan al guardar los mandamientos de Dios.
Note cómo enfatiza este punto el Nelson’s Bible Commentary (Comentario bíblico de Nelson): “El amor no es cuestión de sentimentalismo; es obediencia a los mandamientos de Dios” (notas sobre Juan 14:15).
Décadas más tarde, Juan les recordaría este asunto: “Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros. Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio” (2 Juan 1:5-6). O como la Nueva Traducción Viviente expresa el versículo 6: “El amor consiste en hacer lo que Dios nos ha ordenado, y nos ha ordenado que nos amemos unos a otros, tal como ustedes lo oyeron desde el principio”. De modo que el amor debía expresarse mediante la obediencia a las leyes de Dios tal como Cristo las enseñó desde el comienzo de su ministerio.
Word Biblical Commentary (Comentario bíblico del Verbo) resume: “Juan está diciendo enfáticamente que el amor debe expresarse en la obediencia, sin la cual no hay verdadera fe y, de hecho, no hay amor genuino (cf. 1 Juan 2:3–5; 3:10–18, 23; 5:2–3; véase también Juan 14:15, 21; 15:10).”
Luego, Pedro impulsivamente afirma que él ya tiene ese tipo de amor y que incluso está dispuesto a dar su vida por Cristo. Sin embargo, Jesús le advierte que todavía tiene una naturaleza carnal débil: “¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces” (Juan 13:38).
¿Qué son las moradas?
Jesús ahora pone énfasis en infundirles mucho ánimo, porque sabe que pronto morirá y ellos se sentirán como huérfanos. Pero también sabe que pronto estarán unidos por medio del Espíritu Santo, que era el poder y la influencia de Dios en ellos. Así que les dice: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis . . . No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:1-4, 18).
Con respecto al término “moradas”, esta es una palabra antigua que simplemente significa vivienda (gr. mone). Así como la casa del Padre (el templo) tenía muchas habitaciones u oficinas para los sacerdotes que allí trabajaban, Cristo daría a sus discípulos lugares en el templo de Dios a su regreso.
Jesús les dijo en varias ocasiones que, una vez en el cielo, estaría muy ocupado trabajando y preparándolos para puestos en su reino venidero. Como les había dicho recientemente, “en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19:28). ¿Dónde estaría ubicado ese lugar? En Jerusalén, en el templo de Dios, desde donde Cristo gobernará la Tierra y reinará sobre las naciones, incluida Israel (Isaías 2:2-4; Ezequiel 43:4-7). Como también muestra Apocalipsis 20:4-6, para los elegidos de Dios se establecerán tronos (puestos y cargos de gobierno) y “serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años”.
En realidad, para los discípulos de Cristo el verdadero entrenamiento espiritual comenzaría una vez que el Espíritu de Dios morara en ellos. Como Jesús enfatizó: “Si alguno me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada (morada – del griego mone) con él” (Juan 14:23). La palabra griega mone “se usa frecuentemente en el Evangelio de Juan para referirse a la permanencia de la relación entre Jesús y el Padre o Jesús y el creyente. Por lo tanto, la idea de un lugar de residencia permanente, en vez de un lugar temporal, estaría a la vista” (nota de la Biblia New English Translation).
Pablo se refiere a esa preparación inicial para el reino de esta manera simbólica: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor . . . juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia . . . en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:4-7, 22). ¡Eso es lo que Cristo está haciendo hoy!
Sorprende que Leon Morris haga este sincero reconocimiento acerca del término “moradas” en Juan 14:2: “La traducción ‘moradas’ se deriva de la Vulgata [la versión en latín de la Biblia], que usa el término mansiones (‘lugares de alojamiento’), pero su significado moderno [un gran edificio] hace que esto sea engañoso. Robert Gundry destaca la conexión con el griego meno [derivado de mone], y lo ve como una referencia a ‘puestos espirituales en Cristo’, como en la teología paulina” (The New International Bible Commentary [Nuevo comentario internacional de la Biblia], 1971, p. 638).
Siguiendo esta idea, Barbara Rossing señala: “Robert Gundry, un erudito evangélico conservador, recomienda prudencia en cuanto a asumir que las ‘muchas moradas’ o ‘muchas mansiones’ de Jesús son habitaciones en el cielo. Para Gundry, la pista crucial es que Jesús nunca promete que a su regreso se llevará a los discípulos a las ‘moradas’ o ‘mansiones’ en la casa del Padre . . .
Más bien, lo que Jesús prometió a sus discípulos es que ‘Donde yo esté, vosotros también estéis” (The Rapture Exposed [El rapto al descubierto] 2004, pp. 184-185).
Jesús entonces revela la razón por la que pudo hablar con tanta firmeza durante esta Pascua. Él les declara: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:6-18).
Una sección antitrinitaria
Note que esta es una sección muy antitrinitaria, ya que Jesús dice que él está en el Padre y el Padre en él, es decir, hay dos Personas y no tres en esta relación divina . Además, cuando dice que el Padre les enviará el Espíritu Santo, Jesús dijo: “Yo vendré a vosotros”, es decir, él y no otra Persona.
¿Y qué se puede decir de los pronombres personales usados aquí para el “Consolador” que, según alegan los trinitarios, son prueba de su personalidad? La clave es entender que la gramática griega tiene géneros masculino, femenino y neutro para todos los sustantivos, al igual que en español. En español decimos “la mesa”, usando un artículo femenino, pero eso no hace que la mesa sea algo femenino. “Consolador” o parakletos (paráclito en español) en griego tiene un artículo masculino, pero no significa que sea una persona, mientras que espíritu (gr. pneuma) es de género neutro.
El gramático griego Eugene Van Ness lamenta esta confusión y afirma: “Hay tres géneros en griego, cuyas denominaciones tradicionales son masculino, femenino y neutro. Estas denominaciones para los géneros han dado lugar a mucha confusión innecesaria, y la culpa de ello corresponde a Protágoras de Abdera, que enseñó en Atenas en el siglo v a. C. Sin embargo, como ya es demasiado tarde para cambiar los nombres, tendremos que contentarnos con enfatizar que el género es una categoría gramatical, no fisiológica; género no es lo mismo que [el sexo de una persona]” (The Language of the New Testament [El lenguaje del Nuevo Testamento], 1965, p. 33). Entonces, la idea de que el Espíritu Santo es el tercer integrante de la Deidad, basándose para ello en la gramática griega, es evidentemente incorrecta.
Además, un estudio de las frases en Juan donde se mencionan el parakletos (Consolador) y el Espíritu Santo muestra que el género correcto depende de qué sustantivo (técnicamente llamado sustantivo antecedente) se sustituye por un pronombre. Por ejemplo, en Juan 14:16, 26, el Espíritu Santo es el sustantivo antecedente que se describe, y está correctamente sustituido en el original griego con pronombres en género neutro.
Daniel Wallace, experto en el N. T. en griego, admite valiente y honestamente: “En resumen, he intentado demostrar en este artículo que en el N. T. no existe una base gramatical que apoye la idea de que el Espíritu Santo sea una persona; sin embargo, este es frecuentemente el primer argumento a favor de dicha doctrina que esgrimen muchos escritores evangélicos. Pero si la gramática no puede usarse legítimamente para apoyar el concepto del Espíritu Santo como persona, entonces tal vez necesitamos reexaminar el resto de nuestros argumentos que sostienen este compromiso teológico” (Greek Grammar and the Personality of the Holy Spirit, Bulletin for Biblical Research [Gramática griega y la personalidad del Espíritu Santo, Boletín para la investigación bíblica], 2003, pág. 125).
Con anterioridad, Wallace ya había hecho otra clara advertencia al respecto: “En resumen, ninguno de los pasajes donde hay cambio de género [en el N. T.] ayudan a comprobar claramente la personalidad del Espíritu Santo. A la luz de esto, recomiendo que un argumento que parece ser una invención moderna sea eliminado de nuestros libros de texto teológicos” (ibíd., p. 120).
¿Se contraponen los mandamientos de Jesús con los del Padre?
¿Y que hay acerca de los mandamientos de Jesús? ¿Están en conflicto con los mandamientos de Dios el Padre? La respuesta es no, ya que se basan en los mismos principios espirituales; sin embargo, Cristo magnificó algunos de estos mandamientos y les agregó otra dimensión espiritual. Tenemos casos tales como la incorporación de la ceremonia del lavado de pies y solamente tomar los símbolos del pan y el vino en la Pascua (en vez de sacrificar un cordero). Pero la Pascua sigue siendo una fiesta que debe guardarse, aunque ahora con símbolos del nuevo pacto.
Jesús continúa diciendo: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Juan 15:10). Aquí no hay contradicción en las leyes, sino que Cristo, como estaba profetizado, “se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla” (Isaías 42:21).
Como explica The International Standard Bible Encyclopedia (Enciclopedia bíblica internacional estándar) acerca de la ley en el N. T.: “Por lo tanto, seguir a Cristo es guardar los mandamientos como una forma de vida. Puesto que guardar la ley de Dios es el camino a la vida eterna, y guardar la ley de Cristo es el camino a la vida eterna, la ley de Dios y la ley de Cristo son idénticas. De hecho, en cierto sentido hay una especie de progreso en la ley de Dios: seguir a Cristo es algo más personal que simplemente seguir la ley de Cristo . . . La ley de Cristo no prescinde de la ley antigua ni convierte en obsoleto el Decálogo, sino que en cierto sentido le añade a esa ley manteniendo a los seguidores en constante sumisión a la continua revelación de la voluntad de Dios en Cristo” (1986, vol. 3, p. 86).
Cristo como la vid y Dios Padre como el viñador
A continuación, Jesús describe esa relación amorosa con sus discípulos mediante la analogía de ramas de uva que necesitan de la vid. Él dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (Juan 15:1-16).
Dios Padre y Jesucristo nos proporcionan el Espíritu Santo, sin el cual no podemos producir nada verdaderamente espiritual. El fruto del Espíritu de Dios se describe en Gálatas 5:21-22 como amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.
Barclay agrega: “Cuando Jesús trazó la alegoría de la vid sabía de lo que estaba hablando. La vid se cultivaba y se cultiva todavía en toda Palestina [Israel] . . . Es una planta que requiere mucha atención si se quiere obtener un fruto de calidad” (notas sobre Juan 15:1).
Cristo continúa: “Esto os mando: Que os améis unos a otros. Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado. El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece. Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre. Pero esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron. Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él [el Ayudador]dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Juan 15:17-27).
Jesús nuevamente reitera la necesidad del profundo amor fraterno que debemos tener, el mismo con que él nos amó. Nos advierte que seremos rechazados y perseguidos como él lo fue; sin embargo, como nos dice Gálatas 2:20, Cristo estará en nosotros por medio del Espíritu Santo para fortalecernos y guiarnos.
¿Quién es el parakletos?
En consecuencia, Cristo usa el término parakletos como una vívida metáfora para describir su nueva presencia en los discípulos, ya que sería la señal de una relación diferente y más profunda que tendrían con él. Hasta ese momento, él había estado físicamente presente y los había consolado prometiéndoles que su presencia espiritual estaría en ellos cuando el Espíritu de Dios viniera y entrara en ellos en Pentecostés. Claramente no hay ninguna mención de una tercera persona aquí, solo una metáfora gráfica usada por Cristo para representar cómo él podría estar en el cielo y, al mismo tiempo, estar en ellos. Él personificó su presencia en ellos usando el concepto de un mediador y consolador amoroso. Juan agregó en 1 Juan 2:1: “Abogado (parakletos) tenemos ante el Padre, a Jesucristo el justo. Pablo agrega: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo el hombre” (1 Timoteo 2:5).
A este respecto, New Catholic Encyclopedia sorprendentemente admite: “Claramente, el A. T. no considera al Espíritu Santo como una persona, ni en el estricto sentido filosófico ni en el sentido semítico [o hebreo]. El Espíritu de Dios es simplemente el poder de Dios. Si a veces se lo representa como separado de Dios, es porque el aliento de Yahvéh actúa exteriormente (Isaías 48:16; 63:11; 32:15) . . . La mayoría de los textos del
N. T. revelan el Espíritu de Dios como algo, no como alguien; esto se ve especialmente en el paralelismo entre el Espíritu y el poder de Dios. Cuando se atribuye una actividad cuasi personal al Espíritu de Dios, por ejemplo, hablar, impedir, desear, habitar (Hechos 8:29; 16:7; Romanos 8:9), no hay justificación para concluir inmediatamente que en estos pasajes el Espíritu de Dios es considerado como una Persona; las mismas expresiones se usan con respecto a cosas personificadas o ideas abstractas (ver Romanos 6:6; 7:17). Así, el contexto de la ‘blasfemia’ contra el Espíritu (Mateo 12:31) muestra que se está haciendo referencia al poder de Dios” (Spirit of God [Espíritu de Dios], 1965, tomo 13, pp. 574-576).
Como concluye con franqueza Barclay, “La vida nos está llamando continuamente a la lucha, y el único que nos capacita para hacer frente a las fuerzas enemigas, para competir con la vida y conquistarla, es el parakletos, el Espíritu Santo, que no es sino la presencia y el poder del Cristo resucitado” (Palabras Griegas del Nuevo Testamento, 1996, página 169). EC